El sábado por la mañana a las diez en punto, el detective Cari Forrest estaba sentado en su coche, aparcado justo delante del hospital Greenwich Village. Había trabajado con John Hartman antes de que este se jubilara. Era Forrest quien había comprobado las huellas dactilares de la fotografía que Hartman le había traído, esa que habían enviado de forma anónima al despacho de la doctora Farrell.
Después de que Monica escapara por los pelos de la muerte, fue Forrest, de nuevo por insistencia de Hartman, quien había estudiado las cintas del hospital Greenwich Village, las que habían grabado el momento en que Monica salió del hospital el jueves por la tarde, minutos antes de topar con el autobús.
Lo acompañaba su compañero Jim Whelan. Ambos estaban examinando las fotografías que acababan de hacerle a una joven policía en los escalones del hospital. Le habían pedido que se colocara en el mismo punto en el que habían fotografiado a Monica, para que ellos pudieran analizar el lugar desde el que se había tomado la imagen.
Forrest tenía el ordenador en el regazo e imprimió las fotografías.
Luego, con un gruñido de satisfacción, se las entregó a Whelan.
—Compáralas, Jim —dijo, mientras sostenía la instantánea que le habían enviado a Monica al despacho—. Probablemente el que hizo la foto de la doctora con el crío en los brazos, estaba sentado en un coche aparcado justo aquí. El ángulo es exactamente este. Al principio pensé que John Hartman nos hacía perder el tiempo, pero ya no lo creo. Repasemos:
»Las cámaras de seguridad del hospital muestran a la doctora bajando las escaleras, el jueves por la tarde. En la siguiente imagen vemos a un hombre saliendo de un coche aparcado en este punto, que la sigue calle abajo. El tipo lleva una sudadera con capucha, guantes y gafas oscuras, la descripción exacta que nos dio la anciana. ¡El colmo de los colmos es que quince minutos después, las cámaras de seguridad muestran cómo se llevan ese coche, porque el tíquet del parquímetro se había agotado! Ahora sabemos que lo recogió Sammy Barber, un matón de tres al cuarto que absolvieron de un asesinato por encargo.
—Lo absolvieron porque él o uno de sus amigos mafiosos amenazó o sobornó al jurado —recordó Whelan—. A ellos tampoco los culparon de nada. Yo trabajé mucho en ese caso. Me encantaría encontrar el modo de empapelarlos ahora.
La mujer que había posado para la fotografía se acercó. Era una agente de tráfico, que había accedido a ceder cinco minutos de su tiempo de descanso para ayudarlos.
—¿Conseguisteis lo que queríais?
—Claro —le dijo Forrest—. Gracias.
—Cuando queráis. Nunca me he visto como una modelo.
—Ni yo, ni nadie. —Se despidió con un gesto y se fue.
Cuando ella se marchó, Forrest puso en marcha el motor.
—Aunque citemos a Sammy para una ronda de identificación y la anciana lo reconozca, ya sabes qué pasará. Si esto llega a juicio, lo cual es dudoso, un abogado encontrará lagunas en su identificación. Estaba oscuro. El llevaba gafas de sol, y la capucha puesta. Y además, había una multitud en esa esquina.
El autobús se acercaba y la gente hacia cola para subir Ella es la única que piensa que a la doctora la empujaron. La doctora defiende que fue un accidente. Caso archivado.
—Pero si Barber la estaba acosando, es porque alguien le paga para hacerlo. ¿Ella tiene alguna idea de quién podría ser? —Preguntó Whelan.
—John Hartman mencionó a Scott Alterman.
—Yo lo investigué. Es un abogado de éxito. Acaba de mudarse a Nueva York, pero por lo visto hace cinco años acosó a la doctora Farrell en Boston. Él es el único de quien John ha averiguado algo que podría ser un motivo para hacerle esa fotografía a la doctora.
—¿O encargar a alguien como Sammy que hiciera la foto por él? —insinuó Whelan.
—Posiblemente. Pero ¿adónde nos lleva eso? —Preguntó Forrest—. Si es Alterman, no será el primer tipo despechado que ordena una agresión contra una mujer que lo rechazó. Lo vigilaremos y veremos si Sammy ha hecho algo ilegal en el local donde trabaja de vigilante, que podamos atribuirle para retirarlo de las calles.