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Nicholas Greco atravesó Cresskill, una ciudad próxima a Englewood, observando los nombres de las calles y repitiéndose, una vez más, que había llegado el momento de comprarse un GPS. «Frances siempre me dice que lo de resolver crímenes se me da muy bien pero que no soy capaz ni de ir al supermercado sin perderme. Y tiene razón», pensó.

«Bonita ciudad», se dijo mientras, siguiendo las indicaciones que había descargado de Map Quest, giraba a la derecha por County Road. Iba a entrevistarse con Vincent Slater, el hombre a quien el padre de Peter Carrington definió como «indispensable».

Antes de pedirle que se reunieran, Greco había investigado a fondo a Slater, pero sus pesquisas no le revelaron nada demasiado interesante. Slater tenía cincuenta y cuatro años, era soltero y vivía en el hogar de su infancia, que compró a sus padres cuando ellos se mudaron a Florida. Había asistido a una universidad local, a la que acudía en transporte público. Su primer y único trabajo fue con Carrington Enterprises. Al cabo de un par de años de trabajar allí, el padre de Peter se fijó en él y Slater se convirtió en algo así como en su ayuda de campo. Tras la muerte de la madre de Peter, Slater pasó a ser una combinación de empleado de confianza y padre adoptivo. Como era doce años mayor que Peter, durante la adolescencia del heredero de los Carrington, Slater lo llevaba en coche a Choate, su escuela en Connecticut, le visitaba regularmente, le hacía compañía en la mansión durante las vacaciones y le llevaba a esquiar y a navegar.

El pasado de Slater era interesante, pero el hecho de que la noche que Susan Althorp desapareció Slater figurase entre los invitados a la fiesta era, para Greco, el punto de mayor interés. Había aceptado la entrevista a regañadientes, pero insistió en que se reuniesen en su propia casa. «No quiere que me acerque por la mansión —pensó Greco—. Debería saber que ya he estado allí, al menos en la casa de invitados, hablando con los Barr».

Observó los números de la calle y se detuvo delante de la casa de Slater, que resultó ser un dúplex, aquel tipo de edificación tan popular en los años cincuenta. Cuando llamó al timbre, Slater abrió la puerta inmediatamente. «¿Estaría esperándome detrás? —Se preguntó Greco—. ¿Y por qué, siendo la primera vez que lo veo, pienso que es esa clase de persona?».

—Es muy amable al recibirme, señor Slater —dijo suavemente, extendiendo la mano.

Slater no se la estrechó.

—Pase —dijo sucintamente.

«Podría recorrer la casa con los ojos cerrados», pensó Greco. La cocina, justo enfrente, al final del pasillo. El salón, a la derecha de la entrada, comunicado con un comedor pequeño y a medio nivel por debajo de la cocina. Arriba, tres dormitorios. Greco lo sabía porque había crecido en una casa idéntica a esa en Hempstead, Long Island.

Enseguida fue evidente que el gusto de Slater era bastante limitado. Las paredes tenían un color beis apagado, y la moqueta era marrón. Greco lo siguió hasta el salón, que contaba con pocos muebles. Un sofá y unas sillas modernas estaban dispuestos alrededor de una ancha mesa de café de cristal con patas de acero.

«En esta casa y en este tipo no hay nada acogedor ni cálido», pensó Greco mientras se sentaba en la silla que Slater le había indicado.

Para su gusto, la silla era demasiado baja. «Una forma sutil de que esté en desventaja», pensó.

Antes de que Greco pudiera hacer sus comentarios habituales para agradecerle que hubiera accedido a recibirle, Slater dijo:

—Señor Greco, sé por qué está aquí. Investiga la desaparición de Susan Althorp a petición de su madre. Eso es loable, pero hay un grave problema: le han solicitado que demuestre que Peter Carrington es responsable de la desaparición de Susan.

