Después de la vista, la fiscal me permitió ir a la celda donde retenían a Peter antes de devolverlo a la cárcel.
Estaba de pie en medio de la celda con las esposas puestas en las manos y los pies. Tenía la cabeza gacha, los ojos cerrados, y al verlo se me rompió el corazón. Su cuerpo parecía tan delgado que daba la sensación de haber perdido diez kilos en una noche. El cabello despeinado y la barba incipiente destacaban en la palidez de su rostro.
En una esquina de la celda había una taza de váter sucia, y un olor desagradable flotaba en la zona cerrada donde estaba la celda.
Peter debió de notar mi presencia, porque levantó la cabeza y abrió los ojos. Con voz firme, pero con una mirada que imploraba comprensión, me dijo:
—Kay, anoche intenté escapar. Soñé que tenía que encontrar algo, y luego pensé que alguien me atacaba. Kay, anoche le pegué a un policía. Le hice daño. Quizá soy…
Le interrumpí.
—Sé que no estabas intentando huir, Peter. Conseguiremos que lo entiendan.
Peter había dado un paso atrás, como si tuviera miedo de que lo rechazara. Pero entonces avanzó hasta los barrotes y levantó las manos para entrelazar sus dedos con los míos. Me di cuenta de que le habían quitado la pulsera electrónica. «Ya había cumplido su misión», pensé amargamente; había alertado a la policía de que Peter había salido de la finca. Un dinero bien invertido por el estado de Nueva Jersey.
—Kay, quiero que nos divorciemos y que sigas con tu vida.
Ahí fue cuando me vine abajo totalmente, cuando empecé a sollozar sin control, furiosa conmigo misma porque con eso sólo empeoraba la situación de mi marido.
—Oh, Peter, Peter… No digas eso, ni siquiera lo pienses.
Él me hizo callar.
—Kay, dentro de nada vendrán a buscarme. Escúchame: no quiero que estés sola en casa. Dile a tu abuela que se instale contigo.
Meneé la cabeza.
—¡No!
Entonces entró el ayudante del sheriff.
—Lo siento, señora Carrington, pero tiene que irse —me dijo.
Intentando aún apagar mis sollozos, le aseguré a Peter:
—Me enteraré de cuándo puedo venir a verte. Yo…
—Kay, tienes que ocuparte de esto de inmediato. Quiero que le digas a Vincent que contrate a una empresa de seguridad hoy mismo. Quiero que vigilen constantemente la casa. Si no es así, no te quedes sola en ella.
Era la petición de un marido protector. Peter temía que me pasara algo.
Me lo quedé mirando fijamente. El policía apoyó su mano bajo mi codo para acompañarme fuera de la zona de arresto. No me moví. Tenía algo que decir, y me parecía perfectamente adecuado que el policía me escuchase.
—Peter, cuando acabe esta pesadilla voy a montar para ti una fiesta de bienvenida espectacular.
Él me recompensó con una sonrisa triste.
—Oh, Kay… Quiera Dios que llegue a creer que eso podría pasar.
A la mañana siguiente, el equipo de abogados de Peter se reunió en la mansión. Walter Markinson y Conner Banks estaban allí, por supuesto. Los otros dos asesores principales habían llegado en avión: Saúl Abramson de Chicago y Arthur Robbins de Boston.
Vincent Slater ocupó su lugar habitual en la mesa del comedor. Los Barr habían dispuesto, como siempre, café, pastitas y botellas de agua en la mesa auxiliar. Todo seguía igual, excepto que Peter no estaba a la cabecera de la mesa. Yo ocupé su lugar.
Si la semana anterior el ambiente estaba cargado, ese día era insoportable. Conner Banks fue el primero en romper el hielo.
—Kay, por si esto le aporta algún consuelo, el informe policial de la otra noche indicaba que Peter estaba desorientado y confuso, que la expresión de su mirada era vacía y que, una vez le hubieron esposado, no reaccionó cuando le dijeron que se moviera. En el coche patrulla Peter preguntó qué había pasado y por qué estaba allí. Incluso dijo: «No se me permite salir de mi propiedad. No quiero meterme en líos». Le hicieron análisis y no hallaron drogas en su organismo, de modo que al menos no creen que estuviera actuando.
—No lo hacía.
—Tenemos que conseguir su historial médico completo —dijo Markinson—. ¿Tiene antecedentes de sonambulismo?
Antes de que yo pudiera decir nada, Vincent Slater respondió:
—Sí.
La frente y el labio superior de Slater estaban perlados de sudor. «Los caballos sudan; los hombres transpiran; las damas brillan». Cuando yo era una adolescente, Maggie solía recitarme ese viejo dicho si llegaba a casa después de un partido de tenis y decía algo sobre el sudor. Recordarlo en ese momento me hizo pensar que era a mí a la que se me iba la cabeza.
—¿Qué sabe acerca del sonambulismo de Peter? —preguntó Markinson a Slater.
