Capítulo
4

Esa noche durmió sin sueños perturbadores. Dado que seguía resfriada, Valeria había puesto una manta más en su cama y le había preparado una sopa caliente antes de que se acostase. Sus cuidados habían dado resultados. Al despertar, se estiró durante unos minutos y comprobó agradecida que ya podía respirar algo mejor por la nariz. Se permitió remolonear entre las sábanas durante al menos media hora, hasta que sus tripas rugieron y decidió levantarse en busca de algo de comida que aplacara su hambre. En la cocina, su madre se afanaba ya preparando el almuerzo.

—¿Qué tal te encuentras? —preguntó mientras le tendía una tostada recién hecha. Casandra se la pasó de una mano a otra para no quemarse.

—Un poco mejor, al menos ya no me duele la cabeza.

—Bien —Valeria se concentró de nuevo en montar la nata para la tarta que estaba preparando—. ¿Tienes planes para hoy?

—No —admitió apoyándose en la encimera—. Pensaba ponerme con un par de trabajos que tengo que entregar la próxima semana, ya voy con retraso.

—Yo voy a almorzar en casa de Kate y Josh, ¿por qué no vienes?

Kate y Josh eran los tíos de Casandra. Tenían una única hija, Mara, también dotada de un don que le permitía percibir a sus allegados o amigos. Algo así como lo que dicen que les pasa a los gemelos. Su don se basaba en la intensidad de los sentimientos emitidos en determinadas circunstancias. Mara los sentía a distancia, con mayor intensidad en el caso de la familia y de forma muy difusa con los amigos. Si alguno sufría una situación de gran estrés o peligro, ella lo notaba. De pequeña lo había pasado extremadamente mal, peor aún que Casandra, dado que padecía el sufrimiento de los demás como propio. Una vez que fue creciendo, comenzó a controlar su don y consiguió que dejara de afectarle de una manera tan directa.

Casandra valoró por un momento la posibilidad de acompañar a su madre a casa de sus tíos, pero la descartó al darse cuenta de que Mara no se sentiría cómoda si ella empezaba a darle vueltas a la cabeza una vez más. Su estado de ánimo en esos momentos era como una montaña rusa y era posible que su prima ya hubiera estado recibiendo algunos de sus sentimientos más intensos. No quería tener que contarle lo que estaba sucediendo. Aunque podía ser que Mara ya hubiera informado a sus padres de que algo iba mal y la invitación a comer fuera precisamente una forma de enterarse de qué iba aquello.

—Creo que hoy voy a pasar, necesito terminar esos trabajos.

—¿Seguro que estás bien? —insistió Valeria. Casandra sabía que ahora no le preguntaba por su resfriado.

—Estoy bien, mamá. Me quedaré estudiando y me prepararé yo misma algo para almorzar.

—No te preocupes, hay una lasaña en la nevera lista para calentar en el microondas.

—¡Genial! —contestó Casandra con genuina sinceridad. La lasaña era su plato preferido.

Gothic

Su madre terminó de preparar la tarta y se marchó poco después. De camino a casa de su hermana quería pasar por el supermercado a comprar una botella de vino, así que antes de que fueran las diez de la mañana, Casandra ya estaba sola en casa.

Vagabundeó un rato por el piso inferior, reuniendo fuerzas para ponerse a estudiar, hasta que al final se obligó a subir a su habitación. Se sentó en su escritorio y aprovechó para hacer primero los deberes que debía entregar el lunes; después de comer se concentraría en lo demás. Mientras trabajaba, miraba de vez en cuando por la ventana hacia el camino bordeado de macetones que llevaba hasta la casa. Al menos en dos ocasiones le pareció que algo se movía en el borde de su campo de visión, pero al alzar la vista la inquietante sensación desaparecía.

Sobre la una decidió tomarse un respiro para almorzar. Descendió por las escaleras hasta la planta baja y se dirigió a la cocina. Antes de llegar a ella, percibió un movimiento a su espalda, pero al girarse todo era normal. El salón, cuya decoración era íntegramente obra de su madre, resultaba muy luminoso gracias a la hilera de grandes ventanas que daban a la calle. No había sombra alguna ni nada fuera de lugar.

Solo son imaginaciones tuyas, pensó, riéndose de sí misma.

Se dirigió a la cocina, calentó la lasaña unos minutos en el microondas y se sentó en un taburete a comerla en la isla central. Estaba deliciosa, como casi todo lo que preparaba su madre, por lo que tardó poco en terminar con la mitad de ella. Dio gracias por tener un metabolismo rápido que no la dejaba engordar comiera lo que comiera, si no fuera así a estas alturas, y con lo bien que cocinaba Valeria, ya pesaría al menos el doble.

