—¡Será mejor que tengas una buena explicación! —bramó Valeria enfadada.
Casandra desvió la vista para no ver la decepción en los ojos de su madre.
Había dormido durante gran parte de la mañana y hubiera seguido durmiendo si los gritos de su madre no la hubieran despertado. No esperaba su regreso, pero tenía que admitir que había olvidado por completo llamarla.
—No puedes hacer lo que te dé la gana.
Abrió la boca para rebatirla, pero la mirada airada que le dirigió Valeria la convenció de continuar en silencio.
—Me voy unos días por trabajo y ¿qué encuentro a mi vuelta?
No contestó. Tampoco era que su madre esperara una respuesta.
A su llegada, Azrael, Daniel y Asmodeo se encontraban en el salón, y Lena estaba con ellos. Casandra seguía sin entender por qué los tres no se habían evaporado antes de que su madre pudiera verlos. Tampoco ayudó mucho que Asmodeo se dedicara durante varios minutos a piropear a Valeria tras darle un repaso con la mirada.
Maldito demonio lujurioso, despotricó para sí misma.
Su madre la había sermoneado mientras deshacía la maleta e iba y venía de un lado a otro por su habitación, abriendo y cerrando cajones de forma nerviosa. Ella había permanecido callada durante todo el tiempo.
Los demás habían huido. A Lena le había faltado tiempo para salir por la puerta farfullando que debía volver a casa, y Azrael se llevó casi a rastras a Asmodeo, seguido de Daniel.
No encontraba la forma de explicarle a su madre que Azrael era en realidad Gabriel, a quien ella creía muerto. Su madre haría preguntas y no estaba segura de que pudiera tener respuesta para todas.
—Puedo explicarlo —comentó sin convicción.
—Me gustaría oírlo.
Valeria se cruzó de brazos y la observó, esperando. Ella cruzó la habitación para ir a sentarse sobre la cama.
—Has faltado al instituto —añadió su madre. Estaba más enfadada de lo que la había visto nunca.
—Es… complicado…
Aquello la enfureció aún más.
—Podrías empezar por decirme quiénes son esos tres chicos —sugirió Valeria, y fue a sentarse al lado de su hija.
Era obvio que estaba haciendo todo lo posible por controlarse. No era la clase de persona que pasa demasiado tiempo enfadada, pero esta vez Casandra sabía que se había excedido. Que Valeria supiera, se había saltado las clases para quedarse en casa con tres chicos a los que no conocía de nada, uno de ellos se le había insinuado y, para completar la escena, Casandra tenía el aspecto de sufrir una resaca espantosa. Era probable que su tía le hubiera contado que la noche anterior habían salido de fiesta, tras prometer que volverían temprano a casa.
—Son solo unos amigos.
¿Qué podía decirle? Mira, mamá, este es el ángel de la muerte, él uno de los ángeles de su coro y, uy, sí… un demonio cargado de hormonas. Pero no te preocupes, están aquí para protegerme de otros demonios que quieren llevarme al infierno para esclavizarme.
No, definitivamente no creía que pudiera contarle la verdad. Sin tener en cuenta que lo más probable era que ni siquiera la creyera.
—Lo siento —murmuró.
—Ya puedes sentirlo. Estás castigada hasta que me des una explicación —concluyó Valeria.
Se quedó en su habitación el resto de la tarde, mientras oía cómo su madre se movía por la planta baja de la casa. Con toda probabilidad estaría descargando su frustración en la cocina, guisando comida para toda una semana o puede que dos.
La luz comenzaba a menguar pero no se molestó en encender ninguna lámpara, sino que permaneció inmóvil sobre la cama, dejando que la penumbra y las sombras la fueran envolviendo poco a poco.
Una leve brisa le removió el pelo cuando Azrael se materializó frente a ella. Se tumbó a su lado sin decir nada, mientras los primeros acordes de Sweet dreams resonaban en el reproductor de música.
—Hola.
Casandra se acomodó contra su pecho y cerró los ojos antes de contestar. El contacto con su piel caliente la reconfortó de inmediato. Azrael le acarició el pelo
—Hola.
—Pareces cansada —comentó el ángel, apretándola con cuidado contra él, como si temiera que fuera a deshacerse entre sus brazos.
