34

Peter Gannon miró a su ex mujer Susan, que estaba sentada en el otro extremo de la mesa. Le había pedido que cenara con él en Il Tinello, que había sido siempre uno de sus restaurantes favoritos, durante sus veinte años de matrimonio. No habían hablado ni se habían visto en los cuatro años transcurridos desde su divorcio, hasta que ella lo había llamado por teléfono para decirle cómo lamentaba que su nueva obra se hubiera cancelado.

Ahora que necesitaba ayuda desesperadamente, la contempló al otro lado de la mesa: tenía cuarenta y seis años, el cabello ondulado veteado de plata, y la cara dominada por unos inmensos ojos avellana. Se preguntó por qué la había dejado escapar. Nunca fui lo bastante listo como para darme cuenta de cuánto la quería, pensó, y de lo buena que era ella conmigo.

Mario, el propietario, los había saludado diciendo: «Bienvenidos a casa». Y en cuanto les sirvieron la botella de vino que había pedido, Peter dijo:

—Ya sé que suena cursi, pero estando aquí, en esta mesa contigo, me siento como en casa, Sue.

Ella sonrió con ironía.

—Eso depende de cómo interpretes la palabra «casa».

Peter pestañeó.

—Había olvidado lo directa que eres.

—Pues procura recordarlo. —El tono despreocupado mitigó la dureza del reproche—. Hace años que no hablamos, Peter. ¿Cómo va tu vida amorosa? Imagino que espléndida, por decirlo discretamente.

—No es espléndida, y lleva mucho tiempo sin serlo. ¿Por qué me llamaste, Sue?

La expresión burlona de ella desapareció.

—Porque cuando vi esa fotografía tuya junto a esas críticas espantosas, supe que estaba viendo la cara de un hombre hundido. ¿Hasta qué punto te perjudicó económicamente el fracaso de la obra?

—Voy a tener que declararme en bancarrota, lo cual significa que muchas buenas personas que tenían confianza en mí van a perder una gran cantidad de dinero.

—Tienes bastantes bienes.

—Tenía bastantes bienes. Ya no.

Susan bebió un sorbo de vino antes de contestar, y luego dijo:

—Peter, con el clima financiero actual hay mucha gente que se ha endeudado en exceso y está en el mismo barco que tú. Es vergonzoso. Es humillante. Pero son cosas que pasan.

—Sue, una empresa sale de la bancarrota; un productor teatral fracasado no. Al menos durante mucho tiempo no.

¿Quién crees que volverá a invertir un céntimo en una de mis obras?

—Creo recordar que te advertí de que siguieras con el teatro y evitaras las comedias musicales.

—Vale, pues entonces debes estar satisfecha. ¡Siempre te gustó decir la última palabra! —dijo Peter Gannon, en un arranque de ira.

Susan miró inmediatamente alrededor. En apariencia los clientes de las mesas cercanas del pequeño restaurante no se habían dado cuenta de que Peter había levantado la voz.

—Perdona, Sue —dijo él enseguida—. Ha sido una estupidez decir eso. Lo que debería haber dicho es que tú tenías razón, y que yo sabía que la tenías; pero me he dejado llevar por el ego.

—Estoy de acuerdo —dijo Susan, en tono amigable.

Peter Gannon cogió la copa y bebió un trago de vino.

—Sue, yo te di cinco millones de dólares en el acuerdo de divorcio —dijo.

Susan arqueó las cejas.

—Lo sé perfectamente.

—Sue, te lo suplico. Necesito un millón de dólares. Si no lo consigo, puede que Greg y yo acabemos en la cárcel.

—¿De qué hablas?

—Sue, ya sé que eres una inversora muy prudente. Me están haciendo chantaje. Cuando estaba borracho le di demasiada información a una persona sobre la cantidad de dinero de la fundación del que nos estábamos apropiando, y sobre la empresa de inversiones de mi hermano. Le dije a esa persona que estaba convencido de que Greg estaba utilizando información privilegiada.

—¿Que hiciste qué?

—Sue, estaba borracho. Sé que Greg está intentando salir del agujero. Si esa persona habla con la prensa, podría acabar en la cárcel.

—¿Quién es esa persona? Una mujer, imagino. Dios sabe que tenías unas cuantas.

—Sue, ¿me prestarías un millón de dólares? Te juro que te los devolveré.

Susan empujó su silla hacia atrás y se puso de pie.

—No sé si ofenderme o reírme. O las dos cosas. Adiós, Peter.

Con la desesperación en la mirada, Peter vio cómo la estilizada silueta de su ex esposa abandonaba abruptamente el restaurante.