Casandra sintió el calor del cuerpo de Azrael a su lado incluso antes de abrir los ojos. Sonrió al saber que él había vuelto a la cama para dormir con ella. Pero para su desgracia, y como era habitual, llegaba tarde a clase.
—Cinco minutos, solo cinco minutos —rogó Casandra, tirándose encima de Azrael cuando este insistió para que se levantara.
El ángel la acomodó entre sus brazos.
—Llegarás tarde —dijo sin convicción.
Casandra se acercó a él, dejando los labios a escasos centímetros de los suyos. Tal vez la presencia en su casa del demonio de la lujuria estaba afectándola.
Azrael tiró de ella para salvar la escasa distancia entre sus bocas. La habitación se difuminó a su alrededor y Casandra sintió de nuevo la suavidad de sus alas acunándola. La inesperada caricia de sus plumas hizo que se olvidara de todo salvo del deseo que sentía por él.
Las manos del ángel se deslizaron por sus caderas y sus besos se hicieron más exigentes, menos dulces. Casandra lo miró y vio en sus ojos el ansia, el deseo y el amor que sentía por ella bullendo dentro de él.
Abordó de nuevo su boca, pero pudo notar cómo Azrael se ponía tenso. Se separó de él, confusa.
—¿Qué pasa? —le preguntó al ver su gesto contrariado.
—Los demás han echando a suertes quién de los tres sube a ver por qué tardamos tanto. Ha ganado Asmodeo y arde en deseos de pillarnos —le informó el ángel.
—No se atreverá a entrar.
Casandra tomó el edredón y se cubrió con él.
—Lo de arder en deseos en este caso es literal.
Iba a pedirle que le explicara a qué se refería cuando oyó unos pasos avanzando por el pasillo.
—Asmodeo, si traspasas esa puerta…
La advertencia de Azrael no llegó a completarse. La puerta de la habitación se abrió de par en par y el demonio se apoyó en el marco para observarlos. Les dedicó una sonrisa ladeada y una mirada tan salvaje que a Casandra le puso los pelos de punta.
Antes de que pudiera moverse, Azrael ya se encontraba situado delante de la cama, interponiéndose entre el demonio y ella.
—O bajáis o me uno a la fiesta —los amenazó Asmodeo.
Su voz había cambiado hasta convertirse en un ronco gruñido. No parecía bromear.
—Vuelve abajo —le ordenó Azrael.
Sus alas parecían llenar toda la habitación. Casandra no podía verle la cara, pero la ira que desprendía su voz dejaba claro que, si el demonio se atrevía a avanzar un paso más, no dudaría en atacarle.
Hubo un momento de silencio y luego la tensión del ambiente se disipó, aunque Azrael tardó unos instantes en girarse de nuevo hacia ella. Al hacerlo, sus alas desaparecieron. Asmodeo se había marchado.
—Deberíamos vestirnos y bajar con los demás —sugirió el ángel.
—Creo que tiene un serio problema con sus bajos instintos —comentó ella poniéndose en pie.
Azrael paseó la vista por su cuerpo y Casandra casi pudo sentir su mirada como una suave caricia sobre la piel.
—Si no te pones algo de ropa encima, yo también voy a empezar a tenerlo.
Se sonrojó y trató de llegar hasta el armario para coger cualquier cosa. Allí, de pie ante Azrael, retornó su vergüenza y se sintió cohibida ante el deseo impreso en la voz del ángel. Se preguntó si Asmodeo no estaría jugando con sus emociones sin que lo supieran.
Tomó del armario unos pitillos vaqueros y la primera camiseta que encontró. Azrael se situó a su espalda y pasó sus brazos alrededor de su cintura, atrapándola contra su pecho.
—No te puedes hacer una idea de lo hermosa que eres —le susurró al oído.
Mariposas danzaron en su estómago al escuchar la ternura con la que pronunció la frase. Azrael depositó un beso en su hombro.
—Y ahora será mejor que te vistas —añadió con la boca aún contra su piel—. No creo que pueda seguir comportándome como un ángel durante mucho tiempo.
