Capítulo
5

Durante la clase de Literatura no fue capaz de prestar la más mínima atención. Había pasado la noche dando vueltas en la cama sin apenas pegar ojo. La pesadilla en la que Gabriel y ella eran arrastrados hacia el fondo del túnel volvió, más oscura y aterradora. Por la mañana había tratado de mejorar su aspecto con algo de maquillaje, pero las ojeras moradas que lucía bajo los ojos no eran algo que pudiera esconder fácilmente. Dándose por vencida, y tras tomarse doble dosis de café, se marchó hacia el instituto confiando en que tal vez podría ver a Gabriel.

Pasó las tres primeras horas sumida en un estado de puro nerviosismo, su mente iba y venía sin concentrarse en ningún punto durante más de un par de segundos. Se distraía continuamente mirando por la ventana, esperando ver en cualquier momento a Gabriel avanzar por el acceso al instituto, lo que le valió varias llamadas de atención por parte de sus profesores.

Durante los cambios de clase, escrutaba cada una de las caras con las que se cruzaba y, en su afán por dar con él, incluso cruzó la mirada con el fantasma de un chico que paseaba por los pasillos; desvió la vista rápidamente y trató de simular que no había percibido su presencia.

Mantenía una lucha consigo misma sobre la razón real de su repentina obsesión. Puede que fuera testaruda, pero no era propio de ella empecinarse de esa manera, sin tener en cuenta que apenas si había cruzado unas cuantas frases con Gabriel. Intentó convencerse a sí misma de que lo único que le preocupaba era mantener a salvo su secreto y el de su familia.

Según fue avanzado la mañana, fue perdiendo la esperanza de que él apareciera. Puede que simplemente hubiera querido confirmar sus sospechas acerca de su rareza, puede que le bastara con saber que era una bruja. Como había dicho Lena, ver muertos era algo difícil de tragar. Lo único que le quedaba era esperar y rezar para que en algún momento apareciera.

Esa débil ilusión le duró poco, para la hora de la comida ya estaba convencida de que no volvería a verlo. Al sentarse a la mesa que ocupaba su prima, Casandra soltó la bandeja y se dejó caer en la silla sin tratar de disimular su abatimiento.

—¿No ha venido? —preguntó Lena mientras la observaba detenidamente.

—Ni se te ocurra mencionar mi aura —le espetó Casandra al ver cómo la miraba.

—Tampoco es que haga falta. Basta mirarte a la cara para ver que no estás muy contenta. He visto zombis con mejor cara que tú.

Casandra fulminó a su prima con la mirada a pesar de que sabía que no exageraba en absoluto. No conseguía entender del todo qué le estaba pasando, pero sus ansias crecían segundo a segundo.

Su prima dedujo que no era momento para bromas y se concentró en comer sin decir nada durante varios minutos. Su silencio terminó por irritar aún más a Casandra, que tuvo que luchar consigo misma para no acabar pagando su mal humor con Lena. Para cuando terminaron el postre, Casandra se sentía lo suficientemente mal para hablar de nuevo y disculparse.

—Lo siento. No quería ser borde.

—¡Pues menos mal! —contestó Lena alzando las cejas. A pesar de todo, un inicio de sonrisa corría ya por sus labios—. Venga, anímate, ya verás que acaba apareciendo. Puede haberle surgido cualquier imprevisto, si no se presenta hoy seguro que lo hace mañana.

—Ya, lo sé. Es solo que… necesito verlo —confesó Casandra avergonzada—. No puedo explicarlo, pero necesito hablar con él.

—Vale, ahora das miedo, Casie —se mofó su prima—. Es la primera vez en mi vida que te veo obsesionarte de esta forma con una persona, menos aún cuando apenas sabes nada de él.

—Es la primera vez en mi vida que me siento así —concluyó Casandra.

—Aparecerá, ten fe —la animó Lena.

—Eso espero.

Su humor mejoró de forma sutil tras esos treinta minutos con Lena, pero decayó drásticamente en las siguientes horas. Estuvo tentada de marcharse a casa alegando que no se encontraba bien, algo que no era del todo mentira, pero decidió quedarse solo por si él aparecía antes de que acabaran las clases. Cuando el último timbre anunció el final del horario lectivo, recogió su bolso y los libros y abandonó el instituto con la seguridad de que no volvería a verlo.

Recorrió el corto trayecto hasta la parada con la cabeza agachada, evitando la mirada del fantasma de un chico de su edad que solía encontrar a menudo en la puerta del instituto. Se sentó a esperar a que llegara el autobús, sacó su iPod del bolso y le dio al play. Crazy, de Aerosmith, retumbó en sus oídos y no pudo más que sonreír al escuchar la letra. Se dedicó a tararearla bajito, consciente de que cantaba fatal.