—Lo que me han solicitado es que descubra qué le sucedió a Susan y, si es posible, conceder así paz a su madre —dijo Greco—. Admito que, dado que Peter Carrington fue la última persona que vio a Susan antes de su desaparición, ha vivido veintidós años bajo la sombra de la sospecha. En calidad de amigo y ayudante, creí que usted estaría dispuesto a disipar esa sombra haciendo todo lo que esté en sus manos.

—Eso no hace falta ni decirlo.

—Entonces, ayúdeme. ¿Qué recuerda sobre los acontecimientos de aquella tarde?

—Estoy seguro de que usted sabe exactamente cuáles fueron mis palabras en el testimonio que di cuando se abrió la investigación. Fui a la cena como invitado. Fue una reunión muy agradable. Susan llegó con sus padres.

—Llegó con ellos, pero Peter la llevó a su casa en coche.

—Sí.

—¿A qué hora se fue usted de la fiesta?

—Como seguramente ya sabe, esa noche me quedé en la mansión. Hace años que tengo una habitación allí. El noventa por ciento de las veces vuelvo a esta casa, pero aquella noche decidí quedarme, como lo hicieron otros invitados. Elaine, la madrastra de Peter, había organizado un brunch para las diez de la mañana, y me resultaba más cómodo quedarme allí que venir aquí y tener que volver al día siguiente.

—¿Cuándo se retiró a su habitación?

—Cuando Peter se fue a acompañar a Susan.

—¿Cómo describiría su relación con la familia Carrington?

—Exactamente del modo que usted ya conoce gracias a sus entrevistas. Nunca olvido el hecho de que trabajo para ellos, pero también soy un amigo leal, o al menos eso espero.

—Tan leal que haría cualquier cosa por ayudarles, en especial a Peter. Para usted es como un hijo o un hermano, ¿no es cierto?

—Nunca he tenido que hacer nada por Peter que no pudiera hacerse público, señor Greco. Ahora, si no tiene más preguntas, debo irme a Englewood.

—Sólo una más. También estuvo en la casa la noche que murió Grace Carrington, ¿no es verdad?

—La noche que Grace murió en un accidente, querrá decir. Sí. Peter había pasado varias semanas en Australia. Lo esperábamos a la hora de cenar, y su esposa, Grace, había pedido a Elaine, a su hijo Richard, a unos pocos amigos de la zona y a mí que asistiéramos a la cena. Como se acercaba el cumpleaños de Richard, Grace convirtió el encuentro en una fiesta en su honor.

—Cuando Peter llegó, ¿se enfadó mucho por lo que vio?

—Señor Greco, no tengo nada que añadir a lo que es evidente que usted ya sabe. Como es lógico, a Peter le molestó ver que Grace había bebido mucho.

—Se puso furioso.

—Yo diría que estaba más preocupado que furioso.

—¿Se quedó usted en la mansión aquella noche?

—No. Peter llegó sobre las once de la noche. De todos modos, estábamos todos a punto de irnos. Peter subió al piso de arriba. Elaine y Richard se quedaron con Grace.

—¿Estaban los criados en la casa?

—A Jane y a Gray Barr los contrataron tras la muerte de la madre de Peter. Elaine prescindió de sus servicios tras casarse con el padre de Peter. Sin embargo, tras la muerte de su esposo, Elaine se mudó a la casa pequeña que hay dentro de la finca, y Peter contrató de nuevo a los Barr. Llevan allí desde entonces.

—Pero si los habían despedido, ¿por qué estaban en la mansión la noche que Susan desapareció? El padre de Peter seguía vivo. De hecho, la fiesta era para celebrar su septuagésimo aniversario.

—Elaine Walker Carrington no duda en usar a las personas según su conveniencia. A pesar de que había despedido a los Barr porque quería contratar a un conocido chef, a un mayordomo y a un par de doncellas, les pidió que ayudasen a servir la cena aquella noche y que preparasen el brunch de la mañana siguiente. Los Barr eran diez veces más eficientes que el personal nuevo, y estoy seguro de que les pagó generosamente.

