El lunes por la mañana, Monica hizo una excepción y pasó por el hospital muy temprano, porque sabía que tenía un horario muy apretado en la consulta. Cuando llegó, Nan y Alma ya estaban allí, preparándose para un día ajetreado. Lo primero que preguntó Nan fue por Sally.
—Está muy bien —contestó Monica, satisfecha—. De hecho, casi demasiado bien. No tendré excusa para retenerla en el hospital más que un par de días.
—¿No apareció ningún familiar durante el fin de semana? —preguntó Alma.
—No. Por lo que leí en los periódicos, Peter Gannon tiene prohibido acercarse a ella, aunque salga con fianza. Por lo visto nadie sabe nada sobre los orígenes de Renée Carter; pero, para decirlo francamente, si sus parientes se parecen algo a ella, a Sally le conviene mucho más no conocerlos.
Justo a las diez, cuando estaba a punto de recibir al siguiente paciente, Nan la llamó por el intercomunicador.
—Doctora, ¿podría por favor ir a sala de consulta?
Tenía que ser algo importante. Nan nunca la habría interrumpido por una visita sin importancia. Alarmada, Monica recorrió con prisas el pasillo hasta su despacho privado. Allí había dos hombres de pie, esperándola.
—Ya vemos que está usted muy ocupada, doctora, de modo que seremos breves —dijo el hombre más alto, que pasó la mano por detrás de ella para cerrar la puerta—. Soy el detective Cari Forrest y él es mi compañero, el detective Jim Whelan. Hemos llegado a la conclusión definitiva de que el pasado jueves por la tarde la empujaron a propósito, debajo de aquel autobús. Las cámaras de seguridad del hospital muestran a un hombre, que sabemos que tiene contactos con la mafia, que la siguió cuando usted salió del edificio. Estamos seguros de que fue él quien la empujó.
—¿Quién es? —peguntó Monica, desconcertada—. ¿Y por qué demonios querría matarme?
—Se llama Sammy Barber. ¿Lo conoce, doctora?
—No.
—No me sorprende —dijo Forrest—. Es un matón a sueldo. ¿Tiene usted alguna idea de por qué quería alguien hacerle daño o asesinarla? Piénselo. ¿Ha tenido algún problema por un diagnóstico equivocado? ¿Se le ha muerto algún niño, por ejemplo?
—¡En absoluto!
—Doctora Farrell, ¿le debe usted dinero a alguien, o alguien se lo debe a usted?
—No. Nadie.
—¿Y un novio despechado? ¿O algo parecido?
Forrest captó el gesto de vacilación de Monica.
—Hay alguien, ¿verdad, doctora Farrell?
—Pero eso fue hace tiempo.
—¿Quién era?
—Se lo diré, pero no conseguirá nada interrogándolo, y desde luego no quiero que ponga en peligro su nuevo trabajo porque alguien crea que es un acosador.
—Doctora Farrell, ¿diría usted que esa persona es un acosador?
Cálmate. Compórtate, se dijo Monica.
—El hombre del que estoy hablando era el marido de una buena amiga mía. También era el abogado de mi padre. Se encaprichó conmigo justo antes de que me marchara de Boston.
He estado cuatro años sin verlo. Ahora está divorciado y recientemente se trasladó a Manhattan. Está muy interesado en intentar ayudarme a rastrear los orígenes de mi padre, que era adoptado. Yo lo considero un amigo, ni más, ni menos.
—¿Cómo se llama?
—Scott Alterman.
—¿Cuándo lo vio por última vez?
—El pasado jueves por la noche. El oyó por la radio que aquel autobús estuvo a punto de atropellarme, y me llamó. Supongo que me notó en la voz que estaba muy afectada. Vino a mi apartamento y se quedó una hora.
—¿Vino inmediatamente después del accidente?
—Sí, pero tiene usted que tener clara una cosa: Scott Alterman no me haría daño jamás en la vida. De eso estoy segura.
—¿Ha hablado con él desde el jueves?
—No.
—¿Dónde vive Alterman?
—En Manhattan, en el West Side. No tengo su dirección.
—Lo encontraremos. ¿Sabe dónde trabaja?
—Como ya le he dicho, Scott es abogado. Acaba de asociarse con un bufete de abogados de Nueva York. Uno de esos con tres o cuatro apellidos. Creo que uno es Armstrong. Mire, tengo que volver con mis pacientes, de verdad —dijo Monica, con tono de exasperación—. Pero ¿qué hay de ese Sammy Barber? ¿Dónde está?
—Vive en el Lower East Side. Ya le hemos informado de que aparece en la grabación de seguridad. Él dice que no tiene nada que ver con usted, pero lo tenemos vigilado las veinticuatro horas.
Forrest rebuscó en el bolsillo y sacó la fotografía de Barber.
—Esta es su foto, así sabrá qué aspecto tiene. Él sabe que lo vigilamos, de modo que no creo que vuelva a intentarlo. Pero doctora, por favor, vaya con cuidado.
—Lo haré. Gracias.
Monica se dio la vuelta y corrió a la sala de consultas, donde un bebé de seis meses había empezado a berrear. Cuando se pusieron a hablar sobre Scott, no se me ocurrió comentarles lo de la regadera que había cambiado de sitio la otra noche, pensó. Pero antes de contárselo a alguien, voy a preguntarle a Lucy si la movió ella cuando barrió el patio.
Scott nunca, jamás me haría daño, pensó. Entonces, volvió a su mente el desagradable recuerdo de cómo él había aparecido de repente en la calle, cuando ella estaba buscando un taxi para ir al apartamento de Ryan.
¿Es posible, se preguntó, es remotamente posible que Scott siga obsesionado conmigo y haya contratado a alguien para matarme?