44

El viernes a primera hora de la mañana, Scott Alterman fue a correr por Central Park, volvió a su apartamento alquilado, se duchó, se afeitó y se puso ropa informal. Luego, a las ocho en punto, sintiéndose culpable, llamó y le dejó un mensaje a su secretaria para decirle que tenía un asunto personal urgente y que llegaría tarde.

Preparó café, tostadas y huevos revueltos, mientras intentaba sustituir el sentimiento de culpa por determinación. Sabía que no era prudente robar tiempo a su nuevo despacho en Wall Street. Había aceptado una considerable cantidad de dinero para convertirse en socio. Sin embargo, la oportunidad de consolar a Monica después de su accidente, reforzó su convicción de que quería demostrarle su valía a ella, más que ninguna otra cosa en el mundo.

Monica sabía lo mucho que su padre deseaba encontrar sus raíces, pensó Scott, y yo creo que ella comparte esa necesidad, mucho más de lo que piensa. Anoche estaba desconsolada cuando me contó que Olivia Morrow, la mujer que quizá había conocido a sus abuelos, había muerto. Averiguar todo lo posible sobre esa mujer puede ser el único modo de seguir la pista de la familia del padre de Monica, y esa es una pista que puede desaparecer muy rápidamente. Si resultara que Olivia Morrow tenía alguna relación con los Gannon, en ese caso realmente tendríamos algo para avanzar.

Scott sabía que lo consumía lo necesidad de fiarse de su instinto de que el padre de Monica podía haber sido el «descendiente» al que Alexander Gannon se refirió en su testamento, y que ella podía ser la heredera legítima del dinero generado por el genio de Alexander Gannon.

¿Cuán a menudo, reflexionó, comparten los niños adoptados los mismos talentos que sus familiares biológicos? El padre de Monica, Edward Farrell, había sido un investigador médico que ayudó a descubrir por qué algunos de sus pacientes rechazaban los implantes, especialmente las prótesis de cadera, de rodilla y de tobillo, que fueron la gallina de los huevos de oro de empresas como Suministros Médicos Gannon.

La oficina central de la empresa estaba en Manhattan, pero el laboratorio de investigación estaba en Cambridge. Cuando ya tenía sesenta años cumplidos, Edward Farrell recibió la oferta de unirse a ese equipo personal de allí. Alex Gannon ya había muerto para entonces, pero su asombroso parecido con Edward Farrell era un tema que surgía entre sus colegas una y otra vez, hasta que se jubiló. Sería una ironía del destino, pensó Scott, que de hecho el padre de Monica hubiera trabajado para la empresa que fundó su padre biológico.

Esa constante referencia a su parecido físico, había bastado para que Edward adquiriera la afición de buscar artículos sobre Alexander Gannon y comparar fotos de ambos a distintas edades.

Monica realmente no entiende lo obsesionado que estaba su padre con ese tema, pensó Scott. Mientras abría un cuaderno y se bebía una segunda taza de café, empezó a hacer una lista con los puntos iniciales de su investigación. ¿Hasta qué punto había conocido Olivia a los abuelos de Monica? ¿Vive alguien todavía que pueda saber algo sobre una conexión familiar con los Gannon?

Monica le había contado que el médico de toda la vida de Olivia Morrow había llegado corriendo al apartamento, después que Monica y el conserje la hubieran encontrado muerta.

El médico se llamaba Clayton Hadley, recordó Scott; lo escribió en el cuaderno.

El apartamento de Morrow en Schwab House. Monica tuvo la impresión de que Morrow llevaba mucho tiempo viviendo allí. Hablaré con el personal, pensó Scott. Probablemente conocerán a alguno de los visitantes habituales.

Es muy probable que Morrow tuviera una empleada de la limpieza, o una agencia. Ve por ahí, se dijo.

¿Quién era el albacea de su testamento, y cuál era su contenido?

Haría que su secretaria se ocupara de eso.

Scott se terminó el café, dejó la taza en el fregadero y ordenó la cocina. Es gracioso, pensó. Esa fue justamente una de las cosas que no funcionó entre Joy y yo. No creo que yo sea un Félix Unger, (Uno de los personajes principales de la obra de Neil Simmon La extraña pareja. Obsesionado con el orden y la limpieza, e hipocondríaco). Pero me siento mejor en un sitio ordenado.

Cuando Joy entraba por la puerta, tiraba todo lo que llevaba en la silla o en la mesa más cercana. Yo solía preguntarme si su abrigo llegó a estar alguna vez colgado en el armario.

En el apartamento de Monica no había nada fuera de sitio, recordó.

Fue al pequeño cuartito del piso que usaba como despacho, encendió el ordenador, y empezó a buscar información sobre el doctor Clayton Hadley. Entonces, mientras leía las extensas referencias, dio con una que le hizo lanzar un potente silbido.

¡Hadley estaba en la junta de la Fundación Gannon!

