Capítulo
8

Unos suaves golpes la sacaron del sueño inquieto en el que se había sumido. Abrió los ojos con pereza, resistiéndose a abandonar la inconsciencia. La luz menguaba ya en la habitación y ni siquiera recordaba haberse metido en la cama. Los golpes se repitieron una vez más; su madre entreabrió la puerta y se asomó con expresión preocupada.

—¿Quieres comer algo? He preparado una ensalada y tengo adobados varios filetes para hacerlos a la plancha. —Valeria abrió completamente la puerta y se acercó hasta la cama.

Casandra recordó de repente todos y cada uno de los sucesos de esa misma mañana y su estómago se cerró automáticamente.

—No me apetece comer nada, mamá.

—¿Qué pasó esta mañana, Casie? Habla conmigo, necesitas hablar con alguien —le rogó su madre, repitiendo las mismas palabras que Lena había usado antes de despedirse.

Casandra reconoció que tenía razón. Su cordura amenazaba con abandonarla, aunque dudaba que nada de lo que su madre pudiera decirle fuera a brindarle el menor consuelo. No había consuelo posible, solo dolor. Demasiada muerte a su alrededor.

—Es Gabriel… —empezó Casandra.

—¿Habéis vuelto a discutir? —preguntó su madre, animándola a continuar.

—Eso no es problema, casi me he acostumbrado a nuestros constantes encontronazos. Ojalá se tratara de eso —añadió, negando con la cabeza.

—Y entonces ¿cuál es?

Valeria suspiró y se sentó a los pies de la cama mirándola con cierta inquietud.

—Hoy… —susurró Casandra, sin contestar a la pregunta. La humedad comenzó a llenar de nuevo sus ojos. Sin embargo, se reprimió y las lágrimas no terminaron de cuajar—. Gabriel está muerto.

—¿De qué hablas? —se alarmó Valeria.

—Está muerto —repitió ella.

El color abandonó por completo el rostro de su madre.

—Eso es imposible, lo habrías notado, te habrías dado cuenta, ¿no?

—Parece ser que no. Está… muerto, mamá… está… —Casandra no pudo continuar hablando.

Pequeños gemidos de dolor escapaban de su boca sin que pudiera evitarlo en modo alguno. Recogió las piernas apretándolas contra el pecho y rodeándolas con los brazos. Tenía la sensación de que su cuerpo iba a romperse en mil pedazos, que el dolor no haría más que aumentar hasta que alcanzara la superficie y abriera grandes grietas en su piel.

Valeria se deslizó por la cama hasta ella y la estrechó entre sus brazos. Podía notar los temblores y espasmos que sacudían el cuerpo de su hija.

—No pude verlo, mamá —gimoteó—. No me di cuenta de que estaba…

—No pasa nada, no te culpes por ello —la consoló Valeria.

Continuó sollozando contra el pecho de su madre durante un rato, hasta que poco a poco su llanto comenzó a menguar y pudo controlarse lo suficiente como para separarse de ella.

—Quiero saber lo que le pasó —afirmó decidida. Encontrar algo a lo que aferrarse le dio cierta fuerza—. Necesito saberlo.

—Casie, no sé si deberías. No hará más que aumentar el dolor que ya sientes. —Valeria le apartó el pelo de la cara y le secó las mejillas con el dorso de la mano—. No puedes cambiarlo.

—Lo sé —admitió Casandra—. Pero quiero saber por qué sigue aquí, por qué no se ha marchado al otro lado. Algo tiene que estar reteniéndole.

—Investiga lo que quieras pero, por favor, no hagas ninguna locura —la conminó su madre, a sabiendas de que Casandra podía decidir llevar el alma de Gabriel hasta el otro lado ella misma, con el consiguiente riesgo para su propia vida.

—No haré nada peligroso —mintió Casandra.

—Promételo —le exigió Valeria. Conocía demasiado bien a su hija—. No pienso permitir que te pongas en peligro.

Asintió en silencio, incapaz de mirar a su madre a los ojos. No solo había decidido descubrir qué era lo que había terminado con la vida de Gabriel, sino que lo llevaría hasta las mismísimas puertas del cielo si con eso se aseguraba de que su alma no se perdía por el tortuoso camino que llevaba hasta él.

