Atónita por lo que Olivia Morrow le había dicho, Monica colgó el teléfono y se sentó a la mesa de su despacho privado, con la mente confusa.
¿Eso que me ha dicho significa que ella conocía a los padres biológicos de papá? Parece muy mayor, incluso débil. ¿Quizá está confundida? Pero si los conoció y puede decirme quiénes eran, sería maravilloso. Papá se pasó toda la vida deseando descubrir la verdad sobre sus orígenes. Decía que no le importaba que sus parientes consanguíneos hubieran sido borrachos o estafadores, solo con saber quiénes eran le bastaba.
Quizá mañana a esta hora lo sabré, pensó. Me pregunto si tengo algún primo u otros familiares. Me encantaría…
Monica echó hacia atrás la silla del escritorio y se levantó. Ojalá no tuviera que ir mañana a declarar a esa vista por la beatificación. Papá era un católico devoto y sé que mamá lo era también. Me acuerdo que los tres íbamos a misa todos los domingos, puntuales como un reloj. Yo soy de la generación que se alejó de todo eso, aunque a veces voy a misa. Papá decía que nos lo habían puesto demasiado fácil a todos. «Vosotros pensáis que si os apetece salir en un bote de remos el domingo por la mañana, basta con que recéis —me decía—. Bien pues, no basta con eso».
Ryan Jenner le había prometido pasarse y echar un vistazo al historial de Michael O'Keefe a las siete en punto. Ya eran la siete. Al darse cuenta de eso, Monica entró a toda pisa en el pequeño lavabo del personal y se miró al espejo. Aparte de brillo en los labios y un toque de polvos, nunca se maquillaba durante el día. Pero ahora abrió el armarito sin pensar y sacó la base de maquillaje y el rímel.
Ha sido otro día muy largo, pensó. Ya es hora de que le dé un poco de vida a mi cara. Después de aplicarse la base decidió que con eso ya bastaba, y añadió una leve sombra de ojos azul. Luego recordó que Ryan había comentado que le gustaba con el pelo suelto, y se quitó las horquillas del recogido.
Esto es una ridiculez, se dijo. Ryan viene a ver el historial y las resonancias y los escáneres de Michael O'Keefe, y yo estoy emperifollándome para él. Aunque es simpático.
Había pasado el fin de semana saboreando el recuerdo de aquella velada en el apartamento de Ryan. Admitió que siempre lo había admirado como cirujano, pero nunca había imaginado lo cariñoso y encantador que podía ser en el plano personal. En Georgetown apenas tuve relación con él, pensó. Ryan estaba en último curso y yo acababa de entrar en la facultad de medicina. Siempre le había parecido muy serio.
A las siete y veinte sonó el timbre.
—Lo siento —dijo Ryan en cuanto ella le abrió la puerta del despacho.
Monica lo interrumpió.
—Eso dije yo el viernes cuando llegué a tu apartamento —dijo ella—. Entra. Tengo preparado todo lo que quiero enseñarte. Sé que dijiste que ibas al teatro.
Había colocado el historial de Michael O'Keefe sobre una mesa de la sala de espera. Los cuentos para niños que había normalmente allí estaban apilados en una esquina. Jenner se quedó mirándolos.
—Cuando era pequeño, mi escritor favorito era Dr. Seuss, ¿y el tuyo?
—Uno de los primeros de la lista —corroboró Monica—, ¿cómo no iba a serlo?
Cuando Jenner se sentó y cogió el historial, ella acercó una silla, se sentó delante y lo miró mientras él buscaba las gafas en el bolsillo.
Estudió su cara cuando él empezó a leer las resonancias y los escáneres. La expresión seria que apareció mientras iba cogiendo una prueba después de otra, era exactamente la que ella esperaba ver. Finalmente él las volvió a dejar y la miró.
—Monica, ese niño tenía un cáncer cerebral incurable, que debía haberle matado en el plazo de un año. ¿Me estás diciendo que todavía está vivo?
—Estas resonancias y estos escáneres son de hace cuatro años. Yo acababa de abrir la consulta aquí, y como puedes imaginar estaba bastante nerviosa. Michael tenía cuatro años entonces, ya había empezado a tener ataques y los padres creían que tenía epilepsia. Pero ya ves lo que encontré. Ahora mira la otra carpeta. Contiene las pruebas diagnósticas que le han estado haciendo a Michael durante los últimos tres años. A propósito, es un chaval estupendo, buen estudiante y capitán del equipo de la liga infantil.
Jenner arqueó las cejas, abrió la otra carpeta, estudió su contenido, volvió a repasarlas una a una, y finalmente las dejó sobre la mesa. Se quedó mirando a Monica un buen rato antes de contestar.
—¿Ves alguna posibilidad de curación espontánea? —preguntó Monica.
