Peter Gannon, exhausto mental y físicamente, durmió profundamente el lunes por la noche. El martes por la mañana, sintiéndose despierto y con la cabeza clara por primera vez en varios días, se duchó, se afeitó, luego se puso unos pantalones cómodos y buscó en el armario una camisa deportiva de manga larga que confiaba que ocultaría el brazalete electrónico.
Tenía bastante hambre y se preparó unos huevos revueltos con beicon, tostadas y café. Cuando estaba a punto de sentarte, abrió la puerta para recoger los periódicos, que normalmente llegaban a las siete de la mañana. Pero no estaban, y llamó al conserje para que se los subiera.
—Señor Gannon, no sabíamos que estaba en casa —se disculpó el empleado.
Que había salido de la cárcel, quiere decir, pensó Peter.
—Se los subiremos enseguida, señor.
Me pregunto qué dirán hoy sobre mí, se dijo Peter. Pero cuando llegó la prensa y abrió el Post, toda la primera página estaba ocupada por una fotografía de una niña melancólica de pie dentro de una cuna. El titular era:
LA ENCANTADORA HIJA DE PETER GANNON ABANDONADA.
Peter se dejó caer en una butaca y se quedó mirando la foto durante un buen rato. Los ojos inmensos y solemnes de su hija parecían mirarlo con aire acusador. Se obligó a leer la noticia, que describía con detalles morbosos el descubrimiento del cadáver de Renée Carter, su detención, el hecho de que Renée no tuviera parientes conocidos, y las docenas de llamadas que se habían recibido de gente que suplicaba poder adoptar a Sally.
—No se quedarán con ella —dijo Peter en voz alta, dando un golpetazo con el periódico—. Nadie se quedará con ella.
—Solo había una persona a quien podía acudir en busca de ayuda y la localizó en su despacho. Susan, ¿has visto la fotografía de la niña en la primera página del Post?
—He hecho más que eso —contestó tranquilamente—. He visto a la niña, Peter. Ahora tengo una reunión, pero puedo pasar por tu apartamento dentro de dos horas. He de hablar contigo.
Mientras esperaba, Peter terminó la tarea en la que había estado inmerso cuando lo arrestaron el sábado por la mañana.
Reemplazó el contenido de los cajones que estaba desperdigado por el salón, acabó de colocar los cuadros en la pared, enderezó los armarios y volvió a poner los muebles en su sitio.
Cuando Susan y él se divorciaron, él había vivido durante dos años con Renée en una suite del Pierre. Otra extravagancia absurda. Después de romper con ella, había comprado ese piso y contrató a una decoradora para que lo amueblara.
Pero no hice locuras, pensó. Le di un presupuesto fijo. Por fin empezaba a ser práctico en algunas cosas.
Ser práctico. Y luego produje dos musicales absolutamente desastrosos, con el dinero de otras personas.
Era casi mediodía cuando se quedó satisfecho, porque el apartamento ya volvía a estar en orden. Estaba demasiado nervioso para sentarse, y se quedó junto a la ventana mirando el abarrotado cruce que había debajo. ¿Qué hago ahora? ¿Señalar a Greg con el dedo? ¿Le cuento a la policía que él tenía un motivo para asesinar a Renée Carter? Si digo que Greg pudo haber descubierto que le conté a Renée que estaba utilizando información privilegiada, no solo involucro a los investigadores federales en este caso, también lo convierto en sospechoso de asesinato.
Greg es incapaz de haber matado a Renée, igual que yo.
No puedo intentar salvarme acusándolo a él. Es mi hermano mayor. El tipo que quería que yo triunfara en el teatro. El tipo que decía de acuerdo, siempre que yo pretendía conseguir subvenciones para mis proyectos teatrales. Tiene que haber otra forma de demostrar mi inocencia sin destruir a Greg.
Aquella noche volví andando al despacho, pensó Peter, quería tomar el aire. Sabía que estaba borracho. Había un coche enfrente del bar. Ahora lo recuerdo claramente. Y sé de quién era: era el coche de Greg.
¿Y qué hago respecto a eso?
Sonó el timbre.
—La señora Gannon está aquí —anunció el portero.
—Hágala subir ahora mismo —dijo Peter, y corrió a abrir la puerta.