Peter Gannon estaba en el despacho que tenía cerca de Shubert Alley, en el distrito teatral de Manhattan. Se levantó de su escritorio y apartó las hojas de papel que estaban desperdigadas por encima. Cruzó la habitación hacia la pared de estanterías y sacó una ejemplar del Diccionario Enciclopédico Webster. Quería buscar la definición exacta de la palabra «carnicería».
«Carnicería (kar'nij) —leyó—, n. 1. Matanza de un gran número de personas en una batalla; carnicería; matanza; masacre; 2 arcaico, cadáveres de los hombres muertos en combate».
—Eso lo define bastante —dijo en voz alta, aunque estaba solo en la sala. Matanza y carnicería por parte de los críticos. Masacre por parte de la audiencia. Y los cadáveres de todos los actores, los músicos y el equipo que se dejaron el corazón para convertirlo en un gran éxito.
Volvió a colocar el voluminoso diccionario, se sentó de nuevo en su escritorio, y se cogió la cabeza con las manos. «Estaba tan seguro de que este funcionaría…», pensó. «Estaba tan seguro, que incluso me comprometí a garantizar personalmente la mitad del dinero que pusieron algunos de los grandes inversores. ¿Cómo se supone que voy a cumplir ahora? Los ingresos de las patentes se acabaron hace años, y la fundación está demasiado comprometida. Le dije a Greg que opinaba que Clay y Doug estaban presionando demasiado para obtener esas donaciones para investigaciones de salud mental y cardíaca, pero él me contestó que me metiera en mis asuntos, y que yo ya estaba recibiendo mucho dinero para mis proyectos teatrales. ¿Cómo les digo ahora que necesito más dinero? ¡Mucho más!».
Volvió a levantarse; estaba demasiado inquieto para seguir sentado. Su gran espectáculo musical se había estrenado y clausurado el pasado lunes por la noche. Una semana después, él seguía calculando el coste de la debacle. Un crítico había escrito: «El productor Peter Gannon ha presentado con eficacia pequeñas representaciones, adecuadas para los teatros alternativos. Pero su tercer intento de musical es una vez más un sonoro fracaso. Abandona, Peter».
Abandona Peter, pensó, mientras abría la neverita de detrás de su mesa y sacaba una botella de vodka. No te excedas, se advirtió a sí mismo cuando destapó la botella y cogió un vaso del estante superior de la nevera. Sé que he estado bebiendo demasiado, lo sé.
Después de haber servido una cantidad moderada de vodka en el vaso, añadió cubitos de hielo, guardó la botella, cerró la nevera, y volvió a sentarse. Luego recostó la espalda en la silla. O quizá debería convertirme en un alcohólico, pensó. Ebrio. Fuera de combate. Incapaz de enlazar dos frases. Incapaz de pensar, pero capaz de dormir; aunque sea el sueño del borracho que acaba en un dolor de cabeza espantoso.
Bebió un buen trago de vodka y con la mano libre buscó el teléfono. Susan, su ex mujer, le había dejado un mensaje diciéndole cuánto lamentaba que se hubiera cancelado la obra. A cualquier otra ex esposa le habría encantado que hubiera, sido un fiasco, pensó, pero Sue lo sentía de verdad.
Sue. Otro reproche constante. No se te ocurra llamarla. Es demasiado doloroso.
Cuando apartó la mano, el teléfono sonó. Al ver el número de quien llamaba, estuvo tentado de fingir que no estaba en el despacho. Sabiendo que eso no solucionaría nada, descolgó el auricular y balbuceó un saludo.
—Esperaba tener noticias tuyas antes —le dijo una voz quejumbrosa.
—Pensaba llamarte. Ha sido bastante frenético.
—No me refiero a una llamada telefónica. Me refiero a cobrar. Te has retrasado.
—Es… que… ahora… no… tengo… esa… cantidad —susurró Peter con la voz entrecortada.
—Pues… consíguela… o…
Oyó cómo le colgaban el teléfono.