Capítulo
18

Casandra se quedó alucinada una vez que se adentró en el atestado local. El exterior era una burla comparado con todo lo que escondía dentro. Estaba tan oscuro que no distinguía dónde terminaba, pero pudo ver que las paredes cercanas estaban repletas de elaboradas pinturas realizadas directamente sobre el hormigón.

Repartidos por el techo, miles de pequeños cristales reflejaban la luz proveniente de los focos, dando la sensación de estar contemplando un espectacular cielo repleto de estrellas. Además, a intervalos regulares de la sala, habían dispuesto antorchas enormes donde ardía un fuego intenso. Gente de todas las edades se apiñaba en la pista de baile, moviendo sus cuerpos al son de la música. El calor que emanaban llegaba hasta Casandra en oleadas, como si sus movimientos empujaran el aire caliente hacia ellos.

Siguieron a Asmodeo hasta una de las barras distribuidas por la discoteca, donde varios camareros servían copas sin apenas pararse a escuchar lo que querían los clientes, siguiendo el desenfrenado ritmo de la música. Cuando uno de ellos se acercó para preguntarles qué iban a tomar, Azrael fue incapaz de ocultar su sorpresa.

—Ángeles caídos —afirmó en voz alta.

—¿Demonios? —preguntó Casandra, arrepintiéndose de inmediato de haber aceptado salir esa noche.

Asmodeo, con una copa ya en la mano, despidió al camarero y se giró hacia el grupo. Daniel ardía de rabia, mientras que Lena perseguía con la mirada a los que pasaban cerca suyo.

—No todos los ángeles caídos son demonios —explicó Azrael—. Estos en realidad son descastados. Fueron expulsados del cielo pero nunca admitidos en el infierno.

—Pensé que allá abajo —dijo Lena, señalando de forma exagerada hacia el suelo— aceptaban a todo el mundo.

Asmodeo negaba con la cabeza ante la conversación, pero parecía reacio a participar en ella. Daniel seguía mirándolo como si estuviera a punto de saltar sobre él y cortarle el cuello.

—A ellos no. Nunca se rebelaron, simplemente fueron castigados por mantenerse neutrales —continuó Azrael—. No había sitio para ellos ni en el cielo ni en el infierno, por lo que su condena ha sido vagar por este mundo sin pertenecer nunca a un bando u otro.

—Solo por ser neutrales —repitió Casandra—. Eso es cruel.

—No hay diferencias entre ellos —aseguró Daniel, que por primera vez en toda la noche parecía tener algo que decir.

Asmodeo le lanzó una mirada envenenada y se dirigió a él al hablar.

—¿Por qué no les dices la verdad, Alitas? ¿Por qué no dejas de una vez esa pose hipócrita que mantienes y les cuentas la verdad? Díselo —le exigió el demonio—. Diles que los ángeles no sois en realidad esos seres místicos y bienintencionados que creen, sino envidiosos y altaneros. Os creéis mejores que cualquiera que no sea de los vuestros. Ya no hay rastro de compasión en vosotros. Ni siquiera estarías aquí protegiéndolas si no fuera porque él te lo ha ordenado.

Azrael iba a intervenir pero Casandra se le adelantó.

—¡Basta! —gritó, alzando la voz por encima del gruñido que brotaba de la garganta de Daniel.

Había advertido la expresión desolada de su prima. Era evidente que las palabras de Asmodeo habían calado en ella casi más que en cualquier otro. Observaba a Daniel con una mueca entre triste y decepcionada. Este ni siquiera se había percatado de ello; con los labios apretados y los ojos entornados, centraba toda su atención en el demonio que tenía frente a él.

—Cada uno de nosotros tiene sus propias razones para estar aquí —les aseguró Casandra—. Hemos venido a divertirnos, así que tratad de dejar vuestras rencillas a un lado por esta noche.

Casandra se volvió hacia Azrael. Si iban a permanecer en la discoteca, quería asegurarse de que no estaban corriendo riesgos añadidos.

—¿Son peligrosos?

Azrael negó con la cabeza.

—Ni siquiera tienen por qué saber quién eres —respondió él tomándola de la mano.

—Bien —aceptó Casandra.

