A Ryan Jenner no le gustó reconocer ante sí mismo la amarga decepción que sintió frente a la evidente incomodidad de Monica, porque en el hospital hubiera habido rumores sobre ellos. El hecho de que su secretaria le hubiera dejado el historial de Michael O'Keefe en su despacho, sin ninguna nota personal de Monica, también había sido un mensaje claro de que ella no quería tener contacto directo con él.
Ahora sé que no estaba en su consulta para darme el historial de O'Keefe la otra tarde, porque se había quedado hasta última hora en cuidados intensivos con Sally Carter, pensó el viernes por la tarde, cuando fue a la cafetería del hospital a tomar una taza de té, después de la última operación. Y luego un autobús estuvo a punto de atropellarla cuando volvía a casa…
La posibilidad de que Monica pudiera haber muerto le provocó un repentino escalofrío. Una de las enfermeras de quirófano le había dicho que oyó en la radio a la anciana que fue testigo de aquel amago de tragedia.
—Ella jura que a la doctora Farrell la empujaron —le dijo la enfermera—. Le hubiera puesto los pelos de punta oír cómo esa señora describía que creyó que las ruedas del autobús le habían pasado por encima a la doctora.
Me pone los pelos de punta, pensó Ryan. Monica debió de haberse asustado mucho. ¿Qué debes sentir cuando estás en el suelo, con un autobús que se te tira encima?
La enfermera también le contó que Monica había hecho correr la voz de que estaba segura de que fue un accidente. Es decir, dejadlo correr, pensó Ryan. Pero luego yo le pregunté por ello, e hice un comentario personal sobre lo fantástica que es con los niños, delante de la enfermera. Me he extralimitado.
¿Quizá lo entendería si le escribo una nota y me disculpo?
Entender, ¿qué?, se preguntó. A mí me interesa ella. Cuando vino al apartamento la semana pasada estaba encantadora.
Juro que cuando lleva el pelo suelto sobre los hombros, parece que tenga veintiún años. Y estaba tan azorada porque llegaba tarde. Por eso es irónico que cuando me hizo llegar el historial de O'Keefe esta mañana, sabiendo que habíamos quedado a las seis la otra tarde, no me escribiera un par de líneas para explicarme que se había retrasado en el hospital.
Eso no es propio de ella, concluyó.
Ryan revivió de nuevo, como si estuviera sucediendo en ese mismo instante, la sensación de sus brazos rozándose cuando se sentaron juntos a la mesa abarrotada del restaurante tailandés. Ella también estaba disfrutando, se dijo. Es imposible que todo eso fuera fingido.
¿Hay algún hombre importante en su vida? ¿Es posible que simplemente estuviera siendo amable para mantenerme a raya? Yo no pienso abandonar tan fácilmente. Le telefonearé.
Anoche, si ella hubiera estado en su consulta, tenía pensado invitarla a cenar. Ya le habría preguntado si quería salir a cenar a principios de semana, cuando revisé el historial de O'Keefe en su despacho, pero Alice me había obligado a ir a esa obra de teatro.
Ryan terminó el té y se levantó. La cafetería se estaba quedando vacía. Todo el personal de día estaba a punto de marcharse, y era demasiado pronto para que el turno de noche hiciera una pausa para cenar. Me gustaría irme a casa, pensó, pero Alice todavía debe de andar por ahí. Comentó que hoy estaba ocupada, pero ¿qué quiere decir eso? No me apetece tener que sentarme a tomar una copa de vino con ella hasta que se marche. No sé a qué hora sale su avión mañana, pero yo, en cuanto me levante, me iré del apartamento. No sé qué excusa pondré, pero no voy a quedarme a desayunar frente a ella, con esa bata tan vistosa que lleva. Tengo la sensación de que quiere jugar a papas y mamas conmigo.
Ahora bien, si fuera Monica la que estuviera sentada a la mesa, sería distinto…
Impaciente y malhumorado, Ryan Jenner salió de la cafetería y volvió a su despacho del hospital. Todo el mundo se había marchado, y la mujer de la limpieza estaba vaciando las papeleras. Había dejado el aspirador en medio de la recepción.
Esto es una ridiculez, pensó. No puedo irme a casa porque soy huésped del apartamento de mi tía sin pagarle alquiler y estoy molesto porque ella ha permitido que lo comparta otra persona. Creo que un observador imparcial diría que eso es una frescura colosal por mi parte. Ya sé lo que voy a hacer mañana: voy a empezar a buscar mi propio piso.
Esa decisión lo animó. Me quedaré aquí y volveré a repasar el historial O'Keefe, pensó. Quizá cuando lo estudié la primera vez se me pasó algo por alto. Un cáncer cerebral no desaparece sin más. ¿Puede haberse tratado de un error diagnóstico?
La gente no tiene ni idea de la cantidad de veces que se les dice a pacientes muy enfermos que están perfectamente, mientras a otros los tratan de enfermedades que no existen.
Si se hablara más abiertamente de eso, la confianza del ciudadano medio en la comunidad médica quedaría muy desprestigiada.
