Al levantarme y subir la persiana veo que el día ha amanecido nublado. Cuando me doy la vuelta y veo a Ruth levantarse, me quedo mirando fijamente la expresión de su cara. Sé que me va a dejar. No hace falta que me lo diga con palabras. Lo noto en sus gestos, en su incomodidad al devolverme la mirada y salir de la habitación para ir al baño. Sé que lo hará. Y sé que será hoy.
La boda es a las doce en Alcobendas. Ruth y yo nos hemos levantado a las ocho y media para duchamos y arreglarnos con tiempo. Juan y Diego han quedado en venir a recogemos con el coche. Los cuatro iremos juntos hasta allí. No podemos llegar tarde. Al fin y al cabo, Ruth va a ser una de las testigos.
Me pregunto si Ruth habrá caído en la cuenta de que este fin de semana hará un año de mi primer viaje a Madrid. Imagino que no. Ella no es muy dada a recordar las fechas. Siempre dice que eso no es lo importante. Aunque tampoco dice qué es lo importante para ella. Y a mí ahora me gustaría saber qué es, si hay algo que de verdad le importe.
La ropa que nos vamos a poner está colgada de sendas perchas de los ganchos que hay detrás de la puerta del dormitorio. Yo me pondré un traje negro con una camiseta blanca sin mangas y de cuello alto. Ruth vestirá otro traje, en su caso gris, con una camisa negra. Las dos llevaremos zapatos con algo de tacón. Ruth se ha negado a llevar un bolso de vestir así que seré yo la que tenga que acarrear con los trastos de las dos.
¿A qué vino lo de anoche? ¿A qué estaba jugando con esa desesperación? ¿Por qué lloró? Ruth intentó que no me diese cuenta, cogiendo la almohada con intención de ahuecarla y darle la vuelta. Pero no tuve más que meter la mano por debajo para descubrir el rastro húmedo que los ojos de Ruth habían dejado. ¿Qué provocó esas lágrimas? ¿En qué estaba pensando anoche?
Desayunamos en silencio café y tostadas. La radio está encendida vomitando noticias sin cesar. Terminamos de desayunar y Ruth se mete en el baño para ducharse. Yo espero recogiendo las cosas del desayuno. Sale enseguida y enseguida me meto yo. Cuando vuelvo al salón ella ya está vestida, rebuscando en mi bolsa de maquillaje. Saca el rimel y un lápiz de ojos. Sé que será lo único que adorne su rostro. Teñirá de negro su mirada para hacer resaltar sus ojos grises. Nada más. Me visto y me maquillo. Las dos estamos listas antes de tiempo. Nos sentamos en el sofá. Ruth enciende el televisor, zapeando durante varios minutos. Las dos fumamos muchos cigarrillos antes de que suene el móvil de Ruth. Ella atiende la llamada. «Juan y Diego están de camino, dicen que vayamos bajando para no perder mucho tiempo», me explica tras colgar.
Nos levantamos del sofá, revisamos nuestro aspecto en el espejo, Ruth coge las llaves del piso y yo el bolso. Salimos y bajamos a la calle. Nos acercamos al borde de la acera expectantes una junto a la otra.
—¿Me lo vas a decir de una vez? —le pregunto sin mirarla.
—¿Decirte el qué? —pregunta ella a su vez con sorpresa girando la cara hacia mí.
—Que me dejas. Dímelo antes de que lleguen estos. Así podré encajarlo y ponerles buena cara cuando aparezcan —le digo de corrido mirándola también.
El rostro de Ruth es una amalgama de muecas y gestos. Por un lado pretende aparentar desconcierto ante mi afirmación. Por otro la tristeza de sus ojos indica que no me he apartado un ápice de la realidad. Balbucea antes de hablar.
—Sara… —comienza pero ninguna frase viene a suceder a mi nombre.
—No hace falta que digas nada. Las dos lo sabíamos. Sólo estaba esperando que tú lo dijeras en voz alta. Pero veo que ni de eso eres capaz —le recrimino volviendo mi mirada hacia los coches que pasan por la calle.
—Sara… —repite Ruth—. No quiero que esto quede así. Tenemos que hablarlo con más calma…
—Pues ya lo hablaremos. Cualquier tarde de estas quedamos para tomar un café y nos tiramos los trastos a la cabeza.