Asmodeo había perdido todo interés por la conversación en favor de la guapa camarera que le estaba sirviendo su segunda copa. Le susurraba algo al oído cuando Casandra decidió que era hora de pasarlo bien y olvidarse de todo. Tiró de Azrael, internándose en la multitud de cuerpos danzantes, dándoles a Lena y a Daniel una intimidad que parecían necesitar casi más que ellos.

Casandra comenzó a moverse al ritmo de una canción que no creía haber escuchado antes. Sin perder de vista a su prima, apartó de su mente el resto de sus preocupaciones y se concentró en Azrael. Para su sorpresa, el ángel bailaba muchísimo mejor de lo que hubiera esperado, incluso había cerrado los ojos y parecía más relajado de lo que lo hubiera visto nunca, como si la música calmase su alma.

Ella aprovechó para disfrutar de la visión que le regalaba hasta que alguien a su espalda se tropezó contra ella y la empujó directa a sus brazos. Azrael la asió con fuerza evitando que se cayera, y tras acomodar su ritmo al suyo continuó bailando.

Hubiera permanecido siempre allí, cerca de su cuerpo, notando sus músculos contraerse bajo la fina camisa que llevaba puesta. Casandra escondió la cara en el hueco de su cuello, apoyando la mejilla contra su hombro para dejarse llevar por sus movimientos.

—Es cierto —murmuró Azrael después de varios minutos—. Lo que ha dicho Asmodeo es en parte verdad.

—¿Ordenaste a Daniel que nos protegiese? —preguntó ella, pensando más en Lena que en sí misma.

Casandra no había pasado por alto las miradas que su prima le dedicaba a Daniel cuando creía que nadie la veía, ni lo que había interpretado como un ferviente afán protector por parte del ángel.

—No, eso no. En realidad le rogué que me ayudara a mantenerte a salvo. Está aquí por voluntad propia y puede irse cuando desee.

—¿Entonces?

—Los ángeles no somos tal y como nos imagináis. Mis hermanos son seres luminosos pero también orgullosos, celosos del rango que se les ha asignado. Creo que han olvidado su verdadera misión.

Casandra apoyó la palma de la mano sobre su pecho, tratando de aliviar la aparente tristeza que Azrael sentía al hablarle de los suyos.

—Hace ya tiempo que abandoné su compañía —prosiguió el ángel—, pero no creo que las cosas hayan mejorado mucho.

—Pero no todos sois así. Tú estás aquí, te preocupas por mí, me quieres…

Casandra notó cierto nerviosismo creciendo en su estómago, consciente de que él jamás había dicho que la quisiera. Levantó la cabeza para mirarle, buscando una señal que confirmara sus palabras. Azrael le acarició la mejilla con ternura.

—No puedes tratar de encerrar en una única palabra lo que siento por ti, Casie —admitió él—. El fuego de mil infiernos no alcanzaría al castigo que supondría perderte.

Casandra se quedó totalmente quieta en medio de la muchedumbre, ajena a su movimiento, a la música y a cualquier cosa que no fueran ellos dos. Deslizó la mano bajo su camisa para acallar la necesidad imperiosa de sentir el tacto de su piel bajo los dedos y le besó, abandonándose a la calidez que sus labios desprendían cuando los rozaba. Era como tener su corazón entre las manos, como si cada uno de los latidos que retumbaba en su pecho le perteneciera.

Azrael la separó solo para quedarse mirándola sin decir nada, con ese extraño brillo en los ojos que recordaba haber visto por primera vez la noche en que le mostró quién era. Daba igual lo que dijera o lo que callara, qué fueran o quién los buscara. Su mirada encerraba todo cuanto ella deseaba: amor y deseo suficientes para hacer vibrar el mundo a su alrededor.

Casandra se dejó abrazar una vez más por él, arrullándose por el movimiento de los que tenía cerca y sin preocuparse de llevar el ritmo. Reacia a abandonar el pequeño oasis de paz en el que se encontraba, miró por encima de su hombro para localizar a Lena. Su prima continuaba junto a la barra, hablando con Daniel. Este parecía tratar de explicarle algo, pero ella negaba enérgicamente con la cabeza, como si no fuera capaz de creer lo que le estaba contando. Por alguna razón, no se extrañó cuando el ángel tomó la mano de Lena y se la puso sobre el pecho. Lena, en cambio, reaccionó con sorpresa ante el gesto. Azrael siguió su mirada para contemplar la escena, sonriendo por todo lo que esta revelaba.

