Supe que la cena había relajado un poco a Peter. Una vez concluyó, y después de tomar café en su biblioteca, los demás se levantaron para irse. En ocasiones Richard se quedaba en casa de Elaine, pero esta vez nos dijo que volvía a Manhattan para tomar una copa en el teatro Carlyle, donde había quedado con una joven artista después de la función.
—Creo que tiene mucho talento —dijo Richard—. Y además es muy guapa. Ambas cosas no suelen ir juntas.
—No te enamores, Richard —le dijo Elaine con aspereza—. Y si decides montarle una fiesta en la galería, que sea ella la que pague el champán.
Vincent arqueó las cejas y miró a Peter, que respondió con una breve sonrisa. Peter y yo les acompañamos a la puerta. Los coches de Richard y de Vincent estaban aparcados justo delante de la mansión. Los hombres abrieron sus paraguas, y Elaine se cogió del brazo de su hijo mientras bajaban corriendo los escalones.
Peter cerró la puerta y, cuando nos dimos la vuelta para subir la escalera, apareció Gary Barr.
—Señora Carrington, vamos a retirarnos. Quería decirle una vez más cuánto siento lo de su blusa. No entiendo cómo pude ser tan torpe. No creo que haya tenido un accidente como ése en todos los años que llevo sirviendo.
Por supuesto, cuando me derramó el vino encima, yo acepté sus disculpas, subí al piso de arriba y me cambié rápidamente de blusa. Creo que Peter ya había oído bastantes disculpas, porque antes de que yo pudiera tranquilizar de nuevo a Gary, dijo bruscamente:
—Creo que la señora Carrington ha dejado claro que entiende que se trató de un desafortunado accidente. Me gustaría no volver a hablar de ello. Buenas noches, Gary.
Yo sólo había visto en contadas ocasiones ese lado severo e imponente de Peter, y en cierto sentido me alegré de estar presente. Los meses siguientes, hasta la celebración del juicio, serían humillantes y terribles para él. Peter me había mostrado su vulnerabilidad porque confiaba en mí. Pero en aquel momento me di cuenta de que el papel que yo estaba asumiendo, más de protectora que de esposa, era indigno de la esencia de aquel hombre.
Mientras subíamos la escalera, por algún absurdo motivo recordé una tarde en casa después de la universidad, diez años atrás. Maggie y yo estábamos viendo en la televisión Atrapa a un ladrón, con Grace Kelly y Cary Grant. Durante una de las pausas publicitarias, me contó que Grace Kelly había conocido al príncipe Rainiero mientras estaban rodando esa película en Mónaco.
«Kay, leí un artículo sobre el día en que el príncipe fue a visitarla a Filadelfia, a casa de sus padres. Fue entonces cuando le pidió a su padre la mano de su hija. Al día siguiente, la madre de Grace le dijo a un periodista lo agradable que era Rainiero y qué fácil resultaba olvidar que era un príncipe. Una periodista de la sección de sociedad comentó con acidez: "¿Sabe la señora Kelly que casarse con un rey no es lo mismo que casarse con un príncipe más?"».
En un mismo día había visto al Peter acosado en el tribunal, luego al Peter observando una maleta que no recordaba haber empezado a llenar y, hacía un momento, a un Peter imperial, harto de escuchar las disculpas de su sirviente. «¿Quién es el Peter completo?», me pregunté mientras nos preparábamos para acostarnos.
No tenía respuesta.