El C3 de Juan y Diego interrumpe nuestra conversación parando justo delante de nuestras narices. Ambos sonríen joviales. Yo fuerzo una sonrisa similar al verlos.
—¡Pero qué chicas más guapas tenemos aquí! —exclama Diego mirándonos de arriba abajo—. ¡Venga, subid, que llegamos tarde! —añade aunque en absoluto es así. Más bien al contrario, vamos muy bien de tiempo.
Las dos obedecemos y nos acomodamos en el asiento trasero. Música house suena en el estéreo del coche. Juan mete primera y el coche vuelve a incorporarse al tráfico. Al principio Juan y Diego intentan entablar conversación con nosotras. Tras varios monosílabos como únicas respuestas por nuestra parte, ambos parecen captar el ánimo que tenemos esta mañana. Observo cómo Juan cruza miradas con Ruth a través del espejo retrovisor. Como consecuencia, muy disimuladamente, Juan va subiendo el volumen de la música.
Al llegar a Alcobendas, aparcamos fácilmente en las inmediaciones del ayuntamiento. Pese a ser un día laborable apenas parece haber gente que se haya acercado a realizar papeleos. Salimos del coche y nos encaminamos hacia un grupo de personas entre las que enseguida distinguimos a Ali y David. Ambos nos reciben con amplias sonrisas y diciéndonos lo guapos y guapas que estamos. Ruth se muestra taciturna e irónica a partes iguales, muy en su papel de la amiga descreída de una de las novias. Yo hace rato que me coloqué una máscara neutra sobre el rostro, de modo que no pueda transmitir ninguna emoción a través de él. Cerca del grupo de los amigos identificamos sin problemas al grupo de los familiares. Familiares de Pitu puesto que todos sabemos que nadie de la familia de Pilar sabe que hoy se casa. Los padres lucen cara de circunstancias, escrutando a los que los rodean con una mezcla de curiosidad y recelo. Junto a ellos hay un grupo de gente más joven, seguramente la hermana y los amigos de Pitu. Ellos parecen más naturales pero aún así se les nota que lo de asistir a una boda lésbica ha venido a traer un nota extraordinaria a su día a día.
De repente, salidas de ninguna parte, aparecen Pilar y la que supongo que será Pitu. Ruth y yo nos quedamos mirando a esta última con tremenda curiosidad. Y la sorpresa nos domina a ambas de tal modo que apenas disimulamos que no podemos cerrar la boca. Lejos de lo que habíamos elucubrado, teniendo en cuenta que la chica es vigilante de seguridad y, en consecuencia, nos la imaginábamos como el más típico prototipo de camionera, Pitu se nos presenta como una chica que ronda la treintena con una larga y ondulada melena castaña y un rostro afable y risueño. Guapa, sin duda. Y atractiva también, radiante con un traje blanco de corte clásico y una blusa también blanca con rayas azul marino.
—¡Por fin nos conocemos! —exclama Ruth jovial plantándole sendos besos en las mejillas.
—Espero que ya no pienses que soy la novia imaginaria de Pilar —le dice acusadora al separarse.
—No, no —se apresura a contestar Ruth con una mirada de admiración que recorre a la chica por entero.
Pilar me la presenta también a mí y luego pasa a saludar a los demás, a quienes ya conoce. Pero no se entretiene mucho, alguien dice que es hora de ir pasando a la sala en la que se celebrará la ceremonia. Vamos pasando al interior del edificio ordenadamente. Ruth recupera el aire sombrío de un rato antes. Nuestras miradas se cruzan durante un breve instante pero ella la aparta rápidamente para ponerse a hablar con Juan.
Ya en la sala nos colocamos en las primeras filas. En cuanto el resto de invitados ya están en sus correspondientes asientos, el concejal comienza con una ceremonia que todos sabemos que será breve.
—A ver cómo se llama, a ver cómo se llama… —susurra Ruth con una risita jocosa dirigiéndose a Juan, sentado a su derecha. Ambos contienen una carcajada.
—Estamos aquí reunidos para formalizar la unión entre María del Pilar y Palmira que han decidido libremente unirse en matrimonio…
—¡Hostia! ¡Palmira! —se ríe Ruth inclinando la cabeza hacia Juan y cerrando los ojos. El nombre real de Pitu nos ha sorprendido a todos pero la reacción de Ruth es en exceso exagerada. Algunas cabezas se giran hacia ella. Incluso Juan, pasado el breve momento de complicidad, le da un par de palmaditas en el muslo para que recupere la compostura. Ruth se recompone y se yergue en su asiento con pretendida seriedad. El concejal está enumerando artículos del Código Civil referentes al matrimonio para acabar llegando al momento cumbre antes de que hayan transcurridos cinco minutos desde el inicio de la ceremonia.
