6 - El Tiempo según Ratell

UN lacayo con la librea del Delta Vyr recibió a Konteau en la llegada de Pasajeros, romo su bolsa, le precedió por la terminal hasta la consigna, y dejó la bolsa en consigna.

—Espere un minuto —protestó el hombre-kron—. Voy a necesitar eso.

El lacayo le dirigió una mirada fría.

—Se lo enviaremos a donde vaya a alojarse. No lo puede llevar a la cancillería. Está prohibido.

Konteau se preguntó si volvería a ver la bolsa. Helen se la había regalado hacía diez años.

Al dirigirse a la salida principal, tuvieron que detenerse dos veces para dejar pasar a sendas patrullas.

—¿Qué está pasando? —preguntó el krono, al detenerse a contemplar a los Casacas Grises.

Su guía, si le oyó, prefirió no responder.

Un momento después ya habían salido, y el ayudante abrió la puerta del coche de alquiler y la cerró de un portazo tras Konteau. Se oyó un chasquido secundario. Estaba encerrado.

—¡Eh!

Miró por la ventanilla, y vio que el lacayo se perdía entre la multitud.

—Es por su propia seguridad, amigo —oyó la voz del chófer mientras el vehículo se incorporaba al tráfico—. Son órdenes del Vyr.

En la calle se advertían vehículos grises con el símbolo triangular de Delta, junto a patrullas de Casacas Grises.

De pronto se sentía muy inquieto. ¿Debería intentar escaparse? ¿Y qué haría luego? Sería un fugitivo, y quizá nunca se enterase de lo que había pasado con 585. No, necesitaba esa reunión con el Vyr. Si sobrevivía, siempre podría escaparse después. Quizá.

Sigue su juego. Descubre lo que puedas.

—¿Por qué hay tantos soldados? —preguntó con curiosidad.

—¿De dónde sale, amigo?

—He estado fuera —respondió el pasajero secamente—. ¿Qué sucede?

—¿Ya se ha enterado de que murió el viejo Jefe Supremo?

—Sí. Vi las imágenes del funeral.

—Entonces, sabrá que se reúnen aquí los Vyrs de todo el mundo para elegir al nuevo Jefe Supremo. Ya debe haber unos cincuenta aquí en Delta. Ayer mismo recogí al Vyr de Anglia y al Russ Vyr. El ejército no está más que para salvaguardar la paz, para mantener el orden.

—Ya veo. ¿Se supone que es elegido el Vyr que demuestre una mayor devoción a Kronos?

—Es la idea general.

—Y ¿quién va a ganar?

—¿Quiere que le dé el soplo?

—Adelante.

—Es el que usted va a visitar ahora mismo.

—¿Corleigh? ¿El Delta Vyr?

—Como lo oye.

—¿Ha hecho algo… grande?

—Eso dicen.

—¿Como qué?

—Parece que nadie lo sabe. Son sólo rumores.

—Cuénteme uno.

—No soy más que un chófer del gobierno, amigo. No me pagan por hablar.

Konteau sacó una moneda del bolsillo y la arrojó al asiento delantero. Apareció un guante gris, y la atrapó en el aire.

—Lo que se cuenta —dijo el chófer— es que el Vyr dio al dios un regalo que nadie puede igualar, ni siquiera acercarse.

Konteau frunció el ceño.

—¿Regalo? ¿Qué regalo?

Silencio.

Arrojó otra moneda.

—¿Qué dicen los rumores, exactamente?

—Lo único que sé es que dicen que resuelve el problema de la superpoblación.

Vaya, vaya. Eso era interesante. No tenía ni idea de que a Paul el Piadoso le interesase seriamente la demografía. Quizá al Vyr le interesase la colonia marciana. Debería haber traído una copia de su informe, para enseñársela al gobernante de Delta. ¡Parecía que la cosa no era tan grave!

—Cuénteme más cosas —dijo—. ¿Cómo piensa arreglar el Vyr la superpoblación?

—De eso, amigo, no tengo la menor idea.

