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Los detectives Cari Forrest y John Whelan acordaron que había tres posibilidades. La primera era que si Scott Alterman había contratado a Sammy Barber para asesinar o atacar a la doctora Monica Farrell, Barber le había dado el chivatazo y él había desaparecido. La segunda posibilidad era que Sammy Barber hubiera recurrido a uno de sus colegas criminales para deshacerse de Alterman, y así se aseguraba que no pudiera jugársela a Sammy si lo detenían algún día. Una tercera posibilidad era que después de contratar a Sammy, Alterman se hubiera suicidado por miedo a la deshonra y a la cárcel.

El martes por la mañana, Forrest y Whelan fueron al apartamento de Scott Alterman y se enteraron, con gran desilusión, que no había estado allí desde el sábado por la noche, cuando vestido con traje y corbata había salido del edificio de su apartamento.

—Estaba de muy buen humor —les dijo el portero a los detectives—. Como si no tuviera ningún problema, si entienden lo que quiero decir. Yo le pregunté si quería que le llamara un taxi, pero me dijo que no iba lejos y que podía ir paseando.

La siguiente parada que hicieron fue en su despacho del prestigioso bufete de abogados Williams, Armstrong, Fiske y Conrad.

—El señor Alterman empezó a trabajar con nosotros hace una semana —les dijo su secretaria—. El sábado por la tarde me dejó un mensaje en el teléfono de la oficina, pidiéndome que el lunes le recordara que quería que me dedicara a averiguar todo lo posible sobre los orígenes de una tal Olivia Morrow, que murió la semana pasada.

Forrest tomó nota del nombre.

—¿Tiene usted idea de por qué quería que hiciese eso?

—La verdad es que no —contestó la secretaria—. Pero creo que puede tener algo que ver con la doctora Monica Farrell.

Probablemente están ustedes enterados. Es la joven que estuvo a punto de morir atropellada por un autobús.

—La doctora Monica Farrell. —Cari Forrest intentó mantener una expresión impasible y un tono de voz neutro—. Sí, he oído hablar de ella. ¿Qué le hace pensar que el señor Alterman estaba relacionado de algún modo con Olivia Morrow, esa mujer que murió?

—La semana pasada estábamos hablando en la oficina de esas personas perturbadas que no se toman la medicación, y luego intentan matar a personas inocentes como esa joven doctora. El señor Alterman comentó que conocía a la doctora Farrell, y naturalmente nosotros le preguntamos más cosas sobre ella.

—¿Qué les dijo el señor Alterman? —se interesó Forrest.

—Dijo que ella no sabía que era la heredera de una fortuna, pero que él iba a demostrarlo.

—¿Dijo qué? —Preguntó Forrest, mientras Jim Whelan miraba fijamente a la secretaria—. ¿Cómo reaccionaron ustedes ante esa afirmación?

—La verdad es que de ningún modo. Creímos que era una broma. No olviden que no conocemos demasiado al señor Alterman. Solo lleva una semana en el bufete.

—Claro. Por favor, llámenos inmediatamente si tiene noticias suyas. —Forrest y Whelan bajaron juntos en ascensor.

Estaban saliendo del edificio, cuando Forrest notó en el bolsillo del pecho una ligera vibración de su móvil, que indicaba que alguien lo llamaba. Era el cuartel general.

Contestó, se quedó escuchando y luego dijo:

—De acuerdo, nos vemos en la morgue. —Y entonces, bajo el sol acogedor y la vigorizante brisa de aquella mañana de octubre, le dijo a Whelan—: Acaban de pescar un cadáver en el East River. Si la documentación que lleva en la cartera pertenece al muerto, ya podemos dejar de buscar a Scott Alterman.