El sábado por la noche, antes de irse a la cama, Monica dio dos vueltas a la llave del patio, pasó el cerrojo, y luego colocó una silla debajo del pomo de la puerta de la cocina. Había hablado con algunos de sus amigos y les había preguntado sobre sus sistemas de alarma, y después dejó un recado urgente a una compañía, pidiendo que le instalaran inmediatamente un mecanismo último modelo, incluyendo cámaras de seguridad en el patio.
Una vez hecho eso confiaba sentirse más segura en cierto modo, pero últimamente había soñado con su padre a todas horas. Por confusos que fueran esos sueños, recordaba que en uno de ellos estaban los dos juntos en la catedral de San Patricio.
Y se había despertado con la sensación de que él le cogía la mano.
¿Le comprendí realmente alguna vez?, se preguntó cuándo se levantó y empezó a preparar café. Cuando pienso en el pasado, empiezo a entender cuánto quería a mamá. Al morir ella, él nunca volvió a mirar a otra mujer, y eso que era un hombre muy atractivo.
El año que estuvo tan enferma, yo tenía diez años. Nunca quería ir a ningún sitio, ni hacer nada. Solo quería volver directamente de la escuela para estar con ella. Cuando falleció, papá me obligó a apuntarme a actividades escolares, y aquel primer año me llevó a Nueva York muchos fines de semana Fuimos al teatro, a conciertos y museos y nos divertimos haciendo lo que hacen los turistas. Pero estábamos los dos tan tristes por mamá…
Él era un gran narrador, recordó Monica con una sonrisa, mientras decidía cocer un huevo y prepararse una tostada de pan integral, en lugar de una magdalena. Cuando fuimos al Rockefeller Center durante las Navidades, me habló del primer árbol que habían instalado allí. Era uno pequeño que habían puesto unos obreros. Eran los tiempos de la Gran Depresión y se sentían muy agradecidos por el simple hecho de tener trabajo. El conocía todas las anécdotas relacionadas con los sitios que visitamos…
Le encantaba la historia, pero no sabía nada en absoluto sobre sus orígenes, ni sobre su propia historia. En cuanto yo supe que estaba a punto de averiguar finalmente algo, comprendí lo importante que era eso para él. Yo solía hacerle bromas al respecto. «A lo mejor eres hijo ilegítimo del duque de Windsor, papá. ¿Qué va a pensar la reina Isabel de eso?». Creía que era graciosa.
¡Si Olivia Morrow hubiera vivido al menos un día más!
Solo con que hubiera vivido un día más…
Mientras el huevo se cocía, Monica llamó al hospital. Sally había dormido toda la noche. Solo tenía unas décimas. No había tosido demasiado.
—Cada día está mejor, doctora —le informó muy contenta la enfermera—. Pero debería usted saber que había unos cuantos periodistas intentando subir a esta planta, para hacerle una fotografía. El personal de seguridad se deshizo de ellos.
—Eso espero —dijo Monica con vehemencia—. Usted tiene mi móvil. Llámeme si hay algún cambio en Sally, y si algún periodista consigue colarse por la escalera, no deje que se acerque a la niña.
Meneando la cabeza, pasó el huevo a una taza con una espumadera y la puso en un plato con la tostada. No podía dejar de pensar en su padre. Es domingo por la mañana. Cuando papá y yo veníamos a pasar el fin de semana a Nueva York, siempre íbamos a la misa de las diez y cuarto de San Patricio, recordó. Después almorzábamos, y él siempre mantenía la sorpresa de dónde me llevaría por la tarde. A los dos nos ayudaba estar lejos de casa y hacer cosas distintas como esas.
A lo mejor voy a la misa de las diez y cuarto en la catedral, caviló. Eso hará que me sienta más cerca de papá. Ahora necesito sentirme así.
Me pregunto qué habrán planeado hacer hoy Ryan y su novia.
Basta, se conminó Monica. Haz algún plan tú para esta tarde.
La película que fui a ver anoche fue muy decepcionante.
