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A las tres en punto, el doctor Douglas Langdon y el doctor Clayton Hadley se encontraron para un almuerzo tardío en el hotel St. Regis. Decidieron optar por el menú ligero que servían en el King Colé Bar, y escogieron una mesa alejada de los oídos de los demás clientes.

—Médico, cúrate a ti mismo —dijo Langdon con sequedad—. Por Dios santo, Clay, las cosas ya están bastante mal como para que encima tú te derrumbes. Tienes un aspecto horrible.

—Para ti es fácil decirlo —le replicó Hadley—. Tú no estuviste en ese funeral, con Monica Farrell observándote. Tú no recogiste la urna en el crematorio y la llevaste hasta el cementerio.

—Eso fue una bonita muestra de respeto —le dijo Langdon—, y es importante ahora.

—Te dije que deberíamos haberle dado a Peter el dinero que necesitaba para sobornar a Carter —se quejó Hadley.

—Sabes perfectamente que la fundación no podía aportar tanto, y en cualquier caso ella podía haber vuelto al cabo de un mes. A fin de cuentas, Peter nos hizo un favor matándola.

—¿Has hablado con Greg, hoy? —preguntó Hadley—. A mí me daba miedo llamarlo.

—Claro que he hablado con él. Escribimos una declaración conjunta para la prensa. El texto habitual. «Apoyamos firmemente a Peter Gannon, estamos convencidos de que es inocente de esos vergonzosos delitos, y que será totalmente exculpado».

—¡Totalmente exculpado! Descubrieron los cien mil dólares que decía haberle entregado a esa Carter escondidos en su despacho. Lo publicó la prensa.

—Clay, ¿qué esperabas que dijéramos en el comunicado de prensa? ¿Que sabemos lo desesperado que estaba Peter cuando intentó que le entregáramos dinero de la fundación?

Fue Greg quien intentó convencerlo de que no tenía ninguna importancia que se hiciera público que Renée Carter era la madre de su hija, ¿y qué?, ¿a quién le importa?, este tipo de cosas salen cada día en los periódicos. Por desgracia, Peter no lo vio de ese modo y se vino abajo. Cosas que pasan.

Ambos se quedaron en silencio cuando se acercó el camarero.

—¿Otra ronda? —ofreció.

—Sí —dijo Hadley, mientras apuraba su vodka con hielo.

—Para mí solo café —dijo Langdon—. Y más vale que pidamos.

¿Qué vas a tomar, Clay?

—Montaditos.

—Y yo tomaré una ensalada de atún. —Cuando el camarero se fue, Langdon comentó—: Clay, estás engordando. ¿Puedo señalar que aunque no lo parezca esos montaditos, esas tres hamburguesitas con queso, tienen muchas calorías? Como psiquiatra, te advierto que estás compensando el estrés comiendo demasiado.

Hadley se quedó mirándolo.

—Doug, a veces eres increíble. Todo puede irse al garete y ambos podemos acabar en la cárcel, y tú me adviertes contra las calorías.

—Bueno, de hecho yo tengo problemas más serios. Como ambos sabemos, nos ocupamos del primer problema, Olivia Morrow, antes de que pudiera perjudicarnos. Monica Farrell, nuestro segundo problema, no seguirá entre nosotros por mucho tiempo. Pronto anunciaremos que debido a algunas inversiones imprudentes, la Fundación Gannon cerrará. Greg puede hacerse cargo de todo el papeleo. Luego tengo pensado retirarme y disfrutar del resto de mi vida en sitios como el sur de Francia, enormemente agradecido por la generosidad de la Fundación Gannon. Te aconsejo que tú empieces a pensar en el mismo sentido.

Al notar que su teléfono móvil vibraba, Langdon se lo sacó del bolsillo. Vio el número que aparecía en pantalla y contestó enseguida.

—Hola, estoy comiendo con Clay.

Mientras Langdon escuchaba a su interlocutor, Hadley vio cómo se le oscurecía el semblante.

—Tienes razón. Eso es un problema. Ya volveré a llamarte.

—Langdon cerró el teléfono. —Miró a Hadley—. Tal vez tengas razón al preocuparte. No hemos salido del pozo todavía.

Alterman, ese tipo que estaba husmeando alrededor de Schwab House ayer, estuvo en Southampton hoy. Ya ha averiguado la relación ente Morrow y los Gannon. Si sigue hurgando, todo habrá acabado.

Otra persona tendrá que morir. Clay Hadley pensó en la expresión de terror en la cara de Olivia Morrow, justo antes de que él le pusiera la almohada sobre la cabeza.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó.

—Nosotros no tenemos que hacer nada —replicó Langdon, fríamente—. Ya se han ocupado de ello.