—¿Mejor? —le preguntó Valeria a la mañana siguiente mientras desayunaban.
Casandra dudó unos instantes. No creyó necesario comentarle la inesperada visita nocturna que había tenido; aunque pocas cosas le ocultaba a su madre, esta desde luego iba a ser una de ellas.
—Sí, algo mejor —contestó finalmente, rememorando el beso. Se removió inquieta en la silla y su madre la miró extrañada.
—¿Algo más que deba saber?
—No —contestó más rápido de lo que debía—. Estoy bien, de verdad —añadió tratando de arreglarlo—. Todo esto… todavía lo estoy digiriendo.
—No vas a hacer ninguna estupidez, ¿verdad?
—Ni siquiera sé lo que voy a hacer, mamá.
—A eso me refiero, Casie. No quiero que hagas nada peligroso. Sé cuánto te duele, pero Gabriel ya no pertenece a este mundo.
Casandra era consciente de que su madre estaba escogiendo delicadamente las palabras, intentando minimizar el daño. Aunque dada la situación fuera prácticamente imposible.
—Yo estaré aquí, cuenta conmigo, te apoyaré en todo lo que necesites. Pero no corras riesgos, por favor —le suplicó.
—¿Y qué quieres que haga? —le recriminó, levantándose bruscamente de la silla—. ¿Sentarme a esperar a que pase al otro lado? ¿Atarle a este mundo para que no me abandone nunca? Haga lo que haga estamos condenados. Ambos. Para siempre.
Tras aquel súbito estallido de ira, se dejó caer en la silla y comenzó a sollozar. Creía haber tomado una decisión la noche pasada, ayudar a Gabriel a cruzar el túnel. Pero eso había sido antes de que él apareciera, la besara y todo lo que ya sentía en su presencia se multiplicara por mil. Antes de que aquel núcleo de vacío se instalara en su interior y no dejara de crecer minuto a minuto en su ausencia.
Valeria se levantó de la mesa y acudió a su lado.
—Tranquila, tranquila —trató de consolarla.
—Es solo que… no puedo dejar de pensar una cosa y al minuto siguiente pensar lo contrario. Y da igual lo que haga, porque es verdad que estamos condenados.
—Casandra, yo…
—Lo sé, mamá, no hay nada que puedas decirme. No creas que no lo sé.
El timbre de la puerta sonó tres veces seguidas. Casandra se levantó previendo lo que se avecinaba. Los tres timbrazos anunciaban que Lena hoy había decidido venir a buscarla para ir al instituto juntas. Abrió la puerta después de secarse la cara con la manga de la camiseta. Lena la observó durante un minuto sin decir nada. Casandra puso los ojos en blanco.
—Deja de analizarme —le ordenó, dándose media vuelta y regresando a la cocina.
—Buenos días, Lena —la saludó Valeria.
—Hola, tía —le respondió Lena, mirándola también detenidamente—. ¿Te vas ya? Creo que tengo una conversación pendiente con tu hija —añadió, señalando a Casandra.
—Si no fuera porque te conozco pensaría que me estás echando de mi propia cocina —le contestó Valeria sonriendo.
—Bueno, de todas formas llegamos tarde a clase. —Lena se acercó para darle un beso en la mejilla a su tía—. Te informo de que este viernes me llevo a tu hija a otra fiesta, a ver si puede ser que se le quite esa expresión de vieja amargada.
—¡Lena! —la reprendió Casandra.
—Me parece una idea estupenda. Le vendrá bien salir un rato —indicó Valeria—. Quédate a dormir aquí, salgo de viaje y así Casie no tendrá que quedarse sola.
—Sigo aquí —les recordó Casandra, viendo que nadie le preguntaba si quería ir a la maldita fiesta.
—Vámonos, Casie, harás que llegue tarde al instituto.
Lena la tomó del brazo y la arrastró hacia la calle.
—Tú siempre llegas tarde, Lena.
Casandra tomó sus cosas y se puso el abrigo.
—Ya, pero hoy será culpa tuya.
Una calle antes de llegar al instituto, Lena se desvió en otra dirección.
—Tienes mucho que contarme —le explicó, al ver que se había detenido y no la seguía.
—¿Quieres faltar a clase? Después de lo de ayer…
—Precisamente por eso. Vas a contármelo todo —amenazó Lena. Volvió a tirar de ella.
Casandra dejó que la llevara hasta un parque cercano. El viento había desaparecido llevándose consigo el frío intenso de los últimos días, y el sol asomaba de vez de cuando entre las nubes, por lo que el lugar estaba bastante concurrido. Lena la guió hasta una zona relativamente tranquila y se sentaron en un incómodo banco de madera.
—¿Y bien? —la interrogó su prima—. ¿Qué pasó ayer?
