Ali escucha a Pilar sin decir nada. Llevan ya un rato en la cafetería, hablando de cosas triviales, mientras esperan a David y a Sara. Se da cuenta entonces de que ella nunca ha prestado demasiada atención a esa chica, que la ha adoptado como parte de su entorno de un modo natural sin pararse a pensar en si tenían alguna afinidad. Pilar es amiga de Ruth y, por tanto, Ali ha aceptado su presencia como algo natural. Sabe que durante mucho tiempo, sobre todo al poco de conocerse, la trató con indiferencia puesto que era bastante obvio que Pilar parecía querer con ella algo más que una simple amistad. Y como Ali no estaba dispuesta ni nunca le interesó en ese sentido, se limitó a ignorarla cuidadosamente, sin despreciarla en exceso pero sin manifestar el más mínimo acto ambiguo que pudiera conducir a Pilar a pensar que tenía alguna oportunidad.
En los últimos meses, a fuerza de quedar más habitualmente y sin la aplastante presencia de Ruth, ha podido llegar a conocerla de un modo más profundo. Sin Ruth como nexo de unión pero también sin que su presencia concentrase todas las miradas, sus amigos han comenzado a crear entre ellos unos lazos mucho más estrechos de lo que podían sospechar que pudieran crearse. Todos, ella y David, Pilar y Pitu, Sara, incluso Juan y, algunas veces, también Diego, han formado una curiosa piña formada por personas que sólo tenían en común su amistad con Ruth pero que, justamente a raíz de su ausencia, han comenzado a descubrir que no necesitan a su amiga para que la comunicación entre ellos funcione. Contrariamente a lo que se podría haber esperado, el distanciamiento de Ruth en lugar de disgregarlos los ha convertido en compañeros y confidentes, algo que, intuye Ali, no hubiera sido posible de haber seguido las cosas como estaban antes de la ruptura de Ruth y Sara.
Observa a Pilar y siente algo parecido a la compasión. Porque aunque parece una tía alegre y desenvuelta que bromea e ironiza sobre el comportamiento de Ruth, sabe que en el fondo se siente muy dolida. Ella era la mejor amiga de Ruth y ha tenido que ver cómo Ruth ha ido apartándola poco a poco de su lado. Ni siquiera a Juan le ha apartado de ese modo. A Pilar la ha borrado directamente de su vida. Ella hace como que no le duele, que lo acepta como algo lógico, incluso a veces lo justifica aduciendo que el alejamiento comenzó a producirse en el momento en que Ruth se encontraba iniciando su viajera relación con Sara y ella misma hacía lo propio con Pitu. Pero para Ali eso no es excusa. Ruth y Pilar siempre iban juntas a todas partes, compartían todo lo que hacían, eran confidentes la una de la otra. Por mucho que ejemplificasen a la perfección a la típica pareja de amigas en la que una es quién lleva la voz cantante, la que aglutina las atenciones y la otra la que permanece a su sombra y actúa de comparsa, había amistad entre ellas. Se notaba en las miradas que se dirigían, en la complicidad que habían creado, capaz de que pudieran comunicarse lo que pensaban con simples gestos que pasaban desapercibidos para el resto. Y todo eso es como si no existiera para Ruth. Actúa, en cierto modo, como si Pilar la hubiera traicionado. Pero es que Ruth está actuando así con todo el mundo. Como si todos fueran traidores que se han puesto de parte de Sara y le hubieran dado la espalda a ella. Y eso no es así. Todos han intentado estar al lado de Ruth. Pilar la que más. Y a Ruth no le ha dado la gana. Y claro, cuando una persona se cansa de recibir negativas, cuando se cansa de chocar una y otra vez contra un muro de hormigón armado, deja de intentarlo porque cada uno tiene su vida y acaba siendo una pérdida de tiempo tratar de ayudar a quien no quiere ningún tipo de ayuda. Y duele saber que, finalmente, la propia actitud de quién se ha sentido erróneamente traicionado ha conseguido darle la razón. Ruth se ha salido con la suya. Ahora podrá decir que todo el mundo le ha dado la espalda y revolcarse a gusto en su propia mierda.
