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Esther Chambers devoró los periódicos durante el fin de semana, entre conmocionada e incrédula. El hecho de que Peter Gannon hubiera sido arrestado por el asesinato de su ex novia le parecía absolutamente increíble. Greg es quien tiene mal carácter, pensó. De él podía creerlo, pero nunca de Peter.

Y el hecho de que Peter fuera el padre de una niña que estaba en el hospital, una niña a quien Peter no había visto nunca, la ponía enferma.

Pobre criaturita, pensó. Su madre está muerta; su padre, en la cárcel, y por lo que dicen estos artículos, no parece que ninguno de sus parientes maternos vaya a reclamarla.

La empresa de relaciones públicas de Greg había publicado un comunicado de prensa diciendo que la familia apoyaba a Peter, y creía que sería exonerado. Yo también lo espero, pensó Esther. Peter gasta el dinero de la fundación a espuertas, pero en el fondo es un ser humano decente. Ni en mi peor pesadilla puedo imaginarlo estrangulando a esa mujer y metiéndola en una bolsa de basura.

El lunes por la mañana, Esther llegó pronto al trabajo expresamente, para no tener que enfrentarse a los demás empleados ni a los cotilleos que sabía que circularían por la oficina.

Pero cuando se instaló en su mesa, se dio cuenta de que le temblaban las manos. Sabía que para entonces Arthur Saling ya debía de haber leído el aviso que le había enviado. ¿Sospecharía Greg que lo había escrito ella? Estaba segura de que si Saling decidía no invertir, todo el castillo de naipes de Greg se habría derrumbado en cuestión de semanas.

¿Yo tenía derecho a hacer eso?, se preguntó. Los responsables de la Comisión de Valores probablemente se pondrían furiosos si lo averiguaran. Pero Greg estaba involucrando al señor Saling, y a mí me da pena él y su familia. Si Saling invierte, su dinero se volatilizará cuando la Comisión atrape a Greg. Ya perjudicará bastante a las docenas de personas que van a perderlo todo… sencillamente yo no podía dejar que perjudicara a nadie más, no si podía impedirlo, se dijo.

A través de las puertas de cristal que daban a la zona donde trabajaba el resto del personal, vio que Greg Gannon se acercaba. Ayúdame, Señor, suplicó. No sé qué haría él si Saling le enseña esa carta y deduce que la escribí yo.

Con un contundente empujón que abrió la puerta de par en par, Greg entró en la oficina y fue directamente hacia el escritorio de Esther.

—Supongo que has leído los periódicos y has visto los reportajes en televisión —dijo con brusquedad.

—Por supuesto. Lo siento muchísimo. Y sé que es una equivocación terrible. —Al ver que era capaz de mantener un tono de voz calmado y convincente, Esther se sintió satisfecha.

—Recibiremos montones de llamadas de los medios. Derívalos a Jason de la empresa de relaciones públicas. A ver si se gana el sueldo para variar.

—Sí, señor. Me ocuparé de ello inmediatamente.

—No me pases ninguna llamada. No me importa que me llame el Papa en persona.

Seguro que a ti no te llama, pensó Esther.

Greg Gannon se dirigió hacia su despacho privado, y entonces se detuvo.

—Pero si telefonea Arthur Saling, pásamelo enseguida. He de reunirme con él más tarde.

Esther tragó saliva.

—Por supuesto, señor Gannon.

—De acuerdo. —Greg se alejó unos pasos del escritorio de Esther y volvió a pararse—. Espera un momento —espetó ¿No tenemos una reunión de la fundación con la gente del hospital de Greenwich programada para mañana?

—Sí, a las once en punto.

—Anúlala.

—Si me permite darle mi opinión, señor Gannon, no creo que sea una buena idea. Ellos están muy disgustados porque la subvención que la fundación les prometió no ha llegado. Creo que es realmente necesario que usted se reúna con ellos y los tranquilice un poco. En caso contrario, si informan a la prensa, la cosa puede ponerse fea. Ahora mismo no le conviene más presión.

Greg Gannon vaciló, y luego dijo:

—Tienes razón, Esther, como siempre. Recuérdales a Hadley y a Langdon que vengan. Es obvio que mi hermano no podrá asistir.

—¿Avisará usted mismo a la señora Gannon o se lo digo yo, señor?

Atónita, Esther vio que la cara de Greg Gannon oscurecía de rabia.

—La señora Gannon está muy ocupada estos días —replicó—. Dudo que esté disponible.

Vaya, pensó Esther, mientras veía cómo Greg entraba en su oficina dando zancadas. A lo mejor hay algo de cierto en ese rumor de que Pamela tiene un amante, y ahora Greg se ha enterado. Me pregunto quién será.

Si eso es verdad, Pamela ya no volverá a entrar en Cartier.

Se comprará todas las joyas en el sótano de una tienda de saldos.