Poco después, Lena y Daniel se unieron a ellos para disfrutar de la noche. Las chicas no dejaron de reír ante la extravagante forma de bailar de Daniel que, poco acostumbrado a este tipo de situaciones, trataba de llevar el ritmo con poco éxito. El ángel soportó sus bromas con abnegación e incluso rio con ellas. Era obvio que estaba bastante más relajado y Casandra sospechaba que la ausencia del demonio era, solo en parte, la causa.

Comprendía la repulsión que sentía hacia Asmodeo, pues ella misma dudaba en muchas ocasiones de las intenciones de este. Aunque por otro lado se había prestado a permanecer a su lado, fueran cuales fuesen sus razones para ello. La línea que separaba el bien del mal, los ángeles de los demonios, era cada vez más difusa. A pesar de que sonaba a tópico, empezaba a pensar que los buenos no eran tan buenos, ni los malos tan malos.

A todo aquello había que sumarle la existencia de los descastados. No podía evitar sentir cierta compasión hacia ellos. Sin nada a lo que aferrarse, estaba segura de que eso les pesaba en el alma más que ninguna otra cosa. Y todo por permanecer al margen y no tomar partido por uno u otro bando. Todo parecía demasiado rígido, como una estructura tensada hasta el límite de su resistencia.

Casandra desechó los pensamientos que amenazaban con empezar a ahogarla y se concentró en la figura de Azrael. Se alegraba de que al menos su relación continuara oculta a los ojos de los ángeles, por lo que Azrael parecía no correr un peligro inmediato. Estaba allí sonriendo frente a ella y lo suficientemente cerca de su cuerpo para desear que la gente que estaba a su alrededor desapareciera y les dejara a solas. Tuvo que refrenar el impulso de pedirle que la llevara a su casa en ese mismo instante.

Lena esquivó a varias personas para acercarse hasta ella. Justo cuando llegaba a su lado, un chico de pelo negro y piel tostada que iba sin camisa se interpuso en su camino. Casandra observó cómo su expresión cambiaba bruscamente cuando el desconocido le susurró algo al oído. Su prima intentó retroceder para alejarse de él, pero un muro de cuerpos se lo impedía. Sin darse cuenta de lo que sucedía, Azrael agarró su mano para atraerla hacia él. Pero Casandra estaba clavada en su sitio, contemplando la mueca de horror que poco a poco se abría paso en el rostro de Lena.

Se separó de él y llamó su atención sobre el desconocido que acosaba a Lena. Al ver cómo Daniel se deslizaba entre la gente para colocarse al lado de su prima, supo que algo malo estaba a punto de suceder. Casandra no tardó en intentar acercarse a ellos, empujando a los que se interponían en su camino sin ningún tipo de reparo.

A partir de ese momento, todo se sucedió tan deprisa que apenas tuvo tiempo de reaccionar. El extraño empujó a Daniel para apartarlo de su camino y acto seguido agarró a Lena. Azrael se precipitó hacia ellos, asió al tipo por la camisa y lo zarandeó sin pudor para que la soltara. Asmodeo, que hasta entonces no había dado señales de vida, hizo su entrada en la escena arremetiendo sin dudar un segundo contra el desconocido.

La gente formó un corro, rodeándolos mientras observaban lo que creían era una simple pelea de borrachos. Casandra sabía que no era así, aquel chico portaba algo malo y dañino en su interior. Estaba segura de que era un demonio. El pensamiento la hizo reaccionar, pero alguien tiró de ella antes de que pudiera acercarse más al grupo, obligándola a retroceder. Por más que gritó mientras la arrastraban, el alto volumen de la música ahogaba su voz, impidiendo que Azrael pudiera escucharla.

Pelea, no te rindas sin más, pensó Casandra.