Konteau volvió a meter la mano en el bolsillo.

—No, amigo. Ahórrese su dinero. Se lo digo por Kronos: no lo sé.

—Y ¿quién lo sabe?

—Supongo que el Vyr lo sabrá. Usted va a visitarle. ¡Pregúnteselo!

El hombre-kron no supo si el chófer hablaba con sarcasmo, o se limitaba a ofrecerle una idea. Interrumpió sus conjeturas al advertir que el vehículo había parado ante una caseta que había al borde de la carretera. Salió un sargento de los Casacas Grises, comprobó los papeles del conductor, y le hizo seguir adelante con un gesto.

—¿A qué se debe esto? —preguntó Konteau.

—Un control rutinario.

—¿A quién buscan?

—¿Quién sabe? El Cónclave vota mañana por la noche, para elegir al nuevo Jefe Supremo. No quieren líos.

Konteau asintió. Aquello parecía razonable. Pero, por otra parte… tuvo un instante de percepción. Quizá el regalo del Delta Vyr a Kronos no fuese bien acogido por todos. Quizá se estuviera deteniendo, ahora mismo, a los disidentes en potencia. ¿Era él uno de ellos? Lo dudaba. La Viuda no tenía nada que ver con la política. Pero el Consejo era otra cosa. El Consejo y los Vyrs eran enemigos declarados.

Sacudió la cabeza. Más conjeturas, más especulaciones. No le llevarían a ninguna parte. Tenía que prepararse para su reunión con el Vyr. El asunto principal, en aquel momento, era si el Delta 585 había sido afectado por un temblor de tiempo. ¿Qué sabía él acerca de los temblores de tiempo? No demasiado.

—¿Cuánto nos falta para llegar a Central? —preguntó al chófer.

—Veinte minutos. Treinta, si el tráfico empeora.

Tenía tiempo.

—¿Se puede acceder a la biblioteca de Delta por su pantalla?

—Desde luego. Pulse el 9.

Lo pulsó. Salió una voz de ordenador.

—Biblioteca.

—Ratell —dijo Konteau—. ¿Qué tienen de Ratell?

—¿De qué Ratell? ¿Del célebre?

—Sí. De Raymond Ratell.

—¿Su autorización, por favor?

¿Autorización? Por supuesto. Lo había olvidado. Las obras del gran Ratell eran de acceso restringido. Siendo estudiante del Cuerpo, Konteau había leído la explicación en uno de sus libros de texto. Se citaba al propio mago del tiempo para explicar la prohibición: «¿Qué nos queda a las personas como tú y yo, hombre kron? ¿Qué es lo que quieres ser o hacer? Si no lo encuentras aquí, ¡vuelve atrás en el tiempo! ¿Explorador?, ¡vuelve atrás! ¿Frío jugador del Mississippi?, ¡vuelve atrás! ¿Compositor? ¿Sheriff del Oeste?, ¡vuelve atrás!, ¡vuelve atrás!, ¡vuelve atrás!». Un aprendiz de krono, irreverente, le había puesto música:

¿Quieres ampliar tu mente?

¿Quieres ser un bandido?

(Coro:) ¡Vuelve atrás en el tiempo, jovencito, vuelve atrás!

No era de extrañar que no se permitiese a los profanos leer las obras del rey del tiempo (pensó Konteau). Por supuesto, el Consejo justificó la censura por miedo a que alguien llegase a retroceder en el tiempo y modificase el Pasado de tal forma que afectase al Presente. Más adelante, dijeron también que el exhorto de Ratell aquí citado era inmoral y podía corromper a la juventud. Y, para estar seguros, colocaron unas barreras temporales en el principio del año 1492, para proteger la historia local, de la cual ellos mismos formaban parte. Que él supiera, sólo una vez se habían traspasado esas barreras, por el temblor de tiempo del 2332.

—¿Su autorización? —repitió la voz metálica, impaciente.

—Sí. Por supuesto.

