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El cardiólogo Clay Hadley y el psiquiatra Douglas Langdon habían ido juntos a la facultad de medicina, y habían mantenido el contacto a lo largo de los años. Ambos acababan de entrar en la cincuentena, los dos estaban divorciados, ambos eran miembros del consejo de la Fundación Gannon, y compartían una buena razón para que la fundación siguiera en manos de Greg y Peter Gannon.

Cuando Clay era un médico joven, la madre de Olivia Morrow, Regina, le había presentado a los Gannon, y él había captado enseguida el provecho potencial de entablar una estrecha amistad con Greg y Peter. Eso fue poco antes de que se ganara un puesto en la junta de la fundación. Más adelante, fue él quien presentó a Langdon a los Gannon, y cuando uno de los viejos amigos del señor Gannon se retiró del consejo, insinuó que él sería el sustituto ideal.

El viernes por la tarde, Langdon y él se encontraron para tomar una copa, en el hotel Elysée de la calle Cuarenta y cuatro Este. Escogieron una mesa tranquila en un rincón, donde les pareció que podrían hablar en privado. Visiblemente nervioso, y consciente de que su costumbre de pasarse los dedos por el pelo a menudo le daba un aspecto desaliñado, Clay se esforzó en mantener las manos juntas bajo de la mesa.

Esperó con impaciencia a que la camarera sirviera los martinis y se alejara para que no pudiera oírlos, y dijo en voz baja pero tensa:

—He averiguado adonde fue Olivia el otro día. También en voz baja, pero muy tranquilo, Langdon preguntó:

—¿Cómo lo conseguiste?

—Un empleado de mantenimiento de su edificio me sopló que el martes salió con un chófer que la esperaba en el vestíbulo, y estuvo fuera hasta última hora de la tarde. El tipo se cree el cuento de que estoy muy preocupado por su salud, de manera que se prestó encantado a ayudarme a vigilarla, pero no sabe adónde fue. Pero ayer recordé que Olivia siempre utiliza la misma agencia de chóferes y los llamé. El conductor de aquel día, Tony García, no volvía a trabajar hasta esta tarde y no me dieron su teléfono, pero hoy me ha llamado él.

Langdon esperó. Vestía de forma impecable; llevaba un traje gris marengo con rayitas azul claro. Tenía un cabello oscuro que realzaba un rostro tremendamente atractivo que emanaba seguridad y un aire de serenidad y poder. Pero su estado mental distaba mucho de la serenidad. Puede que Clay fuera quien me filtró lo de la nieta, pero no nos está ayudando demasiado a deshacernos de esa anciana, pensó.

—¿Y qué te dijo el chófer? —preguntó.

—Me contó que había llevado a Olivia a Rhinebeck.

Langdon abrió unos ojos como platos.

—¿Fue a la casa madre? ¿Me estás diciendo que les dio a las monjas la carpeta de Catherine?

—No. Ahora viene lo bueno. Solo fue al cementerio donde está enterrada Catherine. Y en mi opinión eso significa que sigue intentando decidir qué hacer.

—Habría supuesto un movimiento muy desafortunado que Olivia les hubiera entregado esa prueba a las monjas. Cualquier investigador mediocre consideraría una coincidencia sospechosa que Monica Farrell muriera inmediatamente después de ese descubrimiento. ¿Así que tú deduces que esa carpeta sigue en la caja fuerte de Olivia? —Ahora el tono de Langdon era gélido.

—Ella la estaba guardando allí la otra noche, cuando estuve en su apartamento. Las dos mejores amigas que tenía murieron el año pasado, por lo que no parece que quede nadie a quien pueda confiársela. Yo supongo que sigue en la caja fuerte.

Langdon se quedó callado un par de minutos y luego insistió:

—¿Todavía no se te ha ocurrido el modo de suministrarle algo a Olivia para que muera en su casa, cuando tú estés presente?

—Todavía no. Piensa en el riesgo que comportaría si ella le ha entregado o le ha enseñado a alguien la carpeta de Catherine. Incluso a su edad y en su estado de salud, la policía podría solicitar la autopsia, si Monica Farrell muere también de repente. ¿Qué hay de ese tipo que contrataste?

—Yo también he recibido una llamada de Sammy Barber, que sin el menor disimulo, me dijo: «Mire, yo tengo fama de ser un hombre que siempre cumple su palabra, pero lamentablemente y visto el objetivo, creo que mi tarifa original era demasiado baja». Ha subido el precio. Ahora quiere cien mil dólares, en efectivo y por adelantado.