—No estoy muerto —volvió a repetir él cuando Casandra lo miró.
—Sí que lo estás, Gabriel —Casandra estaba segura de que había notado el leve temblor de su voz al pronunciar su nombre.
—¿Qué dice? —preguntó Lena, más tranquila ahora que Casandra por fin lo había aceptado.
—Que está vivo.
—Tú puedes verme —indicó él.
Casandra suspiró al oírlo pronunciar esas palabras. Iba a tener que contárselo todo.
—Es mi don, es lo que hago. Puedo ver a los muertos, sus almas…
Algo se iluminó en los ojos de Gabriel al escucharla. Hubiera jurado que durante un segundo sonreía tras su afirmación.
—No —insistió una vez más.
—¿Que dice ahora? Esto es ridículo… —bufó Lena exasperada ante el aparente monólogo de su prima—. Está muerto, finito, caput.
Gabriel rompió a reír a carcajadas y Casandra lo miró pensando que lo más probable era que estuviera perdiendo la cabeza.
—Esto es como en esa película, la del niño que ve fantasmas —se rio Lena—, ya sabes, esa en la que el prota no sabe que está muerto.
Casandra le lanzó a su prima una mirada que pretendía ser airada, pero al ver su expresión se contuvo. Era obvio que Lena no se estaba enterando de nada. Para ella, Casandra estaba hablándole a una mancha negra.
—Un momento —Casandra cayó en la cuenta de algo que no había recordado hasta ese momento—. Tú lo sabías, lo has sabido desde el principio. ¡Me llamaste bruja!
—Así que eres una bruja…
—¡No! —chilló Casandra—. No lo soy.
—¿Qué ha dicho ahora? —Lena se había sentado ya en el suelo, en previsión de lo que parecía una larga charla.
—Que soy una bruja —contestó Casandra indignada.
—La verdad es que a veces un poco sí.
Lena y Gabriel rieron el comentario de esta. Casandra los miró de hito en hito, incapaz de aceptar lo surrealista que era la situación. Lena no veía a Gabriel, Gabriel aparentemente estaba muerto, Casandra veía fantasmas pero no se había dado cuenta de que Gabriel era uno de ellos, y su prima, que en teoría solo veía las auras de la gente, se dedicaba a bromear con lo que para ella era una nebulosa oscura que flotaba de un lado a otro. Se cruzó de brazos y esperó con gesto serio a que sus risas se apagaran.
—Veo almas, no soy una bruja —les reprochó Casandra—. No es gracioso.
—Bien por ti —contestó Gabriel—. Pero te aseguro que yo no soy una de ellas.
—Tócale —la instó Lena—. Nos sacaría de dudas. Quiero decir que es raro que no te hayas percatado de su… aparente falta de vida.
Casandra puso los ojos en blanco ante el eufemismo.
—He estado algo distraída últimamente —se defendió.
Sabía que no era una excusa válida. Una cosa era confundir momentáneamente un muerto con un vivo como le había pasado con la chica del autobús, y otra bien distinta que ni siquiera hubiera sospechado que había algo raro en Gabriel.
—De todas formas, no es tan fácil. Si él lo desea sabes que puedo tocarle sin problemas.
—Nadie va a tocarme —señaló Gabriel, dando un paso atrás.
El gesto hirió a Casandra, aunque no iba a reconocerlo. ¿Tanto le desagradaba la idea de que lo tocara?
—Vamos, Casie, ni siquiera cree que está muerto, dudo mucho que sea capaz de haber adquirido esa habilidad aún.
Su prima tenía razón. Lo más probable era que al intentar tocar a Gabriel su mano simplemente lo atravesara. Notaría el mismo cosquilleo que se aprecia cuando pasas la mano por encima de una nube de vapor, pero poco más. No sabía si quería enfrentarse a aquello, si quería comprobar que toda su dichosa y absurda historia terminaba así.
—Podría ayudar. —Casandra adelantó un paso hacia Gabriel, dudando, pidiéndole permiso a este con la mirada.
—¿A qué esperas? —le preguntó Lena.
—No quiere que le toque.
—¡Oh, vamos! Está mintiendo, sabe perfectamente que no está vivo.
—¡NO ESTOY MUERTO! —repitió una vez más Gabriel. Su voz tomó un matiz grave que retumbó en las paredes.
—¡Cállate, ¿quieres?! —le gritó Casandra frotándose las sienes. Estaba empezando a hartarse de su insistencia. Un agudo dolor comenzaba a instalarse en la parte posterior de su cabeza.
—¡Cállate tú!