Bajó de dos en dos las escaleras con una amplia sonrisa dibujada en el rostro. Su prima, Daniel y Asmodeo, que parecía haber recuperado su carácter habitual, charlaban en torno a la isleta de la cocina, que estaba llena de café, zumo, tostadas e incluso unos exquisitos bollos que Casandra no tenía ni idea de dónde habían salido. Miró a su alrededor buscando al resto de los ángeles.
—Están fuera —la informó Azrael, que había bajado tras ella.
El ángel la tomó de la mano para acercarla hasta el desayuno y le pasó un vaso de zumo de naranja en cuanto estuvo sentada en uno de los taburetes.
—¿De dónde habéis sacado las naranjas? —preguntó Casandra perpleja tras tomar un trago de su vaso.
—Azrael ha obrado su magia —le contestó Lena—. Este pastelito está divino —añadió con la boca llena.
—¿Lo has hecho aparecer sin más? —preguntó Casandra volviéndose sorprendida hacia él.
Azrael rio y Casandra pudo ver de reojo cómo Daniel también esbozaba un amago de sonrisa.
—He ido al supermercado temprano. No entra dentro de mis poderes hacer aparecer comida de la nada —aclaró Azrael aún sonriendo.
Casandra permaneció embobada mirándolo, disfrutando del momento, de su amable sonrisa y su despreocupación. Le pareció que estaba más guapo que de costumbre, con el pelo revuelto cayéndole en torno a la cara. Llevaba puesta ropa negra, como siempre, una camiseta de manga corta y unos vaqueros que, para su alegría, le sentaban demasiado bien.
—Llegamos tarde, tropa —anunció Lena.
Todos se pusieron en marcha automáticamente y Casandra no pudo evitar pensar que su prima era capaz de movilizar, sin apenas proponérselo, a criaturas con siglos de antigüedad.
—Deja de babear —murmuró Lena al pasar por su lado.
Daniel, que estaba apenas a un metro de ella, soltó una risita que sorprendió incluso a Azrael. Este la miró frunciendo el ceño y ella no pudo más que alzarse de hombros.
Puede que Daniel no sea tan estirado como parecía, pensó Casandra, mientras tomaba a Azrael de la mano y se dirigían juntos al exterior.
Fuera llovía con tanta intensidad que apenas si podían ver la casa de enfrente, por lo que regresaron al interior. Se miraron unos a otros como si alguno de ellos fuera a agitar la mano y hacer que la lluvia parase.
—Cojamos el coche —sugirió Lena.
—Sí, claro, para empotrarnos en la primera curva —replicó Casandra con una mueca.
—Daniel, lleva tú a Lena, por favor —dijo Azrael señalándola.
Casandra vio que su prima iba a protestar, pero antes de que dijera nada Daniel desplegó las alas, envolviéndola con ellas. Desaparecieron delante de sus ojos en lo que Casandra tardó en parpadear.
—Si los de allá arriba os vieran —dijo Asmodeo negando con la cabeza—. Abusando de vuestro poder para llevar a jovencitas al instituto.
Azrael elevó las comisuras de la boca al escuchar las palabras del demonio y rodeó a Casandra con los brazos.
—Como si no estuvieras disfrutando de todo esto —le contestó el ángel.
Las primeras horas de clase transcurrieron con relativa tranquilidad. Para su sorpresa, Asmodeo estaba ahora con ella en todas las asignaturas, Casandra no quería imaginar a quién había seducido o amenazado para ello. Azrael y Daniel las habían dejado en una de las clases de la segunda planta, que estaba vacía, y acto seguido habían desaparecido de nuevo. Azrael le había asegurado que estarían cerca.
En el instituto todo el mundo comentaba la fiesta que había dado Asmodeo, al que ellos continuaban llamando Francesco. No se hablaba de otra cosa a pesar de que nadie recordaba con claridad lo que había ocurrido en ella.
Casandra tuvo que esforzarse para prestar atención a los profesores, y para cuando llegó la hora de la comida, lo único que ansiaba más que ver a Azrael de nuevo era que le inyectaran café directamente en vena.