Por eso las personas inteligentes piden una segunda y una tercera opinión, antes de someterse a un tratamiento agresivo, o bien hacen más caso de sus propios cuerpos que les indican que tienen un problema cuando les dicen que no les pasa nada malo.
—Puedo pasar el aspirador más tarde, doctor —le dijo la mujer de la limpieza.
—Eso sería estupendo —dijo Ryan—. Le prometo que no tardaré mucho.
Sintiéndose aliviado, entró en su despacho privado y cerró la puerta. Se instaló en su escritorio, sacó del cajón la carpeta de Michael O'Keefe, y entonces se dio cuenta de que tenía una pregunta dándole vueltas en la cabeza: ¿hay alguna posibilidad de que algún chalado esté acosando a Monica? Ryan se recostó en la silla. No es imposible, decidió. En este hospital entran y salen todo tipo de personas a todas horas. Una de ellas, quizá alguien que visitaba a un paciente, pudo haber visto a Monica y se obsesionó con ella. Recuerdo que mi madre me contó la historia de que hace unos años, cuando ella era enfermera en un hospital de New Jersey, asesinaron a una joven colega suya. Un tipo con antecedentes por agresión sexual que la había visto cuando fue a visitar a alguien, la siguió hasta su casa y la mató. Esas cosas pasan.
Monica es un tipo de persona que aborrece toda clase de publicidad sensacionalista, pero ¿y si se equivoca no tomando en serio a esa testigo? Voy a telefonearle, decidió Ryan.
Tengo que hablar con ella, simplemente. Solo son las seis en punto. Todavía debe de estar en la consulta.
Marcó confiando sin fundamento, que o bien contestara ella misma, o que la recepcionista aún estuviera allí y se la pasara. Pero cuando saltó el contestador, colgó el auricular sin decir nada. Tengo su número de móvil, pensó, pero ¿y si ha salido con alguien? Esperaré y la llamaré el lunes, cuando pueda pillarla en su despacho. Vivamente decepcionado por no haber oído su voz, Ryan abrió el historial O'Keefe.
Dos horas después seguía allí, leyendo y releyendo los informes de Monica sobre los síntomas iniciales de mareos y náuseas que Michael había experimentado cuando solo tenía cuatro años, las pruebas que ella había realizado, y los escáneres del hospital de Cincinnati, que confirmaban claramente el diagnóstico de Monica de que Michael tenía un cáncer cerebral avanzado. La madre del niño había dejado de llevarlo a seguir un tratamiento para aliviar los síntomas y cuando meses después concertó una cita con Monica, el siguiente escáner mostró un cerebro absolutamente normal. Era asombroso.
¿Un milagro?
No existe una explicación médica para esto, confirmó Ryan para sí mismo. Michael O'Keefe debería estar muerto.
En lugar de eso, según estas notas, hoy es un chaval sano que juega en una liga infantil.
Ryan supo lo que iba a hacer. El lunes por la mañana telefonearía al despacho del obispo de Metuchen, en New Jersey, y declararía voluntariamente que creía que la curación de Michael no podía explicarse con criterios médicos vigentes.
Después de tomar esa decisión se recostó en su silla, pensando en aquel día, cuando tenía quince años, que pasó junto al lecho de su hermana pequeña que murió de cáncer cerebral.
Ese fue el día en que supe que quería dedicar mi vida a intentar curar a gente con enfermedades cerebrales, pensó. Pero siempre habrá algunos casos que están más allá de la capacidad para curar del ser humano. Michael O'Keefe, por lo visto, era uno de esos.
Lo mínimo que puedo hacer es declarar que creo que se produjo un milagro. Lo único que le pediría a Dios es que nosotros hubiéramos conocido a la hermana Catherine entonces.
Tal vez ella también hubiera escuchado nuestras oraciones. Tal vez Liza seguiría entre nosotros. Ahora tendría veintitrés años…
El desgarrador recuerdo del pequeño ataúd blanco y cubierto de flores blancas de Liza a los cuatro años, dominaba la mente de Ryan Jenner cuando salió de su despacho, bajó al vestíbulo y se marchó del hospital. Caminó hasta la esquina y esperó, cuando un autobús pasó zumbando a su lado por la calle Catorce. La imagen de Monica tirada en la calzada, en la trayectoria de ese autobús, le provocó un aterrador estremecimiento por todo el cuerpo.
Y entonces, como si Monica estuviera allí, recordó el momento en que ella le contó que una vez había interpretado a Emily en Nuestra ciudad. Yo le dije que aún seguía emocionándome con la última escena, cuando George, el marido de Emily, se arroja al interior de su tumba.
¿Por qué pienso en Monica como Emily?, se preguntó Ryan. ¿Por qué tengo esa espantosa premonición sobre ella?
¿Por qué me llena de horror que Monica pueda revivir el papel que interpretó en esa obra del instituto?
Eso es exactamente lo mismo que sentí cuando estaba arrodillado junto a la cama de Liza, sabiendo que a ella se le acababa el tiempo y que yo no podía hacer nada para evitarlo…