Casandra siguió con la mirada a dos chicos que pasaron corriendo por delante suyo, tratando de ganar algo de tiempo para ordenar sus ideas. Suspiró antes de comenzar a relatarle la parte que se había perdido la mañana anterior.
—Puedes tocarle. Eso es bueno, ¿no? —concluyó Lena al terminar su explicación.
—Anoche apareció en mi casa.
Lena arqueó las cejas y le lanzó una sonrisa traviesa. Se puso de pie de repente.
—Necesitamos irnos de compras —sentenció Lena.
—Querrás decir que tú necesitas ir de compras —le indicó sin salir de su estupor—. Yo estoy muy bien aquí sentada.
—Venga, Casie. Será divertido. No tienes nada mejor que hacer.
—¿Ir a clase?
—He dicho mejor. ¿Desde cuando te gusta más ir a clase que salir de compras con tu adorada prima?
Lena puso su cara más inocente y simuló un puchero.
—Está bien. Iré contigo —accedió, sin fuerzas para resistirse. Lena sonrió de oreja a oreja.
Pararon un taxi y Lena le indicó al conductor que las llevara a un centro comercial que habían abierto recientemente en las afueras. Casandra trató de protestar alegando que estaba demasiado lejos, pero tuvo que resignarse cuando el coche se puso en marcha siguiendo las indicaciones de su prima. Una vez allí, y mientras su prima la llevaba de una tienda a otra, Casandra continuó contándole todo lo sucedido la noche anterior.
—¿Que hizo qué?
Lena se paró inmediatamente y se giró hacia ella.
—Me besó —repitió Casandra.
—Vaya, vaya con el chico fantasma.
—No le llames así —la reprendió—. No es algo que me guste recordar.
—¿El beso o que es un fantasma?
—Lo segundo —respondió Casandra apesadumbrada—. El beso fue increíble… casi irreal.
Lena la miró y torció el gesto ligeramente al darse cuenta de que su prima amenazaba de nuevo con venirse abajo.
—Sé exactamente lo que necesitas —Lena la agarró de la mano y tiró de ella, empujándola al interior de una tienda de lencería.
—Lena, ¿qué demonios haces?
—Si se presenta de nuevo en mitad de la noche en tu habitación, no querrás que te pille con las braguitas de Hello Kitty y un sujetador de algodón blanco, ¿no? Necesitas lencería sexy.
—Me tomas el pelo —adujo, pensando que su prima estaba bromeando.
—Este es perfecto. —Lena le tendió un conjunto de encaje negro—. Pruébate también estos dos.
—¿No crees que te estás excediendo un poco?
—Dale gracias a Dios de que no te busque un liguero a juego —la amenazó.
—Lena, no creo… —comenzó a negarse Casandra.
—Vete al probador, yo te llevaré alguno más —la cortó. No parecía estar dispuesta a dar su brazo a torcer—. Elige al menos tres, yo pago, así los remordimientos te obligarán a usarlos.
—¿Me estás insinuando que seduzca a un muerto? —preguntó al darse cuenta de que su prima hablaba totalmente en serio.
—Olvídate de eso de una vez —dijo, volviendo su atención hacia ella—. Está bueno, ¿no? Puede tocarte, tú a él también. Te pone a cien solo con mirarte y nunca, en todos estos años, te había visto tan colgada de un tío. En realidad, creo que nunca te he visto colgada de un tío, ni poco ni mucho. —Alzó un dedo para hacerla callar cuando vio que iba a interrumpirla—. Sí, ya sé, está muerto. Pero cosas más raras se han visto.
—Dime una —exigió Casandra, que a estas alturas empezaba incluso a verle sentido a lo que decía Lena.
—Vale —contestó tras una pausa—. Ahora no se me ocurre ninguna, pero seguro que la hay. ¿Qué más da? Date una alegría, ¡desfasa un poco, por Dios! ¡Carpe dies!
—Se dice Carpe diem —la corrigió riendo.
—Es igual. Lo que quiero decir es que ya basta de lloriquear a todas horas. Tienes un don, y ese don ha hecho posible que conozcas a Gabriel. No sabes cuánto durará, así que aprovecha el tiempo, Casie.
La retorcida lógica de Lena caló en la mente de Casandra poco a poco. En realidad, era un argumento estúpido, pero ella quería darle la razón. Por una vez su don podía hacerla feliz. Sin él nunca hubiera conocido a Gabriel, y más tarde o más temprano él desaparecería de su vida para siempre. Desde niña había vivido angustiada por su extraña capacidad, y en los últimos días había permitido que esa angustia creciera hasta controlar cada uno de sus movimientos.
