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Monica tenía previsto llegar a casa y refrescarse un poco antes de su cita con Olivia Morrow. Pero iré demasiado justa de tiempo, decidió, mientras volvía a través del túnel Lincoln. Es mejor que llegue a su barrio antes de la hora, que arriesgarme a hacerla esperar. Es evidente que no está bien.

Dice que conocía a mis abuelos biológicos. Al padre y la madre de papá. ¿Cómo puede ser eso? La verdadera madre de papá hizo todo lo que pudo para ocultar su identidad. En el registro de apellidos del hospital maternal de Irlanda, constan los Farrell como los padres naturales. ¿A qué se refería Olivia Morrow cuando dijo que quería hablarme de ellos antes de que fuera demasiado tarde? ¿Demasiado tarde para qué? ¿Realmente está tan grave como para estar al borde de la muerte? De no haber sido por ese comentario casual de Tony García cuando la llevó de viaje, nunca hubiera contactado con esa señora. ¿Se habría puesto ella en contacto conmigo en algún momento?

A las cinco menos veinte y después de aparcar el coche en un garaje cercano, Monica entró en el vestíbulo de Schwab House. Dio su nombre en recepción.

—Tengo una cita con la señora Morrow a las cinco en punto —explicó—. Llego un poco pronto, así que esperaré hasta que usted le avise.

—Por supuesto, señora.

Pasados veinte minutos que a ella le parecieron horas, Monica volvió al mostrador.

—¿Podría avisarle ahora, por favor? Dígale que la doctora Farrell está aquí.

Presa de una ansiedad febril, Monica observó cómo el recepcionista marcaba un número, y al ver la expresión que aparecía en su cara, comprendió claramente que había algún problema. Entonces él colgó, volvió a marcar el número, y esperó unos minutos interminables antes de colgar.

—No contesta —dijo él sin más—. Puede que sea algo grave. Lo que sé con seguridad es que hoy la señora Morrow no ha salido. No está nada bien, y ayer cuando volvió parecía tan agotada que le costó incluso llegar hasta el ascensor. Yo tengo el teléfono del médico. Voy a llamarlo. El vigilante nocturno me dijo que anoche vino a verla.

—Yo soy médico —dijo Monica enseguida—. Si cree usted que se trata de un problema de salud, el tiempo puede ser crucial.

—Telefonearé al doctor Hadley, y si a él le parece bien la acompañaré arriba.

Enferma de impaciencia, Monica esperó mientras el recepcionista llamaba a Hadley. El doctor no estaba en su consulta, pero contestó al móvil. Por lo que Monica le oyó decir al conserje, le explicó de forma concisa la situación. Finalmente colgó.

—El doctor Hadley llegará en cuanto pueda, pero me dijo que la llevara al apartamento de la señora Morrow inmediatamente, y que si el cerrojo está puesto lo rompamos.

Cuando el recepcionista dio la vuelta a la llave de la cerradura oyeron un clic, y cuando giró la maneta, la puerta se abrió. El cerrojo del apartamento donde Olivia Morrow había vivido más de la mitad de su vida, no estaba puesto.

—Estoy seguro de que no ha salido —volvió a decir el vigilante—. El doctor Hadley estuvo aquí anoche. Si ella estaba acostada, probablemente no se molestó en levantarse para pasar el cerrojo cuando él se fue.

Las luces estaban apagadas, pero por las ventanas que daban al oeste seguía entrando bastante luz natural, y Monica pudo echar un vistazo al salón, impecable, el comedor y la puerta abierta que daba a la cocina, y luego recorrió a toda prisa el pasillo detrás del conserje.

—El dormitorio está al final —dijo él—. Es la puerta que hay junto al estudio.

Se detuvo un momento a llamar a la puerta cerrada de la habitación, luego la abrió con cierta vacilación, y entró en el cuarto. Desde el umbral, Monica vio una silueta menuda. La cabeza estaba recostada sobre una almohada en alto y el resto del cuerpo debajo de las mantas.

—Señora Morrow —dijo el recepcionista—, soy Henry. Acabo de llamarla desde abajo. El doctor piensa que tal vez lo necesita y está preocupado.

—Encienda la luz —ordenó Monica.

—Oh claro, doctora, claro —tartamudeó Henry.

Las lámparas del techo inundaron de luz la habitación. Monica se colocó rápidamente en un lado de la cama y bajó la vista hacia una cara cerosa, con los ojos entornados y los dientes mordiendo la comisura del labio inferior. Hace horas que murió, pensó. Está en fase de rigor mortis. ¡Oh, Dios, si la hubiera venido a ver antes! ¿Llegaré algún día a saber algo de mi familia biológica, ahora?

—Llame a la policía, Henry —ordenó—. Hay que notificar la muerte de una persona que muere sola. Yo esperaré aquí hasta que llegue su médico de cabecera. Él es quien debe firmar el certificado de defunción.

—Sí, señora. Sí. Gracias. Llamaré desde abajo. —Estaba claro que Henry tenía muchas ganas de alejarse del cadáver.

En un rincón de la habitación había una butaca. Monica la acercó y se sentó junto a los restos mortales de la mujer quien había tenido tantas ganas de conocer. Obviamente Olivia Morrow había sufrido una enfermad muy grave. Parecía consumida. ¿Realmente sabía algo sobre mí?, se preguntó Monica, ¿o era una equivocación todo esto? Probablemente ya no lo sabré nunca.

Quince minutos después, el doctor Clay Hadley entró corriendo. Buscó bajo el cobertor y levantó la mano de Olivia Morrow, luego la volvió a bajar con delicadeza y la volvió a tapar.

—Yo estuve aquí anoche —le dijo a Monica con la voz tomada—. Le supliqué a Olivia que me dejara llevarla al hospital o a una residencia para enfermos terminales para que no muriera sola. Ella se empeñó en que quería estar en su propia cama cuando llegara el final. ¿Usted la conoce desde hace mucho, doctora?

—No llegué a conocerla. Debía verla esta tarde —habló en voz baja—. Mi padre fue un niño adoptado y la señora Morrow dijo que había conocido a mis abuelos y que quería hablarme de ellos. ¿Le mencionó a usted algo alguna vez?

Hadley movió la cabeza.

—Doctora Farrell, por favor no confíe demasiado en lo que Olivia decía. Estas últimas semanas, desde que yo tuve que comunicarle lo grave que estaba, había empezado a fallarle la cabeza. La pobre mujer no tenía familia y empezó a creer que cualquier persona que conocía o de la que oía hablar, tenía alguna relación con ella.

—Ya entiendo. La verdad es que ya pensé que podía tratarse de eso. Imagino que es mejor que me quede hasta que llegue la policía, porque yo estaba con el recepcionista cuando encontramos el cuerpo. Probablemente querrán que haga una declaración.

—¿Por qué no la esperamos en el salón? —preguntó Hadley.

Monica miró por última vez hacia la cama donde yacía Olivia Morrow y salió de la habitación. Pero mientras recorría el pasillo tuvo la persistente sensación de que había algo irregular, algo que no estaba bien.

A lo mejor soy yo la que se está volviendo loca, pensó. Supongo que no me di cuenta de hasta qué punto confiaba en que Olivia Morrow pudiera hablarme de mis orígenes. Estoy terriblemente decepcionada.

Sentada en el salón, que era un símbolo del refinado buen gusto de Olivia Morrow, seguía preocupada por esa sensación de que se le había pasado por alto algo importante, algo relacionado con la muerte de una mujer a quien no había conocido en vida.

Pero ¿qué?