Se despertó al día siguiente totalmente congestionada. Había pasado la noche dando vueltas en la cama, despertándose y durmiéndose a ratos. Las pesadillas la habían perseguido y había una en concreto que era incapaz de olvidar: Gabriel y ella se encontraban en el largo túnel que daba paso al más allá, rodeados de cientos de almas que se aferraban a ellos tratando de separarlos y arrastrarlos hasta lo más profundo, desde donde ya no había marcha atrás.
En el sueño, Gabriel sujetaba su mano con fuerza tratando de mantenerla a su lado y le gritaba angustiado que no se soltara. Se había despertado llorando y envuelta en un sudor tan frío que le costó algo más de una hora volver a entrar en calor. Su experiencia en aquel túnel convertía la pesadilla de esa noche en algo todavía más angustioso.
El dolor de cabeza comenzó a ganar intensidad, enviándole oleadas de pequeños pinchazos hacia la parte posterior de la cabeza. Decidió que era un buen momento para levantarse e ir a por un analgésico. Justo en ese instante su móvil comenzó a sonar. Tuvo que rebuscar en el bolso que llevaba la noche anterior hasta dar con él. Leyó el mensaje de su prima, sabiendo que más tarde o más temprano iba a tener que contárselo todo.
¿Qué pasó anoche? Ven a casa en cuanto puedas. Hay novedades :)
Sonrió al leerlo. Esperaba que el icono sonriente significara que Nick y ella por fin se habían decidido a ser algo más que amigos. Pensó en llamarla inmediatamente, pero antes decidió tomar algo para su insistente dolor de cabeza. Tendría que hablarle a Lena de Gabriel, y una conversación de ese tipo con su prima implicaba tener todos sus sentidos al cien por cien. Escribió a toda prisa un mensaje.
He pillado un gripazo, estoy fatal. ¿Puedes venir tú?
No esperó respuesta. Era probable que a su prima le faltara tiempo para salir corriendo por la puerta en dirección a su casa. Bajó a la cocina y rebuscó en uno de los armarios hasta dar con una la caja de paracetamol, masticó una pastilla y tragó en el acto. Su madre le había dejado un nota diciéndole que estaba haciendo la compra. Aunque no tenía demasiada hambre, se sirvió un zumo de naranja y se preparó unas tostadas que engulló rápidamente para poder volver a la cama cuanto antes.
Antes de subir se asomó a la ventana y observó el cielo que, de un azul intenso, no acogía ni una sola nube.
Para un día que sale el sol en todo el invierno y yo con gripe, pensó contrariada.
En días como aquel, a pesar de que aún hacía frío, aprovechaba para tumbarse en la terraza al sol y escuchar música mientras leía un buen libro. Suspiró resignándose a pasar el día sin su dosis de sol. Cogió varios paquetes de pañuelos de papel y una revista del salón, por si se sentía con fuerzas de leer algo mientras esperaba a que Lena hiciera su aparición.
Una vez arriba se metió en la cama de nuevo. Se tapó con el edredón y se acurrucó entre las sábanas todavía calientes. Cerró los ojos tratando de decidir qué era lo que iba a contarle a su prima sobre Gabriel. Se había sentido estúpida al confesar a su madre cómo se sentía respecto a él.
Aquello era absurdo, ¡apenas lo conocía! Y sin embargo, todo cuanto deseaba en ese momento era que él la envolviera en sus brazos y la besara sin dejarle siquiera respirar. Se recreó en esa fantasía una y otra vez, obviando el hecho de que él ni siquiera había manifestado interés por ella. Pero ¿por qué la buscaba?, ¿por qué había querido acompañarla a casa? No encontraba respuestas, y hasta que no volviera a verlo no podía hacer nada más que elucubrar sobre sus intenciones.
Cuando se hallaba al borde del sueño, Lena irrumpió en su habitación como si hubiera un incendio en la casa y ella fuera la responsable de evacuar a todo el mundo.
—¿Qué pasó anoche? Ya puedes empezar a hablar y no parar hasta que me dé por satisfecha —inquirió Lena. Se plantó de pie frente a la cama, apuntándola de forma acusadora con el dedo. Hablaba sin pararse siquiera para tomar aire—. Y espero que tuvieras un buen motivo para desaparecer sin más. ¡Tienes toques dorados en tu aura! ¿Qué te propones? ¡Habla ya!
—¡Buenos días! Yo también me alegro de verte.
—Corta el rollo, Casie —la atajó su prima.
—¿Quieres calmarte? ¿Doradas, has dicho? ¿Y eso qué significa? —terció Casandra, en un vano intento de distraerla.
—¡Ah, no! No cambies de tema. He hablado con tu madre esta mañana y me ha dicho que tenías algo que contarme, pero no he conseguido que me dijera de qué se trataba.
Lena se acercó a la cama y se sentó en el borde. Aún llevaba puesto el abrigo, que no se había quitado en su afán por llegar lo más rápido posible hasta su habitación. Se deshizo de él y se descalzó, dejando sus Converse rojas sobre la alfombra. Algo más tranquila, miró fijamente a su prima.