Y lo estaba. Le daba la sensación de que llevaba semanas enteras cansada, sin disfrutar de al menos una breve tregua. Su vida, que tampoco es que fuera muy normal hasta ahora, se desmoronaba entre demonios, ángeles y almas siniestras.
—Estoy castigada —le informó. Soltó una risita nerviosa al darse cuenta de lo absurdo que era preocuparse por eso.
Azrael le acarició el brazo y ella atrajo su mano para enlazar los dedos con los suyos.
—¿Y los demás? —se interesó Casandra tras unos segundos.
—Cerca, acudirán si los necesitamos.
—Cuéntame algo, cualquier historia de tu pasado —le pidió.
—Está bien —aceptó el ángel tras unos instantes.
Casandra cerró los ojos y depositó la mano sobre su pecho, que subía y bajaba de forma pausada.
Azrael tardó unos segundos más en comenzar a hablar, y sus primeras palabras la sorprendieron.
—Siempre has sido especial.
Azrael trazaba líneas imaginarias en la espalda de Casandra con una lentitud deliciosa.
—Cuando tu padre murió —prosiguió tras una breve pausa—, estuve a tu lado en todo momento. Recuerdo lo triste que estabas y cómo sonreías sin ganas a tu madre para que ella no notara cuánto sufrías.
Su confesión la desconcertó. Azrael ya le había dicho que la mantenía vigilada desde hacía años, pero saber que, a su manera, compartió con ella aquellos momentos de dolor, la hizo sentir más unida a él.
Alzó la cabeza de su pecho para darle un beso rápido en los labios.
—Eras tan pequeña y, sin embargo, tan fuerte. Nunca te has dado cuenta de lo fuerte que eres.
—Estabas allí. ¿Te lo llevaste tú? —preguntó al evocar los recuerdos de aquellos días.
—Tu padre encontró su camino solo. Era un buen hombre y el único asunto pendiente que tenía lo resolvió cuando vino a verte antes de cruzar al otro lado.
Los ojos se le humedecieron al darse cuenta de cuánto echaba de menos a su padre.
—Así que cuando tuve que venir a buscar a tu abuela…
Casandra giró la cabeza para mirarlo, creyendo que había escuchado mal.
—No me mires así, tu abuela era tan testaruda que casi no consigo hacerla cruzar.
—¿No quería irse?
—No quería separarse de su familia, especialmente de ti —confesó el ángel. La acomodó de nuevo en el hueco de su hombro antes de continuar hablando—. Me hizo prometer que te cuidaría, sin saber que había estado haciéndolo durante años.
Percibió una sonrisa en los labios de Azrael y su propias comisuras se elevaron, secundándola. Aquello encajaba a la perfección con el carácter de su abuela, podía imaginarla enfrentándose al mismísimo Ángel de la Muerte y obligándole a jurar que la protegería.
—Era una mujer muy terca, eso tengo que admitirlo —aceptó Casandra.
—Te pareces mucho a ella.
—¿Me estás llamando terca? —preguntó simulando ofenderse.
Se incorporó sobre un codo para dejar la cara a la altura de la suya y mirarlo con el ceño fruncido. En realidad, que la comparara con su abuela resultaba halagador.
Azrael ahogó una carcajada.
—Terca, sí, pero también cariñosa, leal y hermosa hasta decir basta.
—Eso está mejor —admitió, mostrándole la sonrisa que había tratado de reprimir.
—Además, en cierto modo, fue el encuentro con ella lo que me empujó a mostrarme ante ti. Traté de resistirme, pero me fue imposible ver tu dolor y cómo se apagaba de nuevo el brillo de tus ojos.
El ángel la atrajo hacia sí. La besó con ternura, acariciando los labios de Casandra con su boca. Los pequeños besos iniciales se transformaron en otros más profundos. Azrael la agarró por la nuca, como si no deseara que se separara de él ni siquiera para tomar aliento.
Ella enredó las manos entre su pelo y emitió un leve jadeo cuando percibió el deseo que emanaba del cuerpo del ángel.
Apartó todas y cada una de las preocupaciones que rondaban por su mente y, al abandonarse a sus besos, el tirón que su cuerpo experimentaba siempre en presencia de Azrael se manifestó con una intensidad desconocida hasta ahora.