Gothic

Tras la falsa promesa que le había hecho a su madre, le pidió a esta que la dejara sola. Con cierta reticencia, y no sin antes depositar un pequeño beso en su frente, Valeria se marchó de la habitación dejando la puerta abierta. Casandra la había cerrado tan pronto como se aseguró de que su madre ya estaba en la planta baja.

Encendió el ordenador y se dispuso a hacer varias búsquedas en Internet sobre accidentes en la zona en los que hubiera fallecido alguien. Lo más probable era que hubiera muerto no muy lejos de allí. Puede que no en accidente sino por cualquier enfermedad, pero esas muertes no salían en los sucesos de los periódicos, así que optó por empezar sus indagaciones por lo más accesible.

Resultó una búsqueda infructuosa, era como buscar una aguja en un pajar. No encontró ninguna referencia a una muerte de alguien tan joven como Gabriel en los últimos meses, aunque tampoco estaba segura del tiempo que llevaba vagando como alma. Puede que hubiera muerto hacía años.

Encendió el reproductor de música del ordenador, esperando que la música la ayudara a calmarse. A punto estuvo de caerse de la silla cuando el estribillo de Knockin’ on Heaven’s Door de Guns N’ Roses sonó a través de los altavoces. Cambió de canción inmediatamente.

Pasó a revisar cientos de esquelas, lo que no hizo más que aumentar su depresión. Después de dos horas buscando alguna pista que pudiera llevarla hasta Gabriel, no había encontrado absolutamente nada. ¡Ni siquiera conocía su apellido!

Exhausta, se levantó de la silla y se dejó caer en la cama rebuscando en su mente hasta dar con cada uno de los detalles que conocía de él. Le había visto primero en la biblioteca, luego en la fiesta de Marcus y por último en el instituto. Todos ellos, lugares donde había compañeros suyos. Debía estar atado a alguno de ellos emocionalmente. La pregunta era: ¿a quién?

Marcus era uno de los chicos más populares del instituto. Guapo, con carisma y, al contrario de lo que solía suceder, encantador con todo el mundo sin importar de quién se tratara. No era el típico ególatra estrella del equipo de fútbol. Los asistentes a la fiesta superaban el centenar. La casa era casi un palacete y recordaba que incluso había habido gente en el exterior. Pero al menos era un comienzo. Al día siguiente buscaría a Marcus para que le hiciera una lista de todos los que habían estado allí.

Lena tenía buena memoria, era posible que ella pudiera darle también un pequeño listado por donde empezar. Lo que no tenía tan claro era cómo conseguiría adivinar a quién estaba ligado. No podía ir por ahí preguntando a la gente si se le había muerto alguien, aunque quizás, si lo describía y les decía su nombre, alguien lo reconocería.

No encontraba una solución mejor por ahora, por lo que no le iba a quedar otro remedio que preguntar e inventarse alguna historia convincente que justificara su macabro interés. Al menos hasta que Gabriel apareciera tendría que ajustarse a ese plan. Cuando volviera a verlo intentaría que le contara quién era, pero las almas no siempre recordaban su pasado o, como era su caso, su muerte.

Resonaron un par de golpes en la puerta y su madre entró sin esperar respuesta. Se había duchado y el pelo mojado le caía sobre los hombros, empapando su camiseta. Llevaba una bandeja con un plato de ensalada y un vaso de leche. Casandra la miró y su mente voló años atrás, cuando su padre vivía y Valeria sonreía más a menudo. Comprendió de repente por qué su madre no había vuelto a casarse y ni tan siquiera había salido con nadie. Ella había vivido de cerca el estado de tristeza profunda en el que se había sumido tras la muerte de su padre. Pero ahora entendía mejor que nunca lo que había sido para ella perderle. Aunque era solo una niña cuando su padre murió, sabía perfectamente lo mucho que se habían amado. Suspiró y volvió al presente.

—Tienes que comer algo.

Valeria dejó la bandeja sobre el escritorio y se giró para mirarla. Una arruga de preocupación le surcaba la frente.

—Gracias… por todo —murmuró Casandra.

—No tienes nada que agradecerme, hija. Come algo, te sentirás mejor. —Se acercó a la ventana y descorrió las finas cortinas blancas para que la luz tenue del ocaso iluminara la habitación.

»Puedes hablar conmigo siempre que quieras, y confía en Lena, te quiere muchísimo y haría cualquier cosa por ti —añadió volviéndose hacia ella.

—Lo sé, yo también por ella —admitió Casandra.

