30

Tal como había prometido Barbara Krause a Tom Moran, celebraron la vista cenando en Stony Hill Inn, uno de sus restaurantes favoritos en Hackensack. Mientras comían cordero a la brasa, comentaron la súbita aparición y la andanada emocional de Philip Meredith.

—Mira, si pudiéramos conseguir que Carrington admitiese que mató a su esposa y también a Susan Althorp, me sentiría tentada a ofrecerle la posibilidad de apelar —dijo Krause de repente.

—Pensaba que eso era lo último que se te ocurriría hacer, jefa —protestó Moran.

—Ya. Pero por mucho que piense que vamos a condenarlo por el caso Althorp, la cosa no está tan clara, ni mucho menos. Sigue siendo un hecho que María Valdez se ha retractado de su testimonio. Y Carrington dispone del mejor equipo de abogados que el dinero pueda comprar. Será difícil.

Moran asintió.

—Lo sé. Hoy los he visto a los dos con Carrington. Lo que cobran por un día de trabajo pagaría los aparatos de ortodoncia de mis hijos.

—Hablemos de ello —dijo Krause—. Si se confesara culpable tanto en el caso de Susan como en el asesinato de su mujer, podríamos ofrecerle treinta años, sin derecho a la condicional, en sentencias concurrentes. Seamos francos: ahora mismo no tenemos gran cosa para acusarle de la muerte de su esposa, pero él sabe que podríamos encontrar más pruebas. Al cumplir los setenta saldría de la cárcel y aún tendría mucho dinero. Si aceptase la oferta, conseguiríamos la condena y, suponiendo que tuviera una larga vida, tendría la esperanza de que lo pusieran en libertad.

»Sabes perfectamente que me encantaría juzgar este caso —continuó Krause—, pero hay otra cuestión. Ahora mismo pienso en las familias de las víctimas. Hoy las has visto y las has oído. La señora Althorp no vivirá para asistir al juicio, pero si Carrington confiesa, como mínimo lograría verle sentenciado. Y hemos de tener en cuenta otro punto. Si confiesa, la puerta para las demandas civiles queda abierta.

—No creo que los Althorp necesiten dinero —dijo Moran, tajante.

—Son millonarios pobres —contestó Barbara Krause—. ¿No es genial esta definición? Se la aplican a todos los que tienen menos de cinco millones de dólares. Lo leí en una revista. Un fallo a su favor en lo civil supondría que podrían hacer una contribución importante en nombre de Susan a un hospital o a la universidad donde estudió. Por lo que sabemos de Philip Meredith, nunca se ha comido el mundo, y tiene tres hijos a los que mantener.

—Entonces, lo de ofrecer un trato a los abogados de Carrington ¿va en serio? —preguntó Moran.

—Digamos que le estoy dando vueltas. Es como las arras de una boda, un precontrato. Por cierto, el cordero estaba delicioso. Malditas calorías… Bueno, ya que estamos, pidamos el postre.