Y no pensaba rendirse. Simuló que se caía y usó todo su peso para frenar el avance de su secuestrador. Consiguió que él también perdiera el equilibro y, cuando se inclinó sobre ella tratando de recuperarlo, pudo mirarlo a la cara. No era más que un crío, un niño de apenas doce o trece años, pero sus ojos ardían en llamas de la misma forma en la que había visto arder los de Asmodeo. Era un demonio, por mucho que su engañosa apariencia tratara de convencer a su mente de que no había peligro alguno en él.

Casandra reunió fuerzas y le asestó una patada desde el suelo, alcanzándole de lleno en el estómago. El pequeño engendro se dobló sobre sí mismo. Al sentir que aflojaba su agarre, giró sobre sí misma y se puso en pie para echar a correr.

La gente ni siquiera les prestaba atención. Oyó gritos y todo el mundo empezó a correr en dirección a la puerta. Alguien la empujó y a punto estuvo de caerse de nuevo, pero logró evitarlo. La marea humana no dejaba de arrastrarla hacia fuera, impidiéndole avanzar. Al menos no veía por ningún lado al terrorífico niño; bien podían haberlo arrollado.

En ese momento, potentes focos iluminaron la sala por completo y pudo ver unas alas blancas agitarse furiosamente un poco más adelante. Ahora entendía la repentina estampida. Si Daniel se había descubierto delante de toda aquella gente, Azrael no tardaría en hacerlo si no la encontraba. Casandra luchó por abrirse paso hacia adelante, resistiendo los empujones que recibía, cuando una mano la sujetó del tobillo haciendo que cayera de bruces.

Todo el aire huyó de sus pulmones al impactar contra el suelo y un dolor lacerante se extendió desde su muñeca hasta el codo. La sensación de ahogo se acentuó cuando algo la empujó, aplastando su cuerpo contra las duras baldosas.

Casandra pataleó tratando de zafarse, pero sus pulmones clamaban pidiendo un poco de oxígeno y los músculos apenas le respondían. No podía respirar. Por más que intentaba aspirar aire, lo único que conseguía era boquear con desesperación. Levantó ligeramente la cabeza para ver que la gente casi había despejado por completo la sala. Localizó a Azrael a poco más de diez metros de ella cuando su visión comenzaba a tornarse borrosa.

En cuanto la vio, el ángel desplegó sus poderosas alas para situarse en cuestión de segundos a su lado. Casandra notó cómo el peso que la oprimía desaparecía. La garganta le ardió cuando el aire entró por fin en su pecho, y comenzó a toser mientras intentaba no vomitar.

Se restregó los ojos en un intento de enfocar la vista y poder observar lo que la rodeaba. Asmodeo y Daniel peleaban con cuatro demonios en mitad de la pista de baile, ahora ya vacía por completo. Lena yacía inconsciente a pocos pasos de ellos, y algunos de los que Azrael había identificado como descastados contemplaban la escena algo alejados, sin inmutarse siquiera por la ferocidad de la lucha.

Casandra se puso boca arriba y trató de levantarse, pero las piernas le fallaron y tuvo que permanecer de rodillas mientras Azrael mantenía a raya al pequeño demonio que la había atacado. Este se había transformado en un ser repugnante. Su piel se había cubierto de una fina película escamosa, y manos y pies eran garras deformadas. Incluso parecía emanar de él un ligero olor a putrefacción.

Intentó una vez más incorporarse y llegar hasta su prima, desesperada por comprobar que seguía con vida. Si algo le pasaba, Casandra no se perdonaría nunca por ello. Todo aquello era culpa suya. Había sido una estúpida al arrastrarlos a todos hasta allí. Cuando finalmente consiguió levantarse corrió hacia Lena, obligándose a ignorar el dolor que sentía con cada movimiento.

Daniel se distrajo al ver a Casandra pasar por su lado y uno de los demonios aprovechó para darle un puñetazo en la cara, que lo hizo caer hacia atrás. Asmodeo a duras penas podía repeler los golpes que recibía, por lo que poco podía hacer por ayudar a Daniel. Sin pensarlo, Casandra se descalzó y se desvió hacia el ángel indefenso. Imprimió las pocas fuerzas que le quedaban en golpear a uno de los demonios con su zapato. Para su sorpresa el afilado tacón se clavó en su cuello y penetró varios centímetros en la carne de aquel ser. El demonio aulló con tal potencia por el dolor que Casandra tuvo que taparse los oídos. Solo podía esperar que la distracción le diera a Daniel el tiempo suficiente para recuperarse.

