El viernes por la tarde, Monica y Ryan fueron a Metuchen, para declarar en el proceso de beatificación de la hermana Catherine Mary Kurner. Monica se había tomado el día libre y confiaba disfrutar simplemente de una mañana tranquila antes de que Ryan la recogiera.
Pero cuando Tony García se enteró por Nan de que Monica no iría a la consulta, corrió a su apartamento. Ella, todavía en bata, abrió la puerta.
—No voy a entrar, doctora —dijo Tony—, pero no podía esperar ni un segundo para entregarle esta carpeta. De hecho, Rosie opinaba que debía habérsela traído a la una de la madrugada, aunque le parezca increíble.
—No hay nada que pueda ser tan urgente. —Monica sonrió, y cogió la carpeta.
—Esto es urgente, doctora, créame —dijo Tony, sin más—. Lo entenderá cuando lo lea. —Sonrió y se fue.
Confundida, Monica se sentó a la mesa, se sirvió una taza de café y abrió la carpeta. Vio que contenía cartas principalmente, y enseguida se dio cuenta de que las más antiguas se habían escrito en la década de 1930.
Desconcertada porque Tony hubiera considerado tan importante que leyera aquella documentación inmediatamente, empezó con la carta más antigua. Entonces vio el nombre del membrete: Alexander Gannon, y la fecha: 2 de marzo de 1934.
Mí querida Catherine:
¿Cómo podré encontrar las palabras para suplicarte que me perdones? No existen. Pensar que te irás por la mañana para ingresar en el convento, saber que toda esperanza de que cambies de opinión ha terminado, me produce una abrumadora necesidad de ti. Estoy muy avergonzado. Aquella noche no podía dormir sabiendo que iba a perderte. Finalmente me levanté y fui de la mansión a la casita. Sabía que la puerta siempre estaba abierta, y que Regina y Olivia estarían durmiendo en el piso de arriba. No tenía intención de entrar. Lo juro. Entonces quise estar cerca de ti una vez más, simplemente, de modo que entré en tu habitación. Tú, en tu dulce inocencia, estabas dormida. Oh, Catherine, perdóname. Perdóname. Nunca habrá nadie en mi vida más que tú. Si examino mi alma y mi conciencia, pienso que confié en que si te quedabas embarazada, te verías obligada a casarte conmigo. Oh, Catherine, te suplico que me perdones.
Y si eso llega a suceder, te imploro que seas mi esposa.
ALEX
La siguiente carta era de la madre superiora del convento de Catherine.
Querida Regina:
Te devuelvo la carta que Alexander Gannon te dio para enviársela a Catherine. Ella no desea leerla, pero yo le dije que contiene su sentida disculpa. Por favor indícale que nunca vuelva a ponerse en contacto con Catherine.
Había otra carta de la madre superiora, escrita ocho meses después.
Querida Regina:
Hoy a las cinco de la mañana, tu prima Catherine ha dado a luz a su hijo en Dublín. El bebé quedó inmediatamente registrado con el apellido de mi sobrino y su esposa, Matthew y Anne Farrell.
Ellos ya han abandonado Irlanda con el niño. Supuso una enorme valentía por parte de Catherine entregar a su hijo, pero ella ha sostenido siempre que debe seguir la llamada que supo que le correspondía en todo momento. No quiere que Alexander Gannon sepa nunca nada del niño, porque teme que desee educarlo como propio. Fue un parto largo y difícil y el doctor tuvo que recurrir a la cesárea.
Cuando recupere la salud, Catherine volverá al noviciado de Connecticut y recuperará su condición de postulante.
La hermana Catherine es mi abuela, pensó Monica, atónita. Alexander Gannon es mi abuelo. Durante las dos horas siguientes, leyó y releyó las cartas. La mayoría era de Catherine a la madre de Olivia. Algunas hablaban de su hijo.
… Regina, hay momentos en los que mis brazos ansían al niño que entregué. Y sin embargo, cuando me inclino sobre una cuna y cojo a un niño abandonado, a un niño enfermo de cuerpo o de mente, satisfago esa ansia. La madre superiora dejó a mi hijo con una buena familia. Lo sé. No debo saber nada más. El pertenece a las personas que hoy son sus padres y yo estoy viviendo la vida que Dios planeó para mí.