—Si me callo no tendrás con quién hablar —le amenazó Casandra, con una sonrisa perversa surcando su rostro. De repente, empezaba a encontrarle el lado divertido a la situación.
—Creo que podré vivir con ello —le contestó él con solemnidad.
—Querrás decir morir con ello —le pinchó Casandra.
Gabriel la miró con odio y por un momento le dio la sensación de que iba a decir algo, pero se mantuvo en silencio.
—Estás muerto, Gabriel.
—Apoyo la moción —se mofó Lena desde el suelo.
—¿Os burláis de mí?
Gabriel comenzó a dar vueltas por el servicio. Caminaba a grandes zancadas y, dado el pequeño espacio en el que se encontraban, se volvía una y otra vez para cambiar de dirección. Era obvio que estaba enfadado. Tanto Lena como Casandra lo observaban sin saber qué decir. ¿Qué se le decía a alguien que había muerto y ni siquiera era consciente de ello?
—Gabriel… —lo llamó Casandra.
—Déjalo —contestó Gabriel con un gruñido.
—Gabriel… tú lo sabías, siempre lo has sabido. Por eso me has buscado todos estos días. Soy la única que puede verte.
Al empezar a hablar, Casandra ni siquiera sabía qué era lo que iba a decir. Las palabras habían ido saliendo solas, y una vez pronunciadas fue consciente de lo que significaban. Gabriel no buscaba su compañía, no buscaba acercarse a ella. Lo único por lo que se le había aparecido una y otra vez era porque no tenía a nadie más a quien recurrir. Solo le interesaba su don.
Casandra agachó la mirada y se quedó observando las desvaídas baldosas del suelo. En aquel mismo instante podía notar cómo todo su cuerpo la empujaba hacia Gabriel, cómo incluso sus músculos estaban preparados para avanzar hacia él, solo esperando la orden de su cerebro para iniciar el movimiento. Sus manos ansiaban tocarle y las yemas de sus dedos cosquilleaban anticipando lo que supondría deslizarse por sus labios. Su respiración se agitó de tal manera que se le escapó un pequeño jadeo. No levantó la cabeza, no quería volver a mirar a Gabriel y ver el odio reflejado en sus ojos. Bastante tenía con lidiar con la maraña de sentimientos que él le provocaba.
Cuando creía que no podía sentir mayor desprecio por Gabriel, reaparecía el deseo de tenerle cerca. Aunque ahora poco podía hacer al respecto. Gabriel estaba muerto, no habría oportunidad alguna de descubrir si el anhelo que su cuerpo sentía por él no era otra cosa que un incipiente sentimiento que trataba de acallar; ya no podría darse tiempo para conocerlo y ver si eran capaces de dejar de pelearse y mantener una conversación civilizada. Más tarde o más temprano, Gabriel pasaría al otro lado y no volvería a verle nunca más.
Abrumada, se sentó bruscamente ignorando las miradas de su prima y de Gabriel. Cerró los ojos, apretándolos fuertemente. La misma imagen que ya la había atormentado se abrió paso en su mente: Gabriel siendo arrastrado al fondo del túnel, alejándose de ella. Sus pesadillas finalmente se estaban convirtiendo en realidad. Entrelazó las manos sobre su regazo tratando de calmarse, intentando obligarse a decir algo para que Lena no se alarmara.
Finalmente levantó la cabeza, buscó los ojos de Gabriel y lo que vio la sumió de nuevo en la misma desesperante angustia que ya había sufrido esa mañana. Su rostro era el de alguien atormentado, apretaba los puños y en sus ojos casi podía palparse el dolor y la agonía. Casandra deseaba más que nada en el mundo aliviar ese dolor, deseaba abrazarlo y consolarlo, decirle que todo saldría bien aunque supiera que era imposible que su historia tuviera un final feliz.
La fuerza que la atraía hacia él creció en intensidad. Se puso de pie sin ser apenas consciente de lo que estaba haciendo. Olvidó dónde estaban, la presencia de su prima, el odio que había visto en sus ojos y el suyo propio.
Lo único en lo que podía pensar era en él, en sus labios que ahora se entreabrían para dejar pasar su respiración algo acelerada, en cómo sería si pudiera acariciarla. Avanzó despacio hacia él, temiendo que retrocediera al verla acercarse. Oyó que Lena murmuraba algo, pero no le prestó atención.
—Casandra —susurró Gabriel mientras se acercaba, negando levemente con la cabeza.