—Te dejo a solas —le indicó Valeria, dirigiéndose a la puerta—. Cena algo, por favor, y si me necesitas estaré en mi habitación, no importa la hora que sea.

Casandra asintió para hacerle comprender a su madre que la avisaría si la necesitaba. De nuevo a solas, comenzó a valorar la idea de no dormir. Temía volver a soñar con él, regresar al túnel y que las almas lo arrancaran de nuevo de sus brazos. Sabía que en esta ocasión no lo soportaría, pero dudaba que fuera a resistir toda la noche en vela. Estaba agotada y adormecida, y necesitaba descansar.

Se levantó de la cama para acomodarse frente a su escritorio. Apartó a un lado la comida y encendió el ordenador, dispuesta a escribirle un correo a Lena.

Necesito tu ayuda, hazme una lista de todas las personas que recuerdes que asistieron a la fiesta de Marcus. Mañana te cuento.

Un beso,

Casie.

No era tarde, seguramente su prima vería el correo antes de acostarse y llevaría la lista al instituto al día siguiente.

No tenía nada más que hacer. Decidió darse una ducha y ponerse el pijama. Mientras se duchaba le pareció oír un ruido en su habitación. Había dejado la puerta entreabierta, así que apartó la cortina y se asomó para ver si su madre había vuelto para controlarla. No vio nada raro, la puerta de su dormitorio continuaba cerrada; lo más probable era que solo fuera el aullar del viento en el exterior o tal vez un trueno.

Cogió del estante un nuevo gel de limón que su madre le había comprado unos días antes y se enjabonó todo el cuerpo. Sus movimientos eran mecánicos, guiados únicamente por la inercia, que era lo que en ese momento la mantenía medianamente entera. Ni siquiera se permitió disfrutar de un largo baño como en otras ocasiones. En cuanto eliminó todos los restos de jabón salió de la ducha y se envolvió en una toalla.

Buscó por la habitación, tratando de encontrar su bolso, en el que todavía permanecía su teléfono móvil. Hasta darse cuenta de que, en su carrera por llegar lo antes posible a su dormitorio, lo había lanzado sobre el sofá. Farfulló una maldición y se dirigió a la planta baja para recuperarlo.

El salón estaba a oscuras, iluminado solo por el resplandor de la luz de las escaleras. No se molestó en encender ninguna lámpara, sino que avanzó esquivando los muebles hasta dar con él. Su madre lo había colgado del perchero donde ella misma solía dejarlo siempre al llegar de clase. Metió la mano dentro y, tras apartar varias libretas y la cartera, encontró el móvil.

Al darse la vuelta para volver a su habitación, sus ojos se desviaron automáticamente hacia Gabriel, que se encontraba junto a la puerta de entrada. El miedo, el dolor, el deseo; todo lo que sentía explotó en algún lugar de su interior y desbordó sus maltrechas defensas cuando él le sonrió. Su mente se colapsó y cayó desmayada sobre la alfombra.

Gothic

Casandra se incorporó de golpe, quedándose sentada en el confortable sofá del salón. La manta de lana que la cubría cayó hasta su cintura. Gabriel la observaba sentado en una butaca a pocos metros de ella. Reposaba la cabeza sobre una de sus manos, totalmente relajado. Era como si nada de todo lo que estaba sucediendo le importara. Quizás llevaba tanto tiempo siendo un fantasma que estaba acostumbrado a aparecer y desaparecer de los sitios, a vagar de un lado a otro. Pero si así era, ¿por qué había negado estar muerto? No comprendía nada. No sabía qué buscaba en ella. Aunque solo había una cosa que ella podía darle: acceso al otro lado.

—¿Me he desmayado? —preguntó ella levemente mareada.

—Baja la voz, tu madre duerme —la reprendió él en voz baja.

—Como si no lo supiera —ironizó Casandra.

—Veo que hay cosas que no cambian. Eres igual de irritante con los muertos que con los vivos.

Casandra no pudo reprimir una mueca de disgusto al oírle decir aquello. A pesar de que estuviera bromeando al respecto, se daba cuenta de que sus ojos conservaban la tristeza de saberse más allá de su mundo.

—Ya… bueno… No es culpa mía.

—Ahora me dirás que te dibujaron así —rio Gabriel.

—¿Qué dices? —alegó ella confusa.