—¿No has sabido nada de Ruth últimamente? —le pregunta Ali a Pilar.
Una sombra de pesar cruza la cara de la chica. Baja los ojos hacia el suelo un instante. Luego se encoge de hombros y cruza una significativa mirada con Ali.
—No. Desde aquella noche que me la encontré en Long Play y que, literalmente, salió huyendo, nada de nada.
—¿Y has intentado llamarla?
—¿Para qué? —dice hastiada—. ¿Para que me diga que no? ¿Para que me diga que tiene mucho trabajo? ¡Ja! —exclama con incredulidad— ¡Ruth agobiada con el trabajo! Eso no se lo cree ni ella —menea la cabeza y sus labios se arrugan en una mueca cínica.
Ali nota unas manos posándose en sus hombros y, acto seguido, la cabeza de David aparece por encima de su hombro para darle un beso.
—¡Hola, nene! —dice esbozando una cariñosa sonrisa. David le da dos besos a Pilar y, a continuación, se sienta en la silla vacía que hay junto a ella.
—¿Qué? ¿Hablando del culebrón, para variar? —pregunta jocoso.
—¡Coño, claro! —responde Pilar con ironía—. Hay que analizar bien los hechos para que lo que venga a continuación no nos pille por sorpresa…
—¿Tú crees que va a pasar algo más? —le inquiere Ali a Pilar extrañada.
—¿Tú no? —pregunta ella con sorpresa.
—Pues no. Las cosas ya están bastante claritas… Ya sólo es cuestión de que se calmen las aguas definitivamente y cada una siga con su vida…
—Ali, querida, tu conversión al mundo hetero te ha hecho olvidar la querencia de las lesbianas por el más difícil todavía —se ríe Pilar con ganas. Ali frunce el ceño, molesta por la alusión a la heterosexualidad, como si eso la hubiera cambiado.
—Es que no creo que vaya a pasar nada más, simplemente eso. A Sara no le conviene tener más tratos con Ruth si no quiere acabar destrozada —argumenta Ali.
—De acuerdo, no debería. Pero lo que debemos hacer nunca tiene nada que ver con lo que realmente queremos. Y es muy obvio que Sara sigue enamorada de Ruth hasta el tuétano. Por mucho que reniegue de ella. Es más, cuanto más reniega, más la quiere…
—No creo que Sara sea tan tonta como para intentar otra vez algo con Ruth. Y, la verdad, no creo que Ruth haga nada por volver con ella… Sería una soberana estupidez —sentencia con aplomo.
—Justamente son ese tipo de estupideces las que se hacen cuando no puedes evitar querer a alguien… Y ahora cambiemos de tema que Sara está a punto de entrar —anuncia Pilar recolocándose en su asiento.
Ali gira la cabeza justo para ver cómo Sara empuja la puerta acristalada y entra en la cafetería. Sonríe al verles y se dirige hacia la mesa en la que están. Ali también sonríe. Demasiado. Y a la sonrisa y la alegría de ver a Sara se le une una punzada de nervios en el estómago. Hasta ahora no le ha querido hacer mucho caso a ese cosquilleo que siente cuando queda con Sara o piensa en ella. Sobre todo porque sus sentimientos hacia David no han cambiado un ápice. Pero no puede negar que le preocupa estar sintiendo algo más que simpatía por su amiga. Lo considera totalmente absurdo y fuera de lugar, impropio de ella, alguien que nunca ha dudado, que siempre ha tenido claro lo que quiere, que jamás le ha gustado la ambigüedad emocional.
Ajena a sus divagaciones, Sara se acerca primero a ella para darle dos besos. Ali siente enrojecer súbitamente sus mejillas. Baja la cabeza con la esperanza de que nadie se de cuenta. Por suerte, tanto David como Pilar están ahora ocupados en saludar también a Sara y no pueden prestarle atención. Ali da un sorbo a su coca-cola mientras la sangre abandona sus pómulos y vuelve a recuperar su circulación normal.