—Ninguna. Absolutamente imposible —dijo Jenner con rotundidad. Ella asintió.
—Ve con cuidado. Puedes acabar en la lista de testigos de ese proceso de beatificación.
Ryan se levantó.
—Si quieren una segunda opinión, yo estaré encantado de dársela. Según todo lo que he aprendido y he visto como médico y como cirujano, si realmente este es el historial de Michael O'Keefe, el niño tendría que estar muerto. Ahora tengo que irme. Cierta jovencita se enfadará mucho si no llego al teatro antes de que suban el telón.
El miércoles por la mañana, después de un considerable debate consigo misma, Monica le dijo a Nan que había telefoneado a Olivia Morrow, y que iba a verla cuando volviera de declarar en el despacho del obispo de Metuchen, New Jersey.
—¿Ella conoce a su abuela? —preguntó Nan emocionada.
Monica vaciló, y escogió las palabras con mucho cuidado.
—Dice que sí, pero por el tono de su voz, yo diría que la señora Morrow es bastante mayor. Espero a juzgarla cuando la conozca.
¿Por qué no le dije a Nan que Olivia Morrow dice que conoció a mis dos abuelos biológicos?, se preguntó algo después esa tarde cuando subió a su coche, que ya tenía seis años, para ir hasta New Jersey. Porque estoy segura de que eso sería demasiado bonito para ser verdad. Y si ella los conoció y me puede hablar de ellos, empezaré a creer en los milagros, pensó mientras se colaba entre el tráfico de la calle Catorce en dirección al túnel Lincoln.
Una hora después aparcaba el coche frente al edificio de las oficinas del Obispado de Metuchen. Deseando estar a miles de kilómetros de distancia, se paró en el mostrador de recepción del espacioso vestíbulo. Se presentó y dijo:
—Tengo una cita con monseñor Joseph Kelly.
La recepcionista sonrió.
—Monseñor la está esperando, doctora. Está en el segundo piso, puerta 1024.
Al darse la vuelta, Monica vio que había una capilla a la izquierda. ¿Es aquí donde tiene lugar la ceremonia oficial de beatificación?, se preguntó. Había leído sobre el proceso durante el fin de semana. Parece algo casi medieval, pensó. Si lo que leí es correcto, monseñor Kelly es el delegado del Episcopado, quien de hecho lleva la investigación. Habrá otras dos personas presentes cuando me pregunten. Uno es el promotor de la fe, cuyo trabajo consiste en asegurarse de que los milagros no son falsos. Solían llamarlo el abogado del diablo. La otra persona será el notario de la investigación. Imagino que su trabajo es tomar nota de mi declaración. Y supongo que lo primero que tendré que hacer es jurar que diré la verdad.
Dejó atrás el ascensor y se dirigió a la escalera alfombrada. La puerta del despacho de monseñor Kelly estaba abierta. En la vio y la saludó con una sonrisa cordial.
—Pase, doctora Farrell. Muchísimas gracias por haber venido. —Mientras hablaba se levantó de inmediato, y rodeando su escritorio corrió a estrecharle la mano.
Monica se sintió enseguida a gusto con él. Era un hombre de casi setenta años con un cabello oscuro apenas salpicado de gris, alto y de complexión delgada, y ojos de un azul intenso.
Tal como ella había supuesto, había otras dos personas en la salita de la amplia oficina. Una de ellas era un sacerdote de menor edad, que le presentaron como monseñor David Fell. Era un hombre menudo de unos cuarenta años, con aspecto juvenil. La otra, unos diez años mayor que monseñor Fell, era una mujer alta con el pelo corto y rizado. Se la presentaron como Laura Shearing. Monica estaba segura que era la notaría.
Monseñor Kelly invitó a Monica a sentarse. Volvió a darle las gracias por haber acudido, y luego preguntó:
—¿Sabe usted algo sobre la hermana Catherine?
—Personalmente no, desde luego. Sabía que había fundado siete hospitales infantiles, así que yo, como pediatra, la respeto mucho —dijo Monica, que se sintió de pronto más cómoda, al ver que aquello no iba a ser una inquisición sobre su fe o falta de fe en los milagros—. Sé que era una religiosa franciscana y que sus hospitales tenían como objetivo tratar pacientes con problemas específicos, en la línea del hospital St. Jude que fundó Danny Thomas para niños con cáncer.
—Exactamente —confirmó Kelly—. Y desde que murió hace treinta y tres años, hay mucha gente que cree que fue una santa que vivió entre nosotros. Estamos investigando concretamente la curación del niño O'Keefe, pero muchísimos padres escribieron o telefonearon a esta diócesis, para decir que ella parecía tener poderes curativos, en el sentido de que muchos niños con enfermedades graves habían empezado a recuperarse después de estar en su presencia. —Monseñor Kelly miró a monseñor Fell—. ¿Por qué no continúas tú, David?
