Sammy Barber no se había convertido en un asesino a sueldo de éxito actuando impulsivamente.
De la forma más discreta posible, empezó a estudiar metódicamente la rutina de salidas y entradas diarias de Monica Farrell. En cuestión de días pudo concluir que siempre llegaba al hospital antes de las ocho y media de la mañana, y tres veces por semana volvía allí a las cinco de la tarde. Para ir del hospital a su consulta, Farrell cogió en dos ocasiones el autobús de la calle Catorce que atravesaba la ciudad, y otro día fue a pie a la ida y a la vuelta.
Barber constató que calzaba botas con poco tacón y andaba deprisa, con zancadas ágiles. Pensó que darle un empujón cuando se acercara un autobús, no funcionaría. Ella nunca se paraba en el borde de la acera, ni intentaba cruzar cuando el semáforo estaba a punto de ponerse en rojo.
El viernes por la mañana, Sammy estaba sentado en su coche, aparcado en la acera de enfrente del edificio de ladrillo rehabilitado donde vivía Farrell. Ya había peinado el vecindario, y sabía que una pared de un metro veinte y un callejón es-trecho separaban el patio de atrás de la vivienda de la doctora, del patio de un edificio de ladrillo idéntico que había justo detrás. Decidió que quizá era posible entrar a su bloque por ahí.
Cuando Monica salió de su casa a las ocho y diez, Sammy esperó hasta que vio que subía a un taxi, y entonces salió tranquilamente del coche y cruzó la calle. Llevaba una parka con capucha, unas gafas oscuras, y una bolsa de lona cruzada sobre el pecho, de la que sobresalían unas cajas vacías. Sabía que si alguien lo veía, pensaría que era un empleado de una agencia de mensajería.
Sammy giró la cara para evitar la cámara de seguridad y abrió la puerta del ante vestíbulo de la residencia de Monica. Al instante supo lo que había venido a averiguar. Había ocho timbres con los nombres escritos al lado. Dos apartamentos por planta, pensó. Monica Farrell vivía en el IB. Ese debía de ser el apartamento de la parte de atrás de la planta. Con los guantes puestos, llamó al timbre de la inquilina del cuarto piso, dijo que traía un paquete, y consiguió entrar al vestíbulo. Entonces, aguantando la puerta interior con la bolsa, volvió a llamar a la mujer, y le dijo que se había equivocado de timbre y que el paquete era para el 3B, cuyo nombre había leído en el rótulo que había al lado de ese timbre.
—La próxima vez fíjese mejor —le dijo una voz molesta.
No habrá próxima vez, pensó Sammy cuando entró y se cerró la puerta. Para saber la distribución del apartamento de Monica, recorrió sin hacer ruido un pasillo largo y estrecho hasta el IB. Estaba a punto de probar su colección de llaves maestras para abrir la puerta, cuando oyó el ruido de un aspirador que salía del apartamento. La señora de la limpieza debe de estar ahí, pensó.
Se dio la vuelta enseguida y volvió por el pasillo. El ascensor estaba bajando. No quería toparse con un inquilino que pudiera recordarlo, y moviéndose ahora a toda prisa, salió del edificio. Ya había averiguado lo que necesitaba saber. Monica Farrell vivía en la parte de atrás de la planta baja. Eso significaba que su apartamento era el que tenía patio, lo cual quería decir que tenía puerta de atrás. No hay cerradura que se me resista, pensó Sammy, y si tiene además una ventana que da detrás, mucho mejor.
Esa es la mejor forma de ocuparse de esto, pensó con objetividad. Un intento de robo que termina mal. Por lo visto el intruso se puso nervioso cuando la doctora Farrell se despertó y lo vio. Esas cosas pasan a diario.
Pero cuando volvió al coche y tiró la bolsa de mensajero en el asiento de atrás, la expresión de Sammy se volvió taciturna. Era experto en búsquedas por internet, y había impreso toda la información sobre Monica Farrell que encontró. No es que fuera una celebridad, pero eso tampoco quería decir que fuera una doctora cualquiera. Había escrito varios artículos sobre niños y había conseguido algunos premios.
¿Quién quería matarla y por qué?, se preguntó Sammy. ¿No estaré siendo demasiado barato? Esa pregunta le estuvo incordiando mientras conducía hasta su apartamento en el Lower East Side, con la vista fatigada por falta de sueño. Había trabajado en su puesto habitual de vigilante de discoteca desde las nueve de la noche a las cuatro de la madrugada, después fue directamente a la calle de Monica, por si ella recibía una llamada de emergencia en medio de la noche.
Calculó que si ella salía corriendo quizá pararía una limusina pirata en vez de buscar un taxi, y había preparado para ello una chaqueta oscura, una corbata, y la documentación del servicio de limusinas.
Lo tengo todo bajo control, pensó Sammy. Se quitó la sudadera y los vaqueros y se dejó caer en la cama. Estaba demasiado cansado para desnudarse del todo.