Monica había dicho que según lo que le había contado el doctor Hadley, él debía de haber ido al apartamento para comprobar cómo estaba Olivia Morrow, muy poco después de que ella le telefoneara. ¿Era una coincidencia?, probablemente, pensó Scott. Monica me dijo que Morrow parecía muy débil. No obstante, Scott decidió llamar inmediatamente al doctor Hadley por algo que todavía no era una sospecha firme. Si él fue el médico de Olivia durante muchos años, tenía que saber muchas cosas sobre sus orígenes, pensó, mientras cogía el teléfono.

Cuando le pasaron con Hadley, a Scott, como abogado experto en juicios, le resultó obvio que el doctor estaba eludiendo sus preguntas, y que su afirmación de que prácticamente no sabía nada sobre la procedencia de Olivia Morrow era una mentira bastante evidente.

Pero yo no debí ponerlo en guardia advirtiéndole de que encontraría una conexión entre Olivia Morrow y la Fundación Gannon, se dijo Scott, mientras colgaba el teléfono. Tal vez un día aprenderé a sentarme a esperar el momento oportuno.

Esa llamada fue el mismo tipo de impulso estúpido que cometí cuando me presenté de improviso delante del edificio de Monica, y le pegué un susto de muerte cuando salió…

Calma, pensó, calma.

Profundamente insatisfecho consigo mismo, Scott decidió ir paseando hasta Schwab House para hablar con algún miembro del personal, en particular con los que llevaban mucho tiempo trabajando en el edificio.

Cuando llegó, Scott esperó a que hubiera una pausa del ajetreo de gente entrando y saliendo, y entonces habló con el portero. El hombre le contó de buena gana lo poco que sabía.

La señora Morrow era una dama encantadora, discreta, y siempre muy educada. Siempre le daba las gracias cuando él le sostenía la puerta, siempre era generosa en Navidad. La echaría de menos.

—¿Solía salir muy a menudo? —preguntó Scott.

—Cuando yo le pedía un taxi, siempre era para ir al médico, a la peluquería, o a la iglesia los domingos; durante los últimos meses, al menos. Bromeábamos sobre eso.

«No me ha ayudado mucho», pensó Scott, cuando entró y se detuvo en la mesa del conserje. Le dijo que era abogado, convencido de que aquel hombre sacaría la impresión de que había sido el abogado de Morrow.

—Sé que vivió aquí muchos años, y quiero asegurarme de que se notifique su fallecimiento a toda la gente que la apreciaba —explicó.

—No era una persona que estuviera acompañada a todas horas —aclaró el conserje—. En el piso dieciocho vivía una señora que solía ir al teatro con ella, pero murió hace unos años. Para todos nosotros era obvio que la señora Morrow estaba muy enferma, y no salía mucho.

Cuando Scott estaba a punto de irse, se le ocurrió preguntar:

—¿La señora Morrow guardaba un coche en el garaje del edificio?

—Sí. Según tengo entendido había dejado de conducir hace poco. Cuando no cogía un taxi para ir a alguna parte de la ciudad, utilizaba una agencia de chóferes que la llevaban en su propio coche. De hecho, el martes salió durante unas horas.

—¡El martes pasado! ¿Quiere decir un día antes de morir? —Exclamó Scott—. ¿Estuvo fuera mucho tiempo?

—Casi toda la tarde.

—¿Sabe usted adonde fue?

—No, pero aquí tengo el teléfono de la agencia. Algunos de los residentes la usan. —El conserje abrió un cajón, sacó unas cuantas tarjetas, y rebuscó entre ellas—. Aquí está —dijo, entregándole una—. Puede quedarse esta si quiere. Tengo varias.

La sede de la agencia de chóferes estaba a unas pocas manzanas.

Scott decidió acercarse hasta allí. Hacía mucho tiempo que había aprendido que era mucho mejor conseguir información en persona que por teléfono.

Las nubes que habían empezado a aparecer durante su paseo hasta Schwab House, eran cada vez más densas y más oscuras.

Caminó deprisa, no quería que lo atrapara un diluvio.

¿Qué impulsaría a una mujer muy enferma a salir de casa durante horas?, se preguntó. Una semana antes, Olivia Morrow le había contado al chófer, cuyo hijo era paciente de Monica, que ella había conocido a la abuela de la doctora Farrell.

¿Por qué esperó hasta que Monica la llamara por teléfono para revelarle eso a ella, y le dijo incluso que conocía la identidad de sus dos abuelos? ¿Por qué no lo hizo antes si sabía que estaba muñéndose? ¿Visitó Olivia Morrow a alguien más que también sabía la verdad, el último día de su vida?

Mientras esas preguntas se apiñaban en su cabeza, nada en el ánimo de Scott le advirtió de que con esa llamada a Clayton Hadley había firmado su propia sentencia de muerte, y que el proceso para liquidarlo ya se había puesto en marcha.