—¿Está segura de que quiere hacerlo, señora Althorp? —preguntó Nicholas Greco—. Ahí fuera hace un tiempo espantoso.
—Eso mismo le he dicho yo, señor Greco.
Brenda, el ama de llaves, con expresión de preocupación en el rostro, ayudaba a Gladys Althorp a ponerse el abrigo.
—Voy a ir a la vista del asesino de Susan, y no quiero seguir discutiendo sobre esto. Señor Greco, iremos en mi coche. Supongo que mi chófer conseguirá dejarnos cerca de la puerta del tribunal.
«Cuando afirma que no va a seguir discutiendo sobre algo, lo dice en serio», pensó Greco. Vio que Brenda estaba a punto de seguir protestando, y le indicó con un ademán que no lo hiciera.
El chófer les esperaba fuera con un paraguas abierto. Sin hablar, Greco y el chófer tomaron a la frágil mujer cada uno por un brazo y la ayudaron a subir al coche.
Ya de camino, Gladys Althorp dijo:
—Señor Greco, cuénteme cómo funciona una vista de este tipo. ¿Durará mucho tiempo?
—No, Peter Carrington se presentará con su abogado ante el juez. Antes de eso habrá estado esperando en una celda al lado de la sala. El fiscal leerá los cargos de que se le acusa.
—¿Cómo irá vestido?
—Con un mono de la prisión.
—¿Llevará esposas?
—Sí. Una vez se lea la acusación, el juez le preguntará cómo se declara. Su abogado contestará por él. Por supuesto, dirá que es inocente.
—Contaba con ello —replicó Gladys.
Greco se dio cuenta de que su clienta se mordía el labio para evitar que le temblase.
—Señora Althorp —continuó—, esto no va a ser fácil para usted. Me hubiera gustado que la acompañase alguien de la familia.
—Mis hijos no hubieran llegado a tiempo. Los dos viven en California. Mi marido ya estaba de camino a Chicago cuando esta mañana llegó la noticia de que habían detenido a Peter Carrington. Pero ¿sabe una cosa, señor Greco? En cierto sentido, no me disgusta ser la única persona de la familia que esté presente hoy. Durante estos años, nadie ha llorado tanto por Susan como yo. Estábamos tan unidas… Hacíamos muchas cosas juntas. Desde que era niña, le encantaba ir a museos, al ballet y a la ópera conmigo. Estudió la especialidad de arte en el instituto, como yo. Cuando la eligió, bromeaba diciendo que eso haría que tuviéramos algo más en común, como si hiciera falta… Era guapa e inteligente, dulce y cariñosa, una muchacha perfecta. Charles y los chicos asistirán al juicio de Peter Carrington. Entonces yo ya no estaré. Hoy me toca representarla ante un tribunal. Casi siento que Susan está conmigo en espíritu. ¿Le parece una tontería?
—No, en absoluto —repuso Greco—. He asistido a muchos juicios, y la víctima siempre está presente cuando sus familiares y amigos declaran acerca de ella. Hoy, cuando se lea la acusación formal de asesinato, las personas que estén presentes en la sala del tribunal recordarán las fotografías de Susan que han visto en los diarios. En sus mentes, ella estará viva.
—Nunca podré expresarle mi agradecimiento por haber localizado a María Valdez. Su testimonio y la copia del cheque del padre de Peter serán pruebas concluyentes para condenar a Carrington.
—Creo que al final lo condenarán —dijo Greco—. Ha sido un honor serle útil, señora Althorp, y espero que a partir de hoy pueda vivir más tranquila.
—Yo también lo espero —dijo ella, reclinándose hacia atrás y cerrando los ojos, claramente agotada.
Veinte minutos después, el coche llegó ante el palacio de justicia.