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Sammy Barber trabajaba de vigilante en el Ruff Staff Bar desde las nueve de la noche hasta la hora de cerrar. Ese llamado club nocturno era básicamente un local de striptease, y el trabajo de Sammy consistía en asegurarse de que ningún borracho se pasara de la raya. También tenía que proteger a famosos de poca monta y a sus acompañantes, de los idiotas que intentaban molestarlos acercándose demasiado a sus mesas para babear ante ellos.

Era un trabajo con un sueldo bajísimo, pero le ayudaba a pasar inadvertido. Y significaba también que podía dormir hasta tarde, a menos que lo hubieran contratado para matar a alguien y tuviera que seguirle el rastro hasta que se presentaba la oportunidad de hacer desaparecer a su objetivo.

El sábado por la noche, Sammy estaba de mal humor. Por primera vez en años había perdido la seguridad en sí mismo, por culpa de ese primer intento fallido de asesinar a Monica Farrell. Y el hecho de que esa vieja cacatúa lo hubiera visto empujar a Farrell y pudiera describirlo era aterrador. En el último par de años, Sammy había empujado a dos personas a las vías del tren, sin que nadie sospechara que no habían caído por accidente. Luego, ayer por la tarde había hecho una fotografía de la puerta de atrás de Farrell, desde el callejón que había detrás de la casa de ella, utilizando una lente de larga distancia.

Cuando la reveló, vio que la mitad superior de la puerta consistía en unos cuadrados de cristal cubiertos por una rejilla metálica. La rejilla parecía de juguete, y vio que le resultaría fácil cortar el cristal junto a la cerradura y meter la mano para darle la vuelta al pomo. Si la puerta tenía un cerrojo de seguridad, solo tenía que cortar otro cristal para llegar hasta él. Un trabajo fácil.

A las tres en punto de la madrugada, Sammy había recorrido el callejón, había saltado por encima de la ridícula cerca de Farrell y había sacado el corta vidrios. Un minuto más y hubiera entrado al apartamento, pero algo le había hecho tropezar en la oscuridad del patio y no había podido ver qué era. Era algo pesado que no lo tiró al suelo, pero que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. Le había dado un golpe fuerte con el pie y lo había empujado, y eso había provocado un chirrido. Probablemente era una de esas estatuas de jardín.

Si Farrell lo había captado es que tenía buen oído, pensó Sammy, y supongo así es, porque lo siguiente que vi fue una luz en el interior del apartamento. Y ahí terminó ese plan.

Incansable, Sammy empezó a considerar formas alternativas de llegar hasta Farrell, pero entonces entornó los ojos. El local estaba empezando a llenarse de los fracasados de costumbre, pero habían entrado dos tipos con traje, y los estaban acompañando a una mesa. Son policías, pensó Sammy. Está tan claro como si llevaran las placas.

Era obvio que el camarero que los había instalado lo sabía también. Miró hacia el otro lado de la sala donde estaba Sammy, y él sonrió, indicando que los había identificado.

Un idiota que ya iba bastante cargado cuando entró, se levantó tambaleándose. Sammy supo que se dirigía al rapero de segunda fila que estaba sentado con sus seguidores en la zona reservada a las celebridades. El borracho llevaba media hora intentando llamar la atención de aquel tipo. Sammy se puso de pie al instante y, con una agilidad sorprendente dada su envergadura, se colocó al lado del borracho.

—Señor, por favor, quédese aquí. —Mientras hablaba con el hombre le apretó el brazo para que captara el mensaje.

—Pero…, yo… solo quería decirle cuánto respeto… —En cuanto levantó los ojos y vio la cara de Sammy, su expresión ausente se transformó en un gesto de miedo.

—Vale, vale, colega. No quiero crear problemas. —Y se derrumbó otra vez en su silla.

Cuando Sammy se giró para volver a su sitio, uno de aquellos hombres que había identificado como policías le hizo una seña.

Ya estamos, pensó Sammy, mientras avanzaba a través de la sala.