—Hacer manitas con un ángel toda la noche perjudica seriamente la salud —se burló Asmodeo mientras caminaban juntos hacia la cafetería.
Casandra puso los ojos en blanco y continuó andando.
—Aunque no tanto como hacerlo con un demonio —fanfarroneó Asmodeo, entusiasmado ante su silencio.
—Necesito café. —Fue toda su respuesta.
—Yo en cambio necesito…
Casandra lo cortó rápidamente antes de que dijera algo que no estaba dispuesta a escuchar.
—Ahórrame los detalles, gracias.
Lena se unió a ellos a mitad de camino. Llevaba varios libros bajo el brazo y lucía su eterna sonrisa.
—Solo es lunes y ya tengo dos trabajos para entregar la semana que viene. No entiendo por qué, pudiendo hacer lo que te dé la gana, vienes al instituto —señaló Lena dirigiéndose a Asmodeo.
—En la actualidad, es uno de los mejores sitios para mis… —el demonio hizo una pequeña pausa hasta encontrar la palabra adecuada— intereses, si obviamos los bares y discotecas. Vosotros, los jóvenes, solo necesitáis un pequeño empujoncito para dar rienda suelta a vuestras bajas pasiones.
—Supongo que tiene sentido —coincidió Lena.
Sin previo aviso, Asmodeo las empujó a través de la puerta de una las clases, ahora desiertas, y cerró la puerta tras de sí. Tiró de Casandra con una mano hasta una de las esquinas mientras llevaba casi a rastras a Lena con la otra. Antes de que pudieran reaccionar, ya las tenía arrinconadas entre su cuerpo y la pared.
Al mirarlo, Casandra se percató de que sus ojos azules eran ahora dos esferas llameantes que iban del naranja al amarillo pasando por el rojo. Lena se revolvía tratando de zafarse de su agarre, pero ella era incapaz de apartar la vista de la siniestra exhibición que era su mirada.
Notó cómo su prima se rendía, quedándose quieta a su lado. La cara del demonio se estaba transformando, la línea de su mandíbula y sus pómulos quedaron marcados con sendas protuberancias que sobresalían de la piel. De repente, parecía como si su rostro estuviera esculpido en piedra.
Durante varios minutos, ambas permanecieron inmóviles, hipnotizadas por los cambios que se iban sucediendo ante sus ojos. La primera en gritar fue Lena, que comenzó a llamar una y otra vez a Daniel, con la voz tan colmada de angustia que Casandra pensó que estaba a punto de desmayarse.
Casandra optó por intentar arañarle en la cara y ver si con ello conseguía que las soltase, pero se topó con la piel endurecida del demonio, imposible de atravesar tan solo con sus uñas. Se unió a los gritos de su prima, si bien fue a Azrael a quien reclamó. Asmodeo trató de acallarlas, pero le fue imposible dominar a ambas.
Daniel apareció a su espalda y se abalanzó sobre él. Agarrándole por la camiseta, lanzó a Asmodeo volando hacia la pared opuesta. Azrael se materializó solo un momento después.
—¡No te atrevas a tocarla! —gruñó Daniel, avanzando de nuevo hacia él. Ni siquiera se molestó en rodear las mesas que se interponían en su camino, todo el mobiliario salía despedido a su paso.
Al llegar hasta el demonio, lo alzó del suelo con una sola mano. Sus alas desplegadas ocupaban casi el ancho del aula. Azrael, tras comprobar que ambas chicas no habían sufrido daño alguno, fue también en su busca.
—¡Guarda tu lujuria para quien la quiera! —le gritó Daniel enfurecido—. ¿Me oyes?
El ángel apretó la mano que rodeaba el cuello del demonio, y de no ser por Azrael, que en ese momento llegaba a su lado, lo hubiera lanzado a través del gran ventanal que quedaba a su izquierda.
—Daniel, bájalo —le ordenó Azrael. En su voz se percibía con claridad el esfuerzo que estaba realizando por mantener la calma.
