Capítulo
20

No dejó de llover durante toda la noche. Una corriente gélida se colaba por debajo de la puerta de su habitación haciendo que la temperatura descendiera sin cesar. A pesar del grueso edredón con el que se tapaba y de que Azrael dormía a su lado, Casandra notaba la piel helada. Al día siguiente iba a tener que subir la calefacción si no quería acabar de nuevo con un resfriado.

Pero lo peor habían sido las pesadillas. En los pocos momentos que conseguía quedarse dormida soñaba con un fuego intenso que consumía sin descanso las alas de Azrael. Él permanecía quieto, simplemente la miraba dejando que una a una sus plumas ardieran hasta desaparecer por completo. Casandra podía ver el dolor palpitando en sus ojos.

Ella quería ayudarle. Luchaba intentando realizar algún movimiento, pero por más que trataba de acercarse a él le resultaba imposible. El terror finalizaba cuando la última pluma se convertía en ceniza, dejando tras de sí dos muñones ennegrecidos.

El sueño se repitió sin cesar hora tras hora. Azrael se removía en la cama de vez en cuando, pero nunca llegaba a despertarse del todo. Para calmarse, Casandra acariciaba con la yema de los dedos los contornos de su cara. Pero en cuanto se quedaba de nuevo dormida, todo empezaba otra vez. Cuando la claridad comenzó a inundar poco a poco su dormitorio, dio gracias por que comenzara un nuevo día al fin.

Se levantó de la cama, dolorida y cansada. Si en algún momento conseguían salir del lío en el que se habían metido, iba a necesitar al menos dos días seguidos durmiendo para recuperarse. Recogió un poco la habitación antes de darse una ducha y vestirse. Su madre volvería en cualquier momento, y aunque la menor de sus preocupaciones era que encontrara su dormitorio desordenado, no podía evitar seguir cierta rutina.

Cuando terminó de arreglarse, Azrael continuaba durmiendo, así que salió en silencio de la habitación y se deslizó escaleras abajo para no despertar a nadie. Esperaba encontrar a Asmodeo en el sillón pero no había ni rastro de él. Adecentó rápidamente el salón antes de ir a la cocina en busca de un café que la ayudara a despertarse del todo. Encendió la cafetera eléctrica y puso una cápsula. Cuando terminó de salir puso otra. La horrible noche que había pasado bien se merecía el doble de cafeína.

Con la vista perdida en el reloj que colgaba de una de las paredes, saboreó la bebida sorbo a sorbo. Eran apenas las seis de la mañana, probablemente los demás no se despertarían hasta dentro de un buen rato. El silencio que la envolvía era tan denso, que se sobresaltó cuando se dio cuenta de que no estaba sola.

Un hombre la observaba desde la puerta de la cocina. Era alto y puede que en otro tiempo hubiera sido guapo, pero ahora una expresión salvaje le afeaba el rostro. Casandra comprendió enseguida que se encontraba ante un fantasma, y no pudo evitar fijarse en la locura que transmitían sus ojos, como si hubieran visto más allá de su mundo y temieran encontrarse con lo que podía estarle esperando.

Un condenado, pensó, y supo que no se equivocaba.

Era probable que fuera el alma que había visto pocas noches antes en el pasillo de la planta superior, aquel que se había aferrado a la propia esencia de Casandra buscando una vida que ella no podía devolverle.

Casandra se levantó del taburete y se acercó al fregadero para depositar la taza vacía. En ocasiones como estas, en las que algún condenado se acercaba a ella, solía actuar ignorándolo y esperando a que desapareciera. Pero el fantasma estaba justo en mitad de la puerta que conducía al salón, y lo último que deseaba ella era tener que atravesarlo para ir hasta allí.

Se entretuvo unos minutos dando vueltas por la cocina, disimulando ante él y tratando de ganar tiempo. Pero él no se movió, permaneció en el mismo sitio sin apartar la vista de ella, como si supiera que en realidad Casandra era capaz de verlo.

—No puedo ayudarte —dijo ella cuando vio que no desaparecía.

—¿No puedes o no quieres? —contestó el hombre, dando un par de pasos en su dirección.