Sara sonríe. Se siente bien. Anestesiada. Como si caminara constantemente por un suelo acolchado. Ha comenzado a tomar ansiolíticos y antidepresivos y el sopor y una extraña sensación de beatitud y bienestar la domina la mayor parte del día. Todo resbala sobre ella. Ninguna preocupación consigue mermar su ánimo. Por momentos incluso todo lo ocurrido con Ruth le parece tan lejano como un mal sueño. Ya han pasado cuatro meses. No ha vuelto a verla. Ha sabido poco de ella y siempre por terceras personas. Y le da igual. Todo le da igual. Ruth se ha convertido en algo amorfo que se empequeñece más y más cada día en algún recóndito lugar de su cabeza.
Está intentado salir con mayor frecuencia que antes. Salir y no irse al poco rato como hasta hace no mucho. Compartir su tiempo libre con las personas que le importan. Las personas que la han apoyado durante los últimos meses. Juan, Pilar, Ali, David,… Los amigos de Ruth que ahora son más suyos que de ella. Porque ella les ha dado la espalda también. Siente lástima por Ruth. Y lástima es lo peor que se puede sentir por alguien. La lástima es una mezcla de compasión, pena, disgusto y asco. Es mucho más triste sentir lástima por alguien que odiarla. El odio implica emoción, implica incluso que antes hubo el sentimiento contrario. La lástima es ver un vagabundo en la calle y apartar la vista avergonzada y a la vez aliviada de saber que tu vida es mejor. El odio es querer hacer daño a quien te lo hizo antes a ti. Ella no odia a Ruth. Sólo le produce lástima.
Pero ahora ya no piensa en Ruth. O, al menos, no tanto como antes. Prefiere concentrarse en mirar hacia delante. Pasar las tardes junto a esas personas a las que ha aprendido a querer y que le han ofrecido y demostrado su apoyo espontáneamente, sin esperar nada a cambio. Quedar con ellos para salir, para pasarlo bien y reír por primera vez en meses.
Es consciente de que volviendo a salir corre un riesgo importante. Y es que cualquier noche y en cualquier momento podría cruzarse con Ruth. En principio, ella y los demás, evitan los bares en los que su exnovia solía recalar pero nunca se sabe. Ruth es muy imprevisible en ese sentido. Y la casualidad muy traicionera. Si se la encontrara no sabe muy bien como reaccionaría. Confía en que podrá mirarla sin echarse a llorar. Confía en que no se hundirá al verla. Confía, incluso, en que si se dirigen la palabra sabrá mantenerse en su sitio y hablar con fría cortesía, como si no significara ya nada para Sara. Sin embargo es consciente de que no sería tan fácil como a ella le gustaría y que su ánimo podría desplomarse sólo con vislumbrarla entre la gente que llena cualquier bar.
—Bueno, chicas, ¿os apetece cenar algo? Me muero de hambre… —dice David rompiendo la intrascendente conversación que venían manteniendo hasta ese momento.
—¿Y cuándo no tienes hambre tú? —le reprocha con sorna Ali enarcando una ceja y mirándole inquisitiva.
—¡Joder, nena! Gasto muchas energías —se queja cómicamente—. Tendré que reponer fuerzas para poder cumplir contigo como un campeón —añade besando a Ali en la mejilla. Ella se sonroja y no dice nada.
—Podríamos ir al vegetariano que hay aquí cerca —propone Pilar—. No tengo muchas ganas de cenar pero me entraría algo ligerito…
—¿Un vegetariano? —exclama David casi escandalizado mientras se levanta de la silla—. Por Dios, Pilar, yo necesito meterme en el cuerpo algo que haya estado correteando por el campo…
—Pues no creo que las vacas que te comes hayan conocido mucho campo, chaval… —repone divertida Pilar.
Los cuatro se apelotonan junto a la barra para pagar. David y Pilar siguen enzarzados en su discusión. Sara y Ali se quedan rezagadas detrás de ellos.
—Te veo muy bien —le dice Ali.
