El sábado por la mañana, Nan recogió a Monica en un taxi a las nueve y cuarto, y fueron a la iglesia de San Vicente Ferrer de Lexington Avenue. La misa funeraria por Olivia Morrow estaba prevista para las diez. De camino, Nan telefoneó a la rectoría y pidió hablar con el sacerdote que celebraría la misa.
Se llamaba padre Joseph Duncan, según le dijeron. Cuando este se puso al teléfono, ella le explicó por qué Monica y ella iban a estar presentes.
—Confiamos en que usted pueda ayudar a la doctora Farrell a encontrar a alguien que hubiera podido contar con la confianza de la señora Morrow —le dijo Nan al sacerdote—. La doctora Farrell había quedado en verse con ella el miércoles por la mañana, porque el martes la señora Morrow le había dicho que conocía la identidad de los abuelos biológicos de la doctora. El padre de la doctora Farrell era adoptado, así que ella nunca ha sabido nada de sus ancestros. Desgraciadamente, la señora Morrow falleció esa misma noche. La doctora Farrell confía en que algún asistente al funeral pueda tener la información que la señora Morrow pensaba darle.
—Si hay alguien capaz de entender la necesidad de conocer las raíces familiares, ese soy yo —contestó el padre Dunlap—. A lo largo de los años, he convivido con esa situación de forma regular en mis deberes pastorales. Tenía pensado hacer un panegírico de la figura de Olivia después del evangelio. ¿Qué le parece si cuento la historia de la doctora Farrell, cuando termine mi charla, e informo que ella estará esperando en el vestíbulo para hablar con cualquiera que pueda ayudarla?
Nan le dio las gracias y colgó. Cuando Monica y Nan entraron en San Vicente, escogieron un asiento en la parte de atrás, para poder observar a la gente que asistía al servicio. A las diez menos cinco, la iglesia empezó a llenarse del potente sonido del órgano. En aquel momento había apenas veinte personas en los bancos.
«No tengas miedo, yo iré delante de ti…». Cuando Monica escuchó la preciosa voz de soprano de la solista, pensó no tengas miedo; pero yo tengo miedo. Tengo miedo de haber perdido quizá el único vínculo con los antepasados de mi padre.
A las diez en punto se abrió la puerta, y el padre Dunlap recorrió la nave para recibir el féretro. Monica vio con asombro que la única persona que iba detrás era el doctor Clay Hadley.
Mientras escoltaban el ataúd hasta los pies del altar, a Monica no le pasó por alto la mirada de sobresalto que apareció en los ojos de Hadley al verla. Lo observó mientras él ocupaba un lugar en el primer banco. Nadie se sentó a su lado.
—Quizá ese hombre es un pariente que puede ayudarla —le susurró Nan.
—Ese es su médico. Lo conocí el miércoles por la tarde. Él no nos ayudará —le contestó Monica.
—Entonces no creo que lleguemos muy lejos —dijo Nan, reprimiendo la habitual potencia de su voz—. Aquí hay muy poca gente, y ese hombre es el único que está en la zona que se suele reservar para la familia.
Monica pensó en el funeral de su padre que se había celebrado en Boston cinco años antes. La iglesia estaba atiborrada de amigos y colegas. Las personas que se sentaron con ella en la primera fila fueron Joy y Scott Alterman. Scott se obsesionó con ella justo después. Monica contempló el féretro. En cuanto a la familia, en mi caso será lo mismo, pensó. Por lo visto Olivia Morrow no tiene un solo pariente que llore por ella, ni tampoco lo tendría yo si ese autobús me hubiera atropellado.
Dios quiera que eso cambie algún día.
Sin quererlo, la cara de Ryan Jenner acudió a su mente. Parecía tan sorprendido cuando le dije que no quería que hubiera el menor cotilleo sobre nosotros… En cierto sentido, eso es tan decepcionante como el hecho de que él esté saliendo con otra persona. ¿Es tan frívolo con sus relaciones, que es capaz de tener una novia en casa y permitir que lo relacionen conmigo en el hospital?
Esa misma pregunta la había tenido en vela toda la noche.
La misa había empezado. Monica se dio cuenta de que había estado respondiendo a las plegarias iniciales de forma rutinaria.
Clay Hadley leyó la epístola.
—Si Dios está con nosotros, quién estará contra nosotros…
—Leyó con voz sonora y reverencial la carta de san Pablo a los Romanos.
