—Una cosa más, doctora —dijo Nan Rhodes—. Sophie Rutkowski llamó esta mañana. No me dijo de qué se trataba, pero parecía disgustada. Yo le prometí que usted la llamaría cuando terminara el horario de consulta.
—Lo haré. Ya puede marcharse. Ha sido un día de mucho trabajo —replicó Monica. Nan acababa de transmitirle el mensaje de Ryan: «La próxima vez que mienta en nombre de la doctora Farrell…». Se sintió humillada y se puso nerviosa, pero no estaba segura de querer confiarle a Nan por qué estaba evitando las llamadas de Ryan.
Nan quiso protestar, pero al ver la expresión de la cara de Monica, decidió que era mejor dejarla sola. Probablemente necesita tiempo para sí misma, pensó Nan. Aquella mañana, después de que los dos detectives vinieran a la oficina, ella había llamado inmediatamente a John Hartman para ver si él sabía por qué habían venido. No lo había visto durante el fin de semana, porque él se había ido a Filadelfia a visitar a un viejo amigo que también era detective jubilado.
Hartman le contó a Nan que le había propuesto a su antiguo compañero, el detective Cari Forrest, que revisaran juntos las cámaras de seguridad del hospital, y que de ese modo vieron que Sammy Barber salía de su coche y seguía a Monica. Hartman había intentado calmarla diciéndole que confiaban haberle metido miedo, para evitar que volviera a atacarla.
—John, ¿estás diciéndome que localizaron a ese tipo, Barber, gracias a ti?
—Probablemente se les habría ocurrido a ellos mismos, Nan —contestó Hartman—. Pero, sea como sea, tú ves a la doctora Farrell ocho horas al día como mínimo. Cinco días a la semana, y algún sábado. Estás en disposición de vigilar a cualquiera que pueda representar un peligro para ella.
Hartman le propuso que cenaran juntos.
—Si hoy no es una de las noches que cenas con tus hermanas en Jimmy Neary's.
Era una invitación que Nan había estado esperando y confiando que se produjera. Aunque en aquel momento no le apetecía dejar a Monica, tenía muchas ganas de llegar a casa para cambiarse antes de que John pasara a recogerla.
—Bien pues, nos veremos mañana, doctora —dijo. Estuvo a punto de añadir: «No se olvide de pasar el cerrojo cuando yo me vaya», pero se mordió la lengua. Estoy segura de que esos detectives ya le han dado consejos de sobra, decidió.
Sola en aquella oficina repentinamente silenciosa, con teléfonos que ya no sonaban y sin pacientes menudos correteando por la recepción, Monica entró en su despacho privado, puso los codos sobre la mesa y apoyó la barbilla en las manos.
Empezaba a digerir la importancia de lo que le habían contado los detectives: un matón a sueldo había intentado asesinarla.
Scott tiene que estar detrás de esto, pensó. ¿Quién más tendría interés en hacerme daño? El me llamó de repente el jueves por la noche, apenas cinco minutos después de que llegara a casa. Fui muy estúpida dejando que viniera al apartamento.
Quizá tuve suerte de que no intentara atacarme entonces.
Dios sabe que se obsesionó conmigo cuando murió papá. Me telefoneaba veinte veces al día, e incluso me seguía por la calle…
Scott fue el motivo por el que no acepté ese trabajo en el hospital de Boston. Tenía que alejarme de él. Es obvio que necesita ayuda psicológica. Pero yo tengo clara una cosa. No me obligará a irme de Nueva York. Me encanta el hospital. Tengo una buena consulta. Tengo muchos amigos.
Pensar en eso la llevó inevitablemente a pensar en la situación con Ryan Jenner. ¿Por qué fui tan tonta y tan poco profesional, y le pedí a Nan que le mintiera?, se preguntó. Me estoy comportando como una novia despechada, cuando de hecho no he salido ni una sola vez con él. Estoy segura de que Ryan comprende que no quiera que se cotillee sobre nosotros en el hospital. Estoy convencida de que si se parara a pensarlo, él tampoco querría.
Tengo el número de su casa y de su móvil. Lo llamaré mañana y me disculparé. Simplemente le diré que estaba preocupada por los chismorreos, pero que no tenía derecho a ser maleducada con él. Estoy segura de que él será más comprensivo que yo y que ahí acabará todo…
Monica suspiró mientras buscaba en el bolsillo el pedacito de papel con el teléfono de Sophie Rutkowski, que Nan le había dado. Le había dicho que Sophie parecía nerviosa y disgustada.
Encontró el papel, lo puso sobre el escritorio, y se dispuso a marcar. ¿Me atrevo a confiar que Sophie haya recordado algo sobre Olivia Morrow, que me permita saber algo sobre mis abuelos? La verdad es que sé que eso no va a pasar.
Sophie contestó al teléfono a la primera, y en cuanto pronunció una sola palabra, Monica captó la tensión que había en su voz:
—Hola.
—Sophie, soy la doctora Farrell. ¿Pasa algo malo?
—Doctora, me siento como una ladrona. No sé qué hacer.