—Sí. Creo que lo estoy. He empezado a tomar unas pastillas, ¿sabes? Supongo que me están haciendo efecto… —explica rebuscando en su bolso.
—Ya… —es lo único que dice Ali. Luego ocupa el lugar en la barra que han dejado David y Pilar y le pide al camarero que le cobre lo suyo.
Sara continúa buscando su cartera en el bolso. Ve que David y Pilar han salido ya del local mientras seguían con su conversación alimenticia. Ali recibe su cambio y comienza a dirigirse hacia la puerta. Con la cartera ya en la mano, Sara mira al camarero y le pregunta cuánto es lo que se ha tomado.
—A ver, un café con leche… —comprueba su libreta—. Uno con cincuenta.
Sara saca un billete de cinco euros de su cartera y se lo tiende al camarero. El chico lo coge y se acerca a la caja registradora. Ella se queda esperando el cambio con el antebrazo apoyado en la barra.
—Hola… —dice una tímida voz al lado suyo.
Sara se gira hacia la voz y no puede ocultar su sorpresa al encontrarse con la chica aquella del perro con la que ha coincidido alguna vez en esa misma cafetería.
—Hola —le corresponde Sara un tanto confundida. Por detrás de la chica, ve que su perro baja los tres escalones que conducen a la entreplanta para ir con su dueña.
—Verás… —comienza la chica dándose cuenta entonces de que el animal se ha sentado junto a sus pies—. Es que nos hemos cruzado algunas veces por aquí y… No sé, me has llamado la atención… —Sara esboza una leve sonrisa visiblemente azorada—. No, no, no, tranquila —se apresura a decir la desconocida—. No es que esté tratando de ligar contigo… Bueno, no del todo —se sonríe—. Pero hay algo en ti que me intriga… No sé, dime que me meta en mis cosas pero me da la sensación de que no estás en un buen momento…
—Bueno… —empieza Sara sin saber qué puede decirle a aquella chica.
—No hace falta que digas nada —la interrumpe. Coge una servilleta de uno de los platillos y le pide un bolígrafo al camarero cuando se acerca a traerle el cambio a Sara—. Mira, te voy a apuntar mi número de teléfono. Guárdatelo. Y si un día, no sé, te apetece tomar un café y charlar pues ya sabes, dame un toque. Vivo aquí cerca —le dice tendiéndole la servilleta.
Sara la coge y la mira. Y descubre que la chica se llama Lola. Mira la servilleta y luego mira a Lola, que mantiene el tipo frente a ella pese a que su rostro destila en ese momento una timidez que no cuadra con su atrevimiento.
—Bueno —dice Sara al fin guardándose la servilleta en el bolso— pues ya nos veremos…
—Eso espero —añade Lola con una mirada pícara.
Sara cubre los escasos metros que la separan de la puerta sin acabar de dar la espalda. La chica la ha descolocado. Nunca la habían abordado de ese modo. Lola la observa salir del local con la mirada fija en ella y con su perro todavía sentado a sus pies.
—Hasta luego —se despide Sara antes de traspasar el umbral y alcanzar la calle.
—Hasta luego —escucha decir a Lola cuando ya se ha dado la vuelta y se encuentra con sus amigos que, boquiabiertos y alborozados, la reciben con risas tras haber seguido la escena a través de los cristales.
—¿No me digas que la chica esa te ha entrado? —exclama Ali.
Sara pone cara de circunstancias y les mira divertida.
—Eso parece. Me ha dado su número de teléfono…
—Y la llamarás, ¿no? —le espeta Pilar tajante.
—¿Pero tú la has visto bien? Seguro que le saco diez años. Eso como poco… —repone Sara echando a andar.
—¿Y qué? —pregunta alzando exageradamente la voz—. ¿La has visto bien tú? Está tremenda…
Sara se echa a reír meneando la cabeza.
—Sí, Pilar, la he visto bien. No es la primera vez que me cruzo con ella… —explica.
—Pues mejor me lo pones. Yo que tú no me lo pensaba…
—Ya veremos… —sentencia Sara un tanto ausente.