No quería que se acercara más, no quería que al alargar la mano atravesara su cuerpo y confirmara que estaba muerto y que no había nada en este mundo que pudieran hacer para cambiarlo. Pero Casandra siguió andando y en unos pocos pasos estuvo frente a él. Lo miró a los ojos y se dejó arrastrar por la oscuridad que había en ellos, desechando de una forma definitiva parte del rechazo que sentía por él. Lo necesitaba, necesitaba tocarlo; así que simplemente alargó la mano.
Emitió un jadeo cuando se topó con su mejilla. Todo a su alrededor se desvaneció, todo quedó cubierto por un denso manto negro que los rodeaba, casi abrazándolos. En ese instante, solo existían ellos dos, cerca, muy cerca el uno del otro; apenas separados por unos pocos centímetros que a Casandra le seguían pareciendo kilómetros. Quería estar aún más cerca, quería que cada milímetro de su piel estuviera en contacto con la de él.
Se apretó contra su cuerpo. Gabriel se puso tenso, pero al segundo siguiente relajó todos los músculos y la acomodó contra su pecho. Sentía un débil hormigueo en la piel. Nada incómodo, solo algo raro. Gabriel la apretó más contra sí y escondió la cabeza en su cuello, aspirando el leve olor a vainilla que desprendía su pelo. Casandra podía notar su agitada respiración, que se acompasaba con los acelerados latidos de su propio corazón.
Quería quedarse allí para siempre, entre sus brazos, sentirlo siempre cerca, con sus manos paseándose por su espalda, enviando miles de pequeñas descargas que la sumían en un estado de placer continuado. Pero ella sabía que aquello no era posible, que no tenían nada que hacer frente al destino que había decidido unirlos cuando ya era demasiado tarde.
Él la tomó de los hombros y la separó levemente, lo suficiente para mirarla a los ojos y que Casandra pudiera contemplar la sonrisa entristecida que asomaba en su boca. Entreabrió los labios, quizás para decirle que estaban cometiendo un error, que se estaban haciendo más daño que el que sus riñas infantiles pudieran haberles hecho hasta ahora. Pero no habló, se quedó mirándola y esperando.
Casandra reunió valor y decidió que no iba a separarse de él sin besarle, que aquel era el momento, probablemente el único que tendrían. Quería un beso, un primer y último beso que pudiera atesorar el resto de su vida, un beso inolvidable que recordar cuando él ya se hubiera marchado.
Gabriel pareció leerle el pensamiento. Parecía rogarle con la mirada que lo hiciera, que lo besara, que necesitaba sentirla tanto como ella a él.
Se humedeció los labios, anticipando la deliciosa sensación que supondría besarle. Se fue acercando lentamente hasta que sus bocas casi se rozaron y su cuerpo aumentó en varios grados su temperatura. Su corazón latía frenético. Ella temblaba. Pero una milésima de segundo antes de que diera el paso definitivo, un repentino estruendo la sacó del aislamiento en el que se encontraba. Gabriel se separó de ella y Casandra sintió inmediatamente el vacío que se abrió paso en su interior, desgarrándola por dentro.
Giró en redondo para percatarse de que el director del instituto las miraba enfurecido desde la puerta del baño. Era un hombre alto e imponente. Rondaba los cuarenta años y hacía ya tres que dirigía con mano implacable el centro. Tenía fama de no perdonar una.
Lena se había levantado de un salto y lo observaba algo cohibida. Ella continuaba aturdida y confusa, todo a su alrededor estaba ligeramente borroso, todo su cuerpo temblaba. La separación de Gabriel le provocaba un lacerante dolor que no dejaba de aumentar segundo a segundo. Y lo peor es que era consciente de que Gabriel ya no se encontraba en la habitación. No quería mirar a su espalda porque sabía que él ya no estaba allí.
—Señoritas Blackwood, ¿qué están haciendo aquí? Todo el mundo las está buscando —las reprendió el director con brusquedad.
Blackwood no era su apellido paterno, ni tampoco el de su prima Lena, pero ambas usaban el apellido de su abuela. Era una tradición familiar a la que nadie se oponía.
Casandra quiso contestar, pero era incapaz de encontrar su voz. El dolor seguía ahí, latiendo en su interior. Lena la miró y pareció percatarse de que estaba luchando por reprimir las lágrimas.
—Casandra estaba mareada —mintió su prima—. La he acompañado para que se refrescase un poco.
—Hagan el favor de acompañarme. Sus familias están esperando.
Asintieron extrañadas. Debía haber ocurrido algo grave para que sus padres fueran a buscarlas al instituto. Casandra avanzó hasta la puerta. Antes de abandonar el baño, echó una última mirada a su interior a sabiendas de que lo que buscaba no estaba allí.
