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Durante los últimos días, Pat Jennings no entendía qué le pasaba a su jefe, Richard Walker. El lunes llegó a la galería con esa conocida mirada de alivio que normalmente indicaba que su madre había pagado sus deudas de juego. Aquel mismo día su hermanastro, Peter Carrington, fue acusado de asesinato. Al día siguiente, un martes, Walker habló de él con toda libertad: «Cenamos con Peter después de que volviera a casa», le dijo a Pat.

Pat le preguntó acerca de la antigua doncella, María Valdez.

«Naturalmente, Peter está deprimido por lo que ha sucedido —explicó Walker—. Es despreciable que esa mujer haya cambiado su versión de los hechos y que ahora ensucie la memoria de mi padrastro. Espero que me llamen a testificar. Podría hablarles por propia experiencia de los ramalazos de generosidad que tenía el viejo. Recuerdo una cena con veintiún invitados, él y mi madre. Alguien se acercó a la mesa para hablar de una causa benéfica, y Carrington sacó el talonario y le extendió un cheque por diez mil dólares, allí mismo. Luego al camarero le dejó una propina miserable».

Walker también le habló de la esposa de Peter, Kay. «Es una chica maravillosa —la elogió—. Justo lo que Peter ha necesitado estos años. Por lo que he visto, a pesar de tener tanto dinero nunca ha sido muy feliz».

El miércoles por la mañana, Walker entró en la galería con una joven artista muy guapa, Gina Black. Como a sus predecesoras, presentó a Gina como una persona con un talento brillante y cuya carrera se dispararía bajo la tutela de Walker.

«Ya, ya…», pensó Pat.

Se había enterado del hallazgo de los huesos en los terrenos de la finca el miércoles por la noche, cuando estaba viendo las noticias con su marido. Supo que se trataba del cuerpo del padre de Kay por Walker, que se lo dijo al día siguiente por la mañana.

—Aún no van a dar detalles a la prensa —le confió—, pero llevaba una cadena y un medallón con una fotografía de la madre de Kay. Mi madre está de los nervios. Estaba en su apartamento de Nueva York cuando oyó la noticia por televisión. Me dijo que cuando los detectives empezaron a registrar el terreno con los perros, antes de que lloviera, les preguntó si pensaban que la finca era un cementerio.

—Dos cuerpos en el mismo terreno —dijo Pat—. No viviría allí ni aunque me pagasen.

—Ni yo —admitió Walker mientras pasaba por delante de la mesa de Pat en dirección a su despacho—. Estaré un rato hablando por teléfono. Retén las llamadas que pueda haber.

Jennings observó cómo Walker cerraba la puerta con firmeza y oyó el clic del cerrojo. «Llamará a su corredor de apuestas —pensó Pat—. Dentro de nada volverá a estar hasta el cuello de deudas. Me pregunto si su madre acabará por cerrar el grifo y decirle que se busque la vida».

Alargó el brazo para coger el ejemplar del New York Post que había guardado en el archivador de debajo de su mesa. En el autobús había ojeado la página seis, pero ahora leyó la noticia línea a línea. «Pobre Kay Carrington… —pensó—. ¿Cómo debe de ser estar casada con un hombre que no hay duda de que es un asesino en serie? Supongo que vivirá con el miedo de no despertarse al día siguiente».

En la hora que siguió sólo recibió una llamada telefónica, de una mujer que dijo llamarse Alexandra Lloyd. Había telefoneado la semana anterior y Walker no le devolvió la llamada. Le preguntó si había recibido su mensaje.

—Sí, desde luego que lo recibió —dijo Jennings con firmeza—. Pero se lo recordaré.

—Por favor, anote mi número de nuevo. ¿Le dirá que es muy importante?

—Por supuesto.

Media hora después, cuando Walker abrió la puerta de su despacho, Pat vio que tenía el rostro arrebolado por la emoción «Hoy no correrá un solo caballo por el que no haya apostado pensó.

—Richard —dijo—, la semana pasada dejé una nota en la mesa de tu despacho diciéndote que había llamado una tal Alexandra Lloyd. Acaba de volver a llamar y ha dicho que es importante que te pongas en contacto con ella.

Extendió la mano con el papel donde había anotado el teléfono de la mujer. Richard lo cogió, lo rompió y regresó a su despacho. Esta vez cerró de un portazo.