Tras lavar lo poco que había ensuciado, cogió una manzana del frutero y se sentó en el salón a mordisquearla. Se sentía algo pesada después del almuerzo y sus ganas de estudiar habían disminuido al menos a la mitad de las iniciales. Consultó el reloj y decidió llamar a Lena para ver si ya se estaba preparando para su cita.

—Mi madre no se cree que vaya a salir con Nick —la informó su prima en cuanto descolgó el teléfono—. Dice que no saldrá bien.

—Tu madre siempre tan positiva.

—Me ha dicho que somos demasiado amigos, y que no me hacen los ojos chiribitas como cuando salí con Adam. Palabras textuales.

—Es que por Adam babeabas —le recordó Casandra—. Incluso tu madre, con lo despistada que es, se daba cuenta de ello.

—Ya, hasta que Adam decidió que Danielle resultaba más interesante que yo y me dejó para irse con ella —alegó su prima.

—Bueno, luego ella lo dejó en el baile de fin de curso delante de todo el instituto. Pero estás divagando —terció Casandra. Su prima evitaba el tema y, si la conocía bien, era porque algo no marchaba bien—. ¿Qué crees tú? ¿Te gusta realmente Nick?

Lena tardó un rato en contestar. Casandra se recostó en el sofá y esperó pacientemente para no presionarla, sabiendo que no era una buena señal que tuviera que pensar la respuesta.

—Creo que nos conocemos demasiado bien —contestó evasiva.

Lena adoraba a Nick, pero hacía tanto que se conocían que lo sabían prácticamente todo el uno del otro. Él era y sería siempre el mejor amigo de su prima, y ella quería que le gustara como algo más, no quería hacerle daño, pero empezaba a darse cuenta de que todo lo que había entre ellos era una profunda amistad.

—¿Qué vas a hacer?

—No quiero que sufra. Veamos qué tal va la cita.

—Llámame luego si necesitas hablar —se ofreció Casandra.

Lena podía ser algo excéntrica e impulsiva, pero ella sabía lo mal que lo pasaba cuando alguien salía lastimado por su culpa.

—Lo haré. Deséame suerte.

—No la necesitas. Eres una Blackwood, y ya sabes lo que decía la abuela…

—Las Blackwood buscan su propio destino —añadió Lena, terminando la frase por ella.

Tras bromear con su prima durante unos minutos y asegurarse de que estaba algo más animada, se despidió de ella y colgó el teléfono. Encendió la televisión y cambió varias veces de canal, hasta dar con el de la MTV. Cerró los ojos a pesar de que sabía que acabaría por dormirse. Lo que ocurrió justo cuando Adele cantaba desde la televisión Someone like you.

Gothic

Despertó poco a poco. En la calle, un coche pasó demasiado deprisa y varios niños gritaban, probablemente discutiendo por algún juguete. Mientras su mente conseguía volver a ponerse en marcha, y todavía con los ojos cerrados, notó un leve roce en la mejilla, como si alguien hubiera pasado la yema de los dedos por su piel, pero aún más sutil. Alguien se movía a su alrededor. Pensó que su madre había vuelto demasiado pronto del almuerzo con sus tíos o bien ella había dormido más de lo debido. Maldijo en silencio y abrió los ojos, pero en el salón no había nadie más que ella.

—¿Mamá? —llamó desconcertada—. ¿Mamá, estás ahí?

Cuando su madre no contestó se levantó inmediatamente del sofá. Giró en redondo observándolo todo, tratando de encontrar algo inusual, pero todo seguía tal y como ella lo había dejado. Caminó hacia la cocina y se asomó con cierto temor; estaba en orden y tampoco había nadie allí. Finalmente, revisó todas y cada una de las habitaciones de la casa, comprobando que puertas y ventanas estuvieran cerradas.

—Sal de donde quiera que estés —dijo en voz alta, tratando de llamar la atención del fantasma que estaba segura se había colado en la casa.

»Sé que estás ahí —insistió cuando no obtuvo respuesta.

No sucedió nada. Suspiró y comenzó a subir las escaleras, dispuesta a terminar los trabajos que le quedaban pendientes. Una vez que llegó a la planta alta, se detuvo en seco al ver que había alguien en mitad del pasillo.

La figura avanzó hacia ella con tanta rapidez que no le dio tiempo a reaccionar, cuando quiso apartarse ya la había atravesado. Casandra sintió cómo cada célula de su piel rechazaba el contacto, cómo su propia alma se debatía y tensaba los lazos que la anclaban a su cuerpo. Varios segundos después, la sensación cesó de repente.