La sonrisa instantánea de David Fell iluminó su porte solemne.
—Doctora Farrell, permita que le proporcione algunos datos sobre alguien cuya causa se está estudiando en Roma en estos momentos. Terence Cooke era el cardenal arzobispo de Nueva York. Murió hace unos veinticinco años. ¿Ha oído hablar de él?
—Sí. A mi padre le encantaba Nueva York. Después de la muerte de mi madre, cuando yo tenía diez años, él y yo veníamos a Manhattan muchos fines de semana y nos dedicábamos a ir al teatro y a visitar museos. Nunca faltábamos a la misa del cardenal, los domingos por la mañana en San Patricio. Recuerdo haber visto al cardenal O'Connor allí una vez. Sé que eso fue después de la muerte del cardenal Cooke.
Fell asintió.
—Era un hombre que gozaba del amor de muchísima gente Conocerle era sentirse bendecido por estar en su presencia. Cuando el cardenal Cooke falleció, miles de personas enviaron cartas a la diócesis hablando de él, de su bondad, de su amabilidad, y de cómo había influido en sus vidas. Quizá le interese saber que una de esas cartas era del presidente Reagan y su esposa Nancy.
—Ellos no eran católicos —dijo Monica.
—Muchas cartas eran de personas que no eran católicas, y había gente de todos los ámbitos de la vida. Mucha gente no sabe que cuando dispararon al presidente Reagan estuvo mucho más cerca de la muerte de lo que se hizo público. Michael Deaver, el jefe de personal del presidente Reagan, le preguntó si deseaba hablar con un consejero espiritual. El presidente quiso que el cardenal Cooke volara a Washington, y él se pasó dos horas y media junto al lecho de Reagan.
—La investigación de la causa del cardenal Cooke ha sido un proceso de varios años —continuó Fell—. Se han examinado más de veintidós mil documentos, incluyendo cartas, testimonios verbales y sus propios escritos. Se le atribuye, como a la hermana Catherine, el milagro de salvar la vida de un niño moribundo.
—Tiene usted que entender de dónde procedo yo —dijo Monica, escogiendo con cuidado sus palabras—. No es que no crea en la posibilidad de la intervención divina, pero como doctora sigo buscando otras razones por las cuales ese niño, Michael O'Keefe, se curó de forma espontánea. Le pondré un ejemplo. Una persona con un trastorno de identidad disociativo, múltiple personalidad como se llamaba antes, puede ser capaz de cantar como un canario en una personalidad, y ser incapaz de afinar en la otra. Nosotros conocemos ejemplos de algunos de esos enfermos que necesitan gafas en una identidad y en la otra tienen una vista perfecta. Yo, como científica, sigo buscando una explicación para la remisión o la curación del cáncer cerebral de Michael O'Keefe.
—Cuando nos pusimos en contacto con usted, ¿conocía ya la reacción de la madre de Michael cuando usted le dijo a ella y a su padre que su enfermedad no tenía cura?
—Después de urgir al señor y la señora O'Keefe que pidieran otras opiniones de especialistas cualificados, les supliqué que no dejaran el destino de Michael en manos de una promesa de curación. Les dije que estaba segura de que los médicos de Cincinnati verificarían mi diagnóstico, y que después debían llevarse a Michael a casa, y que disfrutaran de él durante el año de vida que le quedaba.
—¿Y cómo reaccionaron los padres?
—El padre de Michael estuvo a punto de desmayarse. Su madre me miró y dijo: «Mi hijo no va a morir. Voy a iniciar una cruzada de oración a la hermana Catherine y se curará».
Monseñor Fell y monseñor Kelly intercambiaron una mirada.
—Doctora Farrell, necesitamos obtener una declaración jurada suya y después podrá irse —dijo monseñor Kelly—. Lo que ha dicho tiene una importancia crucial para este proceso.
—Declararé bajo juramento encantada —dijo Monica con tranquilidad. Tiene gracia, reflexionó. El juramento hipocrático es el único que he hecho en mi vida. Le vinieron a la cabeza las palabras de los Preceptos de Hipócrates—: «Algunos pacientes, aun conscientes de que su estado es peligroso, recuperan la salud simplemente a través de la satisfacción que les genera la bondad del médico».
Me pregunto si después de todo, Michael O'Keefe se curó no por la bondad del médico, es decir yo, sino por la intervención de la hermana Catherine, una religiosa franciscana fallecida, que se pasó la vida ocupándose de los niños enfermos. La madre de Michael tenía confianza absoluta en que la hermana Catherine no la haría padecer la muerte de su único hijo. Monica retuvo ese pensamiento mientras repetía su declaración bajo juramento.