Era horrible. ¿Qué ven los críticos en algo que no tiene ningún sentido? A lo mejor telefoneo a algunos amigos y si están libres los invitaré a cenar. Llevo tres semanas sin cocinar para más gente, y eso es algo que siempre me encanta hacer, pero estas últimas semanas han sido tan delirantes…
Pero por alguna razón esa idea no le atraía.
Iré a San Patricio esta mañana, decidió quince minutos después mientras terminaba la segunda taza de café y leía los periódicos que le habían dejado en la puerta, disfrutando del lujo de poder holgazanear.
A las diez y cuarto, Monica estaba arrodillada en un banco situado en las filas delanteras de la catedral, a la izquierda del altar mayor. Era la zona que siempre escogía su padre. Ayer a esta hora, estaba en San Vicente escuchando cómo el padre Dunlap elogiaba a Olivia Morrow. Después habló de mí. Nadie pudo ayudarme, e imagino que nadie podrá nunca. Sé que estaba intentando recordar algo sobre Sally. De repente lo recordó.
Ya sé, le dije a Susan Gannon que Sally estuvo a punto de morir.
Sally no sobrevivió por un milagro, ni por el poder de la oración. Sino porque la chica que le hacía de canguro fue suficientemente lista como para llevarla al hospital a tiempo, y porque nosotros teníamos los medicamentos necesarios para salvarla.
El coro estaba cantando «He oído tu clamor en la noche».
Supongo yo que he respondido a bastantes clamores en la noche, pensó Monica con sarcasmo. Fui a esa vista por la beatificación y declaré que tiene que haber alguna explicación médica para que Michael O'Keefe siga vivo. Cuando Ryan vio el historial, dijo que era absolutamente imposible que el tumor cerebral de Michael no fuera terminal. Ryan es neurocirujano.
Yo no, pero soy una buena pediatra. Sé perfectamente que no hay explicaciones médicas que justifiquen la recuperación de Michael. La hermana Catherine dedicó su vida a cuidar a niños enfermos. Abrió siete hospitales para ellos.
Yo me siento orgullosa de mí misma por haber estado allí para atender a Sally, y de haber ayudado a Carlos a superar la leucemia.
Juré que testificaba sobre el caso basándome en mi capacidad y mis conocimientos. ¿Estoy siendo tozuda y ciega? Tengo que ver a Michael, ya han pasado tres años. Quiero volver a verlo.
Monica intentó concentrarse en la misa, pero su mente seguía divagando. Los O'Keefe se habían mudado de su apartamento de Manhattan a Mamaroneck, poco después de que a Michael le diagnosticaran el cáncer cerebral. No volvieron a llevarlo a la consulta, exultantes, hasta que, aparentemente, Michael estaba totalmente recuperado.
—Id en paz, la misa ha terminado —dijo el arzobispo.
Cuando Monica salió de la catedral, el coro estaba cantando la Oda a la alegría. Ella buscó su teléfono móvil y llamo a información. El número de los O'Keefe aparecía en el listín. Monica marcó y le contestaron a la primera.
—Soy la doctora Monica Farrell —dijo—, ¿está la señora O'Keefe?
—Sí, soy yo —contestó una voz amable—. Me alegro de oírla, doctora.
—Gracias, señora O'Keefe. La llamo porque tengo mucho interés en volver a ver a Michael. ¿Le importaría que fuera a visitarlos? Le prometo que será un momento.
—Nos encantaría. Hoy estaremos en casa todo el día. ¿Quiere venir esta tarde?
—Me encantaría.
—¿Esto tiene algo que ver con la beatificación de la hermana Catherine?
—Totalmente —contestó Monica en voz baja.
—Pues venga ahora mismo. ¿Vendrá en coche?
—Sí.
—Tenemos muchas ganas de verla, doctora Farrell. ¿No es curioso que justo ayer por la tarde nos visitara Ryan Jenner, un neurocirujano? Él también quería ver a Michael antes de hablar con el comité de beatificación. Es una persona maravillosa.
Estoy segura de que usted debe de conocerlo.
Monica sintió un espasmo de dolor.
—Sí, lo conozco —dijo en voz baja—. Lo conozco bastante bien.