El fantasma desapareció con tal celeridad que no tuvo tiempo de captar ningún detalle de su físico, pero eso no impidió que su esencia, torturada y siniestra, dejara un rastro en ella. Había captado con nitidez la maldad que lo había condenado en vida: la codicia, su soberbia y la arrogancia que derrochaba con todos los que le rodeaban. Un odio profundo latía en cada rincón de su mente perturbada.

No era la primera vez que algo así le pasaba, y estaba en cierta medida acostumbrada a vislumbrar las vidas de otros, pero no por ello dejaba de resultarle espeluznante cuando ocurría.

A ti no puedo ayudarte, pensó, dirigiéndose a su habitación.

El sitio en el que terminaban las almas condenadas no era un lugar al que ella deseara ir.

Gothic

Lo sucedido la dejó intranquila el resto de la tarde. No podía concentrarse y apenas consiguió avanzar en el proyecto de literatura. Su nerviosismo aumentó cuando se dio cuenta de que solo le quedaban unas horas para ver a Gabriel de nuevo, si es que finalmente aparecía por el instituto. Trató una y otra vez de apartarlo todo de su mente y continuar con el trabajo, pero fue inútil.

Cuando su madre llegó a casa, optó por bajar para charlar un rato con ella hasta la hora de la cena. Quería acostarse temprano y olvidar lo ocurrido.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó Casandra recelosa. Sabía que Mara no perdería ocasión de ponerla en evidencia delante de su madre.

—Bien, muy bien. Tenías que haber venido, había comida para todo un ejército —contestó Valeria mientras dejaba un par de bandejas en la nevera.

—He almorzado bien. La lasaña estaba buenísima, como siempre.

—Mara ha venido a hablar conmigo —comentó su madre de forma distraída.

—¿Y qué te ha dicho? —Se cruzó de brazos a la defensiva, empezaba a ponerla de los nervios que todos en su familia parecieran saber cómo se sentía.

—Nada que no supiera, Casie. Me ha dicho que la pasada noche se despertó en la cama sudando, sentía escalofríos y sabía que te pasaba algo. Le llegaban sentimientos de todo tipo mezclados. Pensó en llamarte, pero cuando notó que te relajabas lo dejó pasar.

—Odio que todo el mundo sepa lo que me pasa. Lena no deja de observar mi aura a ver qué encuentra, y ahora Mara rebuscando en mis sentimientos.

—Se preocupan por ti, solo eso —explicó Valeria conciliadora—. No puedes culparlas por algo que no está en sus manos controlar. Mara estaba dormida, la pilló con la guardia baja o hubiera rechazado lo que le llegaba sin pararse a analizarlo.

—Ya, claro, como si no estuviera encantada de poder cotillear todo lo que recibe —replicó con sarcasmo.

Su madre le lanzó una mirada de reproche, pero al pasar por su lado le apretó el hombro para hacerle saber que no había nada que ella pudiera hacer al respecto. Aquella era su familia y cada uno tenía que lidiar con lo que le había tocado.

Evitó comentar con su madre nada sobre el fantasma que había visto. Bastante difícil era para Valeria saber que estaban a su alrededor como para tener que lidiar con la idea de que había uno vagando por la casa. De mal humor, se acomodó en el sillón para dejar pasar lo que restaba del día. Pocos minutos después, Valeria se sentó a su lado y le pasó una taza de chocolate caliente con una sonrisa en los labios. Esos detalles eran los que hacían que adorara a su madre, siempre sabía lo que necesitaba y cómo hacerla sentir mejor. Le agradeció el gesto con una tímida sonrisa.

Pasaron la siguiente hora charlando, con la televisión encendida pero sin mirarla. Su madre trabajaba en una de las más prestigiosas galerías de arte de Londres y amaba su trabajo. Cuando hablaba sobre alguna pintura o escultura que le gustaba, se apasionaba de tal forma que Casandra siempre terminaba por sentirse conmovida.

—Es un prodigio —le explicó, refiriéndose al autor de la exposición que estaba preparando esos días—. Y muy joven.

Ella asintió, encantada de ver los ojos de su madre brillar de nuevo y el entusiasmo que demostraba.

—Este mismo fin de semana debo viajar a Plymouth para supervisar el traslado de parte del material.

Casandra acostumbraba a quedarse sola a menudo cuando su madre viajaba por negocios. Valeria confiaba en ella, y la mayoría de las veces Lena pasaba la noche en su casa para acompañarla.

Trasladaron la conversación a la cocina para cenar y, cuando hubieron acabado, Casandra subió a su habitación deseosa de acostarse cuanto antes. Preparó su bolso y los libros que necesitaba llevarse al instituto, y se metió en la cama, a la espera de que el sueño no tardara demasiado en llegar.