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El sábado por la mañana, Ryan puso en marcha su plan. Se levantó a las siete, se duchó y se afeitó, agradeciendo que en algún momento hubieran remodelado el enorme apartamento, de modo que desde el dormitorio principal se accedía a un baño. Así no corría el peligro de toparse con Alice en el pasillo, sin ir totalmente vestido. Quizá aún está dormida, pensó.

Pero cuando llegó a la cocina, ella ya estaba allí, envuelta en una bata de satén, ligeramente maquillada, y perfectamente peinada. Es una mujer muy guapa, pensó con una sonrisa forzada, pero simplemente no es para mí.

—¿Los sábados nunca descansas y te quedas en la cama una hora más o así? —preguntó ella con su tono irónico, mientras le servía un café. Él vio que en la mesa del desayuno ya había un zumo de naranja de más y un bol con fruta cortada.

—No, Alice, tengo que hacer muchas cosas, y quiero empezar temprano.

—Bueno, como médico debes saber que un buen desayuno es la mejor forma de empezar el día. He visto que durante la semana sales corriendo. ¿Qué te parece un huevo escalfado con una tostada?

Ryan había pensado rechazarlo, pero la oferta sonaba tan bien que supo que no podía negarse a comer algo sin ser maleducado.

—Me parece muy bien —dijo, incómodo.

Se sentó a la mesa, bebió un poco de zumo de naranja, y pensó, si Monica entrara ahora mismo, o si yo la viera en esta misma situación, sé lo que pensaría.

—Espero no haberte despertado cuando volví a casa anoche —dijo Alice, mientras cascaba los huevos en un cazo con agua hirviendo.

—No te oí entrar. Me fui a la cama hacia las once —contestó Ryan, mientras pensaba en cómo había pasado la noche anterior. Fui a ver una película malísima porque no quería estar aquí, sentado contigo. Ahora resulta que podía haber vuelto directamente a casa, como me gustaba hacer cuando tú no estabas aquí, por cierto. Casa, pensó. Ambos acababan de usar la palabra «casa» ahora mismo. ¿No es encantador?

—Aunque no me lo has preguntado, te voy a contar de todas formas lo que estaba haciendo y por qué es tan importante —dijo Alice, mientras metía el pan en la tostadora.

—Te lo pregunto ahora. —Ryan intentó aparentar interés.

—Bueno, pues estuve en una cena que celebraba el editor de la revista Everyone. Era por la jubilación de la directora de la sección de famosos y belleza. Ella me ofreció su trabajo.

Eso significa escoger a los famosos de los que quiero hablar y analizar la ropa que llevan, sus peinados y el maquillaje. Es el tipo de trabajo que llevo esperando desde que entré en el negocio de la belleza y la moda.

—Me alegro muchísimo por ti, Alice —dijo Ryan, sinceramente—. Tengo amigos en el mundo de la edición, y sé que es muy difícil hacerse un hueco en ese campo. Conozco poco la revista Everyone, pero sé que es una de las más populares.

Está por todas partes.

—Como ya sabes, vuelvo a Atlanta hoy —continuó Alice—. Tendré que arreglármelas para encontrar una agencia que alquile mi apartamento, y dejar mis cosas en un guardamuebles, empaquetar mi ropa, y todo lo que implica una mudanza.

Quieren que empiece dentro de dos semanas. ¿Te importaría mucho que tu hermanastra volviera aquí, hasta que pueda encontrar mi propia casa? El apartamento es grande, y te prometo que no me entrometeré en tu camino.

¿Hermanastra? Ah, sí. Ella le dijo al portero que yo era su hermanastro, recordó Ryan.

—Alice, la gente comparte apartamentos constantemente en Nueva York, como en todas las grandes ciudades, imagino. Pero ya hace mucho tiempo que yo debería tener mi propio piso, y eso es lo que iba a buscar hoy. Así que estoy seguro de que cuando vuelvas ya me habré ido.

Me habré ido de todas formas, pensó, aunque sea a una residencia.

—Bueno, espero que eso no signifique que no vendrás a tomar una copa o a cenar alguna vez. Me considero una buena anfitriona, y tengo algunos amigos realmente interesantes en Nueva York. —Alice le puso el plato de huevos escalfados delante y volvió a llenarle la taza de café.

Ryan dio la única respuesta posible.

—Claro que vendré, si me invitas.

Alice es muy simpática, muy atractiva, y seguro que muy lista, pensó. Si no fuera por Monica sería distinto, pero no va a ser distinto. Devolverle a Monica el historial el lunes supondrá una excusa para hablar con ella y disculparme por haberla incomodado delante de las enfermeras. Aquel viernes, cuando estuvo aquí, disfrutó. Sé que disfrutó.

—Bueno, ¿cómo están mis huevos? —preguntó Alice—. Quiero decir que están perfectos, ¿no te parece?

—Sin duda —admitió Ryan al momento—. Muchas gracias, Alice. Y ahora me marcho. Tengo que ir al hospital.

He de pasar por el despacho que tengo allí, pensó. Quiero ver el historial de Michael O'Keefe. La dirección de los O'Keefe y el número de teléfono están allí. Voy dedicar parte del día a buscar un apartamento, pero también les telefonearé para preguntar si puedo visitar a Michael. Quiero verlo personalmente antes de pedir declarar en el proceso de beatificación de la hermana Catherine, como testigo experto.

Le dijo adiós definitivamente a Alice, y ella le dio un indeseado beso en los labios. Ryan cogió el ascensor. Mientras bajaba recordó un fragmento del sueño que había tenido durante la noche. Monica aparecía en él de algún modo. Y no me extraña, pensó. He estado tremendamente preocupado por ella, desde que ese autobús estuvo a punto de atropellada.

Pero no era solo que ella apareciera en él. Recordó que había soñado que Monica hablaba con una monja.

Dios santo, pensó. Ahora también sueño con la hermana Catherine.