—Coge una silla, Sammy —lo invitó el detective Forrest, mientras él y el detective Whelan colocaban sus placas encima de la mesa.

Sammy les echó un vistazo y enseguida volvió a mirar a Whelan, y lo reconoció como el jefe de detectives que investigaron su caso, que también había testificado durante el juicio.

Todavía recordaba la mirada de indignación de Whelan cuando lo absolvieron.

—Me alegro de volver a verlo —le dijo.

—Me encanta que te acuerdes de mí, Sammy —dijo Whelan—. Aunque tú siempre has tenido facilidad para las amenazas, facilidad de palabra quiero decir.

—Este negocio está limpio. No pierdan el tiempo buscando problemas —espetó Sammy.

—Sammy, sabemos que este basurero podría utilizarse como guardería infantil —le dijo Forrest—. Solo nos interesas tú. ¿Por qué te molestaste en cambiar la sudadera por ropa elegante cuando recogiste el coche en el depósito? ¿Te acuerdas, el jueves, cuando tenías tanta prisa por seguir a la doctora Farrell cuando salió del hospital, que ni siquiera tuviste tiempo de poner una moneda en el parquímetro?

A Sammy lo había interrogado la policía bastantes veces en el pasado como para estar entrenado y no aparentar nunca nerviosismo. Pero esta vez tenía una sensación desagradable en la boca del estómago.

—No sé de qué está hablando —balbuceó.

—Todos sabemos de qué estoy hablando, Sammy —le dijo Forrest—. Esperemos que a Monica Farrell no le pase nada, porque de lo contrario, Sammy, tendrás la sensación de que te ha atrapado un tsunami. Por otro lado, estaríamos muy interesados en saber quién te contrató.

—Sammy —preguntó Whelan—, ¿por qué aparcaste delante del hospital? Por si lo has olvidado, y tal como Cari acaba de decirte, la cámara de seguridad grabó tu coche cuando se lo llevaba la grúa.

—No haber pagado el parquímetro me costó mucha pasta, pero nadie me dijo que fuera un crimen. Y si se paran a pensarlo, eso favorece a la ciudad. Toda esa pasta extra, ¿entiende lo que digo? —Sammy empezaba a sentirse seguro. Están intentando ponerme nervioso, pensó, con sarcasmo. Están intentando que diga alguna tontería. No me hablarían así si pudieran probar alguna cosa.

—¿Por casualidad conoces a la doctora Monica Farrell? —preguntó el detective Forrest.

—¿Doctora qué?

—Es esa joven que se cayó, o que empujaron delante de un autobús la otra noche. Salió todo en los periódicos.

—No tengo muchas oportunidades de leer los periódicos —dijo Sammy.

—Pues deberías. Te mantienen al corriente de las cosas que pasan. —Forrest y Whelan se levantaron a la vez—. Siempre es interesante charlar contigo, Sammy.

Sammy vio cómo los detectives se abrían camino entre las mesas, ahora abarrotadas, hacia la salida. No puedo ser yo quien elimine a Farrell, pensó. Tengo que pasarle el trabajo a otro, y conozco al tipo adecuado para ocupar mi lugar. Le ofreceré cien mil dólares a Larry. Él se lanzará en plancha, pero me aseguraré de que lo haga mientras estoy trabajando, para tener una coartada sólida como una roca. Esos policías dejarán de incordiarme, y yo saldré adelante como siempre.

¡Me pagaron un millón por hacerlo, y yo subcontrataré el trabajo por una décima parte!

Sonriendo ante la idea, pero con sensación de fracaso, Sammy admitió ante sí mismo que por primera vez en su larga carrera como asesino a sueldo, había acumulado dos intentos fallidos de cumplir con un contrato de eliminar a un problema indeseado. Puede que haya llegado el momento de dejarlo, pensó. Pero no antes de que esto quede resuelto.

Como le dije a Dougie, yo siempre mantengo mi palabra.