Lena comenzó a agitarse en el suelo, por lo que Casandra corrió de nuevo hacia ella y se acuclilló a su lado. Su prima estaba aterrorizada y tenía una pequeña brecha en la sien, pero estaba viva. Casandra asió sus manos con fuerza en cuanto se acercó y suspiró aliviada. Buscó con la mirada a Azrael, que ya se había desecho de su raptor y ayudaba ahora a los demás a hacer frente a los que quedaban. Asmodeo estaba casi irreconocible, se había transformado y el resultado era entre aterrador y fascinante. Toda la piel que quedaba a la vista estaba recubierta de protuberantes líneas, y su pelo había desaparecido por completo, dejando al descubierto una intrincada trama de tatuajes que cubría su cráneo.

En ese momento, Daniel gritó y el aire se llenó de plumas. Los dedos de su prima, que hasta entonces había mantenido entrelazados con los suyos, se escurrieron de su mano cuando Lena se levantó y echó a correr hacia él.

—¡LENA, NO! —gritó Casandra, desgarrándose la garganta.

El alarido desesperado de Casandra no la retuvo. Lena se interpuso entre el desmadejado cuerpo del ángel que yacía en el suelo y su atacante, quedando plenamente expuesta a las afiladas garras que eran sus manos. Casandra trató de llegar a tiempo a su lado, pero Asmodeo fue más rápido. Empujó a un lado a Lena evitando que el demonio desgarrara su abdomen por poco, y recibiendo él, en su lugar, el fatídico zarpazo.

Azrael barrió con una de sus alas a dos de los horrendos diablos, lanzándolos contra una de las paredes con tanta fuerza que pudo ver desprenderse de esta pequeños trozos de yeso. No estaban muertos, pero aquello pareció poner punto y final a la pelea. Los atacantes desaparecieron, desintegrándose ante sus ojos y dejando tras de sí un fétido olor a podredumbre y muerte.

El pequeño grupo se reunió junto a Asmodeo. Incluso Daniel, malherido y tembloroso, se acercó con ayuda de Azrael. Asmodeo se aferraba con una mano la camisa empapada de sangre espesa y oscura sin dejar de sonreír, aunque sus ojos mostraban el dolor que lo acometía. Lena intercambió su puesto con Azrael para que este pudiera asistir al demonio. Casandra se agachó también a su lado.

—Dime que no vas a morirte —suplicó Casandra, torturada por la culpa.

A pesar de lo que era, no solo había tomado cariño al demonio, sino que este acababa de salvar la vida de su prima. Eso era algo que jamás iba a olvidar.

Azrael se arrodilló para examinar la herida.

—Si me lo pides así, preciosa —bromeó el demonio. Trató de reprimir una mueca cuando Azrael hundió dos dedos en la sangrienta abertura de su estómago.

Por un momento, mientras hurgaba en su interior, Casandra pensó que Azrael se había vuelto loco. Hasta que este extrajo algo sólido de dentro, recubierto por la densa sangre que continuaba manando sin cesar. El demonio, que había estado conteniendo la respiración, exhaló todo el aire con dificultad. Azrael cubrió la herida con la palma de la mano, pero Asmodeo la retiró bruscamente de un manotazo.

—Ni lo pienses —le espetó el demonio tras el gesto.

—Lo necesitas —gruñó Azrael sin darse por vencido.

—No puedes ni debes. No por segunda vez.

—¿De qué va esto? —se atrevió a preguntar Casandra, confusa por la discusión que mantenían.

Ambos permanecieron callados y fue Daniel quien, tras sentarse trabajosamente en el suelo, le contestó.

—Azrael trata de curarle. Sanar a alguien siempre tiene un precio, más alto cuanto más letal es la herida. Una parte del alma del herido pasa a formar parte de nosotros —le aclaró—, y el intercambio es recíproco. Por lo que debes estar realmente seguro de que quieres hacerlo.