Dos horas después, Monica estaba en Mamaroneck tomando un café y un sandwich con Richard y Emily O'Keefe.
Michael, su activo hijo de ocho años, había compartido un rato educadamente con Monica y había contestado a sus preguntas con apenas un matiz de impaciencia. Le contó que su deporte favorito era el béisbol, pero que en invierno le gustaba ir a esquiar con su padre. Nunca, jamás, se mareaba, como solía pasarle cuando estaba tan enfermo.
—El último escáner es de hace tres meses —le dijo Emily a Monica— y estaba absolutamente limpio. Todo ha ido perfectamente después de aquel primer año. —Sonrió a su hijo, que empezaba a inquietarse—. Lo sé, quieres ir a casa de Kyle Bien, pero tu padre te acompañará y te recogerá después.
En la cara de Michael apareció una sonrisa, que reveló que le faltaban dos dientes de delante.
—Gracias, mamá. Me alegro de volver a verla, doctora Farrell —dijo—. Mamá me dijo que usted me ayudó mucho a curarme. —Se dio la vuelta y salió corriendo del comedor.
Richard O'Keefe se puso de pie.
—Espérame, Mike —gritó.
Cuando se fueron, Monica protestó.
—Señora O'Keefe, yo no ayudé a Michael a curarse.
—Desde luego que sí. Usted diagnosticó la enfermedad.
Nos dijo claramente que buscáramos otras opiniones, pero que estaba desahuciado. Fue entonces cuando supe que tenía que suplicar un milagro.
—¿Por qué optó usted por rezar a la hermana Catherine en particular?
—Mi tía abuela fue enfermera en uno de sus hospitales.
Recuerdo que cuando yo era pequeña, ella me contó que había trabajado con una monja que era como un ángel. Me dijo que era como si cada niño que cogía en brazos fuera suyo.
Ella los consolaba y rezaba por ellos. Mi tía abuela estaba convencida de que la hermana Catherine había recibido de Dios el don de un poder curativo especial; que poseía un aura que no se podía describir con palabras, y que todo el que estaba en su presencia también la percibía. Cuando usted nos dijo que Michael iba a morir, lo primero que pensé fue en la hermana Catherine.
—Lo recuerdo —dijo Monica en voz baja—. Yo sentí mucha lástima por ustedes, porque sabía que no había esperanza para Michael.
Emily O'Keefe sonrió.
—Y sigue usted sin creer en los milagros, ¿verdad, Monica? ¿No ha venido aquí, de hecho, creyendo que por muy sano que parezca y por muy positivas que sean las pruebas, el tumor reaparecerá algún día?
—Sí, es verdad —reconoció Monica a su pesar.
—¿Por qué no puede creer en los milagros, Monica? ¿Por qué está tan convencida de que no existen?
—No es que no quiera creer, pero como declaré al comité de beatificación, gracias a mi formación médica sé que a lo largo de la historia se han dado casos que parecían milagrosos, pero que en realidad tenían una explicación científica, que sencillamente no se comprendió en su momento.
—¿Alguno de esos casos atañe a un niño con un tumor cerebral maligno y extendido, que desapareció completamente?
—No, que yo sepa.
—Monica, el doctor Jenner es uno de los diversos neurocirujanos respetados que declara que no hay explicación médica ni científica para la curación de Michael. No sé si se da usted cuenta, pero pasará mucho tiempo antes de que la Iglesia concluya que aquello fue un milagro. Seguirán pendientes de la salud de Michael durante años. —Entonces Emily O'Keefe sonrió—. Ayer tuvimos prácticamente la misma conversación con el doctor Jenner. Él nos dijo que creía que dentro de veinte o cincuenta años seguirá sin haber una explicación científica para la curación de Michael.
Ella tendió la mano y cogió la de Monica con delicadeza.
—Doctora, espero que no crea que me estoy extralimitando, pero tengo la sensación clara de que está usted inmersa en un conflicto. Y también de que está preparada para aceptar la posibilidad de que la hermana Catherine interviniera, y que gracias a ella, nuestro único hijo está hoy con nosotros.