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Una semana después

Tengo una sensación muy distinta de cuando le di el alta a Sally la vez anterior, pensó Monica, recordando cómo Renée Carter había ordenado con impaciencia a Kristina Johnson que se diera prisa, y vistiera a la niña porque llegaba tarde a una comida.

Hoy, la entregaba a los cariñosos brazos de Susan Gannon, que había ido sola al hospital.

—Peter nos está esperando en mi piso —explicó—. Dijo que tenía miedo de perder los nervios y echarse a llorar, si la veía aquí por primera vez —dijo, mientras le hacía una carantoña a Sally en la mejilla, y añadió—: que es exactamente lo que imagino que hará cuando le lleve esta niña a casa. Está loco por conocerla. Kristina empezará a trabajar conmigo mañana por la mañana. Hoy Peter y yo queremos a Sally para nosotros solos.

—Sé por lo que Peter ha pasado —dijo Monica—, y espero que todo le vaya bien a partir de ahora.

—Va a tener que enfrentarse a temas de impuestos, pero sin ninguna acusación criminal —dijo Susan con franqueza—. Los capeará. Será un gran alivio para todos que Greg y los demás se declaren culpables. Agradeceré mucho no tener que pasar por todos esos juicios criminales.

—Lo mismo digo —añadió Monica con vehemencia—. Lo último que deseo es tener que declarar en un juicio. Sobre todo me pondría enferma tener que mirar al doctor Hadley.

Susan vaciló y luego dijo:

—Monica, ahora que tiene la prueba de que es nieta de Alexander Gannon, espero que le podrán devolver parte del dinero que le pertenece legalmente.

—Ya veremos qué pasa —murmuró Monica—. Si es así, la mayoría irá a parar al centro pediátrico que necesitamos aquí. Me hace muy feliz conocer mis orígenes, y me alegra mucho saber que Sally es mi prima segunda. No me extraña que haya sido siempre tan especial para mí. Lo trágico es que por culpa de ese dinero murieron tres personas.

—¿Piensa usted venir a verla? —Preguntó Susan—. Me refiero de forma regular, como alguien de la familia. Le aseguro que Peter le gustará. Él va a pasar mucho tiempo con nosotras, y no olvide que también es primo suyo.

Monica cogió a Sally de los brazos de Susan. Recorrieron el pasillo y luego, tras un último abrazo, le devolvió la niña a Susan.

—Adiós, Monny —dijo Sally cuando entraron al ascensor, y luego se cerró la puerta.

Monica notó una mano en el brazo. Era Ryan.

—No te pongas triste. Uno de estos días tendrás uno propio —dijo.

Monica levantó la mirada hacia él con una sonrisa radiante.

—Lo sé —dijo—. Lo sé.