Tras un momento de duda, el ángel abrió la mano y lo dejó caer al suelo, que retumbó por el golpe.
Asmodeo tosió y se llevó la mano al cuello, frotándoselo repetidamente.
—Parece que, después de todo, Alitas sí que tiene su corazoncito —se burló el demonio.
La broma desató de nuevo la furia de Daniel. Todas y cada una de las plumas de sus alas se crisparon y Azrael tuvo que interponerse entre ellos para evitar un nuevo enfrentamiento.
Daniel se volvió hacia las chicas, que contemplaban la escena atónitas. Cruzó una breve mirada con Lena y se esfumó ante sus ojos.
Azrael respiró profundamente al menos tres o cuatro veces antes de girarse hacia Asmodeo, que continuaba en el suelo. Desde donde estaba, Casandra veía sus ojos todavía llameando.
—Tientas tu suerte, viejo amigo —le espetó el ángel, sin rastro de amabilidad en la voz—. Y se me acaba la paciencia.
—Había dos demonios en el pasillo —contestó Asmodeo y señaló la puerta a través de la cual las había arrastrado—. Puedes darme las gracias luego —añadió con sarcasmo.
Azrael frunció el ceño y volvió la mirada hacia la puerta, que continuaba cerrada.
—Solo pretendía ponerlas a salvo —continuó explicando el demonio mientras se ponía de pie y sacudía la camiseta que Daniel había convertido en jirones.
—Podías haberlo dicho —terció Casandra. El estupor que había sentido la abandonó y atravesó la clase evitando las sillas y pupitres caídos.
—Te prefería cuando eras Francesco —añadió su prima, que seguía algo seria tras el repentino arrebato de Asmodeo—, el nuevo tío bueno de último curso.
Se reunieron en torno a Asmodeo. Casandra sentía la adrenalina corriendo por sus venas y su cuerpo en tensión. Tras atisbar una pequeña parte de la verdadera naturaleza del demonio, se prometió no olvidar quién era en realidad.
—¿Qué clase de demonios? —preguntó Azrael.
—¿Cómo quieres que lo sepa? —le contestó Asmodeo alzando las manos—. Las he metido aquí en cuanto los he percibido.
—¿Y Daniel? —los interrumpió Lena.
Todos se giraron hacia ella y se quedaron mirándola.
—¡¿Qué?! —exclamó sonrojándose—. Se ha ido cabreado. Solo preguntaba.
Tras asegurarle que Daniel estaba bien, Azrael fue hasta la puerta y se asomó con cautela al pasillo. Miró a un lado y a otro varias veces y, tras convencerse de que no había peligro, les hizo un gesto para que le siguieran. Casandra volvió la vista atrás antes de abandonar la clase; el destrozo no iba a pasar desapercibido y alguien terminaría por cargar con la culpa.
Reanudaron la marcha hacia la cafetería. Ángel y demonio caminaban delante, hablando en voz tan baja que era imposible entender lo que decían. Lena y ella les seguían en silencio. Casandra miró de reojo a su prima. Resultaba evidente que se había quedado más preocupada por la huida precipitada de Daniel que por el hecho de que dos demonios rondaran por el instituto.
Algo debe funcionar mal en la cabeza de mi familia, pensó Casandra, tras darse cuenta de que aparentemente la supervivencia no estaba en los puestos más altos de sus prioridades.
Se sentaron juntos en una de las mesas, aunque ninguno parecía muy dispuesto a comer. La mitad de los alumnos permanecían atentos a sus movimientos, sobre todo la parte femenina. Asmodeo, con la camiseta totalmente destrozada, ya llamaba bastante la atención, pero Azrael era un desconocido para todos, un guapo desconocido al que era inevitable no mirar. Más de una ya estaría perfilando una estrategia para acercarse a él.
Casandra recorrió el lugar con la mirada, observando a sus compañeros y a algunos de sus profesores. Pensaba en que nunca había sido como ellos. Su don siempre había pesado sobre ella como una losa, impidiéndole llevar una vida normal. Y ahora que por fin había encontrado algo que la impulsaba a luchar, ahora que conocía a Azrael, todo se complicaba mucho más.