Introdujo su tarjeta de identificación en la ranura.

—Confirmado. ¿Busca algo en especial?

—En alguna parte, Ratell habla de los temblores de tiempo.

—Temblores de tiempo. Buscando. No hay nada con ese nombre.

¿Sinónimos?

—No estoy seguro. Fallas. Seísmos. Fracturas.

—Buscando. Fallas. Seísmos. Fracturas. No hay títulos.

—Liste todos los títulos de Ratell.

—Procesando.

Contempló el desfile de títulos por la pantalla.

—Alto. Quiero ése. —Leyó, línea a línea:

El Tiempo.

Los sabios dicen que nuestra sociedad usa un número extraordinario de expresiones en las que se utiliza la palabra «tiempo». Entre ellas: el tiempo es oro, adelantarse a su tiempo, perder el tiempo. Y disponemos de muchos nombres y sinónimos para designar al tiempo, del mismo modo que los esquimales tienen diversos nombres para cada tipo diferente de nieve, y los beduinos los tienen para los tipos de arena y su estado.

Vivimos totalmente inmersos en el Tiempo; pero no sabemos lo que es. (Como dijo San Agustín: «Sé lo que es, hasta que me lo preguntan»). Si fuéramos capaces de comprender el Tiempo (ya sea de forma teórica, o intuitiva, o de cualquier otra forma), entonces lo entenderemos Todo.

He tenido ciertas experiencias con el Tiempo, y he fabricado ciertos equipos que permiten llevar a mis congéneres, los seres humanos, y a sus cosas, hacia atrás en el tiempo. He visto salir el sol sobre los mares del Arqueozoico, y he facilitado el medio de asentar a nuestros excesos de población en grupos, sobre una Tierra muy joven. Todo esto se consigue por el Control del Tiempo.

Hablemos del Tiempo, por lo tanto.

¿A qué se parece, más que nada, el Tiempo? Quizá a la luz, sí la consideramos en su aspecto más general, de radiación electromagnética (¡tampoco es que comprendamos demasiado bien la radiación electromagnética!).

El Tiempo se puede reflejar, del mismo modo que la luz. Así es cómo permanecen en su sitio las murallas de las ciudades que están, por ejemplo, en el periodo Cámbrico. Cuando están bien estabilizadas, reflejan los tiempos del Cámbrico que están en el exterior, y así contienen ese mar del Tiempo.

El Tiempo se refracta, del mismo modo que la luz. Fluye más lentamente en los medios más densos. De esta manera, se puede enfocar. Y así, con instrumentos adecuados, podemos penetrar en épocas lejanas.

El Tiempo tiene fluorescencia: fue gracias a este efecto como conseguí mi primer traslado hacia atrás. Podemos absorber tiempo a una frecuencia e irradiarlo a otra. Así, tomamos el Hoy y lo desprendemos como Ayer. Es un efecto similar a cuando excitamos los vapores de mercurio para que emitan luz ultravioleta, que incide sobre los elementos fosforescentes que irradian, a su vez, luz visible. Y es como el efecto Compton, en el cual los rayos X inciden sobre la materia y salen rebotados de la misma con una longitud de onda mayor. (Así, radiamos los instrumentos con el Hoy, y nos muestran el Ayer). Y el viaje a través del tiempo es como el efecto Raman, en el que la luz baña un líquido, que a su vez irradia la frecuencia original y además un espectro superior e inferior.

El Tiempo se puede polarizar, del mismo modo que la luz. Nos falta muy poco para conseguir dar una aplicación práctica a este fenómeno.

(Konteau hizo una pausa en su lectura. ¿El nuevo Polar-X de Mimí? ¿Surgió de aquí? Pero tenía prisa; siguió leyendo).