—María del Pilar, ¿consientes en contraer matrimonio con Palmira?
Pilar, cuya cara no puedo ver desde donde estoy sentada, exhala un suspiro de felicidad antes de contestar.
—Sí, consiento.
—¿Eres consciente de que lo contraes en este acto?
—Sí, lo soy —responde mirando a Pitu.
—Palmira, ¿consientes en contraer matrimonio con María del Pilar?
—Por supuesto —responde Pitu con voz emocionada.
—¿Eres consciente de que lo contraes en este acto?
—Sí —afirma rotundamente mirando a Pilar.
—Por la potestad que me confiere el cargo que ostento os declaro unidas en matrimonio.
Ante estas últimas palabras, la sala entera irrumpe en aplausos. La sección gay al completo nos ponemos en pie espontáneamente, sin pensarlo, eufóricos y exultantes ante un momento tan insólito para nosotros. Pilar y Pitu se dan un tímido beso y luego se giran hacia la gente que las mira y continúa aplaudiendo. El momento dura poco ya que enseguida nos invitan amablemente a abandonar la sala y dejarla libre para la siguiente boda.
Ya fuera, los amigos de Pitu nos pasan varios paquetes de arroz que cogemos tímidamente, sorprendidos de que a ninguno de nosotros se nos hubiera ocurrido. Ruth, que se había quedado firmando dentro en calidad de testigo, sale por fin. Se coloca entre Juan y yo y espera con nosotros a que las novias salgan.
Una inesperada lluvia de arroz recibe a Pilar y Pitu cuando aparecen por la puerta. Entre risas agachan la cabeza y se protegen de los granos mientras comienzan a repartir abrazos y besos entre todos. Es en este momento cuando ya no puedo controlarme más y las lágrimas comienzan a salir de mis ojos. Sé que nadie lo verá raro, lo achacarán a la emoción, a la alegría. Yo sólo tengo que sonreír al tiempo que lloro para que nadie piense que mis lágrimas son, en realidad, de tristeza. La tristeza de ver cómo dos personas se quieren mientras que la persona a la que yo quiero sigue recluida en su atalaya de miedos y excusas absurdas.
Ruth me mira con algo parecido a acritud en sus ojos. Reprobándome que esté llorando porque ella sabe exactamente cuál es el motivo de mi contenido llanto. Por supuesto, ella no llora. Ni por la alegría de su amiga ni por estar sacándome de su vida del modo en que lo está haciendo. Ella no llora nunca, en ninguna circunstancia.
Pilar se planta frente a nosotras y nos rodea a cada una con un brazo alrededor de nuestro cuello. Nos abraza con fuerza meneándonos con comicidad. Luego se separa de nosotras y su euforia se calma unas décimas. Nos mira a una y a otra alternativamente enarbolando una sonrisa de felicidad que no le cabe en la cara.
—Bueno, chicas, ya sabéis, de una boda sale otra. A ver si vosotras sois las siguientes… —nos dice entusiasmada.
Ruth me mira sin expresión. Yo le sostengo la mirada. Luego mira a Pilar y dice con una sonrisa cínica:
—¡Uy! No creo…
Acto seguido nos da la espalda y abraza a Pitu como si tal cosa. Yo miro a Pilar cuya sonrisa se ha borrado de sus labios. Sus ojos parecen hacerme una única pregunta: «¿Qué es lo que pasa?». Yo sacudo la cabeza y bajo la mirada por un instante. Al volver a subirla me encuentro con los ojos de Juan. Me mira serio, consternado, sabedor de un secreto que se supone sólo mío y de Ruth pero que él, directa o indirectamente, ha acabado por averiguar. Primero me pasa el brazo por los hombros y me estrecha contra su costado pero enseguida ese gesto se transforma en un abrazo. Y yo, sin poderlo evitar, me refugio en su pecho para que nadie pueda ver que mis lágrimas nada tienen que ver con el entusiasmo que domina a los demás. Que estoy llorando porque todo ha terminado.