Casandra aprovechó que la puerta al salón quedaba libre y se escabulló rápidamente hacia allí. El fantasma la siguió, manteniéndose apenas a un metro de su espalda. Casandra sintió escalofríos al pensar en la clase de sufrimiento que aquel hombre habría infligido a otras personas en vida para haber sido condenado al infierno.

—No quieres. No quieres. No quieres —repitió el fantasma, burlándose de ella—. Eres igual que las demás. Una más. Una más. Una más —canturreó mientras Casandra se sentaba en el sillón.

—Ni siquiera yo puedo salvarte de tu destino —le informó, a pesar de que se daba cuenta de que no podía razonar con él.

El fantasma la miró con un odio feroz, un odio nacido de algún lugar profundo y oscuro de su mente maliciosa y enferma.

Casandra ni siquiera lo vio venir. Cuando quiso darse cuenta, el fantasma se había introducido en ella y trataba de poseerla. Los lazos que anclaban el alma de Casandra a su cuerpo se tensaron, y su propia esencia luchó contra la invasión. Las imágenes de toda una vida de horror y maldad aparecieron frente a sus ojos, discurriendo a tal velocidad que Casandra pensó que vomitaría.

Asqueada por el contacto íntimo y por todo lo que había visto, apeló a toda su fuerza de voluntad para deshacerse de él. Pero la determinación del fantasma era tanta que las sádicas imágenes comenzaron a repetirse una y otra vez en la mente de Casandra. Su vista comenzó a nublarse y sintió que varios lazos saltaban destrozados. Todo a su alrededor se tornó oscuro y la consciencia la abandonó sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.

Gothic

Oyó su nombre, repetido una y otra vez, golpeando el muro de su inconsciencia. No percibía su cuerpo, ni siquiera sabía dónde se encontraba o qué había sucedido, solo estaba aquella voz que la llamaba, que la reclamaba cargada de ansiedad.

Percibió algo cálido que rozaba su esencia y de pronto fue también capaz de sentir una mano sobre la suya. Una presión firme pero cuidadosa la devolvió poco a poco a la realidad.

Al abrir los ojos vio cómo Azrael se inclinaba sobre ella con expresión atormentada. Casandra clavó en él su mirada, intentado concentrarse en su rostro y anclarse así de nuevo a su cuerpo. Imágenes de una vida ajena a la suya acudieron a su mente y se mareó al recordar lo ocurrido.

—¿Estás bien? —le preguntó Azrael con evidente alivio.

El ángel la había tendido sobre el sofá y sujetaba su cuerpo contra el pecho.

—No lo sé —gimió confusa.

La cabeza estaba a punto de explotarle y le costaba incluso articular bien las palabras. Miró alrededor para asegurarse de que el fantasma no continuaba en la sala. Salvo Azrael y Asmodeo, que se hallaba a pocos pasos de ellos, no había nadie más. Casandra se relajó entre los brazos del ángel.

—No está aquí —le confirmó él al darse cuenta de lo que buscaba.

Todos se sobresaltaron al escuchar que alguien llamaba a la puerta principal.

—No parece ser uno de los míos —afirmó Asmodeo.

Azrael se dirigió a la puerta y la abrió. Casandra le oyó murmurar algo. Desde donde estaba no podía ver quién era el visitante. Se incorporó con lentitud y se puso en pie con esfuerzo. Las piernas le temblaron.

Antes de que pudiera acercarse hasta la puerta, Nick irrumpió en el salón.

—Nick, ¿qué haces aquí? —Casandra le hizo un gesto a Azrael para hacerle entender que no había de qué preocuparse.

—¿Y Lena? Pasé ayer por su casa y su madre me dijo que había salido contigo —explicó sin dejar de lanzar miradas nerviosas tanto a Asmodeo como a Azrael, que se había colocado junto a ella—. Vine aquí pero había un grupo de tíos bastante raros fuera y no dejaron que me acercara a la casa.

Casandra suspiró.

—Lena está todavía en la cama —comentó. No había manera de explicarle a Nick lo que estaba sucediendo.

—Quiero verla —gruñó Nick.

La actitud del chico, insistente e incluso algo amenazante, sorprendió a Casandra. Nick dio un paso hacia ella.

—¿Dónde está? —insistió una vez más.

—Puedes verla luego en el instituto, Nick —se apresuró a contestar.