De la misma manera que la luz, los tiempos de dos fuentes diferentes forman redes de interferencia cuando se encuentran. ¿Se demuestra así que el Tiempo se mueve en forma de ondas? No necesariamente. De hecho, en cierto modo (de nuevo como la luz) el Tiempo tiene una estructura de partículas. Consideremos la ecuación de la Relatividad de Einstein: E = mc2. Pero ¿qué es c? Distancia dividida por Tiempo. Por lo tanto, E = m(d2/t2), y t es proporcional a la raíz cuadrada de la masa. Así, el Tiempo tiene las dimensiones de masa (y de distancia, y de energía), y, por lo tanto, está compuesto de partículas. ¡Llamémoslas «ondículas»!

(Y de aquí surgió la idea de Zeke Ditmars de una pistola de partículas, pensó el hombre-kron. ¡Sigamos!).

Estas semejanzas en realidad nos aclaran poco, ya que siguen existiendo diferencias fundamentales entre el Tiempo y la luz. A diferencia de la luz, el tiempo tiene discontinuidades, casi como si se produjesen temblores de tierra que abriesen abismos a nuestros pies.

(Ajá, pensó Konteau. ¡Ahora viene! Siguió leyendo).

Estábamos explorando un lugar en el periodo Pérmico, y de repente, sin motivo aparente ni previo aviso, nos encontramos en el periodo Pensilvánico. Retrocedimos doce millones de años, y sufrimos una caída de diez metros. Uno del equipo se mató. Esto sucedía antes de que se utilizasen los trajes anticaídas. Tardamos seis semanas en arreglar el equipo y en salir de allí. ¿Explicación? Algunos intentaron explicarlo por analogía con la radiación electromagnética, y dijeron que el tiempo «saltaba», de la misma manera en que las ondas de radio saltan grandes distancias, y luego se reflejan hacia la tierra por las capas de Kennelly-Heaviside. Yo opino otra cosa. Lo que yo opino es que el tiempo tiene deformaciones e irregularidades que debemos reflejar en nuestros mapas, así como los marinos tienen en cuenta las desviaciones de la aguja magnética. Y estas variaciones varían a su vez al alejarnos en el tiempo.

¿A qué se deben las discontinuidades? Ofrezco tres posibilidades: (1) El universo está en expansión, y esta expansión se lleva a cabo estirando el tiempo, hasta que éste se rompe. (2) Cuando los continentes se separan, el tiempo local sufre una ruptura momentánea. (3) Cuando choca con la Tierra un cometa o asteroide grande, destroza el tiempo local.

Los equipos de exploración deben procurar detectar estas fallas de tiempo, tanto las ya existentes como las latentes. Las murallas de las ciudades deben recibir una protección extraordinaria en las zonas de peligro; de otro modo, se pueden perder pueblos enteros. Si un temblor de tiempo saca de su sitio un estabilizador, todo el pueblo desaparecerá, por lo que respecta al tiempo actual. Si esto sucede, lo único que se puede hacer es volver atrás en el tiempo e intentar localizar el estabilizador. Volver a colocarlo en su sitio, y mantenerlo allí hasta que el tiempo se vuelva a gelificar alrededor de las murallas.

(Mantenerlo en su sitio… ¿cuánto tiempo?, pensó Konteau).

El vehículo entró en un garaje subterráneo, y el chófer se volvió hacia Konteau.

—¿Está despierto, amigo?

El krono miró por la ventanilla. Dos Casacas Grises estaban junto a la puerta del cochecillo, que se abrió automáticamente.

—Desde aquí en adelante, está en sus manos —dijo el chófer.

—Que le vaya bien —murmuró Konteau. Salió. El vehículo se alejó con un zumbido.

—Por aquí se va a los ascensores, señor —dijo el primer Casaca Gris. Lo dijo educadamente, pero estaba claro que no admitía discusión.

Konteau se encogió de hombros. Desde el momento en que se había bajado del expreso, lo habían vigilado de cerca, aunque discretamente. Ya comprendía que todo seguiría así hasta su audiencia con el Vyr, y, probablemente, después de la misma. Sólo podía extraer una conclusión de todo esto: era verdad que Delta Cinco Ocho Cinco había desaparecido, y el Vyr le iba a echar la culpa a él.