El padre Dunlap pronunció las plegarias.
—Oremos por el alma de Olivia Morrow. Que los ángeles la conduzcan a un lugar de descanso, luz y paz.
—Señor, escucha nuestras oraciones —murmuraron los fieles.
Se leyó el evangelio según san Juan, el mismo que Monica había escogido para el funeral de su padre.
—«Venid a mí, todos los que lleváis una pesada carga…».
Cuando terminó la lectura y volvieron a sentarse, Nan se acomodó de nuevo en el banco.
—Ahora hablará de ella —susurró.
—Olivia Morrow fue miembro de esta parroquia durante los últimos cincuenta años —empezó el sacerdote.
Monica lo escuchó hablar de una persona humanitaria y generosa, que desde que se jubiló y hasta que le falló la salud, había sido una acolita que de forma regular había llevado la Sagrada Comunión a pacientes que estaban en el hospital.
—Olivia nunca deseó el reconocimiento —dijo el padre Dunlap—. Aunque había trabajado para conseguir un puesto de autoridad en unos conocidos grandes almacenes, en privado era modesta y sencilla. Era hija única y no tenía parientes que nos acompañen hoy. No debería ser así, pero ella está ahora en presencia del Señor a quien sirvió tan fielmente. Hay una razón para desear que hubiera permanecido con nosotros un día más. Permítanme compartir con ustedes lo que Olivia le dijo a una joven apenas unas horas antes de morir…
Haz que alguien me diga algo que me sea útil, rezó Monica.
Por fin comprendo la necesidad de saber de papá. Yo necesito saber. Deja que alguno de los asistentes pueda ayudarme.
Se pronunciaron las oraciones finales. El padre Dunlap bendijo el ataúd, y los encargados de la funeraria se adelantaron y se lo cargaron sobre los hombros. Mientras la solista cantaba «no tengas miedo, yo iré delante de ti», los restos mortales de Olivia Morrow fueron trasladados de la iglesia al coche fúnebre. Ya en el vestíbulo, Monica y Nan vieron cómo Clay Hadley subía a un coche detrás del vehículo de la funeraria.
—Ese era su médico y ni siquiera dedica un minuto a hablar con usted —dijo Nan, en tono crítico—. ¿No me dijo que se sentó a hablar con él mientras esperaban que llegaran los médicos?
—Sí, eso hice —respondió Monica—. Pero el otro día él me dijo específicamente que no sabía nada sobre lo que Olivia Morrow iba a contarme.
Mientras los fieles empezaban a marcharse, unas pocas Personas se pararon a decir que eran empleados de Schwab House, pero que no sabían nada de ninguna información personal que la señora Morrow tuviera intención de compartir Otros explicaron que habían hablado con ella en alguna ocasión después de misa, pero que nunca se había referido a nada de tipo personal.
La última en marcharse fue una mujer que claramente había estado llorando, y se paró a hablar con ellas. Tendría unos sesenta y cinco años, era de constitución ancha, tenía el cabello rubio canoso y los pómulos grandes.
—Me llamo Sophie Rutkowski. Fui la señora de la limpieza de la señora Morrow durante treinta años —dijo, con la voz temblorosa—. No sé nada de lo que ella quería decirle a usted, pero me gustaría que la hubiera conocido. Era muy buena persona.
Treinta años, pensó Monica. Puede que sepa más sobre los orígenes de Olivia Morrow de lo que cree.
Era obvio que Nan había pensado lo mismo.
—Señora Rutkowski, la doctora Farrell y yo vamos a tomar un café. ¿Le apetece acompañarnos?
La mujer pareció dudar.
—Oh, no creo que…
—Sophie —insistió Nan con firmeza—, yo soy Nan Rhodes, la recepcionista de la doctora. Es un momento triste para usted, pero hablar sobre la señora Morrow con nosotras mientras tomamos un café, le sentará bien, se lo prometo.
Encontraron una cafetería en la siguiente manzana, y se instalaron a una mesa. Monica contempló admirada cómo Nan conseguía que la otra mujer se sintiera cómoda, diciéndole que comprendía lo triste que debía de estar Sophie.
—Yo llevo casi cuatro años trabajando para la doctora Farrell —dijo—, y cuando oí que estuvo a punto de morir en un accidente, no sabe lo angustiada que estaba.
—Yo sabía que se acercaba el final —dijo Sophie—. La señora Morrow había empeorado este último año. Tenía el corazón débil, pero decía que no quería que volvieran a operarla.
