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Ahora que el cadáver de Renée Carter había sido identificado de forma concluyente, se ponía en marcha el elaborado proceso de encontrar y detener a su asesino. Kristina, con su amiga Kerianne sentada a su lado en actitud protectora, les contó a los detectives lo poco que sabía sobre su difunta patrona.

Renée Carter había trabajado como organizadora de eventos, por lo que estaba fuera casi todo el día, y siempre salía hasta muy tarde por la noche. Pasaba muy poco o ningún rato con su hija.

—Era mucho más cariñosa con Ranger, el perro labrador, que con Sally —recordó Kristina.

Durante el poco tiempo que ella llevaba allí, Renée no había estado acompañada. No tenía teléfono fijo, por lo que cualquier llamada que recibía cuando estaba en el piso era a su teléfono móvil.

—Es que no sé casi nada de ella —se disculpó Kristina—. Me contrató a través de la agencia.

Barry Tucker le dio su tarjeta.

—Así podremos estar en contacto. Si te acuerdas de alguien, llámame. Hiciste muy bien llevando a la niña al hospital, así que vete a casa y descansa un poco. Ya volveremos a hablar.

—¿Qué va a pasar con Sally? —preguntó Kristina—. Aún no lo sabemos —le dijo Tucker—. Empezaremos buscando a sus parientes.

—No creo que su padre la quiera, si es que consiguen averiguar quién es. A no ser que fuera una broma, la forma como la señora Carter dijo que él por fin estaba dispuesto a soltar algo de dinero, daba a entender que no estaba ayudándola.

—Sí, eso es verdad.

—¿Y qué pasará con Ranger? —Preguntó Kristina—. No podemos dejarlo solo sin más. ¿Puedo llevármelo de momento?

Kerianne y yo tenemos un apartamento muy pequeño, pero a mi madre le encantan los perros. Ella lo cuidará. Estoy segura.

—Me parece una solución temporal bastante buena —aceptó Tucker—. De acuerdo. Os acompaño abajo y buscamos un taxi, chicas. Yo quiero hablar con los recepcionistas. Deben de tener algún teléfono de contacto, por si hubiera un problema en este apartamento y no pudieran localizar a la señora Carter.

Al cabo de diez minutos, después de haber despedido a las jóvenes y al labrador, Barry Tucker se había presentado a Ralph Torre, el encargado del edificio, y después de explicarle que la señora Carter había sido víctima de un homicida, empezó a interrogarlo.

Torre, deseoso de colaborar, le contó que Renée Carter llevaba un año en el piso. Antes de que le permitieran firmar el arriendo, ella había facilitado información económica que demostraba que había ganado cien mil dólares en su último trabajo como ayudante del gerente de un restaurante en Las Vegas, y que tenía bienes por valor de «un kilo más o menos».

Había dado el nombre de Flora White como la persona a quien debían avisar en caso de emergencia. Torre anotó el teléfono profesional y el móvil de White.

—¿La familia de la señora Carter va a dejar el apartamento? —preguntó esperanzado—. Tenemos lista de espera…, por las vistas al parque.

—No lo sé —dijo Barry con brusquedad, y volvió al piso para telefonear a Flora White. Probó en el móvil.

Ella contestó a la primera. El tono en cierta forma velado de su voz, cambió cuando Tucker le dijo que llamaba para hablar de Renée Carter.

—La verdad es que Renée Carter me importa un comino —espetó White—. Anoche debía ocuparse de uno de nuestros grandes eventos, y no apareció. Ya puede decirle de mi parte que está despedida.

Tucker tomó la decisión de no decirle que Renée Carter estaba muerta.

—Soy el detective Barry Tucker —dijo—. ¿Cuándo vio usted a Renée Carter por última vez?

—¿Detective? ¿Es que se ha metido en problemas? ¿Le ha pasado algo? —El desconcierto en la voz de Flora White sonaba auténtico para el oído experto de Tucker.

—No ha vuelto a casa desde anteanoche —dijo Tucker—. La canguro tuvo que llevar a su hija al hospital.

—Debe de haber conocido a alguien que valiera realmente la pena —ironizó White—. No sería la primera vez que se sube en un avión privado para ir a alguna parte con un tipo que acaba de conocer. Esa niña está siempre enferma, por lo que he oído.

—¿Cuándo vio usted a Renée Carter por última vez? —repitió Tucker.

