A las seis en punto, el doctor Ryan Jenner llamó expectante al timbre de la consulta de Monica y esperó. Puede que esté en una de las salas de atrás, pensó, y volvió a llamar. Pero después del tercer intento y de haber mantenido el timbre apretado durante un buen rato, decidió que Monica había olvidado por completo su promesa de entregarle el historial del chico O'Keefe.
Se dio cuenta de que había esperado con ganas dedicar la tarde a examinar todas las pruebas diagnósticas, para ver si había alguna explicación de que un cáncer cerebral extendido desapareciera sin más.
Intentando librarse de la decepción, bajó de la acera a la calzada y paró un taxi. De camino a casa se preguntó si encontraría a Alice Halloway esperándolo allí. Ryan había sido incapaz de negarse a la petición de su tía cuando le dijo que Alice, «una de sus personas favoritas en el mundo entero», iba a ir a Manhattan en viaje de negocios y le había pedido quedarse en el apartamento. ¿Le importaría a Ryan?
—El apartamento es tuyo, ¿cómo me va a importar? —había asegurado él—. Incluso puede escoger entre una de tus dos habitaciones de invitados.
Ryan se había imaginado que Alice Halloway tenía la edad de su tía, entre setenta y setenta y cinco años. Pero en lugar de eso Alice, que había llegado la semana anterior, resultó ser una mujer muy guapa de treinta y pocos años, que iba a asistir a una convención de redactores sobre temas de belleza en Manhattan.
La convención había durado dos días, pero Alice no se fue.
Hacía un par de noches había invitado a Ryan a acompañarla al teatro. Le dijo que había conseguido dos invitaciones para una reposición de Nuestra ciudad, de la que ya no quedaban entradas. Después de la obra habían ido a comer algo y cuando finalmente volvieron al apartamento, era demasiado tarde en opinión de Ryan. Al día siguiente tenía que operar a las siete de la mañana.
Pero hasta que Alice intentó insistir para que tomaran una copa después de cenar junto a la chimenea, Ryan no cayó en la cuenta de que su tía estaba intentando emparejarlo con «una de sus personas favoritas en el mundo entero», y que Alice estaba más que dispuesta a seguir adelante con el intento.
Ahora, en el taxi que lo llevaba a la parte alta de la ciudad, Ryan meditaba sobre qué hacer respecto a ese asunto. Alice seguía aplazando su marcha. Cuando él llegaba al apartamento, ella siempre estaba esperándolo con queso, tostadas y vino en la nevera.
Si no se marcha pronto, me iré a un hotel hasta que se largue, decidió.
Al terminar el día, Ryan solía sentirse aliviado y contento de dar la vuelta a la llave de aquel apartamento tan amplio y confortable.
Esa noche empujó la puerta con una mueca. Entonces el tentador aroma de algo que se cocía en el horno estimuló sus fosas nasales, y se dio cuenta de que tenía hambre.
Alice estaba acurrucada en el sofá de la sala viendo un concurso de la televisión. Llevaba unos pantalones y un jersey de andar por casa. En la mesita redonda que tenía delante había un platito con queso y tostadas, dos copas y una botella de vino en una cubitera.
—Hola, Ryan —dijo cuándo Ryan se detuvo en el vestíbulo—. Hola, Alice —contestó él, tratando de parecer cordial.
Entonces vio que ella se incorporaba del sofá y cruzaba la habitación para saludarlo. Le plantó un beso liviano en la mejilla y dijo:
—Pareces agotado. ¿Cuántas vidas has salvado hoy?
—Ninguna —se limitó a contestar él—. Mira, Alice…
Ella lo interrumpió.
—¿Por qué no te quitas la chaqueta y la corbata y te pones algo cómodo? Jamón de Virginia, macarrones con queso y una ensalada; una cena que me ha hecho famosa.
Ryan se había propuesto decir que tenía planes para cenar, pero no abrió la boca. En lugar de eso, preguntó:
—Alice, ¿cuánto tiempo piensas quedarte? Tengo que saberlo.
Ella abrió unos ojos como platos.
—¿No te lo dije? Me marcho el sábado por la mañana. Así que solo tendrás que soportarme dos días más, uno y medio de hecho.
—Me siento avergonzado. Este apartamento no es mío, pero…
—Pero no quieres que el portero te lance miradas irónicas.
No te preocupes. Ya le dije que eras mi hermanastro.
—¡Tu hermanastro!
—Exacto. ¿Y ahora qué te parece esa cena con jamón de Virginia? Es tu última oportunidad. Mañana por la noche tengo planes.
Se marcha el sábado y mañana por la noche sale, pensó Ryan, aliviado. Ahora como mínimo puedo ser educado.
—Estoy encantado de cenar contigo, pero no te haré mucha compañía. Tengo otra operación mañana a las siete, así que me acostaré temprano —dijo, con una sincera sonrisa.
—No pasa nada. Ni siquiera tienes que ayudar a recoger la mesa.
—Ahora mismo vuelvo.
Ryan recorrió el pasillo hasta su dormitorio y se acercó al armario para colgar la chaqueta. Sonó el teléfono, pero Alice contestó enseguida. Él abrió la puerta por si lo llamaba, pero no lo hizo. Debe de ser para ella, pensó.
En la cocina, Alice bajó la voz. Una mujer que se había presentado como la doctora Farrell preguntaba por el doctor Jenner.
—Se está cambiando —dijo Alice—. ¿Quiere que le dé el recado?
—Dígale por favor que la doctora Farrell llamó para disculparse por no haber estado en la consulta para darle el historial O'Keefe —dijo Monica, intentando mantener la voz serena—. Me encargaré de que se la entreguen mañana por la mañana.