Nick hizo ademán de avanzar hacia ella pero Azrael se adelantó y se interpuso en su camino, mirándolo con el ceño fruncido y expresión desconcertada.

—Largo, muchacho —le ordenó Asmodeo con desprecio.

—¡Quiero verla! —gritó furioso, totalmente fuera de sí.

Algo no iba bien. Nick, el chico tímido y amable que conocía, jamás se hubiera comportado de aquella manera. Azrael seguía contemplándolo fijamente.

—¡Nick!

Todos alzaron la vista hacia Lena, que los observaba confusa desde lo alto de las escaleras.

Nick parpadeó al escuchar su nombre y miró alrededor como si de repente no supiera dónde se encontraba. Al ver a Daniel aparecer junto a Lena, sus ojos se volvieron dos finas rendijas. Todos percibieron el ronco gruñido que brotaba de su garganta.

—Sácalo de aquí —le ordenó Asmodeo a Azrael.

Azrael no dudó un segundo y se abalanzó sobre Nick. Este se hizo a un lado y lo evitó por muy poco. Sin pararse, inició el ascenso escaleras arribas. Azrael corrió tras él junto con Asmodeo. Casandra no lograba entender qué estaba pasando, pero al ver que Daniel tiraba de su prima para protegerla con su cuerpo, sus piernas se pusieron también en movimiento. Fuese lo que fuese lo que le ocurría a Nick, no permitiría que le hiciera daño a su prima.

—¡Detenedlo! —rugió Daniel con fiereza.

Azrael llegó hasta Nick antes de que alcanzara el piso superior. Lo agarró de los tobillos y ambos cayeron hacia atrás, rodando escaleras abajo. Asmodeo se vio arrastrado con ellos y Casandra apenas tuvo tiempo para aferrarse a la barandilla e intentar no caer también.

—Sujétalo —gritó Asmodeo desde el suelo, tratando de retener a Nick, que intentaba levantarse de nuevo.

Su amigo miraba a Lena con ojos desorbitados y aullaba de dolor. A Casandra se le pusieron los pelos de punta.

—Su aura… —gimió Lena. Apartó a Daniel para bajar las escaleras, pero este la retuvo y la obligó a mantenerse a su lado.

Tras unos segundos de lucha, Azrael redujo a Nick y este dejó de removerse. El ángel lo puso en pie a la vez que él mismo se levantaba.

—Está poseído —les informó Asmodeo.

—¡¿Qué?! —exclamaron Casandra y Lena al mismo tiempo.

Su prima se situó junto a ellos y buscó la mirada de Nick. Lo que fuera que estaba dentro de él debió percibir su cercanía porque de nuevo trató de soltarse del agarre de Azrael. Este lo sujetó con más fuerza.

Lena, con lágrimas en los ojos, no se movió de su lado.

—Nick, dime que sigues ahí —le rogó entre sollozos.

Casandra vio por un instante el alma del mismo hombre que la había atacado a ella superpuesta al cuerpo de Nick. Su amigo intentaba hacerse con el control de su cuerpo. Supo lo que debía hacer y, antes de que nadie tratara de impedírselo, tomó la mano de Nick entre las suyas y rompió de una sola vez todos las ataduras.

Un torbellino de oscuridad se cernió sobre ella y arrastró su alma. Lo único que oyó antes de que todo se desvaneciera a su alrededor fue a Azrael gritar su nombre.

Gothic

Un yermo desierto se extendía ante ella y se perdía más allá de lo que alcanzaba la vista. El suelo terroso y agrietado, árboles resecos que se enroscaban sobre sí mismos y el cauce sin agua de un río conformaban solo en parte aquel paisaje salvaje.

Giró sobre sí misma para asegurarse de que estaba sola. No había nadie más allí, ni siquiera el fantasma que Casandra había tratado de llevar al otro lado para sacar su alma del cuerpo de su amigo Nick.

El pánico amenazó con hacer que se derrumbara. Había tomado la decisión sin pararse a pensar en las consecuencias, cegada por la idea de que era la única que podía hacer algo al respecto. Intentó concentrarse en cómo volver cuando le pareció detectar movimiento a su espalda.

Se volvió despacio, con la angustia creciendo en su pecho y la sensación de que las cosas no dejaban de complicarse. Nada, solo la tierra formando pequeños remolinos en el aire.