—Entonces, volvieron a contratarlos, e imagino que también sirvieron la cena la noche que Grace Carrington murió. ¿Recuerda si se habían acostado cuando Peter volvió?

—Tanto Peter como Grace eran muy considerados. Después de servir el café y recoger la cristalería, los Barr se retiraron a su residencia. Habían vuelto a ocupar la antigua casa del guarda, dentro de la finca.

—Señor Slater, la semana pasada hablé con Gary y Jane Barr. Repasamos sus recuerdos sobre aquella cena y el brunch del día siguiente. Comenté con Gary algo que había descubierto en los informes. Hace veintidós años él dijo a los investigadores que la mañana del brunch oyó cómo Peter Carrington le decía a usted que la noche anterior Susan se había dejado el bolso en su coche, y le pidió que se lo llevara porque quizá contenía algo que pudiera necesitar. Él se acuerda de haber hecho ese comentario, así como de haber oído esa conversación entre usted y Peter.

—Es posible que lo recuerde, pero si ha seguido usted leyendo los informes, sabrá que en aquel momento yo dije que los recuerdos de Gary eran ciertos sólo en parte —afirmó Slater sin alterarse—. Peter no me dijo que Susan se había dejado el bolso en el coche. Dijo que podría habérselo dejado. El bolso no estaba en el coche, así que Peter se equivocaba. En cualquier caso, no entiendo por qué le parece destacable.

—Es sólo un comentario. La señora Althorp está segura de que aquella noche oyó a Susan cerrar la puerta de su habitación. Es evidente que no pretendía quedarse mucho rato. Pero si Susan se dio cuenta de que su bolso estaba en el coche de Peter, y si había planeado reunirse con él, no tendría por qué haberse preocupado. De no ser así, si iba a reunirse con otra persona, ¿no hubiera sido normal que eligiera otro bolso y metiera en él una polvera, un pañuelo, las cosas que suelen llevar las mujeres?

—Me está haciendo perder el tiempo, señor Greco. ¿No me dirá en serio que la madre de Susan sabía exactamente cuántos pañuelos o, ya puestos, cuántos bolsos tenía su hija en su cuarto?

Nicholas Greco se puso en pie.

—Gracias por su tiempo, señor Slater. Me temo que hay un detalle que debería usted conocer. La revista Celeb ha entrevistado a la señora Althorp, la entrevista saldrá en el número de mañana. En ella, la señora Althorp acusa directamente a Peter Carrington del asesinato de su hija Susan.

Observó a Vincent Slater mientras su rostro adquiría un amarillo enfermizo.

—Eso es una infamia —dijo Slater, cortante—. Una calumnia y una infamia.

—Exacto. Y la reacción normal en un hombre inocente como Peter Carrington será pedir a sus abogados que demanden a Gladys Althorp. Después vendrá el proceso habitual de interrogatorios y declaraciones hasta obtener una retractación, un acuerdo o un juicio público. En su opinión, ¿Peter Carrington exigirá a Gladys Althorp que se retracte inmediatamente y, si no es así, la demandará para limpiar su buen nombre?

Los ojos de Slater lanzaron una mirada gélida, pero antes de eso Greco había detectado un súbito temor en su mirada.

—Usted ya se iba, señor Greco —dijo.

Ninguno de los dos dijo nada más mientras Nicholas Greco se encaminaba hacia la puerta de la casa. Éste bajó por el camino de entrada, subió a su coche y lo puso en marcha. «¿A quién estará telefoneando Slater? —se preguntó mientras recorría la calle—. ¿A Peter Carrington? ¿A los abogados? ¿A la nueva señora Carrington?».

Le vino a la mente una imagen de la apasionada defensa que Kay había hecho de Peter Carrington cuando la había conocido en casa de su abuela. «Kay, tendrías que haberle hecho caso a tu abuela», pensó.