Le habían reemplazado la válvula aórtica dos veces.
Decía…
Los ojos de Sophie Rutkowski se llenaron de lágrimas.
—Decía que hay un tiempo para morir, y que sabía que el suyo se acercaba.
—¿Usted no había conocido a ningún familiar suyo? —preguntó Nan.
—Solo a su madre, que murió hace diez años. Era muy mayor, tenía más de noventa.
—¿Vivía con la señora Morrow?
—No. Siempre tuvo su propio apartamento en Queens, pero se veían muy a menudo. Tenían muy buena relación.
—¿Recibía muchas visitas la señora Morrow, que usted sepa? —preguntó Monica.
—La verdad es que a eso no le puedo contestar. Yo solo iba allí un par de horas, los martes por la tarde. Ella no necesitaba más. No había en el mundo nadie más pulcro que la señora Morrow.
El martes, pensó Monica. Ella murió en algún momento entre el martes por la noche y el miércoles por la mañana.
—Cuando la vio el martes pasado, ¿qué impresión le dio?
—Lamento decir que no la vi. Había salido. —Sophie meneó la cabeza—. Me sorprendió que no estuviera en casa. Se había debilitado mucho. Yo pasé el aspirador, limpié el polvo y le cambié las sábanas de la cama. Hice la poca colada que había.
No me refiero a lavar las sábanas. Ella las mandaba fuera.
Eran de un algodón muy bueno y le gustaba que lo hiciera una lavandería especial. Yo solía decirle que estaría encantada de planchárselas, pero ella quería hacerlo así. El martes pasado solo estuve allí una hora. Era tan generosa… Siempre me pagaba por tres horas, aunque yo le decía que era incapaz de encontrar nada más para limpiar o pulir.
A Olivia Morrow le gustaba que todo se hiciera así. Eso era evidente, pensó Monica. ¿Por qué no puedo dejar de pensar en esa funda de almohada que no era igual que las demás?
—Yo me fijé que había unas sábanas melocotón preciosas Sophie, pero una de las fundas no era del mismo juego. Era de color rosa pálido.
—No, doctora, debe de estar confundida —dijo Sophie, con franqueza—. Yo nunca cometería un error así. El martes pasado puse las sábanas melocotón. Ella tenía otros juegos, claro, pero prefería los tonos pastel. Una semana ponía las melocotón, y la siguiente las de color rosa.
—A lo que me refiero, Sophie —dijo Monica—, es que cuando vi el cuerpo de la señora Morrow el miércoles por la tarde, me di cuenta de que se había mordido el labio. Pensé que quizá había una mancha de sangre en la funda, y que ella decidió cambiarla.
—Si se mordió el labio y manchó de sangre la funda, habría retirado la almohada y habría utilizado las otras dos que tenía en la cama —insistió Sophie con vehemencia—. Debió usted fijarse en lo mullidas que son esas almohadas. Ella no habría tenido fuerza, ni siquiera habría intentado cambiar las fundas.
De ninguna manera. —Dio un sorbo de café—. De ninguna manera —repitió con énfasis. Entonces se calló un momento—. Yo trabajo para varias personas de Schwab House. Un miembro del personal me dijo que el doctor Hadley había ido a visitar a la señora Morrow el martes por la noche. Quizá ella le pidió a él que cambiara la funda, si estaba manchada de sangre.
Eso habrá sido.
—Sí, claro, es posible —concluyó Monica—. Sophie, tengo que irme a visitar un paciente. Gracias por acompañarnos, y si le viene a la mente cualquiera que pueda saber algo sobre lo que la señora Morrow quería decirme, por favor llámeme.
Nan le dará los dos números de teléfono donde puede localizarnos a ambas.
Veinticinco minutos después, Monica salía del ascensor en la planta de pediatría del hospital. Cuando se paró en el mostrador de las enfermeras, había una mujer esbelta con el pelo canoso hablando con Rita Greenberg. Monica se dio cuenta de que Rita ponía cara de alivio al verla.
—Es mejor que hable con la doctora de Sally —le dijo a la mujer—. Doctora Farrell, ella es Susan Gannon.
Susan se volvió a mirar a Monica.
—Doctora, mi ex marido, Peter Gannon, es el padre de Sally Carter. Sé que él tiene prohibido visitarla, pero yo no. ¿Me acompañaría a verla, por favor?