Las ataduras que ligaban el alma y el cuerpo de Casandra se estiraron, volviéndose laxas. Su cuerpo pareció diluirse, como si las moléculas y átomos que lo conformaban se estuvieran fundiendo para dejar en su lugar algo mucho más consistente, más fuerte y poderoso.
La piel le hormigueaba, su alma empujaba bajo ella intentando estar más cerca de Azrael, apartando la oscuridad que emanaba de él y las sombras que habían comenzado a extenderse más allá de su figura.
Ninguno de los dos sabía muy bien qué estaba ocurriendo. El ángel estaba tan desconcertado como ella, pero podía percibir el alma de Casandra pugnando con su cuerpo, mientras todo lo siniestro que había en él huía cuando esta lo rozaba. En cambio, su propia alma, desterrada hacía mucho tiempo a un recóndito lugar dentro de sí mismo, emergía buscando aquel contacto.
Cuando se tocaron, la habitación se volvió brillante, la luz que emitió el primer roce se incrementó con los siguientes. La atracción los unía y consumía por igual.
Casandra dejó que el resplandor la envolviera, demasiado turbada para luchar. Dedos invisibles rozaban su interior, como si alguien la acariciara desde dentro. Miles de pequeños puntos centellearon frente a ella y de algún modo supo que eran parte de Azrael. Extendió su alma hacia el más cercano y una cascada de imágenes le traspasó la mente: un desierto, un niño pequeño lloriqueando frente al cuerpo sin vida de su madre, una pequeña choza de la que emergía un hombre con la piel curtida y bronceada por el sol, y su dolor palpitando bajo la piel mientras Azrael los observaba con la pena grabada en sus ojos oscuros.
Se retrajo, comprendiendo que aquello era parte de su vida, los recuerdos que guardaba de sus largos años de existencia, fuera por el motivo que fuera.
Aun en aquel estado, en la frontera entre sus dos mundos, Casandra supo que el ángel estaba sonriendo. Así que cuando una de aquellas diminutas estrellas se adelantó en su dirección, dejó que su alma la envolviera. Otra ráfaga de imágenes surgió de ella: Casandra acercándose a él en el servicio del instituto con una mirada entristecida pero resuelta, levantando la mano para acariciar su rostro, el temor del ángel a que lo tocara, el primer roce… y el amor surgiendo del interior de Azrael, empujándolo hacia ella, desterrando las dudas y destruyendo el muro infranqueable que él mismo había levantado en torno a su corazón y su alma.
Sus almas colisionaron, enredándose la una en la otra, salpicando al otro con sus pensamientos y emociones. El contacto fue tan íntimo que Casandra temió por un momento no ser capaz de regresar a su cuerpo, cegada por la profundidad de los sentimientos que Azrael albergaba hacia ella.
—Te amo —susurró la voz de Azrael en su interior.
El tono grave de su voz la hizo vibrar, y las dos palabras se deslizaron de un lado a otro, dejando tras de sí un reguero de intensa emoción.
Fue más de lo que pudo soportar. Su alma retornó a su cuerpo, tras desligarse con suavidad de la del ángel y concederle una última caricia.
Una vez que los lazos se establecieron de nuevo, gruesas lágrimas le llenaron los ojos y resbalaron por sus mejillas. Un ligero temblor la hizo estremecerse. Fijó la vista en Azrael, y a pesar de la penumbra que los rodeaba, se dio cuenta de que él también estaba llorando. Casandra borró con sus dedos los surcos húmedos que las lágrimas dejaban en su rostro.
Jamás en toda su vida había experimentado nada como lo que acababa de sucederle, nunca había sido tan consciente de lo que alguien podía llegar a sentir por ella. Y la idea de que aquello fuera real la hizo dejar de respirar durante unos segundos.
—Di algo —la instó Azrael, al darse cuenta de la indescifrable expresión de su rostro.
Casandra, todavía aturdida, trató de buscar palabras adecuadas para expresar la intensidad de sus sentimientos, pero todas se le antojaban demasiado banales.
—Te amo —respondió al fin—, con toda mi alma.
Y Casandra supo que, pasara lo que pasara, no había nada más real y que más se ajustara a sus sentimientos que esa sencilla frase.
El móvil de Casandra comenzó a sonar y la atmósfera de intimidad que los había rodeado hasta entonces se disipó. Contempló la pantalla fijamente sin decidirse a aceptar la llamada.