Cerró los ojos y se concentró de nuevo. Evocó el rostro de Azrael, la línea firme de su mandíbula, sus ojos negros pincelados de estrellas, su nariz recta, los mechones de pelo rozando su cara. Recordó la dulzura de sus besos, sus labios húmedos atrapando su boca, sus manos y sus dedos deslizándose por la piel de su espalda… La pasión, el amor, todos sus sentimientos le llenaron el pecho y emitió un grito interior que retumbó en cada rincón de su mente.

El vello de la nuca se le erizó. Alguien detrás de ella respiraba contra su cuello.

—Si vuelves a hacer esto juro que encadenaré tu alma a la mía.

Azrael la tomó en brazos y la apretó contra él.

—¿Eso puede hacerse? —preguntó aturdida.

Azrael rio y todos los miedos de Casandra se esfumaron a pesar de no saber a dónde había ido a parar en su loca carrera por liberar a Nick.

—¿Cómo…

—… te he encontrado? —El ángel completó la frase por ella—. Chillabas, en realidad era tu alma la que gritaba. Te encontraría siempre por muy lejos que fueras, al menos en esta condición.

Sus palabras hicieron que prestara atención a su apariencia. No era más que una sombra de sí misma, al igual que Azrael. Sus cuerpos se desdibujaban, como si alguien emborronara sus siluetas. Y aun así, notaba la firmeza de su hombro contra su mejilla.

Se arrebujó en su pecho y rumió durante unos segundos la pregunta que le rondaba la cabeza, hasta que fue capaz de pronunciarla en voz alta.

—Esto es el infierno, ¿verdad?

Azrael la depositó en el suelo, manteniéndola a su lado, y echó un vistazo alrededor con ojos cansados. Asintió.

—Al menos, una parte de él.

Las preguntas se amontonaron entonces en los labios de Casandra. Jamás se le hubiera ocurrido llegar tan lejos, al menos no de forma intencionada.

—Volvamos —sugirió Azrael, tomándola de la mano.

Fue todo el aviso que obtuvo. La arena comenzó a volar a su alrededor, girando con rapidez en torno a ellos. Una sombra oscura asomó por el horizonte, algo sin forma aparente pero que hizo que la sangre se le helara en las venas.

No pudo saber qué era. Las alas de Azrael los sumieron en la penumbra y se sintió caer.

Gothic

Descansaba sobre la cama de su habitación. Azrael la había devuelto a su casa, donde los demás los esperaban cargados de preocupación. Asmodeo fue el único que protestó y sugirió que le hubiera encantado acompañarlos en aquella visita a su territorio.

Casandra se había alegrado al comprobar que su arriesgada maniobra había salido bien y Nick era de nuevo él mismo, aunque tuvo que ser Daniel quien se lo llevara inconsciente a su casa.

—Despertará exhausto, pero no va a acordarse de nada —le comentó Daniel antes de desaparecer con él en brazos.

Lena había corrido escaleras arriba y ella a duras penas había conseguido seguirla. Al moverse, cada músculo de su cuerpo protestaba.

Tras largo rato acunando a su prima y convenciéndola de que nada de lo que había pasado era culpa suya, Casandra se había dirigido a su cuarto con una sola cosa en mente: descansar.

Se había dejado caer en la cama con la ropa puesta, agotada y reviviendo lo sucedido. Azrael se presentó poco después y se quedó observándola desde la puerta.

—Lo que has dicho sobre encadenar nuestras almas…

El ángel cabeceó y bufó al escucharla.

—Has estado en el infierno, ningún portador de almas se ha aventurado jamás hasta allí, ni siquiera los ángeles son tan osados —comentó él, más sorprendido que enfadado—. No vuelvas a hacerlo, por favor.

—Lo siento —se disculpó Casandra.

—Si te pasara algo…

Azrael se acercó hasta ella y se sentó al borde de la cama. Casandra puso su mano sobre la de él, buscando reconfortarse con el contacto. Él apoyó la frente contra la suya y cerró los ojos.

Quería preguntarle qué hubiera pasado de haber permanecido más tiempo allí o si él no hubiera podido encontrarla, pero comprendió que no era el momento adecuado. El ángel estaba casi tan exhausto como ella.

—Descansa, Casie. —Le había susurrado antes de darle un beso en la frente y salir de la habitación.