Cuando Lola regresa a la mesa en la que estaba sentada, sus amigas la esperan expectantes casi conteniendo la respiración. Lola se deja caer sobre la silla pesadamente y exhala un largo suspiro.
—Bueno, ¿qué? —pregunta Laura.
—Le he dado mi teléfono —explica ella.
—¿Nada más? —le espeta incrédula.
—¿Qué más quieres?
—Que te hubiera dado ella el suyo…
—¿Y qué más da? Si está interesada me llamará. Si no lo está me serviría de poco tener su teléfono…
Lola vuelve a mirar en dirección a la puerta, como si la chica aún estuviera allí. Y justo entonces se da cuenta de que ni siquiera le ha preguntado cómo se llama. Pero quizá sea mejor así. Si no la llama no podrá ponerle nombre a la decepción.
Le sorprende lo que ha hecho. No porque Lola no sea lanzada, que lo es. Pero su valentía suele construirse en otras circunstancias. Como le ocurrió con Ruth. En un entorno confuso como es la noche y con el alcohol corriendo por su cuerpo. Entonces Lola se lanza a una piscina de cristales si es necesario. Lo de abordar a una desconocida en un entorno carente de distorsión nunca ha sido su estilo. Pero es que esa desconocida tiene algo que ha conseguido que, en las escasas ocasiones en las que se han cruzado, se le haya quedado prendida en la memoria.
También le sorprende su osadía después de lo que sucedió con Ruth. De acuerdo, no estuvo mal. Pero sólo fue sexo. En muchos momentos se sintió como un trozo de carne en manos de una simple desconocida. Y lo que le intrigaba de ella quedó sin resolver con su súbita desaparición de la casa de Lola. Después, por mucho que ha mirado y remirado hasta el último rincón de los locales que ha frecuentado sola o con sus amigas, no ha vuelto a verla. Se pregunta qué esperaba de una desconocida que acepta ir a su casa y se limita a follársela y largarse sin decir nada. Tal vez su insensibilidad no sea producto de un mecanismo de defensa activado por una mala experiencia. Tal vez ese sea su carácter, su forma de comportarse por mucho que Lola creyera ver en su mirada desolación y tristeza. Quizá Ruth es así. Quizá pertenece a ese tipo de personas que sólo saben mirarse el ombligo y que van por la vida utilizando a la gente para sus propios intereses y que, una vez cubiertos, los apartan a un lado y continúan su camino.
En cierto modo Lola no es tan distinta a Ruth. Ella también ha utilizado en muchas ocasiones a la gente en su propio beneficio. Pero a Lola, últimamente, empieza a perderle la curiosidad. Una curiosidad casi científica que le empuja a querer desentrañar los más ocultos secretos de las personas que llaman su atención. Y las personas que llaman su atención suelen ser aquellas que parecen perdidas, como Sara. O las que parecen difíciles, como Ruth. Tal vez porque en el fondo se identifique con ellas. Y a todo eso se le une su estado de ánimo actual. Su propia desesperanza y desilusión. Su apatía. Su indiferencia. Puede que esté buscando inconscientemente a sus iguales para comprenderse a sí misma.
Pero lo cierto es que, haga lo que haga, su situación no mejora. Sigue derrumbándose cuando menos se lo espera. El llanto aparece sin necesidad de invocarlo. Tampoco es que vaya a peor. El caos de su interior se mantiene estable. Aunque todos los días sienta cómo algo se muere en su interior. Esa debe ser la razón por la que se está volviendo aún más directa con la gente. Cuando sientes que ya no te queda nada por perder, te importa menos arriesgarte.
Paco se revuelve nervioso entre los brazos de Laura intentando saltar hasta el regazo de Lola. Ella lo coge y lo acomoda sobre sus piernas. El perro resopla satisfecho mientras Lola deja que le muerda los dedos para calmarle el dolor del crecimiento de los dientes. Ojalá ella supiera qué morder para calmar todo lo que le duele. Ojalá ella supiera qué es lo que le duele con tanta exactitud.