Susan no había estado nunca en el apartamento de Peter, y al entrar al salón miró a su alrededor atentamente. Luego dijo, con una fugaz sonrisa:
—Me gusta lo que has hecho aquí. Siempre has tenido buen gusto.
—La verdad es que el gusto que pueda tener en temas de mobiliario o de cualquier otra cosa, se lo debo a las mujeres de mi vida, mi madre y tú. —Inspiró profundamente, y le dijo lo que había estado dominando sus pensamientos desde el momento en que vio la fotografía de Sally—: Susan, sé lo que piensas de mí como padre, pero te suplico que ahora me ayudes como mi abogado. Quiero a mi hija. Es verdad que no la he visto nunca, pero cuando su madre y yo rompimos, le di dos millones de dólares a ella para que pudiera costearse los mejores cuidados médicos durante el embarazo, y luego no volviera a ponerse en contacto conmigo jamás. Me dijo que iba a dar a Sally en adopción a unas personas responsables, y en aquel momento me pareció buena idea.
¿Por qué he tenido la frescura de pensar que Susan me ayudaría en este tema?, se preguntó Peter mientras intentaba justificar que hubiera abandonado a su hija. Sin embargo, insistió:
—Yo hubiera seguido manteniendo a mi hija. Tú sabes que mi pelea con Renée no fue por eso. Fue porque ella sabía algo que podía perjudicar a Greg.
Susan miró a su ex marido con aire tranquilo.
—¿Qué intentas decir, Peter?
—Quiero a Sally. Yo no maté a su madre. No puedo soportar la idea de que la envíen a un hogar de acogida. Estoy acusado de un crimen, pero no me han condenado. ¿Qué derecho tiene nadie a decir que no puedo visitarla?
—Peter, ¿hablas en serio? ¿Estás diciéndome no solo que quieres ver a Sally, sino que quieres su custodia?
—Sí, eso digo.
—Peter, van a juzgarte por asesinato. Ningún juez te concedería la custodia ahora. Y dudo mucho que te permitan siquiera visitar a la niña bajo supervisión, ya que ni siquiera la conoces.
—No quiero que mi hija vaya a una casa de acogida. Susan, ha de haber una forma de evitarlo. Mira su fotografía. Dios, parece tan desamparada… —Peter se dio cuenta de que tenía lágrimas en los ojos—. Encontraré una buena niñera y le suplicaré al juez que me permita tenerla. Puede que el juicio no se celebre hasta dentro de un año o más. Ya sabes lo lento que es el sistema judicial. Susan, yo nunca, jamás me he metido en un lío, ni siquiera cometí gamberradas cuando era un chaval…
—Espera, espera, Peter —dijo Susan en voz baja—. Hay otra solución, algo que estoy bastante segura que el juez aceptará. Yo quiero solicitar la custodia de Sally.
Peter se quedó mirando a Susan.
—¿Tú quieres a Sally?
—Sí, la quiero. Es una niña muy dulce y es muy triste ver el ansia de afecto que tiene. Y Peter, es tan lista… Supongo que sus canguros deben de haberle leído, porque reconoció algunas palabras de los libros que le llevé.
—¿Cuántas veces has ido a verla, Susan?
—Dos. Las enfermeras me dejan sacarla de la cuna y tenerla en brazos. La fotografía del periódico no le hace justicia. Es una niña preciosa. Es tu viva imagen.
—¿Tú querrías a mi hija?
—Peter, pareces olvidar que durante los veinte años que estuvimos casados, yo deseaba tener un hijo más que nada en el mundo. Y sigo igual. Kristina Johnson, la joven niñera que probablemente le salvó la vida a Sally, llevándola a toda prisa al hospital, fue a verla mientras yo estaba allí. Es obvio que Sally le tiene cariño. Le dedicó una enorme sonrisa. Kristina estaría encantada de volver a cuidar de Sally mientras yo estoy trabajando. Y el espacio no es problema. Como sabes muy bien, en el apartamento hay tres dormitorios.
Compramos ese apartamento cuando solo llevábamos un par de años casados, pensó Peter. Susan estaba embarazada, y creímos que necesitábamos un sitio más grande. Luego ella tuvo tres abortos. Aquello le rompió el corazón, pero dijo que seguíamos teniéndonos el uno al otro. Así que nos quedamos en ese apartamento.
Y después yo la dejé.
—¿Crees que podrás conseguir la custodia inmediatamente, que no tendrá que ir a una casa de acogida? —preguntó él con voz temblorosa.
—Solicitaré una vista urgente, antes de que a Sally le den el alta del hospital. ¿Por qué iba a rechazarme un juez? Tener cuarenta y seis años no es ser demasiado vieja. Y mi reputación es intachable. Dispongo de espacio, y como tú ex mujer, se me puede considerar como a un pariente. Y yo la quiero. En cuanto la vi, supe que me compensaría todo el dolor que sentí con los abortos.
De pronto los ojos de Susan se humedecieron, y miró a Peter.
—Tú eres el padre, por supuesto. Probablemente el juez permitirá que te impliques de algún modo en todo esto. ¿Dejarás que me quede con Sally?
—¿Estás hablando de adoptarla o de conseguir la custodia mientras se resuelve mi caso?
—Ambas cosas. Si me la conceden, ya no podrán quitármela.
—Puedes quedarte con Sally, Susan, pero solo si yo puedo visitarla y tener realmente un papel en la vida de mi hija. Yo tampoco puedo perderla.
Estaban entrelazando las manos. Sin soltar los dedos de Susan, Peter dijo:
—He empezado a recordar a fogonazos lo que pasó aquella noche. No pensaba contárselo a nadie, porque no quiero comprometer a Greg, pero no estoy seguro de tener la fuerza suficiente para pasarme el resto de la vida en la cárcel, ni siquiera por mi hermano.
—Peter, ¿de qué estás hablando?
—El coche de Greg estaba aparcado en la acera de enfrente de ese bar. Renée lo conoció cuando salíamos juntos. Si él se ofreció a llevarla, ella habría aceptado.
—Greg sabía que ella te estaba haciendo chantaje, ¿verdad?
—Claro. Estaba en la reunión de la fundación cuando yo pedí un préstamo de un millón de dólares, pero él creyó que era porque ella pensaba contarle a la prensa rosa que yo era el padre de Sally. Eso no le preocupó en absoluto. Tuvo una actitud del tipo: «¿Y qué?». En aquel momento yo no le conté que había mucho más que eso.
—Entonces, ¿por qué habría estado esperando delante del bar? —preguntó Susan.
—Yo necesitaba conseguir ese dinero desesperadamente. Cuando él se negó, llamé a Pamela y le dije que Renée iba a denunciar a Greg por usar información privilegiada. Yo sabía que Pamela podía darme el dinero. Greg ha puesto muchas cosas a su nombre. Quizá ella debió de contárselo, y eso lo puso muy nervioso. —Hizo una pausa—. Susan, creo que mi hermano mató a Renée.
Peter meneó la cabeza.
—No puedo entregarlo —dijo, angustiado—. ¿Cómo puedo hacer eso?
—¿Cómo puedes no hacerlo? —Replicó Susan—. Pero eso debes decidirlo tú y cargar con las consecuencias, Peter. Yo he de volver al despacho. Nos veremos luego.