Un ángel, me he enamorado de un ángel, pensó, como si por primera vez fuese consciente de ello.
Trató de no reírse, pero una carcajada algo histérica se le escapó antes de poder sofocarla.
Azrael levantó la cabeza, que había mantenido ligeramente agachada, para mirarla.
—¿Estás bien? —le preguntó con gesto preocupado. Sus labios formaban una delgada línea.
—Casie, tu aura… —comenzó su prima.
—¿Demasiada presión, preciosa? —añadió Asmodeo.
—¿Casandra? —insistió Azrael, al ver que ella simplemente se dedicaba a sonreír.
—No es nada —les contestó finalmente, desechando con un gesto su preocupación.
Por un momento todos continuaron mirándola, analizando su expresión.
—¿Sabéis lo que necesitamos? —dijo Lena, atrayendo la atención sobre ella—. Una fiesta, salir de marcha por ahí, distraernos.
—Lena, es lunes y, lo que es más importante, nos persiguen varios demonios. De-mo-nios —silabeó Casandra.
—Yo me apunto —aceptó enseguida Asmodeo.
Casandra desvió la vista para mirarlo. Daba igual lo que propusieran, el demonio estaría de acuerdo con cualquier cosa que implicara algo de emoción, aunque el plan fuera salir con dos adolescentes. Pero para qué negarlo, hacer algo relativamente normal le apetecía a ella más que a nadie.
—Vale —murmuró Casandra ante la atenta mirada de Azrael, que los observaba ahora como si hubieran perdido la cabeza.
—¡Genial! —respondió Lena. En cuestión de segundos había recuperado su habitual buen humor.
»Casie, tienes que llamar a tu madre. Necesitamos saber cuándo va a volver. Asmodeo, tú te ocupas del sitio. Digo yo que conocerás algún lugar al que podamos ir un lunes a pasarlo bien.
—Cuenta con ello —le respondió el demonio con una sonrisa torcida.
Azrael permaneció callado. El timbre que anunciaba el final del descanso sonó y, cuando Lena y Asmodeo se marcharon, Casandra se sentó junto a él. Esperó pacientemente a que hablara, mientras el resto de estudiantes abandonaban poco a poco el comedor.
—¿De verdad quieres salir? Aun con todo lo que está pasando.
—No podemos estar escondiéndonos, ¿de qué va a servirnos? —Casandra se giró hacia él antes de continuar hablando—. Quiero salir contigo, quiero divertirme, besarte mientras bailamos, volver a casa de madrugada con los zapatos en una mano mientras tú me coges la otra. Quiero poder disfrutar de cada minuto que pueda tenerte a mi lado.
Azrael le acarició la mejilla, la piel le cosquilleaba allí por donde sus dedos pasaban. Casandra estuvo a punto de perder el hilo de sus pensamientos, distraída por la cercanía de su cuerpo, pero se obligó a seguir hablando.
—Nada en mi vida ha sido normal desde que nací. Tú tampoco eres normal, eres lo mejor que me ha pasado nunca y pienso hacer todo lo posible para que el tiempo que pasemos juntos, sea el que sea, cuente.
—Está bien —aceptó Azrael, rindiéndose ante su discurso—. Si es lo que quieres, saldremos. Y después te llevaré a que conozcas mi casa.
—¿Tienes casa? —preguntó ella desconcertada. Nunca se lo había planteado.
—¡Pues claro que tengo casa! —Tiró de ella hasta sentarla sobre él. Los rezagados que quedaban en las mesas adyacentes no dejaban de mirarlos—. Entonces, ¿tenemos una cita esta noche?
—Tenemos una cita —afirmó Casandra.
Una vez más, Lena se había salido con la suya. Casandra murmuraba mientras intentaba enfundarse en el vestido más corto de la historia de los vestidos cortos. Por más que había tratado de convencer a su prima de que aquel trozo de tela ni siquiera merecía llamarse vestido, ella había insistido una y otra vez hasta que Casandra cedió a sus súplicas para no tener que seguir aguantándola. Era elástico y de un azul eléctrico que llamaba poderosamente la atención. Cuando Casandra terminó finalmente de colocarlo en su sitio, se ajustó a su cuerpo como una segunda piel. Se miró en el espejo y, muy a su pesar, se dio cuenta de que parecía hecho a su medida.