… les digo a mis jóvenes hermanas que deben darse cuenta de que cuando entran en el convento, no renuncian a las emociones humanas, como creo que piensa muchísima gente. Les digo que habrá momentos en que verán la felicidad de una madre con su hijo, y quizá deseen con todo su corazón poder conocer esa felicidad. Les digo que habrá momentos de soledad en los que quizá vean a un marido con su mujer, claramente dichosos en su matrimonio, y piensen que ellas podían haber escogido esa vida. Y entonces les recuerdo que no hay felicidad más intensa que la de entregar todas las emociones humanas al Dios que nos las concedió…
Todas las cartas de Catherine eran parecidas. Con los ojos bañados en lágrimas, Monica se dio cuenta de la lucha de la religiosa, su abuela, para abrir un nuevo hospital más, por suplicar fondos para un equipamiento médico que se necesitaba con urgencia.
Querida Regina:
La polio se extiende. Te rompe el corazón ver a los pequeños en los pulmones de acero, incapaces de respirar por sí mismos, con las piernas destrozadas.
Fue la llamada de Ryan lo que sobresaltó a Monica, y le hizo darse cuenta de la hora que era.
—Me retrasaré unos diez minutos, cariño, hay mucho tráfico —le dijo.
Eran las once y cuarto. Tenían que estar en Metuchen a la una en punto para testificar en la vista de la beatificación. Monica se duchó y se vistió a toda prisa, pero dedicó un momento a escanear la carta de Alexander Gannon a Catherine, y la carta de la madre superiora a Regina Morrow, para poder guardarse una copia.
Cuando Ryan volvió a llamar para decir que la esperaba en el coche, ella dijo:
—Ryan, déjame conducir. Tengo una cosa que quiero que leas.
Cuando llegaron, justo a la hora en punto, monseñor Kelly, monseñor Fell y Laura Shearing estaban esperándolos. Monica les presentó a Ryan y luego dijo:
—Tengo algo muy importante que enseñarles, pero si no les importa preferiría hacerlo después de que testifiquemos.
—Por supuesto —dijo monseñor Kelly.
Con voz firme y segura, bajo juramento y con reposada convicción, Ryan declaró que como neurocirujano, no podía encontrar una explicación médica para la desaparición del tumor canceroso del cerebro de Michael O'Keefe.
—Tampoco habrá nadie que encuentre una explicación —dijo—. Solo deseo que se concedieran más milagros a los padres desesperados que están perdiendo a sus hijos por culpa del cáncer.
Cuando Monica declaró, dijo:
—No puedo entender por qué me resistí tanto a la idea de que el poder de la plegaria fuera la causa de que Michael recuperara la salud. Yo fui testigo de un acto de fe absoluta de su madre, cuando le dije que su hijo estaba desahuciado. Fue arrogante por mi parte desdeñar de ese modo su fe, sobre todo cuando la prueba de ella es su saludable hijito de ocho años.
Hasta que no hubo terminado de contestar a sus preguntas y monseñor Kelly les agradeció que hubieran ido, Monica no puso la carpeta que llevaba el nombre de CATHERINE sobre la mesa.
—Creo que prefiero que lean esto después de que me vaya —dijo—. Entonces, si lo desean, podremos volver a hablar.
Pero si deciden proponer la beatificación de la hermana Catherine, me gustaría que me invitaran a la ceremonia.
—Por supuesto. —Monseñor Kelly se puso de pie—. Doctor Jenner, quizá le gustaría ver una fotografía de la hermana Catherine.
—Sí, me gustaría mucho.
—Doctora Farrell, creo que usted no vio esa foto cuando estuvo aquí. Se la hicieron cuando era bastante joven, tenía poco más de treinta años, me parece. —Monseñor Kelly fue a su escritorio y sacó la fotografía de una monja con el hábito tradicional, que sonreía con dos niños en brazos.
Ryan miró la foto y luego a Monica.
—La hermana Catherine era una mujer muy guapa —dijo al devolverla.
Monica y él no hablaron hasta que llegaron al coche.
—Cuando lean el dossier, sacarán la fotografía y volverán a mirarla —dijo él—. Tenéis un parecido inconfundible, sobre todo la sonrisa. —Y antes de encender el motor, añadió—:
Alexander Gannon quería tanto a Catherine que nunca miró a otra mujer. Yo entiendo sus sentimientos. Hasta ese punto te quiero yo.