—No me digas que no has visto ¿Quién engañó a Roger Rabbit? —le preguntó asombrado.

—No, ¿qué pasa? ¿Es un clásico o algo así? —se defendió Casandra, cruzándose de brazos.

—Debería —señaló Gabriel poniéndose en pie. La escasa luz de las farolas de la calle se colaba por las ventanas del salón, iluminando el sitio en el que este se había colocado.

No pudo evitar darle un repaso con la mirada. Sus ojos descendieron por su pecho hasta la cinturilla de sus vaqueros. Las manos comenzaron a picarle, ansiosa por tocarlo. Interrumpió el último pensamiento demasiado tarde, cuando él ya se había percatado de cómo le estaba mirando.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó con sorna.

—¿Pero qué dices? Solo buscaba pistas de tu estado.

—¿Mi est…? Ah, ya. Entiendo. —La comisura de sus labios se curvó apenas hacia arriba—. ¿Y qué es lo que buscas exactamente? ¿La cadena y la sábana sobre la cabeza? —bromeó de nuevo.

—Eres inaguantable, ¿lo sabías? —lo acusó Casandra.

Era imposible tener una conversación con él sin que terminaran tirándose los trastos a la cabeza.

—No dejas de repetírmelo, pero no por ello es verdad.

—Eso es lo que tú te crees. Tienes una visión demasiado generosa de ti mismo.

Casandra apartó la manta para darse cuenta de que solo llevaba encima la toalla que se había puesto alrededor del cuerpo al salir de la ducha. Gabriel la miró inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado y su sonrisa se amplió hasta llegarle a los ojos.

—Te has quedado inconsciente alrededor de dos horas, es posible que haya echado un vistazo bajo la toalla —la picó, a sabiendas de que ella respondería indignada.

—¡Serás pervertido!

Gabriel alzó las manos, dando a entender que era solo una broma.

Casandra se dejó caer en la sofá de nuevo, preguntándose de dónde podía sacar él los ánimos para incordiarla continuamente.

—¿Por qué estás aquí? —lo interrogó Casandra.

—Quería ver tu casa —respondió él, evitando con habilidad el significado real de la pregunta.

Casandra lo observó curiosear por la sala. Paseaba de un lado a otro, deteniéndose de vez en cuando para mirar alguna cosa que llamaba su atención. Aprovechó que no la miraba para analizarlo a fondo, en busca de la clase de detalles que normalmente le indicaban que estaba ante un fantasma.

Por regla general, la figura de un fantasma emitía una especie de latido, no llegaba a ser un parpadeo, era algo mucho más sutil. Además, sus expresiones denotaban la desesperación propia de los que andan entre dos mundos. En muchos de ellos la locura se asomaba a sus ojos y no había margen para el error.

Sin embargo, nada de eso se aplicaba a él. La imagen de su cuerpo era real, increíblemente real teniendo en cuenta que estaba en su casa y ella solo llevaba puesta una toalla, que en aquellas circunstancias se le antojó extremadamente pequeña. Le pareció que la temperatura aumentaba repentinamente.

—Ya sabes a qué me refiero, ¿qué haces aquí, en este mundo? —preguntó finalmente. Gabriel se paró delante de una de las estanterías, de espaldas a ella. Disimuló observando los títulos de varios libros pero Casandra percibió su incomodidad ante la pregunta.

—¿Qué crees tú que hago? —le preguntó a su vez sin girarse.

—¿Un asunto pendiente? —aventuró—. ¿No es eso siempre?

—Podría llamarlo así.

Gabriel se volvió con una sonrisa apenas esbozada en el rostro. La tensión había desaparecido de su cuerpo. Se acercó al sofá y alargó una mano hacia ella, que sorprendida por el gesto se inclinó hacia el lado contrario. Dejó su mano suspendida en el aire, su oscura mirada clavada en ella. La escasa luz parecía desvanecerse al llegar al negro casi sólido de sus ojos.

—¿Ahora te doy miedo? —Gabriel rio, divertido por su debilidad.

—¿Por qué iba a tenerte miedo?

—Porque estoy muerto, por ejemplo. O a lo mejor no es miedo, puede que estés cohibida, puede que te parezca increíblemente atractivo… ¿tienes novio?

Casandra volvió a sentarse erguida, su hombro derecho quedó rozando la mano de él, que mantenía aún el brazo en alto. Un pequeño cosquilleo se extendió por la zona.

