El sábado por la tarde, cuando Ryan volvió de visitar a los O'Keefe, entró en el apartamento con cierto miedo de que Alice hubiera encontrado alguna razón para quedarse. Pero ella se había marchado. Le había dejado una nota sobre la mesa del café del salón, y aquello hizo que Ryan pensara que podía dedicar más tiempo a buscar un sitio adecuado para vivir. No tenía por qué apresurarse, por el simple hecho de que quizá ambos siguieran compartiendo aquel piso durante cierto tiempo más.
Alice había escrito al final de la nota: «Te echaré de menos. Ha sido divertido». Firmado: «Te quiere, Alice».
Con un suspiro de exasperación, Ryan echó un vistazo a la sala. Durante aquella semana, Alice había movido algunos muebles, de forma que ahora las dos butacas estaban enfrentadas a ambos lados del sofá. Había recogido las pesadas cortinas con las cuerdas de nudos a juego con uno de los tonos de la tela, dando a la habitación un aspecto mucho más luminoso.
Había ordenado las estanterías que flanqueaban la chimenea, y ahora los libros estaban ordenados en hileras, en lugar de amontonados de cualquier manera. Era como si Alice hubiera dejado su huella en el espacio y aquello le incomodó.
Entonces entró en su habitación y descubrió, para su desesperación, que en las mesillas de noche había unas lámparas de lectura nuevas, y un bonito edredón con un dibujo marrón y beis, y almohadones a juego sobre la cama. Encima de la cómoda había una nota: «¿Cómo podías leer con esas lámparas? Mi abuela tenía una de estas colchas antiguas y pesadas. Me tomé la libertad de esconderlo todo donde espero que no lo encuentres nunca». La nota no estaba firmada, pero tenía una caricatura de Alice dibujada.
Así que además es una artista, pensó Ryan. Me largo de aquí.
Después de la interminable mañana que pasó buscando apartamento, y el viaje hasta Mamaroneck, ya no tenía ganas de volver a salir. Me conformaré con un poco de queso y cualquier otra cosa que encuentre, decidió. Entró en la cocina y abrió la nevera. Allí había una cacerola con una lasaña y las instrucciones pegadas. «Calentar a 350 grados durante unos cuarenta minutos». Al lado, un platito con ensalada de endivias.
La nota decía que había una salsa de ajo recién hecha para acompañarla.
Me pregunto si Alice tiene tan poco tacto con los demás tipos que conoce, pensó Ryan. Alguien debería advertirle que modere un poco la presión.
Pero a caballo regalado, no le mires el dentado, pensó.
Tengo hambre y Alice es una gran cocinera. Siguió las instrucciones para calentar la lasaña y cuando estuvo lista cogió unos cuantos periódicos y los leyó mientras comía.
En el coche de camino a Mamaroneck, había oído en la radio que la primera helada de la temporada llegaría durante la noche. Cuando se llevó una segunda taza de café al salón, notó por el frío que hacía en aquella sala de techos altos que la temperatura exterior estaba bajando.
Uno de los pocos toques modernos del viejo apartamento era una chimenea de gas. Ryan apretó el botón y se quedó observando cómo aparecían las llamas detrás del protector de vidrio. Su mente volvió a su visita a los O'Keefe.
Monica hizo todo lo que tenía que hacer, decidió. Según Emily O'Keefe, ella diagnosticó a Michael inmediatamente, y no les dio ninguna falsa esperanza. Yo soy incapaz de explicar esos escáneres. Nadie es capaz. Las primeras pruebas que se le hicieron demuestran lo avanzado que estaba el cáncer. A Michael le asustaban tanto las resonancias, que los O'Keefe decidieron no hacerle ninguna prueba más, puesto que estaba desahuciado. El padre de Michael lo decidió, al menos. Su madre dice que ya no necesitaba más pruebas, porque estaba en manos de la hermana Catherine.
Al cabo de un año, cuando ambos habían llevado a Michael a ver a Monica para enseñarle lo bien que estaba, ella se había quedado atónita al ver el buen aspecto que tenía. El cerebro de Michael era normal. Monica se quedó tan asombrada como lo hubiera estado yo. El padre de Michael, que era muy escéptico al principio, ahora estaba absolutamente feliz.
La madre de Michael ofreció una plegaria de agradecimiento a la hermana Catherine.
Yo les dije a los O'Keefe que iba a solicitar un permiso para declarar en la vista de la beatificación, y que no me importa cuántos años siguieran haciéndole pruebas a Michael; ese niño morirá de viejo antes que de un tumor cerebral. Ha desaparecido.
El lunes haré esa llamada.
Una vez resuelto eso, Ryan encendió el ordenador. Los apartamentos disponibles que había visto hasta el momento no eran en absoluto lo que tenía en mente. Pero quedan muchísimos más por ver, pensó con filosofía. El problema es que yo quiero encontrar uno que esté disponible inmediatamente.
El domingo por la mañana empezó a visitar los que consideraba que tenían más posibilidades. A las cuatro de la tarde, justo después de haber decidido que lo dejaría estar hasta el siguiente fin de semana, encontró exactamente lo que buscaba en el SoHo: un piso de cuatro habitaciones, amplio, decorado con gusto, y con vistas al río Hudson. El propietario era un fotógrafo que se iba al extranjero por trabajo, y quería alquilarlo durante seis meses.
—Ni animales, ni niños —le advirtió a Ryan.
A Ryan le hizo gracia que lo dijera por ese orden, y añadió:
—Yo no tengo nada de eso, pero espero tener ambas cosas, algún día. Aunque no será en los próximos seis meses, se lo garantizo.
Satisfecho porque no tardaría en instalarse en su propio espacio, la noche del domingo durmió muy bien, y el lunes a las siete de la mañana ya estaba en el hospital. Una urgencia había desbaratado su horario de quirófano: un joven corredor atropellado por un coche, cuyo conductor no lo había visto porque estaba escribiendo un mensaje de texto. Hasta las seis y cuarto no dispuso de un momento para telefonear a la consulta de Monica.
—Oh, no se preocupe por devolver el historial O'Keefe —le aseguró Nan—. La doctora Farrell me dijo que me acercara a su despacho para recogerlo.
—¿Y por qué le dijo eso? —preguntó Ryan, atónito—. La verdad es que pensaba devolvérselo yo mismo. ¿Podría hablar con ella, por favor?
Hubo una pausa incómoda, que le indicó claramente que la secretaria había recibido instrucciones de Monica de que no estaba disponible para él.
—Lo siento, doctor, pero ya se ha marchado —dijo Nan.
De fondo, Ryan oyó con toda claridad a Monica despidiéndose de un paciente.
—Pues dígale de mi parte a la doctora Farrell que hable más bajo cuando le pida que mienta por ella —dijo cortante y colgó el teléfono con un contundente clic.