Los abogados no se fueron hasta las tres de la tarde, después de pasar cinco horas interrogando a Peter en preparación de lo que parecía inevitable: la acusación por el asesinato de Susan Althorp. Ni siquiera hicimos una pausa para almorzar tranquilamente, sino que picamos algo y tomamos café mientras hablábamos. Entretanto pusimos sobre la mesa hasta el último detalle de aquella cena de gala y del brunch de la mañana siguiente.
De vez en cuando, Vincent Slater contradecía a Peter sobre algún detalle. Uno de ellos me sorprendió.
—Peter, durante la cena Susan estaba sentada a tu lado, y Grace estaba en otra mesa.
Entonces supe que Grace Meredith, la mujer con la que se casó Peter a los treinta años, había estado en aquella fiesta. Pero ¿por qué no? Asistieron cerca de una veintena de sus amigos de Princeton. Peter explicó que Grace fue como acompañante de otra persona.
—¿Quién? —preguntó Conner Banks.
—Gregg Haverly, un compañero del club gastronómico de Princeton.
—¿Había visto a Grace Meredith antes de esa noche? —preguntó Banks.
Me pareció que Peter estaba agotado por el constante aluvión de preguntas.
—Antes de esa noche, nunca había visto a Grace —dijo con un tono de voz gélido—. De hecho, no volví a verla hasta nueve años después. Coincidí con ella en un partido entre Princeton y Yale. Los dos estábamos con un grupo de amigos, pero ninguno de los dos teníamos pareja, así que ahí empezó todo.
—¿Hay alguna otra persona que pueda decir que no la había visto en todos esos años? —inquirió Banks.
Supongo que vio la expresión del rostro de Peter, porque añadió:
—Peter, estoy intentando anticiparme a la fiscal. Éste es el tipo de preguntas que le harán. Dado que su primera esposa estaba en aquella fiesta, podrían pensar que usted se interesó en ella y Susan se dio cuenta. Luego usted discutió con Susan y la cosa acabó con violencia.
En ese momento, Peter apartó la silla de la mesa y, poniéndose en pie, dijo:
—Caballeros, creo que por hoy mejor lo dejamos aquí.
Observé que al despedirse de los abogados se mostró especialmente frío con Conner Banks.
Una vez se hubieron ido, Peter dijo:
—Creo que no quiero que ese Banks figure en mi equipo de abogados. Líbrate de él, Vince.
Yo sabía que Peter estaba cometiendo un error, y afortunadamente Vincent también lo sabía. Entendía que Banks sólo estaba preparando a Peter para enfrentarse al tipo de preguntas insidiosas que tendría que soportar más tarde.
—Peter, te van a preguntar a propósito de todo —dijo—. Y harán insinuaciones. Tendrás que acostumbrarte.
—¿Me estás diciendo que el hecho de que conociese a Grace aquella noche puede ser usado en mi contra, que quizá me enamoré de ella locamente y decidí matar a Susan?
Era evidente que no esperaba respuesta.
Yo tenía la esperanza de que Vincent Slater se marchara a su casa; quería quedarme un rato a solas con Peter. Los dos lo necesitábamos. Pero entonces Peter anunció que se iba al despacho.
—Kay, tengo que dejar mi puesto como director ejecutivo y presidente de la empresa, aunque mi voto seguirá teniendo peso en las decisiones. Debo centrar toda mi atención en intentar no ir a la cárcel —me dijo. Luego añadió, casi como si se sintiera desamparado—: Esa mujer miente. Te juro que recuerdo que metí mi camisa en aquella cesta.
Se acercó a darme un beso. Supongo que yo tenía aspecto de estar agotada, porque me dijo:
—¿Por qué no echas una siesta, Kay? Ha sido un día intenso.
En lo último en lo que yo pensaba era en descansar.
—No —contesté—. Me voy a ver a Maggie.
Supongo que aquel día había afectado realmente a Peter, porque me dijo:
—No te olvides de saludarla de mi parte, y pregúntale si querría ser una de mis testigos en el juicio.