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El último de sus pequeños pacientes se marchó a las seis y media. Monica entró en su despacho, donde los detectives Forrest y Whelan, acompañados de John Hartman la habían estado esperando pacientemente.

—¿Por qué no vamos a la recepción? —preguntó ella—. Tendrán que tener cuidado de no tropezar con los juguetes, pero tendremos más espacio.

Cuando había vuelto de la reunión en la Fundación Gannon, le había pedido a Nan que telefoneara a John Hartman, y le preguntara si podía pasarse por la consulta hacia las seis.

Luego, hacia media tarde, Nan le informó de que los detectives Forrest y Whalen deseaban volver a reunirse con ella.

—Les dije que tendrían que esperar hasta las seis en punto —le había comunicado Nan—. No les importó.

—El doctor Jenner vendrá también —le había dicho Monica a Nan.

La sonrisa de felicidad de Nan convenció a Monica de que también la enfermera estaba al corriente de los rumores sobre Ryan y ella.

Nan había ordenado la zona de recepción, y sin que se lo pidieran, Forrest colocó uno de los sofás de modo que estuvieran unos frente a otros.

—Doctora Farrell… —empezó a decir.

Sonó el teléfono. Nan corrió a contestar.

—Es el doctor Jenner —dijo.

Monica se levantó y se apresuró a coger el aparato de la mano de Nan.

—Monica —dijo Ryan—, ha habido un accidente grave en la carretera de West Side. Hay algunos heridos en la cabeza. Estoy esperando a ver si me necesitan en quirófano.

—Claro.

—Te volveré a llamar cuando sepa cuánto tiempo me quedaré aquí. —Vaciló—. A menos que se me haga muy tarde.

—Vuelve a llamarme. A la hora que sea —dijo Monica, y luego añadió—: me muero de curiosidad por lo de la lasaña.

—A lo mejor no vuelvo a comerla nunca. Ya te diré algo.

Monica dejó el auricular en su sitio y volvió a la recepción.

John Hartman le acercó una silla. En cuanto se acomodó les dijo a los detectives:

—Me alegro de que estén aquí. Hay algo que iba a darle a John, y creo que es buena idea que también hable con todos ustedes sobre ello.

—Antes de entrar en eso, doctora Farrell —dijo Cari Forrest—, lamento mucho decirle que esta mañana han encontrado el cadáver de Scott Alterman en el East River. Sea un suicidio o no, estamos empezando a pensar que su muerte puede tener algo que ver con su convencimiento de que usted está relacionada con la familia Gannon.

—¿Scott está muerto? —Repitió Monica—. ¡Dios santo! Pero si ayer a esta misma hora ustedes estaban sospechando que podía estar detrás del intento de asesinarme.

Forrest asintió.

—Doctora Farrell, usted misma nos contó que él había estado obsesionado con usted. Nos dijo que la llamó en cuanto llegó usted a casa, después de que la empujaran bajo las ruedas del autobús. Lo que no nos dijo es que él creía que usted podía ser la nieta del doctor Alexander Gannon; lo cual, naturalmente, la convertiría en heredera de buena parte de la fortuna Gannon.

Durante un par de minutos, Monica se quedó sin habla. En un torbellino de recuerdos, volvió a verse en el papel de mejor amiga y dama de honor de Joy en su boda con Scott. Pensó en lo unida que había estado a ambos hasta el momento en que, después de la muerte de su padre, Scott empezó a bombardearla con llamadas telefónicas y correos electrónicos apasionados.

—Scott era el abogado de mi padre —dijo Monica, intentando escoger sus palabras con cuidado—, y cuando él entró en la fase terminal de su enfermedad y finalmente hubo que ingresarlo en una residencia, Scott se ocupó de todos sus asuntos. Mi padre era adoptado, y siempre intentó conocer su pasado, y encontrar a su familia biológica. Era investigador, y en los últimos años fue asesor en uno de los laboratorios que Alexander Gannon fundó en Boston. Durante el poco tiempo que trabajó allí, yo estaba en la facultad de medicina de Georgetown.

Se detuvo al recordar cómo intentaba volver a Boston siempre que podía escaparse un día o dos, y cómo la consoló el hecho de que Joy y Scott hubieran visitado a su padre tan a menudo.

—Desde que tengo memoria, recuerdo a mi padre recortando fotografías de personas a quienes creía parecerse, y preguntándose si serían parientes suyos —dijo, con tristeza—. Conocer sus raíces se convirtió para él en una necesidad acuciante. Yo solía hacerle bromas sobre eso. Poco antes de morir, se obsesionó con la idea de que se parecía de forma extraordinaria a las fotografías que había visto de Alexander Gannon. Scott lo tomó en serio; yo no, nunca. Hasta hoy.

Intentando que no se le quebrara la voz, Monica preguntó:

—Nan, ¿podrías, por favor, imprimir la fotografía que hice esta mañana con el teléfono móvil? —Se puso de pie—. Llevo una foto de mi padre en la cartera, pero tengo otra más grande sobre mi mesa. Dejen que vaya a buscarla y les enseñaré qué vi exactamente esta mañana.

Entró en su despacho y se quedó un minuto allí, de pie, abrazándose a sí misma con fuerza para dejar de temblar.

Scott, pensó. Pobre Scott. Si alguien lo mató fue porque estaba intentando ayudarme, porque creyó que yo heredaría una fortuna.