Como surgido de la nada, Gabriel apareció a su lado y la miró con una media sonrisa que le dibujó un hoyuelo cerca de la boca. Una vez más notó cómo su cuerpo tiraba de ella, sin pensarlo se inclinó levemente hacia él y, o bien Gabriel no se dio cuenta, o no le importó. Durante al menos un minuto, permaneció mirándolo como si todo lo que le rodeara hubiera desaparecido, como si lo único que hubiera en el mundo fuera él. Si no se contenía iba acabar por abalanzarse sobre él y hundir la cara en su cuello, que era lo que realmente le apetecía hacer.

Meneó la cabeza confundida por su visceral reacción. No se trataba solo de que aquel chico pudiera gustarle o de que provocara en ella extrañas emociones. Era algo más, como si existiera algo que los uniera. Algo dentro de ella parecía querer salir de su cuerpo y fundirse en el suyo.

Al darse cuenta de que empezaba a parecer un poco idiota, usó toda su fuerza de voluntad para zafarse de su mirada. Respiró profundamente para calmarse mientras se quitaba los auriculares y los guardaba en el bolso de nuevo.

—Parecía bueno —dijo Gabriel sin dejar de sonreír y señalando su bolso—. ¿Qué estabas escuchando?

—Aerosmith —respondió Casandra turbada—. Pensaba que ya no vendrías —añadió bajando la voz.

—Bueno, me ha costado un poco llegar hasta aquí —dijo mirando alrededor como si fuera la primera vez que veía la calle en la que se encontraban.

—Ah. —Fue todo lo que se le ocurrió decir.

Gabriel la miraba con una sonrisa en los labios, una sonrisa encantadora y radiante; esa clase de sonrisa que en una cara como la suya solo podía contribuir a ponerla más nerviosa. No estaba preparada para que finalmente él apareciera. Ya había asumido que volvería a casa sin verle, y ahora que lo tenía delante no sabía por dónde empezar.

—Habíamos quedado —dijo Gabriel, en un tono que Casandra interpretó más como una pregunta que como una afirmación.

—Dijiste que te pasarías por aquí, aunque no estaba segura de que aparecieras. —Casandra apartó la vista de él.

—¿Por qué?

—¿Por qué pensaba que no aparecerías?

—No, ¿por qué querías verme?

—¿Me tomas el pelo? —le preguntó a su vez Casandra. Él había mencionado que se pasaría por su instituto hoy, ella no se lo había pedido.

—No, en absoluto —contestó burlón.

—Fuiste tú quien dijo que te pasarías por aquí —le recordó Casandra con cierta irritación—. ¿Es que ni siquiera te acuerdas?

Gabriel no respondió, sino que se quedó mirándola fijamente con una ligera expresión de incredulidad en el rostro, justo con la apariencia de alguien que acaba de recordar algo de suma importancia. Casandra se cruzó de brazos y aguantó su mirada, esperando una explicación. Por un segundo, le pareció que el negro de sus ojos se tornaba más oscuro. Pestañeó y al segundo siguiente la ilusión desapareció.

—Creo que no sucedió exactamente como lo cuentas —puntualizó él.

—Pues háztelo mirar, porque así es justamente como lo dijiste —le espetó sin miramientos mientras volvía a sacar su iPod del bolso.

—¿Por qué eres tan borde? Ser amable no cuesta dinero.

—Aplícate el cuento, guapo.

—¿Ves? Me has echado un piropo, ahora yo debería decir gracias, ¿no? —Gabriel le habló despacio, de la manera en que se habla a los niños pequeños.

—Lo que deberías es irte, entonces la que te daría las gracias sería yo —contestó Casandra y esta vez fue ella la que sonreía.

—Venga ya, si estabas deseando volver a verme.

Casandra le mantuvo la mirada tratando de aparentar sentirse más segura de sí misma de lo que en realidad estaba. Puede que Gabriel tuviera razón, puede que desde su último encuentro lo único en lo que pensara fuera en volver a verle, y lo que era seguro es que, a pesar del comportamiento enervante de Gabriel, seguía luchando contra esa invisible fuerza que la arrastraba hacia él. Pero por nada del mundo iba a admitirlo delante de él para que pudiera seguir regodeándose, no era más que un imbécil prepotente que debía estar lo suficientemente aburrido como para dedicarse a molestarla.

—¿No tienes nada mejor que hacer? Porque yo sí —arguyó Casandra con desprecio. Se puso uno de los auriculares decidida a no escuchar ni una sandez más.

—Sí, miles de cosas, pero resultas francamente divertida —contestó Gabriel, sentándose a su lado.

—Olvídame.

Casandra se deslizó por el asiento en sentido contrario a él, aunque para ello tuvo que luchar con la acuciante necesidad que sentía de acercarse más. Una sensación que, por otro lado, la molestaba profundamente. Se ajustó el otro auricular y subió el volumen esperando que Gabriel se diera por aludido y se marchara de una vez.

Pasados unos minutos, y viendo que este permanecía sentado a su lado, mirándola fijamente y sin la menor intención de moverse, volvió a quitarse los auriculares.

—¡¿Qué?! —gritó desquiciada.

—¿Qué de qué? —respondió Gabriel con fingida inocencia.

