El martes por la mañana, los detectives Barry Tucker y Dennis Flynn estaban sentados en el despacho privado del jefe del departamento Jack Stanton, bebiendo café y repasando el caso con él. Habían pasado cinco días desde que se había descubierto el cadáver de Renée Carter.
—Aquí hay algo que no encaja —le dijo Tucker al jefe—. Gannon tenía el motivo y la oportunidad y sufrió una pérdida de conocimiento muy conveniente. Por no hablar de esos cien mil dólares escondidos en un cajón de su escritorio.
—¿Qué es lo que no encaja? —preguntó Stanton.
—Hablamos con tres clientes que estaban en el bar donde se citaron Carter y Gannon. Dos de ellos recuerdan que los oyeron discutir, pero no sabían de qué iba la cosa. Ambos vieron a Carter salir del bar y a Gannon pisándole los talones.
—El tercer tipo con quien hablamos es el más importante —dijo Dennis Flynn——Él afirma que se marchó del bar apenas un minuto después, y que vio a un hombre, que está casi seguro de que era Gannon, bajando por York Avenue, solo.
—Lo cual coincide con lo que declaró Gannon —dijo Tucker—. Ese tipo jura que él no vio a Carter, que ella ya se había ido.
—¿Hasta qué punto es fiable ese testigo? —preguntó Stanton.
—Es ingeniero. Un cliente de una sola copa. Sin relación con ningún implicado. Sin ningún interés personal. Aunque no está seguro al cien por cien de que fuera Gannon a quien vio, si testifica puede despertar una duda razonable en el jurado.
—Barry Tucker se quedó mirando su taza de café, deseando no haber puesto tanto azúcar. Si ese tipo tiene razón, Carter debió de entrar en un coche —dijo—. Pero ¿qué coche? ¿El coche de quién? El BMW de Peter Gannon llevaba una semana sin salir del garaje, lo comprobamos en el registro de entradas. Y además hemos peinado el coche al milímetro.
No hay pruebas de que Carter hubiera entrado nunca allí.
—Iba cargada con esa pesada bolsa de regalo —le señaló Flynn a su jefe—. Es posible que cuando Gannon se alejó de allí, subiera a un taxi o a una de esas limusinas que circulan por ahí. Hemos investigado todos los taxis con licencia y ninguno la llevó. Si subió a una de esas limusinas pirata, ¿qué vio el tipo que iba al volante? Una chica guapa, bien vestida, y que según la canguro llevaba joyas buenas. Ambos sabemos qué pudo haber pasado después.
—Las joyas habían desaparecido. El bolso había desaparecido.
Supongamos que nuestro misterioso chófer de limusina la mató —sugirió Tucker—. ¿Cómo acabó entrando en el despacho de Gannon y escondiendo toda esa pasta? ¿Por qué volvió a dejar el dinero allí? Y para empezar, ¿cómo consiguió entrar en la oficina? ¿Y dónde escondió el cadáver durante más de veinticuatro horas, antes de meterlo en una bolsa de basura y embutirla bajo un banco del parque? Todo esto no tiene ningún sentido.
Stanton se recostó en la silla.
—Imaginemos lo siguiente. Había alguien aparcado cerca del bar, porque sabía que Gannon iba a encontrarse allí con Carter. Cuando Gannon se largó dando tumbos, esa persona se ofreció a llevar a Carter. Ella no era tonta. Probablemente no habría subido a un coche con alguien que no conocía, a no ser que fuera una de esas limusinas pirata.
Tucker asintió.
—Ahí es adonde quería ir a parar. Pensemos en lo siguiente: había huellas dactilares de Peter Gannon en los billetes y en la bolsa de regalo, pero no había huellas en el doble fondo del cajón donde estaba escondido el dinero. ¿Fue tan listo, o no estaba tan borracho, que se puso guantes para esconder el dinero, y sin embargo tan tonto que tiró la bolsa a la papelera donde cualquiera podía verla?
Sonó el teléfono de Tucker, que echó un vistazo al identificador de llamada.
—Es el laboratorio —dijo y contestó—: ¿Qué hay? Vaya, gracias por trabajar tan rápido. —Cerró el teléfono de golpe—. El laboratorio ha terminado de revisar la ropa que Gannon llevaba esa noche y la ropa con la que encontraron a Carter.
No hay rastros de la sangre de ella, ni del pelo, ni fibras de su vestido en nada de lo que él llevaba, y en la ropa de ella no había nada que procediera de él.
El jefe había estado revisando el expediente de Gannon, antes de que Tucker y Flynn llegaran a la oficina. Dio la vuelta a una página y leyó:
—Según la declaración que hizo, Peter Gannon había pedido apenas unos días antes un préstamo de un millón de dólares a la Fundación de la familia Gannon, para quitarse de encima a Renée Carter. Pero lo máximo que los miembros de la junta pensaban anticiparle eran cien mil dólares. Eso significa que los miembros de la junta estaban informados sobre Renée y sus exigencias. Ambos sabemos que algunas de esas fundaciones familiares son poco rigurosas. Yo diría que vuestro siguiente paso es hablar con esa gente y ver qué podéis averiguar.
Tucker asintió, se puso de pie y se desperezó.
—Empiezo a pensar que debería conseguir un trabajo en el equipo de abogados defensores de Gannon —digo—. Porque quizá es eso precisamente lo que estamos haciendo.
Mientras Flynn y él se abrían camino hacia sus mesas a través de la oficina diáfana, un detective joven pasó a su lado.
—Barry, estás muy favorecido en la tercera página del Ne —comentó—. Mi novia dice que le gusta tu media sonrisa.
—A mi mujer también —replicó Barry—. Pero tal como va este caso, no tendrá demasiadas oportunidades de disfrutarla durante una temporada.