—Anteanoche. Organizamos el acostumbrado ceremonial de la alfombra roja para el estreno de una película malísima, y la fiesta de después. Pero Renée se largó a las diez en punto. Iba a verse con alguien. No sé con quién.

—¿Ella habló alguna vez del padre de su hija o de su propia familia?

—Si lo que decía era verdad, cosa que dudo, Renée se escapó de casa a los dieciséis años, hizo algún papel en películas de Hollywood, y luego se marchó a Las Vegas una temporada Yo la conocí hace unos tres años. Trabajábamos como acompañantes en el mismo club del SoHo. Entonces ella descubrió que estaba embarazada. Su novio debió de darle mucho dinero para que se marchara de la ciudad, porque de pronto desapareció del mapa. No supe nada de ella durante un año. Y luego un día me llamó. Había vuelto a Las Vegas, pero ya estaba aburrida, extrañaba Nueva York. Yo había empezado este negocio de organizar eventos, y le pregunté si estaba interesada en trabajar en eso.

Tucker había estado tomando notas mientras Flora White hablaba.

—Y a ella le interesó, imagino.

—Imagina bien. ¿Dónde mejor para conocer a otro tipo con dinero?

—¿Nunca le habló del padre de la niña?

—Si se refiere a si me dijo su nombre, la respuesta es no.

Aunque supongo que ella lo planeó todo para que el bebé no naciera, pero luego decidió que sería mejor tener algo para atrapar al tipo.

Flora White es un pozo de información, pensó Barry Tucker, la clase de persona con quien le encantaría contar a cualquier detective para llevar a cabo una investigación. Pero su opinión despreocupada y brutal sobre Renée Carter lo dejó profundamente preocupado por la niña que estaba ahora en el hospital, y que podía fácilmente acabar sin que nadie la quisiera.

—Si tiene noticias de Renée, hágamelo saber —estaba diciendo Flora White—. En realidad no quería despedirla. Lo pensé, claro. La hubiera matado cuando no se presentó anoche, pero la verdad es que es realmente buena en su trabajo. Cuando quiere es encantadora, hace que la gente se sienta a gusto, la hace reír; y así, cuando proyectan su birria de película para sus amigos, vuelven a llamarnos.

—Señora White, ha sido usted de gran ayuda —dijo Barry—. Dice usted que anteanoche Renée se fue pronto de la fiesta. ¿Sabe si la pasó a recoger alguien o cogió un taxi?

—¿Un taxi? ¿Renée? ¿Está de broma? Ay, chico, tiene contratada una agencia de conductores, y más vale que el chófer lleve uniforme y gorra, y que el coche sea un Mercedes 500 que parezca recién salido de fábrica. Ella siempre quería dar la impresión de que estaba forrada.

—¿Sabe el nombre de la agencia?

—Claro. Yo también la uso. Pero no los vuelvo locos como hace Renée. Se llama Ultra Lux. Le daré el teléfono. Es… —se calló—. Espere un segundo, nunca me acuerdo de los números. Lo tengo aquí.

Había llegado el momento de decirle a Flora White que Renée Carter no iba a estar disponible para futuros estrenos.

Después de haber oído sus gritos de consternación y conseguir calmarla, Tucker le pidió que fuera a verlo a la oficina del fiscal del distrito a la mañana siguiente, para firmar una declaración, verificando los hechos que acababa de comunicarle.

Minutos después, mientras el detective Dennis Flynn revisaba el escritorio de Renée buscando alguna información sobre familiares directos, Barry Tucker habló con el operador de la agencia de conductores Ultra-Lux. Este le dijo que habían dejado a Renée Carter en un bar de la avenida East End, cerca de Gracie Mansión, y que ella le había dicho al chófer que no hacía falta que la esperara.

—Esa noche íbamos cortos de personal —explicó el hombre—, y cuando el chófer de la señora Carter llamó para informar de que ya estaba libre, yo quise asegurarme de que le había entendido bien. No quería que ella me llamara gritando, si el chófer no estaba allí. Mi empleado insistió, y me dijo que la señora Carter le indicó que la persona con la que iba a encontrarse la llevaría a su casa porque vivía cerca, en Central Park West. Luego me dijo otra cosa. Es un cotilleo, ya sabe a lo que me refiero, pero a lo mejor le ayuda. Cuando Renée estaba de buen humor era muy simpática. En fin, que la otra noche se echó a reír y le dijo al chófer que el tipo con quien estaba citada creía que estaba arruinada, así que no quería que hubiera un coche de lujo esperándola cuando saliera.