—¿Vas a quedarte ahí sentado mirándome embelesado? —preguntó Casandra. Estaba dispuesta a resultar al menos tan exasperante como él, y por la leve expresión contrariada que cruzó su rostro supo que lo estaba consiguiendo. Se permitió sonreír antes de continuar hablando—. Comprendo que observarme te resulte excepcional, pero empiezas a resultar algo cargante.

Gabriel se levantó aparentemente molesto, lo que le dio alas a Casandra para dejar escapar la risa que estaba conteniendo. Él se giró para taladrarla con una oscura y profunda mirada que, muy a su pesar, reavivó la atracción de Casandra.

—Tienes razón en una cosa, eres excepcional. Nunca he conocido a una chica como tú. —Su ambiguo tono hizo que Casandra no supiera si lo decía como un cumplido o por el contrario continuaba burlándose de ella.

»Puedes dar gracias por ello —continuó—, no creo que el mundo esté preparado para que haya dos Casandras pululando por ahí sin control alguno. Sería una temeridad.

—¡Vete al infierno! —le contestó ella, consciente de que no iba a escuchar un solo halago salir de su boca.

Gabriel le dirigió una mirada hermética, sin rastro de la expresión burlona que hasta hacía unos segundos le había mostrado. Tras unos largos segundos, se giró y echó a andar calle abajo.

Casandra hirvió de rabia ante la insolencia de Gabriel y rebuscó en su mente tratando de añadir alguna incisiva frase más antes de que él se alejara del todo. Fue incapaz de hilvanar una sola idea coherente cuando se percató de que realmente se estaba marchando, de que había perdido una oportunidad para hablar con él y preguntarle qué era exactamente lo que sabía de ella. Aquello terminó de enfurecerla.

Le resultaba pedante, prepotente y pretencioso más allá de lo humanamente concebible. No quería volver a verlo y, sin embargo, ahora que una vez más se separaba de él, la ansiedad volvía a apoderarse de su cuerpo. Parecía una incongruencia que se sintiera así. De forma racional, le despreciaba, lo odiaba, le daría una patada en su pomposo trasero. Pero algo en lo más profundo de su ser clamaba dentro de ella, rogando por averiguar algo más sobre él.

Apartó la mirada de la espalda de Gabriel antes de que la lejanía le hiciera desaparecer de su vista. Sin quererlo, se centró en una chica que parecía observarla desde la acera de enfrente hasta que se dio cuenta de que era un fantasma. Dejó vagar la mirada un poco más en su dirección, simulando no percibirla.

Su teléfono sonó con la conocida melodía de Use somebody de Kings Of Leon. Rebuscó en su bolso hasta dar con él y miró la pantalla. Suspiró al ver el nombre que aparecía en ella.

—No estoy de muy buen humor —contestó en cuanto aceptó la llamada.

—Dime algo que no sepa, Casie.

—¿Qué quieres, Mara? —preguntó algo impaciente.

—Solo saber que no te ha dado un infarto o algo por el estilo, llevas días enviando tus emociones de manera tan intensa hacia mí que he pensado que merecía la pena llamarte y comprobar que sigues cuerda.

—Estoy bien, solo algo nerviosa. Nada de lo que debas preocuparte —se excusó Casandra, odiando intensamente el don de su prima, que la convertía a ella en un libro abierto.

—¿Algo nerviosa? Eso es quedarse corta —le rebatió con cierta sorna—. ¿Qué tal si practicas un poco de meditación, yoga o alguna chorrada de esas? Por tu bien y el mío.

—Deja de husmear y no me hables como si no estuvieras más que pendiente de lo que siento o dejo de sentir. Te encanta estar al corriente de mis miserias —le espetó Casandra.

Conocía perfectamente a Mara, y cuando quería era capaz de bloquear a toda la familia junta si era necesario, no se tragaba que de repente no pudiera solo con sus emociones. Aunque lo que más le molestaba a Casandra era darse cuenta de que en realidad estaba tan alterada como su prima insinuaba.

—¡Me ofendes, prima! —exclamó Mara.

—Sí, seguro —ironizó ella—. Ahora que ya has comprobado que estoy sana y cuerda, ¿te importaría ir a molestar a otro? Tengo cosas más importantes que hacer que hablar contigo.

—Está bien, aunque sobre lo de que estés cuerda me vas a permitir que discrepe. No creo que tus sentimientos…

Casandra cortó la llamada, incapaz de aguantar las bravatas de su prima un segundo más. Al contrario que Lena, Mara usaba su don siempre que podía para incomodar a los demás. Por eso tanto Lena como ella trataban de evitarla en la medida de lo posible. Guardó el móvil en su bolso no sin antes silenciarlo, sabiendo que era probable que Mara volviera a llamarla.

El autobús asomó por la esquina de la calle tan solo unos minutos más tarde. En cuanto paró delante de ella, subió y se apretó entre la pequeña multitud de estudiantes que regresaban a sus hogares después de clase.

Todo lo que deseaba en aquel momento era llegar a casa y encerrarse en su habitación sin ver o hablar con nadie. Todavía era lunes y aquella tenía toda la pinta de ir a ser una semana muy larga.