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El jueves por la tarde, monseñor Joseph Kelly y monseñor David Fell se entrevistaron con dos testigos más de la vista sobre la beatificación de la hermana Catherine Mary Kurner.

En cuanto la notaria se hubo marchado, se sentaron juntos en el despacho de Kelly a comentar el proceso.

Coincidieron en que los testigos con los que acababan de hablar habían descrito de forma convincente su relación con la hermana Catherine. Uno de ellos, Eleanor Niven, había trabajado como voluntaria en el hospital que la hermana Catherine fundó en Filadelfia. Había declarado que en aquella época la hermana Catherine estaba claramente enferma y que se rumoreaba que se estaba muriendo.

—Era preciosa, y tenía una actitud muy serena —recordó Niven—. Cuando ella entraba en una habitación, la atmósfera se transformaba. Todos sabíamos que estábamos en presencia de una persona muy especial. —Eleanor Niven siguió declarando que había acompañado a Catherine durante su ronda de visitas a los pacientes.

—Había una niña de ocho años operada del corazón que estaba muy grave. La madre, una joven viuda, estaba sentada Junto a la cama, llorando. La hermana Catherine la abrazó y k dijo: «Recuerde que Cristo escuchó el llanto de un padre cuyo hijo estaba muriéndose. También escuchará su llanto».

Entonces la hermana se arrodilló al lado de la cama y rezó. Al día siguiente la niña había empezado a recuperarse, y al cabo de unas semanas ya pudo irse a casa.

—Yo ya conocía esa historia —le dijo monseñor Kelly a Fell—. Yo visité ese hospital cuando era un joven sacerdote.

No llegué a ver a esa niña, pero sin duda entiendo que los testigos hablen en todo momento del poder de la presencia de la hermana. Poseía una especie de aura. Y es verdad que cuando cogía a un niño enfermo y lo acunaba en sus brazos, incluso el crío más aterrado se calmaba y aceptaba el tratamiento al que se había estado resistiendo. Era algo mágico.

—Nuestra testigo estrella de ayer fue bastante interesante, ¿verdad? —preguntó monseñor Fell.

—¿La doctora Farrell?, y que lo digas. Ciertamente es fundamental en este proceso. Emily O'Keefe, la madre de Michael, no solo tenía fe en que su hijo viviría, sino que prácticamente dejó de llevarlo al médico.

—La doctora Farrell mencionó a un colega, el doctor Ryan Jenner —continuó Fell—. Lo he investigado un poco, y se ha forjado cierta reputación como neurocirujano. La doctora Farrell comentó que, basándose en todas las resonancias y los escáneres, Jenner le dijo que Michael O'Keefe era un enfermo terminal que debería haber muerto. Sería interesante pedirle que declarara como otro testigo cualificado. La verdad es que me gustaría entrevistarlo.

Monseñor Kelly asintió.

—Yo estaba pensando lo mismo. Sería otra opinión médica muy respetada, en favor de la causa.

Luego, durante un par de minutos los dos hombres se quedaron callados. Ambos sabían en qué pensaba el otro.

—Sigue frustrándome mucho que no podamos conocer las circunstancias que rodearon el hecho de que Catherine hubiera dado a luz —dijo Fell.

—Lo sé —corroboró Kelly—. Sabemos que solo tenía diecisiete años cuando entró en el convento. Debió de haber sido poco después de eso, lo cual explicaría por qué la madre superiora la envió a Irlanda a los pocos meses de ser novicia, y sugiere que ella no se dio cuenta de que estaba embarazada hasta después de ingresar en la comunidad.

—Y nadie se habría enterado, a no ser porque la auxiliar de enfermería que la atendió cuando se estaba muriendo, se dio cuenta de que a Catherine le habían practicado una cesárea. Y si esa auxiliar no le hubiera vendido la noticia a una de esas publicaciones que airean los trapos sucios, muchos años después, cuando empezó el proceso de beatificación. Tampoco habríamos encontrado nunca a uno de los médicos que la trató en la fase final de la enfermedad, ese que verificó la historia cuando se la contamos. Y el hecho de que él, en conciencia, no pudiera desmentir a la prensa, echó leña al fuego del sensacionalismo, naturalmente… —suspiró monseñor Kelly.

—No podemos ignorar que no disponemos de información sobre cuál fue la postura de ella ante al embarazo —replicó monseñor Fell—. ¿Fue una relación consentida? Las fotografías más antiguas que tenemos demuestran que era una jovencita realmente preciosa. No es raro que tuviera admiradores. ¿Dio a luz a un hijo vivo? Y en tal caso, ¿qué fue de él? ¿Se lo contó a alguien? Esas son las preguntas que debo hacer.

Monseñor Fell se dio cuenta de que estaba haciendo tales preguntas sin esperar una respuesta.

—Mi trabajo consiste en asegurar que esos milagros son realmente milagros, y que solo lleguen a formar parte un día del santoral personas de extraordinaria virtud, y no de extraordinaria belleza —dijo.

Monseñor Kelly asintió, y optó por no mencionar que desde la reunión del día anterior con la doctora Monica Farrell, los recuerdos de la hermana Catherine acechaban su mente. Quizá sea por el dolor que vi en la cara de la encantadora joven doctora, cuando mencionó ese momento en que les dio la noticia a los O'Keefe de que Michael estaba en fase terminal.

Tenía la misma mirada que recuerdo haber visto en la hermana Catherine, cuando compartía el sufrimiento de los padres cuyos hijos estaban muy graves.