Así que de eso se trababa, pensó Casandra.

En algún momento del pasado Azrael había ayudado a Asmodeo; ambos habían asumido el intercambio de una porción de sus almas. La desconcertante lealtad que el demonio mostraba por el ángel tenía ahora una explicación lógica. Asmodeo se sabía en deuda con él, pues Azrael había permitido la infección de su alma para salvarlo. Casandra desconocía qué consecuencias podría provocar un segundo intercambio, aunque a juzgar por la actitud de Asmodeo no era nada bueno.

—No es una opción para ti, Azrael —concluyó el demonio con voz apagada.

—Yo lo haré —se ofreció Daniel, dejando a todos boquiabiertos ante su ofrecimiento.

—Necesitas todas tus fuerzas para recuperarte —objetó Azrael, negando con la cabeza.

—Estoy bien —aseguró Daniel con firmeza, aunque saltaba a la vista que no era así—. Quiero hacerlo.

Daniel lanzó una rápida mirada a Lena que no pasó desapercibida para Casandra. Era evidente que había surgido algo entre ellos. Daniel estaba dispuesto a entregarle al demonio una parte de su alma como agradecimiento por haberle salvado la vida a su prima. El ser que había herido a Asmodeo bien podía haberla cortado en dos si este no se hubiera interpuesto en su camino.

El ángel se inclinó sobre el demonio para posar la mano sobre su abdomen. Asmodeo apretó con fuerza los dientes, pero ni un sonido escapó de su boca. Tras un momento, Daniel retiró la mano y se derrumbó exhausto sobre el suelo. La hemorragia cesó en el acto, y el gran desgarro que instantes antes atravesaba el estómago de Asmodeo estaba ahora casi cerrado.

Azrael, a su vez, utilizó su poder sobre Daniel para atenuar las múltiples heridas de este, y después procedió de igual forma con la brecha que Lena tenía en la cabeza. Cuando terminó, volvió al lado de Casandra y la rodeó con un brazo. Ella agradeció inmediatamente la sensación de calidez que la envolvió.

Alitas, me jode decirlo —admitió Asmodeo—, pero creo que te debo una.

—Estamos en paz. No me debes nada —le contradijo Daniel—. Pero no creas que esto nos convierte en amigos.

—No lo había pensado ni por un momento.

Daniel fue incapaz de esconder la pequeña sonrisa que asomó a sus labios.

—Creo que voy a llorar —bromeó Azrael.

—¿Podéis dejar para otro momento vuestras gilipolleces? —les cortó Lena—. Quiero salir de aquí ahora.

Su prima continuaba nerviosa. La propia Casandra se sentía como una olla a presión que fuera a estallar en cualquier momento, y a pesar de notar la tranquilizadora presencia de Azrael a su lado, también quería marcharse de allí cuanto antes.

—El demonio —inquirió Casandra, al recordar la mueca de horror de su prima— ¿qué te ha dicho?

—Que te buscaba a ti —comentó alterada, e hizo una pausa para mirar a Daniel—, pero que bien podía entretenerse también conmigo. Salgamos de aquí, por favor.

Nadie protestó. Ayudaron a Asmodeo y a Daniel a ponerse en pie. Su aspecto había mejorado considerablemente, pero seguían teniendo dificultades para andar por sí mismos. Antes de encaminarse hacia la puerta, el demonio se giró para encarar al grupo de descastados que durante todo el tiempo que había durado la lucha habían permanecido inmóviles observando.

—Gracias por vuestra ayuda, no teníais por qué haberos molestado —les recriminó con afilado sarcasmo.

—Esta es vuestra lucha, no nos incumbe —replicó uno de los descastados que se encontraba más cerca de ellos.

—Eso dijisteis la última vez y mira cómo habéis acabado —replicó Azrael con rabia.

—Os compadezco —añadió Casandra—. Debe ser duro no tener nada que os importe lo suficiente como para luchar por ello.

Sin esperar su respuesta, y tras recuperar el zapato que había usado como arma improvisada, Casandra se giró hacia la puerta y avanzó junto a los demás sin mirar atrás.