Gabriel efectivamente había desaparecido. Una punzada le atravesó el pecho cuando se dio cuenta de lo mucho que su vida había cambiado en aquel pequeño espacio.
El pasillo estaba desierto, el timbre había sonado hacía ya rato y todos los estudiantes estaban en sus respectivas clases. Mientras avanzaban siguiendo los rápidos pasos del director, Lena extrajo de su bolso el móvil y comprobó si tenía alguna llamada.
—Tengo cinco llamadas perdidas de Mara —le susurró a Casandra.
—Lo habrá sentido todo —se lamentó Casandra— y debe haber avisado a nuestros padres.
Lena chasqueó la lengua, molesta. Era más que probable que Mara, alertada por la intensidad de sus emociones, hubiera llamado a sus padres después de ser incapaz de localizarlas. Casandra no se molestó en revisar su móvil, por las mañanas lo dejaba en silencio hasta que terminaban las clases. Seguramente tendría otras tantas llamadas. La magnitud de las sensaciones que había experimentado era tal que su madre estaría muy preocupada. Mara no se habría cortado en modo alguno a la hora de contarle todo, recreándose en los detalles.
Casandra suspiró sin ánimos. Lo único que deseaba era volver a casa y meterse en la cama. No sabía cuándo volvería a ver a Gabriel o si volvería a verlo siquiera.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Lena en un susurro—. No sé qué es lo que ha ocurrido ahí dentro pero…
—Luego —respondió escuetamente Casandra. Había demasiado que contar y ahora mismo no estaba preparada para hablar de ello.
El director abrió la puerta principal del edificio y su madre se abalanzó sobre ella. La apretó fuertemente contra su pecho.
—¿Estás bien, Casandra? ¿Qué demonios ha pasado? —le preguntó Valeria fuera de sí. Pocas veces había visto a su madre tan alterada.
—Ambas han hecho novillos —contestó el director antes de que Casandra pudiera responder a su madre. Recalcó la palabra novillos, dando a entender que aquello era imperdonable.
—No me encontraba bien, solo eso —explicó Casandra. Miró a su madre suplicándole silenciosamente que no hiciera más preguntas delante de todos.
Sus tíos, los padres de Lena, también estaban allí. Se habían quedado algo más rezagados, fuera del alcance de los oídos del estricto director. Lena hablaba atropelladamente, explicándoles que todo estaba bien, que no habían corrido ningún tipo de peligro. Mientras, Mara sonreía con una despreciable arrogancia, apoyada en el coche de sus tíos. Con su melena rubia perfectamente alisada y su pequeña y redonda cara aniñada.
No engañaba a Casandra. Estaba segura de que disfrutaba enormemente de la situación. A saber qué le había contado a su familia sobre lo que había percibido. Lo que estaba claro era que no se había dejado ni un solo detalle, si fuera así su madre no estaría abrazándola de aquella forma, como si Casandra hubiera estado al borde de la muerte o algo parecido.
—Quiero irme a casa, mamá —rogó Casandra.
—Nos vamos, señor Wells —informó Valeria al director—. Gracias por todo. Casandra no asistirá al resto de las clases hoy. Le ruego la disculpe con sus profesores.
—Está bien. Espero que tomen las medidas oportunas dado el comportamiento de su hija y de su sobrina. Y deseo que esa urgencia familiar se solucione de la manera más favorable.
El director dio media vuelta y se adentró de nuevo en el edificio. Casandra adujo sus últimas palabras a la excusa que su madre habría tenido que utilizar para presentarse allí y exigir que buscaran a su hija. A saber lo que habría tenido que decirle.
Se separó de su madre, que la seguía mirando como si hubiera vuelto de una guerra y quisiera comprobar que no le faltaba ninguna extremidad, y bajó los escalones para ir al encuentro de Mara, que sonreía orgullosa del revuelo que había armado.
—No tenías por qué, los has preocupado sin necesidad —le reprochó Casandra.
—Vamos, prima, pensé que os había ocurrido algo —le contestó con falso dramatismo—. Pero cuéntame, ¿quién es él?
Casandra se envaró ante la pregunta. No era que no esperara algo parecido de su prima, pero en aquel momento creía que dominaría un poco su afilada lengua. Mara amplió su sonrisa al percibir la incomodidad de Casandra.
—No es de tu incumbencia. No vuelvas a inmiscuirte en mi vida —la amenazó Casandra—. No eres bienvenida en ella.