—Ese ego tuyo que tienes… —lo reprendió con sarcasmo.

—No has contestado a mi pregunta.

—¿Y a ti qué te importa?

—Llámalo curiosidad.

—O estupidez.

—Podrías contestar —insistió Gabriel.

—O no.

Casandra notaba el calor que se extendía por su hombro, sentía el mínimo punto de contacto entre las pieles de ambos, pero se negaba a abandonarse al placer de esa caricia. No soportaba su tono pretencioso y le era imposible dejar de arremeter una y otra vez contra él.

—Intuyo que la respuesta es no.

—¿Qué pasa?, ¿quieres pedirme una cita? —se burló Casandra.

—¿Saldrías con un muerto?

—¿Y tú con una bruja?

—Podríamos estar así toda la noche —retiró la mano y se alejó de ella para ir a sentarse de nuevo. El cosquilleo de su piel cesó, provocando una sensación de vacío que la molestó aún más.

—Estás muerto, no creo que tengas nada mejor que hacer.

Se maldijo por el estúpido comentario en cuanto lo pronunció. No era una persona cruel, y la agonía de su situación continuaba retorciéndose en algún lugar dentro de ella, pero Gabriel sacaba su lado más insidioso.

Sin contestarle, se levantó de la butaca precipitadamente y se acercó a ella en dos largas zancadas. La ira brillaba en su mirada. La cogió de los brazos y tiró de ella para ponerla de pie. Antes de que pudiera siquiera darse cuenta de sus intenciones, la apretó contra él y la besó con una furia violenta, empujando con su lengua hasta conseguir que entreabriera los labios sin dejarla apenas respirar y acercándola todo lo posible a su cuerpo como si quisiera eliminar cualquier pequeño espacio que hubiera entre ellos. Ella no se paró a pensar en lo que hacía ni en las posibles consecuencias. Se abandonó al beso y le respondió tal y como su cuerpo le ordenó que lo hiciera: con pasión.

Enredó las manos en su pelo, para deslizarlas luego cuello abajo y dejarlas finalmente apoyadas sobre su pecho. Le ardía el cuerpo, cada centímetro de piel que los dedos de Gabriel rozaba le quemaba. Retiró ligeramente la cabeza hacia atrás, tratando de llevar aire a sus pulmones. Pero Gabriel la asió con más fuerza y volvió a acercarla a él, dándole apenas tiempo suficiente para ello. No opuso resistencia alguna. Quería seguir besándolo. Lo deseaba como jamás había deseado a ningún chico.

Gabriel comenzó a dibujar la línea de su mandíbula con sus labios, dejando a su paso un reguero de besos que le calentaba aún más la piel. Continuó deslizando la boca hasta su cuello, consiguiendo que la piel de la nuca se le erizara. Gruñó al percibir que Casandra le clavaba las uñas en la espalda. De repente, las caricias se detuvieron abruptamente.

—Dime ahora que estoy muerto —susurró contra su oído antes de soltarla sobre el sofá y desaparecer.

Gothic

Llevaba al menos una hora intentando dormirse. Después de que Gabriel se marchara, había subido a su habitación y se había metido rápidamente en la cama. Pero estaba demasiado nerviosa para conciliar el sueño. No era la primera vez que besaba a un chico, pero aquello había sido algo más que un simple beso.

Todavía notaba un suave cosquilleo en el cuello y le había costado cerca de diez minutos serenarse lo suficiente como para poder maldecirlo de una forma medianamente coherente. Estaba claro que una vez más se había salido con la suya, pero Casandra no tenía nada que objetar al respecto. Al menos ahora sabía que Gabriel se sentía atraído por ella.

Se tocó los labios por enésima vez. No se trataba solo del ímpetu o la pasión con que la había abordado, sino de todo lo que le había hecho sentir; el hormigueo que conservaba en sus manos, la calidez que seguía manteniendo su cuerpo, y sobre todo, la extraña sensación de plenitud que había experimentado. Sin embargo, nada de aquello tenía sentido. No podía estar enamorándose de él. No había final feliz posible para ambos.

No vas a olvidarte de él, ¿verdad?, se preguntó a sí misma.

Y conocía perfectamente la respuesta. Se había obsesionado en solo unos pocos días con un chico al que no conocía de nada, un chico muerto, contradiciendo todo el buen juicio del que había hecho gala hasta ahora.