—El dorado que luces tan alegremente indica que estás totalmente concentrada en algo que quieres conseguir, y vas a hacer lo humana y no humanamente posible para salirte con la tuya —explicó Lena—. Así que cuéntame, ¿qué es eso sin lo que de repente no puedes vivir?
Las acertadas palabras de Lena aturdieron por un instante a Casandra.
—¿Me lo vas a contar o no? —le reclamó Lena, al ver que continuaba callada.
—Sí, claro que sí. Pero no sé muy bien por dónde empezar.
—¿Por el principio? —se burló.
Tras respirar profundamente un par de veces comenzó a relatarle todo lo ocurrido. Primero el incidente en la biblioteca, cuando Gabriel la había llamado bruja. No le contó lo del humo, no creía que hubiera relación entre ambas cosas. Tal y como había esperado, el encontronazo con Gabriel no hizo otra cosa que divertir a Lena.
—Casie, me faltan detalles jugosos —la interrumpió, sonriendo con malicia—. Te estás guardando lo mejor, ¿está bueno?
—Dudo que hayas visto en toda tu vida a un tío tan guapo —le aseguró Casandra.
—Es taaaan perfecto —se burló Lena—. Prima, siento decírtelo pero estás babeando.
—Si lo vieras, tú también babearías —se defendió.
—Espero tener ocasión de hacerlo, no me importa babear, es sano —subrayó Lena—. Ya sabes, toda esa liberación de endorfinas y esa cara de panoli que se te pone, exactamente como la que tienes tú ahora mismo.
Casandra la empujó intentando tirarla de la cama, pero Lena resistió su embestida y le pidió que continuara hablando, impaciente por conocer toda la historia. Pasó a explicarle que había vuelto a verlo en la fiesta de Marcus y que ella, por alguna estúpida razón, había hecho ademán de tocarle, con la consiguiente mueca de desprecio por parte de Gabriel.
—Capullo —murmuró Lena entre dientes.
—Eso mismo pensé yo. Me marché inmediatamente, con la mala suerte de que acabé cayendo de bruces encima de un charco —prosiguió Casandra.
—¡No! —exclamó su prima riendo a carcajadas.
—¡Sí! —confirmó Casandra, acompañándola en sus risas—. ¿Y adivinas quién apareció de nuevo para hacerme sentir aún peor?
—¡Dios, Casie! Hubiera dado… lo que fuera… por haberte visto… —Lena era incapaz de contenerse. Reía y hablaba al mismo tiempo.
—Ahora me río, pero no te imaginas la humillación. El vestido mojado, las rodillas raspadas y tirada en mitad de la calle llorando.
Lena dejó de reírse al enterarse de que había estado llorando. Casandra continuó explicándole lo que había sucedido después, cómo tras mucho dudarlo Gabriel le había preguntado por su don.
—Así que sabe que ves muertos —replicó Lena pensativa—. ¿Crees de verdad que también él podría tener algún tipo de poder?
—No lo sé, pero no veo cómo si no podría saber lo que hago —le contestó, alzando levemente los hombros. Era la única explicación que se le ocurría.
—¿Y esto es por lo que has estado tan inquieta? —preguntó Lena con evidente perplejidad—. Tampoco es para tanto.
—¿No estás preocupada? Ya sé que la mayoría de la gente sabe que puedes ver auras, pero lo mío… Bueno, no es lo mismo —concluyó Casandra.
—Si hubiera querido contárselo a alguien ya lo sabría medio instituto —finalizó su prima—, ya sabes lo que les gusta un cotilleo. No creo que debas agobiarte, Casie. Deja de vivir eternamente preocupada, te saldrán arrugas antes de tiempo.
Sonrió por el comentario. Debería haber confiado en ella y contárselo antes, Lena era optimista por naturaleza y siempre terminaba por animarla, no importaba cuán preocupada estuviera.
—Hay algo más, algo que no te he contado —añadió, decidida a ponerla al corriente de toda la historia.
Retiró la manta y se levantó de la cama. Comenzó a ponerse nerviosa mientras hablaba. Para evitar mirar a su prima recogió la ropa de la noche anterior, que había dejado en el suelo al desvestirse. Metió el vestido en el cesto de la ropa sucia y dejó los zapatos junto a la puerta, iba a tener que limpiarlos antes de poder guardarlos. Paseó la vista por la habitación, pero el resto estaba en orden. Fue hasta el escritorio que había junto a la ventana y se quedó mirando la calle.
—¡Escúpelo ya, Casie! Me estás empezando a preocupar —la apremió su prima desde la cama.
—Hay… hay algo en él —dijo volviéndose para encararla—, algo oscuro que me invita a retroceder a la vez que me reta a acercarme. Las dos veces que lo he visto he sentido como si tirara de mí. He tenido que apelar a toda mi fuerza de voluntad para no abalanzarme sobre él —finalizó Casandra abochornada.