Cogió la fotografía enmarcada de su padre, y volvió con ella a la recepción. Nan ya había impreso la que había hecho del retrato de Alexander Gannon. Monica las puso sobre la mesa, una al lado de otra, y cuando los detectives se inclinaron sobre ellas para analizarlas, dijo:

—Como pueden ver, las fotos son prácticamente intercambiables. —Sin apartar los ojos de las imágenes, añadió—: Yo creo que Scott Alterman perdió la vida intentando probar que había un parentesco sanguíneo entre Alexander Gannon y mi padre. Y creo también que esto no acaba aquí. Creo que Olivia Morrow, la mujer que estaba a punto de revelarme los nombres de mis abuelos, pudo haber muerto el pasado martes porque le dijo a otra persona que yo iba a ir a visitarla el miércoles por la tarde.

—¿Quién es esa persona? —preguntó Forrest sin ambages.

Monica levantó la cabeza y dirigió la mirada al otro lado de la mesa donde estaba él.

—Creo que Olivia Morrow le contó a su cardiólogo, el doctor Clayton Hadley, que iba a entregarme las pruebas de que soy descendiente de Gannon. El doctor Hadley no solo es miembro de la junta de la Fundación Gannon, también visitó a la señora Morrow el martes, a última hora. La tarde siguiente cuando yo llegué a su apartamento, ya estaba muerta.

Monica se volvió hacia John Hartman.

—Le pedí a usted que viniera por un motivo concreto, que enlaza con todo esto.

Una vez más, Monica fue a su despacho. Cuando volvió, llevaba la bolsa de plástico que contenía la almohada con la mancha de sangre, que Sophie se había llevado del apartamento de Olivia Morrow. Les explicó por qué Sophie la había cogido, y describió la respuesta que el doctor Hadley le había dado a esta sobre la funda desaparecida.

Forrest le cogió la bolsa.

—Sería usted una buena detective, doctora Farrell. Puede estar segura de que llevaremos esto al laboratorio ahora mismo.

Unos minutos después se fueron todos juntos. Monica rechazó una invitación a cenar de Nan y John, y cogió un taxi hasta su casa. Totalmente exhausta por los acontecimientos del día, cerró la puerta con doble llave, fue a la cocina, y contempló la manta que seguía cubriendo el panel de vidrio de la puerta.

Cuando la coloqué anoche, fue porque me preocupaba que Scott pudiera hacerme daño, recordó. Y ahora él ha muerto por mi causa.

Como una especie de tributo inconsciente a él, la retiró, la volvió a llevar al salón, se acurrucó en el sofá y se tapó con ella. Ryan puede llamar en cualquier momento, pensó. Dejaré los dos teléfonos cerca y cerraré los ojos. No creo que me quede dormida, pero si lo hago tengo que oír su llamada. Lo necesito.

Echó un vistazo al reloj. Las ocho menos cuarto. Aún tenemos mucho tiempo para cenar juntos, si él puede escaparse, pensó.

A las nueve en punto se despertó de pronto. Alguien apretaba repetidamente el timbre de su apartamento desde la puerta principal. Era aterrador oír aquellos timbrazos, cortantes y urgentes. ¿Es que se quemaba el edificio? Monica se puso de pie de un salto y corrió al interfono.

—¿Quién es? ¿Qué pasa? —preguntó.

—Doctora Farrell, soy el detective Parks. El detective Forrest me ha enviado para protegerla. Tiene que abandonar su apartamento inmediatamente. Han visto a Sammy Barber, el hombre que intentó empujarla bajo el autobús, en el corredor que hay detrás de su casa. Sabemos que va armado y que tiene la intención de matarla. Salga de aquí ahora mismo.

Sammy Barber. En un momento de puro pánico, Monica pensó en el autobús que se le tiró encima. Corrió hacia la mesa y cogió el móvil. Sin molestarse en buscar los zapatos que había apartado cuando se tumbó en el sofá, salió del apartamento, recorrió el pasillo, y cruzó la puerta de la calle como una exhalación.

Un hombre vestido de civil la esperaba allí.

—Deprisa, deprisa —dijo con urgencia. La rodeó con un brazo y la hizo bajar la escalera hasta un coche que estaba esperando. Había un conductor al volante, con el motor en marcha, y la puerta de atrás abierta.

Con una repentina sensación de alarma, Monica luchó para zafarse de la garra que la atrapaba y gritó socorro. Él le tapó la boca con la mano e intentó empujarla al interior del vehículo con violencia. Ella trató de huir, arrastrando las piernas y golpeándole frenéticamente en el pecho con la cabeza.

Voy a morir, pensó. Voy a morir.

Fue en aquel momento cuando oyó resonar una orden a través de un megáfono, proveniente de algún lugar cercano.

—Suéltela, ahora mismo. Levante las manos. Lo tenemos rodeado.

Monica notó que la soltaban, pero fue incapaz de mantener el equilibrio, y cayó hacia atrás sobre la acera. Mientras un enjambre de agentes secretos detenía a su atacante frustrado y al conductor, sonó el teléfono que seguía sujetando en la mano. Demasiado aturdida para reaccionar, contestó por un reflejo automático.

—Monica, ¿estás bien? Soy Ryan. El accidente no fue tan grave. Estoy saliendo del hospital. ¿Dónde nos vemos?

—En casa —dijo Monica, con la voz quebrada, mientras unos brazos poderosos la ponían en pie—. Ven ahora mismo, Ryan. Te necesito. Ven ahora mismo.