Sin darle opción a responder, se encaminó hacia el viejo Ford de su madre. El coche tenía bastantes años, pero su madre se negaba a desprenderse de él. Abrió la puerta mientras Lena se acercaba corriendo a ella. Esperó, agarrándola para evitar que el fuerte viento se la arrancara de las manos.
Al llegar a su altura, Lena la miró con gesto triste. El aura de Casandra le indicaba perfectamente el estado en el que se encontraba, así que era inútil fingir con ella que no estaba luchando por mantener una pose de tranquilidad que estaba extremadamente lejos de sentir.
—¿Hablarás con tu madre? Necesitas contárselo a alguien, Casie —suplicó preocupada.
—Lo intentaré, solo quiero… pensar, necesito… —Casandra luchaba por encontrar las palabras que reflejaran de algún modo lo que necesitaba.
—No pasa nada, hablaremos más tarde.
Lena le apretó la mano antes de alejarse para reunirse con sus padres. Casandra se introdujo en el coche y aspiró el conocido olor a menta y cuero viejo que siempre lo inundaba. Se abrochó el cinturón de seguridad mientras su madre se sentaba a su lado y ponía el coche en marcha. Valeria la miró antes de salir del aparcamiento con una expresión que Casandra no consiguió descifrar, pero supuso que únicamente estaba preocupada por lo sucedido.
Recorrieron el camino en silencio. Casandra apoyaba la frente contra el cristal dejando que su aliento lo empañara. La temperatura parecía ser aún más baja que por la mañana, o al menos ella sentía un gélido frío instalado en su interior. Cerró los ojos para no tener que ver el mundo que le rodeaba, un mundo del que Gabriel ya no podía formar parte.
No podía dejar de ver en su mente una y otra vez la mirada atormentada que le había lanzado antes de que se acercara a él, cómo se había resistido a que lo tocara, pero cómo luego la había acariciado con idénticas ansias que las que sentía ella de su cuerpo.
Se arrebujó un poco más en el abrigo tratando de calentarse un poco, aunque dudaba que aquel frío persistente fuera solo un efecto del clima. Su madre aparcó en la parte delantera de su casa, se desabrochó el cinturón y esperó en silencio con las manos aferradas al volante.
—¿Qué ha pasado, Casie? Tu prima Mara…
—Mara no hace más que meterse en los asuntos de los demás —repuso Casandra.
—Sea lo que sea, puedes contármelo. Todo esto tiene que ver con Gabriel, ¿verdad? —Casandra se encogió al oír su nombre, el dolor de su pecho pareció acentuarse.
—¿Podemos hablar más tarde, mamá? No me encuentro demasiado bien.
—Vas a tener que contármelo, Casandra. Si no es ahora será luego.
La miró mordiéndose el labio inferior en un esfuerzo por retener las lágrimas. Tras un momento de duda, su madre cedió y la instó a entrar en la casa.
Casandra miró al cielo mientras recorría la distancia que separaba el coche de la vivienda. Las nubes se deslizaban veloces empujadas por el viento. Eran nubes negras, nubes de tormenta que casaban a la perfección con sus perturbadores pensamientos. Pequeñas gotitas comenzaron a mojarle la cara, mezclándose con las gruesas lágrimas que Casandra se permitió dejar fluir.
Una vez en el interior corrió escaleras arriba para encerrarse en su habitación. Más tarde o más temprano iba a tener que enfrentarse a su madre, pero no quería (dudaba que pudiera siquiera) hacerlo en ese momento. De un tirón deshizo la cama y se metió en ella, tras quitarse únicamente las botas. Apretó la cara contra la almohada para ahogar los gemidos que le desgarraban la garganta. Lloró intentando disminuir la profunda agonía que la atenazaba.
Sin poder evitarlo, evocó una vez más la pasión y el deseo que la habían consumido al notar las manos de Gabriel recorriendo su piel, lo que no hizo más que aumentar su pesar. Estaba muerto, era un alma perdida que no había hallado su camino para abandonar este mundo, pero que en algún momento lograría encontrarlo, y entonces Casandra nunca volvería a verlo.
La sola idea de saber que abandonaría este mundo separándose definitivamente de ella la envolvía en un lacerante dolor que apenas si podía contener. Era como si una parte de ella se muriera por no poder estar a su lado, como si le estuvieran arrancando un trozo de su propia alma para llevárselo lejos, fuera de su alcance.
Casandra volvió a sentir aquel penetrante frío colándose en su interior. Se tapó con el grueso edredón verde que colgaba por un lateral de la cama y continuó llorando hasta que su mente decidió dejar de luchar y le permitió dormirse.