No podía seguir viviendo de esa manera. Solo tenía diecisiete años y se comportaba como si su vida estuviera llegando a su fin. Había llegado el momento de vivir, de dejar atrás los temores y actuar como lo que en realidad era: una adolescente. En aquel momento, mientras Lena esperaba cruzada de brazos su reacción, se prometió intentar salir de esa oscuridad en la que ella misma se había metido voluntariamente.
—¿Sabes? —le dijo sonriendo—. Tienes razón, al diablo con todo.
Agarró los conjuntos que le tendía su prima y se dirigió a la zona de probadores. Lena apareció al cabo de un momento con gesto triunfal y al menos diez perchas más entre las manos.
—No te pases, Lena —dijo Casandra, devolviéndole un salto de cama trasparente que dejaba bastante poco a la imaginación.
Lena se encogió de hombros y con una pícara sonrisa se metió en el probador de al lado.
—¿Qué tal tu cita con Nick? —le preguntó, mientras se probaba un sujetador de puntilla en color azul noche.
—Hay poco que contar. Fuimos al cine, vimos la película, cenamos algo y volvimos a casa. ¿Seguro que no quieres probártelo? Dudo que el chico fantasma se te resistiera con esto puesto. ¡Dios, no tapa nada!
—Qué quieres que tape si es transparente, de eso se trata. ¿Y qué vas a hacer?
—No me lo compro ni loca, mi madre alucinaría si me ve aparecer con esto —le respondió entre risas.
—Me refiero a Nick —le aclaró Casandra.
—¡Ah! Bueno… la verdad es que no lo sé. Sabes cuánto lo quiero, pero no quiero hacerle daño, y…
—¿Y? —la interrogó. Se puso su camiseta y salió para asomarse al probador donde estaba Lena.
—Pues… que tú has abierto la veda. —La miró con expresión culpable—. Yo quiero uno como tu chico fantasma, que me revolucione por dentro y me corte la respiración. Alguien del que no sepa qué esperar, alguien que me sorprenda.
Casandra puso los ojos en blanco ante la falta de tacto que su prima mostraba ante el estado de Gabriel, parecía no preocuparle en absoluto todo aquello. Lena era optimista por naturaleza, alegre y despreocupada, una soñadora que creía en el fueron felices y comieron perdices con el que terminan todos los cuentos para niños.
—Ten cuidado con lo que deseas, no vaya a hacerse realidad.
—Ya, claro, más quisiera —concluyó con dramatismo.
Se dirigieron a la caja con las prendas que cada una había decidido llevarse. Casandra había optado por quedarse con el primer conjunto que le había enseñado su prima y otros dos más que le trajo luego. Eran algo atrevidos para lo que solía usar, pero cuando se había mirado en el espejo se había sentido segura de sí misma imaginando la cara que pondría Gabriel, si es que llegaba a verlos. Quizás resultara un poco estúpido por su parte, pero se había prometido a sí misma que iba a tratar de ser feliz momento a momento. E iba a intentar cumplir su promesa.
Lena pagó todo, insistiendo en que la idea había sido suya y argumentando que así le debía una. Tras dos horas más de compras, en las que disfrutó de la compañía de su prima como hacía tiempo que no lo hacía, se sentaron exhaustas en una de las cafeterías con las que contaba el centro comercial. Las mesas se agrupaban alrededor de una fuente y apenas si había sitio libre. Al encontrar por fin donde sentarse, Lena se derrumbó en la silla soltando un quejido.
—Estoy muerta —bromeó.
—Tienes la sensibilidad de una piedra.
Muy a su pesar, Casandra rio su broma.
—Al menos ya vuelves a sonreír. No sabes cuánto me alegra verte así.
—He decidido que voy a dejar de lloriquear a todas horas.
—Citas mis palabras, chica lista. Veo que por fin haces caso a tu inteligente y, por otro lado, hermosa prima —Lena asintió complacida, mientras trataba de llamar la atención del joven chico que atendía a las mesas.
—Eres incorregible —la censuró Casandra, negando con la cabeza—. Entonces, ¿fiesta el viernes?
—¡Quememos la ciudad! ¡Casie por fin ha resurgido de sus cenizas! —coreó Lena, en el momento justo en el que el camarero llegaba a su mesa—. Aquí mi prima —le explicó—, que se ha enamorado.
—¡Lena! —exclamó Casandra, dándole un manotazo que esta esquivó sin problemas.
—Enhorabuena —la felicitó el chico—. ¿Qué vais a tomar?
—Para mí un zumo de papaya y naranja —contestó Casandra, algo avergonzada—. A mi prima puede usted ponerle una tila o, mejor aún, un calmante.
—Una cola está bien, gracias —pidió Lena, con una sonrisa que aturdió más al pobre chico.
—Enseguida —respondió él entre risas, y se dirigió al mostrador.