—Es mi prima Mara.
Suspiró. Era demasiado consciente del motivo de la llamada de su prima.
—Deberías cogerlo —sugirió Azrael.
Se levantó de la cama y le dio un pequeño beso en los labios que a ella le hubiera gustado alargar.
—Tengo que ocuparme de algunos asuntos, pero estaré cerca —añadió antes de esfumarse ante sus ojos.
Casandra volvió a suspirar y, a regañadientes, aceptó la llamada.
—Mara.
—Casie, al fin… estaba a punto de llamar a tu madre. —Su voz reflejaba una preocupación sincera, algo insólito—. ¡¿Quieres explicarme qué demonios te está pasando?!
—No es nada —se excusó Casandra. Si había alguien a quien no quisiera contarle lo que estaba pasando, esa era Mara.
—He dejado de sentirte, apenas han sido unos minutos. ¡No estabas, Casie!
—No tienes por qué fingir que estás preocupada, Mara —le espetó sin rodeos.
—Eres mi prima —señaló, como si eso lo explicara todo.
Casandra seguía esperando a que su prima soltara alguno de sus comentarios hirientes, tal y como hacía siempre. Pero en vez de eso, Mara comenzó a sollozar al otro lado de la línea.
—¿Crees que esto es fácil para mí? —murmuró—. ¿Puedes imaginar lo que es percibir el odio que sienten por ti los que te rodean?
—Nadie te odia —negó Casandra, sintiéndose culpable.
Puede que hubiera sido siempre algo dura con Mara, y no es que su prima no se hubiera ganado a pulso que todos en la familia sintieran cierto recelo a permanecer mucho tiempo en la misma habitación que ella, pero Casandra conocía de primera mano lo pesado que podía resultar acarrear la losa de ese tipo de poder. Ella, mejor que nadie, debería haber intentado acercarse más a Mara y tratar de ayudarla.
—No puedes usar los sentimientos de la gente que te quiere como un arma arrojadiza, Mara. Es algo íntimo.
—No es mi intención, pero a veces es la única manera que tengo de protegerme de todo esto —confesó su prima.
—Tienes que dejar de hacerlo, por tu bien y por el de los demás. Estaríamos más a tu lado si tú nos lo permitieras.
No lo dijo para hacerla sentir mejor, sabía que era cierto. Durante los últimos días había tomado mayor consciencia de lo frágil y fugaz que era la vida, y de que a veces la gente dejaba demasiadas cosas sin decir o sin hacer solo por orgullo, por rencor o por pensar que en algún momento tendrían tiempo para hacerlo.
—¿Puedes venir a casa? Podemos hablar aquí si quieres —le ofreció Casandra.
Estaba castigada, pero estaba segura de que su madre se alegraría de que arreglara las cosas con su prima.
—Puedo acercarme, si de verdad quieres…
Casandra ni siquiera escuchó las últimas palabras de su prima. Sus ojos se desviaron hasta la sombra que estaba creciendo en el exterior de la casa, justo frente a su ventana. Una figura oscura se dibujó a través del cristal. En su cara, dos resplandecientes ojos amarillos parecían invitarla a lanzarse en sus brazos.
—¿¡Casie!? ¿¡Qué ocurre, Casandra!?
Dejó caer el teléfono al suelo. Todo su cuerpo temblaba sin control, y por un momento sintió el deseo de correr hacia la ventana y abrirla de par en par.
Recobró la lucidez cuando su teléfono volvió a sonar y se encontró con que ya había avanzado varios pasos hacia delante. Giró sobre sí misma y echó a correr por el pasillo, temiendo que lo que quiera que fuese aquel ser decidiera ir a por su madre.
En pocos segundos alcanzó las escaleras. Llamó a Azrael mentalmente una y otra vez. No miró atrás, pero podía sentir cómo algo la seguía. Bajó los escalones de dos en dos y cruzó el salón tan rápido como pudo. Su madre, que cortaba verduras apoyada en la encimera de la cocina, se volvió hacia ella.
No llegó a ver la expresión horrorizada de Valeria, ni tampoco a oír el grito que escapó de los labios de su madre. Algo la alcanzó por detrás y cayó al suelo inconsciente.