—Estás increíble —le aseguró Lena satisfecha.
Estaban en casa de su prima, que había arrastrado hasta allí a Casandra jurando que tenía justo lo que necesitaba para salir esa noche. Clarissa, la madre de Lena, la había saludado al entrar, aunque apenas tuvo tiempo de acercarse a ella. Lena la había empujado rápidamente hacia su habitación.
—Azrael perderá la cabeza —añadió guiñándole un ojo—. De esta noche no pasa.
A la salida del instituto, Casandra le había contando todo lo sucedido la noche anterior antes de que Daniel los interrumpiera. Lena la había escuchado atentamente, sin pestañear siquiera, y al finalizar la historia se dedicó durante varios minutos a dar saltitos a su alrededor.
Tras su desproporcionado momento de euforia, Lena concluyó que Casandra no podía ir esa noche vestida de cualquier manera. Por lo que allí estaban, vistiéndose para su despertar al mundo del sexo desenfrenado, tal y como su prima se había empeñado en llamarlo.
Casandra se giró para observar su espalda en el espejo y Lena aplaudió emocionada. Quería protestar, ni siquiera era fin de semana y ella parecía ir arreglada como para un fiesta de gala, pero tras unos minutos de duda desterró la queja que empezaba a ascender por su garganta y sonrió a la imagen que le devolvía el espejo.
Desoyendo sus propios consejos, su prima se vistió algo más discreta. Aunque incluso así estaba guapísima con el vestido blanco que había elegido: un palabra de honor que dejaba sus hombros al descubierto y realzaba su estilizado cuello. Tras decidir qué zapatos llevaría cada una, terminaron de arreglarse entre risas y bromas mientras escuchaban I wanna do bad things to you. En cuanto la canción comenzó a sonar, Lena le había lanzado una mirada pícara y le había dado al botón de repetir para que sonara una y otra vez.
Al verlas, Clarissa había insistido en que volvieran a dormir a su casa para poder cerciorarse de que iban a cumplir con la hora de llegada. Lena, quien ya había hecho mil y una promesas para conseguir que la dejaran salir un lunes por la noche, se afanó en convencerla de que no regresarían más tarde de las doce, si bien su tía no cedió hasta que fue Casandra la que le aseguró que cumplirían dicho horario.
—Odio mentir a tu madre —le confesó Casandra en cuanto atravesaron la puerta de la calle.
—No entiendo por qué siempre te cree a ti y a mí no —replicó Lena algo enfurruñada.
—Yo sí.
Casandra rio y empujó a su prima para que continuara caminando. Un Hummer negro atravesó la calle a toda velocidad y fue a pararse justo delante de ellas, haciendo chirriar las ruedas. El cristal del conductor descendió de forma perezosa hasta descubrir el rostro de Asmodeo; por la satisfacción que mostraba se podía adivinar que aprobaba de sobra la vestimenta de ambas.
—Y luego decís que soy yo el lujurioso —dijo el demonio bajando del coche. Repasó con la mirada primero a Casandra y luego a Lena—. Esta noche más de un ángel va a desear haberse quedado en el cielo.
Azrael asomó en ese momento por detrás del coche. Casandra sintió que el aire escapaba de sus pulmones al contemplarlo avanzar hacia ella. Llevaba el pelo alborotado y una sonrisa traviesa adornándole el rostro. Había cambiado su habitual camiseta por una camisa de color azul oscuro, que llevaba por fuera del pantalón. Se acercó despacio hasta ella y, ante la atenta mirada de los demás, la abrazó y hundió la cara en su cuello para depositar allí un fugaz beso.
—¡Oh, vamos! Buscaros un motel —los reprendió Lena en tono de burla mientras subía al coche.
Azrael rio entre dientes y se separó de ella.