—Como usted sabe, llevo trabajando para la familia Carrington desde que me licencié en la universidad. La madre de Peter murió cuando él tenía doce años. En aquella época yo tenía veinticuatro, y el señor Carrington padre me asignó la tarea de ser una especie de hermano mayor de Peter. En lugar de llevarlo y traerlo con el coche del colegio privado, le llevaba y le ayudaba a instalarse. Cosas así. Cuando Peter tenía vacaciones, su padre solía estar de viaje, y si a Peter no le habían invitado a casa de un amigo, yo le llevaba a esquiar o a navegar.
Escuché, con desazón, la historia del chico para el que contrataron a alguien que se ocuparía de él en aquellos momentos en que la mayoría de los jóvenes volvían con sus familias. Me pregunté si Slater había disfrutado con ese trabajo, o si simplemente le sirvió para congraciarse con el padre de Peter y luego con el propio Peter.
—Esto es algo de lo que jamás habría hablado, excepto ahora, con la esperanza de ayudar a Peter —dijo Vincent—. Fui testigo de al menos tres episodios de sonambulismo.
—¿Qué edad tenía Peter entonces? —Banks disparó la pregunta.
—La primera vez, trece años. Fue aquí, en esta casa. Se había ido a dormir, y yo estaba viendo la televisión en la habitación que ahora uso como despacho. Oí un ruido y fui a ver qué pasaba. Peter estaba en la cocina, sentado ante la mesa con un vaso de leche y unas galletas. Su padre me había advertido de que ya había tenido algunos episodios de sonambulismo, y de inmediato me di cuenta de que estaba siendo testigo de uno de ellos. Se bebió la leche, se comió las galletas, dejó el plato y el vaso en la pila, y salió de la cocina. Pasó a unos centímetros de mí sin verme. Le seguí escalera arriba y le vi acostarse de nuevo.
—¿En algún episodio manifestó violencia? —preguntó Conner Banks.
—Durante unas vacaciones escolares, cuando Peter tenía dieciséis años, él y yo fuimos a esquiar a Snowbird. Teníamos una suite de dos dormitorios. Habíamos estado esquiando todo el día, y nos fuimos a dormir a eso de las diez. Cosa de una hora después, le oí moverse por el cuarto y me asomé a su habitación. Llevaba puesto el equipo de esquiar completo. Me di cuenta de que no debía despertarle, de modo que le seguí para comprobar que no le pasaba nada. Bajó al piso inferior. Aún quedaba gente en el bar, pero él no les prestó atención y salió al exterior. Yo me había puesto una cazadora gruesa sobre el pijama, de modo que le seguí… descalzo. Sus esquís estaban guardados en un armario con llave, pero él llevaba la llave y los sacó.
—¿Sacó los esquís estando dormido? —preguntó Markinson, incrédulo.
—Sí. Luego caminó hacia el telesilla. No podía dejar que se fuera. Sabía que el telesilla estaba cerrado, pero no sabía lo que era capaz de hacer. Recuerden que yo iba descalzo. Corrí tras él y le llamé por su nombre.
Tenía miedo de oír lo que Vincent estaba a punto de decir.
—Peter se dio la vuelta y me atacó del mismo modo que atacó al policía anoche. Logré hacerme a un lado, pero la punta de su esquí me golpeó en la frente, justo encima del ojo —dijo Slater, señalándose una cicatriz sobre el ojo izquierdo—. Esta cicatriz es la prueba de lo que pasó esa noche.
—Después de eso, ¿hubo algún episodio más de sonambulismo? —Esta vez la pregunta la formuló Arhtur Robbins, el abogado procedente de Boston.
—Que yo sepa, no. He contado esto porque quizá señale un patrón que podría resultar útil para la defensa de Peter.
—¿Lo trató un médico después de ese incidente en la estación de esquí? —preguntó Conner Banks.
—Sí, un doctor ya mayor del Englewood Hospital. Eso fue hace veinticinco o veintiséis años, así que dudo que siga vivo, pero quizá sus archivos médicos se conserven en alguna parte.
—Por lo que sé del tema, el sonambulismo es más frecuente en los hombres y empieza durante la adolescencia —dijo Markinson—. No obstante, no estoy seguro de que contarle a la fiscal que Peter tuvo un episodio violento de sonambulismo hace veintiséis años pueda ayudar a nuestro cliente.
—Hubo otro episodio la semana pasada —intervine yo—. Fue justo después de que Peter volviera a casa tras la primera vista incoatoria.
Les expliqué que se acostó un rato y que, cuando fui a ver cómo estaba, lo encontré de pie delante de una maleta abierta y llena parcialmente de ropa, encima de la cama.
No les hablé del episodio de sonambulismo que tuvo la noche que volvimos de nuestra luna de miel. No podía expresar con palabras el hecho de que tuviera el brazo metido en la piscina como si estuviera empujando o sacando un objeto. Razoné que estábamos pagando generosamente a los abogados por defender a mi esposo, pero también que mi información podría llevarles a pensar que había sido responsable de la muerte de Grace.
Temía que, aunque trabajasen para conseguir su absolución, lo creyeran culpable.