—Sophie, diga lo que diga, estoy segura de que usted no es una ladrona —dijo Monica con decisión—. ¿Qué pasa?
—Yo trabajo en otro piso de Schwab House los sábados.
Cuando terminé allí, decidí entrar en el apartamento de la señora Morrow y ordenarlo. Tengo una llave, lógicamente. Sé que por allí pasará mucha gente que querrá comprarlo, y también otros que quizá quieran comprar los muebles y esas cosas…, y no quería que vieran la cama sin hacer, o una funda de almohada manchada de sangre.
—Eso fue un gesto muy bonito por su parte, Sophie —le aseguró Monica—. Y si se llevó la funda para lavarla, nadie creerá que no pensaba devolverla.
—No es eso lo que estoy diciendo, doctora. La funda de la almohada había desaparecido. Esta mañana telefoneé al doctor Hadley para saber si se la había llevado él.
Monica sintió un escalofrío repentino.
—¿Qué dijo el doctor Hadley?
—Se enfadó muchísimo. Me dijo que no tenía derecho a husmear por el apartamento. Me dijo que dejara la llave en el escritorio, y que si intentaba entrar en el piso de la señora Morrow otra vez, haría que me detuvieran por allanamiento de morada.
—¿Le dijo si se había llevado la funda él? —preguntó Monica, pensando en la imagen de la cara de Olivia Morrow muerta y la evidencia de que se había mordido el labio inferior.
—No, y ese es el problema, doctora. Si él no se la llevó, alguien lo hizo, y si falta algo más, me pueden culpar a mí. Estoy muy preocupada. Yo solo entré porque quería que en casa de la señora Morrow todo estuviera perfecto. Pero sí que me llevé una cosa, ¿sabe?, y ahora ya he devuelto la llave y no sé qué hacer.
—¿Qué se llevó Sophie?
—Me llevé la almohada que estaba manchada de sangre, la que tenía la funda rosa. Yo sabía que a la señora Morrow no le habría gustado que alguien la viera. La sangre siempre traspasa la tela de almohada.
—Sophie —preguntó Monica enseguida—, ¿tiró usted la almohada?
—No, me la llevé a casa, doctora.
—Sophie, esto es muy importante. Meta esa almohada en una bolsa de plástico y escóndala. No le diga a nadie, y sobre todo no le diga al doctor Hadley, que la tiene. No, mejor aún, deme su dirección. Voy a ir en taxi a su apartamento ahora mismo y la recogeré.
—¿Para qué quiere usted una almohada manchada, doctora? —se extrañó Sophie.
—Sinceramente, ahora mismo no puedo contestar a eso. Es una cosa que tengo que averiguar personalmente. Por favor, confíe en mí.
—Claro, doctora. ¿Tiene un bolígrafo? Le daré mi dirección.
Una hora y media después, Monica se había olvidado completamente de cenar, llevaba unos guantes de goma y estaba colocando la almohada manchada encima de otras dos apiladas sobre su propia cama, en la misma posición en que recodaba haber visto las que Olivia Morrow tenía bajo la cabeza.
¿Me estoy volviendo loca?, se preguntó, ¿o es posible que solo haya un modo de que esa mancha se produjera justo en ese punto? Pero ¿por qué querría alguien apretar una almohada sobre la cara de una mujer moribunda, para asfixiarla?
Monica volvió a meter la almohada en una bolsa de plástico holgada. Hablaré con John Hartman, el amigo de Nan, decidió.
Él sabrá qué hay que hacer. ¿Es posible que alguien del edificio entrara en el apartamento de Olivia Morrow, quizá para robar, y ella se despertara? Casi todos sabían que se estaba muriendo. Pero ¿por qué se enfadó tanto con Sophie el doctor Hadley? Él debería ser el primer interesado en investigar cualquier indicio de delito…
Mañana llevaré la almohada a la consulta, y le diré a Nan que le pregunte a Hartman si puede venir a hablar conmigo cuando termine el horario de visitas, concluyó.
En cuanto tomó la decisión, pensó que había llegado el momento de telefonear a Ryan. Marcó el número de su casa y oyó su voz.
—Siento no poder atenderte. Deja tu número y volveré a llamarte.
No voy a pedirle disculpas a un contestador automático, pensó. Probablemente ha salido a cenar con su novia, así que no lo molestaré llamándolo al móvil. Ah, bueno. Entró en la cocina, abrió la nevera y le desilusionó descubrir que como no había ido de compras durante el fin de semana, lo máximo que pudo encontrar fueron los ingredientes de una tortilla.
Entonces tuvo una idea aterradora. La lámpara del techo de la cocina estaba encendida, lo cual significaba que cualquiera que merodeara por la parte de atrás podía verla a través de los paneles de vidrio de la parte superior de la puerta de fuera. Tengo que comprar un estor oscuro para colgarlo allí, pensó, pero entretanto, pondré algo encima. Sintiéndose asediada, entró al salón y cogió la manta del sofá.
Mientras la llevaba a la cocina, recordó con ternura que Scott Alterman la había abrigado con ella, cuando había venido corriendo a hacerle compañía y la encontró temblando y helada porque había estado al borde de la muerte.