—Si no fuera porque sé que está bromeando —le susurró el ángel al oído— seguiría su consejo en este mismo momento.
Casandra notó cómo se le enrojecían las mejillas. Tuvo que desviar la vista al descubrir que Asmodeo la observaba con gesto burlón. Al subirse al Hummer, comprobó que Daniel les esperaba dentro con expresión huraña. No habían vuelto a verle desde por la mañana y, por lo que parecía, continuaba sin hacerle demasiada gracia la compañía del demonio.
—¿A dónde vas a llevarnos? —preguntó risueña su prima. Se había acomodado en el sillón del copiloto y ya manipulaba la radio, buscando una emisora con música que le gustase.
—Al Hot Heaven —contestó Asmodeo.
Daniel, que ocupaba el asiento trasero junto con Casandra y Azrael, se envaró visiblemente trastornado por el nombre.
—¡Qué poco originales sois con los nombres! —exclamó Lena.
—Ya veremos si piensas lo mismo cuando lleguemos —respondió el demonio sin apartar la vista de la carretera.
En apenas veinte minutos estaban en las afueras de Londres, en una especie de polígono industrial lleno de grandes naves comerciales y totalmente desierto. Las escasas farolas no contribuían demasiado a mejorar el inhóspito ambiente del lugar. Podían haber tardado más de una hora en llegar hasta allí, pero Asmodeo conducía como un auténtico kamikaze. Casandra supuso que lo último que le preocupaba a un demonio era tener un accidente de tráfico.
Pararon delante de uno de tantos edificios, todos parecían similares. Ningún distintivo ni señal luminosa indicaba que allí hubiera bar o discoteca alguna. Sin embargo, Asmodeo aparcó el coche y los invitó a bajarse. Lena, que había terminado agarrada al salpicadero para evitar ser zarandeada por la violenta forma de conducir del demonio, saltó a la acera maldiciéndolo.
—Tú —dijo la chica volviéndose hacia él— conduces como un jodido maníaco.
Asmodeo sonrió al escucharla soltar un taco. Era obvio que disfrutaba provocándola.
—Tú —le repitió— no podrás morirte o a lo mejor sí, pero yo estoy encariñada con mi vida y si no te parece mal me gustaría conservarla.
El demonio avanzó hasta quedarse a un palmo de Lena y agachó la cabeza para mirarla. Casandra percibió un leve cambio en la postura de Daniel, que permanecía atento a la escena. Estaba segura de que saltaría sobre Asmodeo si se le ocurría acercarse un milímetro más a su prima.
—Yo también estoy encariñado con tu vida y con tu cuerpo —oyó que le susurraba el demonio a Lena—. Si quisiera matarte, puedo imaginar al menos una docena de formas de hacerlo mucho más estimulantes…
Lena le cruzó la cara sin dejarle terminar de hablar. El eco del golpe resonó en la silenciosa noche. Asmodeo podía haber detenido el golpe si hubiera querido, le había permitido abofetearle solo por el placer de ver luego cierto remordimiento en sus ojos. Pero en eso se equivocaba. Lena lo miró desafiante, sin mostrar el mínimo indicio de estar arrepentida.
—¿Entramos? —preguntó Casandra, tratando de aligerar el ambiente—. Si es que hay algún lugar al que entrar.
Todos miraron alrededor, dejando pasar el momento de tensión y concentrándose en encontrar el supuesto sitio al que se dirigían. Asmodeo los dejó atrás para acercarse a la entrada más cercana, una sencilla puerta de acero que parecía estar firmemente cerrada.
Casandra empezaba a pensar que había sido una idea terrible permitir que un demonio los llevara de fiesta a un sitio que ni siquiera conocían y que estaba bastante claro que no era la clase de lugar que se anuncia en las páginas amarillas.
Asmodeo farfulló algo y la puerta se abrió para dejarles ver a un matón de al menos dos metros de alto. Esperaron pacientemente hasta que, tras cruzar un par de frases, les permitió pasar al interior. Parecía que la experiencia iba a resultar cuanto menos interesante.