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Después de haber comido con Doug Langdon en el St. Regis, el doctor Clayton Hadley pasó el resto del fin de semana en un estado cercano al pánico. El recuerdo de apretar la almohada sobre la cara de Olivia Morrow acechaba sin tregua su conciencia.

¿Cómo llegué a meterme en esto?, se preguntaba frenético.

Yo tenía una prestigiosa consulta. Cobraba un buen sueldo por mi trabajo en la fundación. De hecho, destiné dinero de la fundación a la investigación cardiológica. Eso, al menos, me servirá de respaldo si alguien investiga adonde ha ido a parar realmente el dinero de la fundación…

Cuando el dinero derivado de las patentes de Alex Gannon todavía fluía, me resultó fácil abrir centros de investigación falsos, que eran poco más que habitaciones alquiladas con un supuesto técnico de laboratorio, pensó Clay. Doug me metió en eso. Ahora tengo una fortuna en una cuenta bancaria en Suiza.

Eso me será muy útil si me acusan de asesinato.

¿Y qué pasa con Doug? Durante estos últimos diez años, desde que estamos en la junta de la fundación, él ha estado canalizando pequeñas subvenciones a valiosos proyectos de salud mental, y toneladas de dinero a clínicas pantalla con un recepcionista a media jornada. El dinero volvía a salir por la puerta trasera de esos locales, directo a los bolsillos de Doug.

Los Gannon no sabían nada, pensó Clay. Autorizaban cualquier cosa que Doug o yo propusiéramos. Ellos estaban demasiado ocupados sacando dinero de la fundación para mantener sus extravagancias. Ellos nos daban su conformidad a nosotros, y nosotros les dábamos nuestra conformidad a ellos.

Luego, cuando Doug le presentó a Pamela a Greg hace ocho años, Greg se quedó prendado como un colegial. Se divorció de su mujer, se casó con ella, y la incluyó en la junta de la fundación, y durante ocho años Pamela ha interpretado el papel de gran dama de la beneficencia por todo Manhattan.

Cuando Greg no estaba disponible para recibir las reverencias en una de esas espantosas cenas en honor de las donaciones legítimas de la fundación, ella asistía en su lugar.

Greg ha gastado una fortuna sin control desde que se casó con Pamela, pensó Clay, inquieto. Y en los últimos cuatro años, Peter ha estado fanfarroneando sobre sus subvenciones para sus proyectos de teatro alternativo, mientras inyectaba dinero en sus propios fracasos musicales.

Todos esos pensamientos torturaban a Clay, cuando se sentó a intentar leer los periódicos en su confortable apartamento de Gramercy Park. Como Doug, él llevaba años divorciado, pero como prestigioso invitado en reuniones sociales, nunca carecía de compañía femenina. Sus modales atentos, así como su habilidad para conversar, lo convertían en el amigo soltero perfecto, ese tipo de persona que las anfitrionas siempre quieren tener a mano. Al contrario que Doug, que salía con muchas mujeres distintas y siempre muy atractivas, Clay estaba totalmente satisfecho con su actual estatus. He tardado más de cincuenta años en darme cuenta de que soy un solitario, pensó.

Olivia Morrow. Lo cierto es que tengo el cinismo de echarla de menos. Olivia y yo éramos amigos. Ella confiaba e n mí. ¿Cuántas veces fuimos juntos al cine o al teatro, a lo largo de los años? La conocía desde hacía mucho tiempo. Su madre, Regina, era paciente mía. Lamento que ella nos hablara de la nieta de Alex y le diera esa carpeta a Olivia. ¡Si Olivia la hubiera enterrado con su madre…! ¡Ojalá! Pero ¿de qué sirve esto ahora?

¿Ella la destruyó al final? Estoy casi seguro de que sí. No estaba en ninguna parte del apartamento, y la caja fuerte lleva años sin abrirse. Si Olivia no hubiera recibido esa llamada telefónica de Monica Farrell el martes por la noche, todo habría acabado con su muerte. Pero en lugar de eso, consideró que esa llamada de la nieta de Catherine era una especie de señal de esta, nada menos.

Ahora que Peter aparece en todos los periódicos, ¿se hará preguntas sobre la fundación la opinión pública? Si empiezan a investigar las finanzas, todo habrá acabado. Por lo visto Doug piensa que Greg es capaz de maquillar toda la documentación, para demostrar que debido al clima económico actual y a algunas inversiones imprudentes, es necesario cancelar la fundación. Doug no cree que hagan demasiadas preguntas.

Pero yo no estoy en absoluto seguro de que sea así.

Me parece que voy a autodiagnosticarme un problema cardíaco, cerraré la consulta y me iré del país.

Una vez tomada esa decisión, Clayton Hadley se sintió mejor en cierto modo. A las siete en punto, bajó a cenar al restaurante privado de su exclusiva comunidad residencial. Comió con apetito, como siempre y luego consiguió borrar la cara de Olivia de su conciencia y se quedó profundamente dormido.

El lunes por la mañana llegó al despacho a las nueve y media, como solía hacer. Su secretaria le informó que la señora Sophie Rutkowski había telefoneado y que volvería a llamar' dentro de un cuarto de hora.

Sophie Rutkowski, pensó Clay. ¿Quién será? Ah, ya sé quién es… la asistenta de Olivia. Ella le dejó cinco mil dólares en su testamento. Probablemente lo sabe y quiere conseguir el dinero.

Pero cuando Sophie volvió a llamar, no fue por el dinero.

—Doctor Hadley —empezó a decir con tono respetuoso—. ¿Se llevó usted la funda de una almohada manchada de sangre del apartamento de la señora Morrow? Mire, si lo hizo, me gustaría pasar a recogerla y lavarla, para poder guardar el juego completo en el armario, como le hubiera gustado a la señora Morrow. ¿Le parecería bien, doctor?