En mi último libro escribí sobre el milagro médico de un trasplante de corazón, cuyo receptor podría haber adquirido ciertas características del donante.
Esta historia trata de un milagro distinto, uno que la ciencia médica no puede explicar. La primavera pasada asistí a la ceremonia de beatificación de una religiosa que fundó siete hospitales para ancianos y enfermos, de quien se dice que salvó la vida de un niño mediante el poder de la plegaria.
Durante aquella preciosa ceremonia, decidí que quería que ese tema formara parte de la novela que iba a escribir. El resultado ha sido un viaje revelador…, que espero que compartáis y disfrutéis.
Como siempre, estoy en deuda con los fieles mentores y amigos, que me allanan el camino mientras trabajo en el ordenador.
El hecho de que Michael Korda haya sido mi editor durante treinta y cinco años, ha sido un motivo constante de alegría. De la primera a la última página, sus consejos, ánimo y entusiasmo han sido una fuente inagotable de fortaleza.
Amanda Murray, editora jefe, nos ha acompañado en cada paso del camino con sus aportaciones y sus acertadas propuestas.
Gracias, como siempre, a Gypsy da Silva, directora adjunta de revisión y corrección de textos; a mi publicista, Lisi Cade; y a Irene Clark, Agnes Newton y Nadine Petry, que revisaron mi manuscrito. Qué gran equipo tengo.
Muchas gracias a Patricia Handal, coordinadora del Cardinal Cooke Guild, por su ayuda inestimable y generosa cuando hablamos del proceso de canonización.
Muchas gracias al detective Marco Conelli por contestar a mis preguntas sobre el procedimiento policial.
Gracias también al abogado de patentes Gregg A. Paradise, que me orientó sobre dicha legislación, elemento importante en esta historia.
Ya es hora de que le dé las gracias al maravilloso fotógrafo Bernard Vidal, que durante veinte años ha viajado desde París para hacerme la foto de la cubierta, y a Karem Alsina, cuya maestría en el arte de la peluquería y el maquillaje permite que, año tras año, yo aparezca con la mejor de mis sonrisas en la contraportada de mi último libro.
Ningún logro tendría el menor sentido si no lo compartiera con mi marido, John Conheeney, esposo extraordinario, y con nuestros hijos y nietos. Ya sabéis lo que siento por todos vosotros.
Y ahora mis lectores y amigos, espero que os pongáis cómodos y disfrutéis de este último trabajo. Feliz lectura, y que Dios os bendiga a todos y a cada uno de vosotros.