Tenía muchísima confianza con Lena, pero aquello le resultaba sumamente vergonzoso, y expresado en voz alta parecía aún más inverosímil.
—Oh, l’amour —dijo Lena con un pésimo acento francés.
—Apenas lo conozco y no creo en el amor a primera vista.
—Pero eso no significa que él no crea en ti —contestó guiñándole un ojo.
—No me pidas que te explique de qué se trata, pero la atracción que siento por él es… —Casandra trató de encontrar una palabra que definiera la fuerza que la empujaba hacia él, pero no fue capaz.
—¿Almas gemelas? —preguntó su prima frunciendo el ceño. Cruzó las piernas y se acomodó apoyándose en la almohada.
—¡Oh, vamos! Creo aún menos en eso —replicó Casandra, poniendo los ojos en blanco.
—A ver si lo entiendo. Puedes ver las almas de gente que ha muerto, crees firmemente en que yo soy capaz de ver auras y en que la abuela predijera el futuro. Admites sin más que hay gente que tiene dones y que es capaz de hacer cosas extraordinarias, pero ni te planteas que haya alguien en el mundo que esté hecho a tu medida. Muy lógico, Casie —ironizó su prima.
—Eso es distinto.
—¿Por qué? ¿Porque aún no lo has vivido?, ¿o porque te da miedo que Gabriel sea ese alguien y no te corresponda?
Casandra no contestó. Dolida por el comentario de su prima, permaneció observándola en silencio.
—Lo que en realidad me da miedo es no poder controlar lo que él provoca en mí —puntualizó Casandra finalmente—. La atracción que ejerce sobre mí.
—Habla con él, es lo único que puedes hacer. Hazle frente y pregúntale qué sabe de ti y cómo lo ha descubierto. —Lena se puso en pie y se acercó a Casandra para abrazarla—. Yo estaré a tu lado.
—Creo que me estoy volviendo loca —confesó Casandra, apoyando la cabeza sobre su hombro. El característico olor de su champú, una mezcla de cítricos, la envolvió junto con sus brazos.
Lena ahogó una carcajada mientras se separaba de ella para mirarla a los ojos.
—Lo que realmente te preocupa es que te guste —juzgó su prima sin darle opción a réplica—. ¿Tan malo es eso? ¡Empezaba a creer que no te corría sangre por las venas! Ya era hora de que encontraras a un tío lo suficientemente interesante como para dejarte de tonterías e ir a por todas —dijo sin parar de sonreír—. ¿Cuándo vas a presentármelo? Si lo tuyo no le da mal rollo, lo mío no le importará en absoluto. Me muero por ver su aura.
—No te emociones demasiado, puede que mi don sí que le desagrade.
—Dale tiempo, Casie. El pobre chico tiene que hacerse a la idea de que ves muertos, no es algo fácil de tragar.
—Lo sé, créeme que lo sé.
Pasaron el resto del día juntas y comieron con Valeria, omitiendo en todas las conversaciones cualquier referencia a Gabriel. Agradeció que no insistieran en el tema, aunque ella fue incapaz de quitárselo de la cabeza. Nunca había deseado con tanta ganas que llegara el lunes para ir al instituto. Por regla general, disfrutaba de los fines de semana con su madre. Aprovechaba para leer, ver películas y dejarse arrastrar por Lena a algún que otro centro comercial para ir de tiendas. Pero esta vez lo único que quería era que llegara de una vez el lunes y poder ver a Gabriel de nuevo. Necesitaba saber qué era lo que sabía de ella.
Antes de que su prima se marchara, Casandra recordó que Lena no había mencionado a Nick en ningún momento.
—No me has dicho qué tal fue la fiesta después de que me marchara —comentó mientras abría la puerta principal. Su prima estaba poniéndose el abrigo y por un momento peleó con una de las mangas hasta que consiguió introducir el brazo por ella.
—No hay mucho que contar —contestó de forma escueta, sin señal alguna de estar feliz o contrariada.
—¿No pasó nada? —preguntó Casandra, alzando una ceja en señal de que no se lo creía.
—Nos besamos —confesó Lena.
—¡Ah! No te veo muy contenta.
—No sé, Casie —dijo mirando hacia la calle—. Nick me gusta, pero siempre hemos sido amigos, es raro.
—Bueno, tómatelo con calma.
—Hemos quedado mañana para ir al cine a ver esa película nueva de extraterrestres que invaden la tierra.
—Muy romántico, sí —se burló Casandra, haciendo que Lena volviera a sonreír.
—Ya sabes que no me van los dramas. En fin, veremos qué sale de todo esto, solo espero no perder un amigo.
—Ya verás como no. Quiero que mañana por la noche me llames y me lo cuentes todo, incluidos los detalles más turbios.
—¡Cotilla! —le gritó Lena, saliendo ya por la puerta.
—¡Le dijo la sartén al cazo! —replicó ella antes de volver al interior de la casa.